“La respuesta a este don del sacerdocio no puede ser otra que la entrega total”
En la noche del Martes Santo
-30 de marzo-, el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, presidió la Misa Crismal
a los pies de la Madre del Valle, que fue concelebrada por todos los sacerdotes
de la Diócesis de Catamarca, quienes en horas de la mañana participaron de la
Asamblea del Clero, en un clima fraterno y de reflexión preparándose para vivir
ésta y las demás celebraciones de la Semana Santa.
La ceremonia litúrgica, que
fue seguida por cientos de fieles a través de las redes sociales, vuelve a
celebrarse en medio de la
pandemia, esta vez en el marco del Año de San José en
comunión con la Iglesia Universal y el Año Diocesano de Fray Mamerto Esquiú, que
nos prepara para vivir en este 2021 la beatificación del amado fraile
catamarqueño.
En su homilía, Mons. Urbanc se centró en la
misión de los presbíteros, teniendo en cuenta que en esta celebración se
realizaba la renovación de las Promesas Sacerdotales. En el comienzo relató una
breve narración del escritor León Tolstoi en la que un rey se abaja para ser
semejante a un pastor, señalando a continuación que “el Hijo de Dios, que es
verdadero Dios, renunció a su esplendor divino: «Se despojó de su rango, y tomó
la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un
hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y muerte de
cruz» (Flp 2,6 ss). Como dicen los santos Padres, Dios realizó el sagrado
intercambio: asumió lo que era nuestro, para que nosotros pudiéramos recibir lo
que era suyo: ser semejantes a Él. Esto es lo que celebraremos en estos días
del Triduo Pascual”.
A
continuación destacó que “p
or todos debería ser
sabido que existe una relación única entre el Sacramento del Orden que hemos
recibido los sacerdotes y la Santísima Eucaristía, que se desprende de las
palabras de Jesús en el Cenáculo: «Hagan esto en conmemoración mía» (Lc
22,19). Y, allí mismo instituyó la Eucaristía y el sacerdocio de la nueva
Alianza. Él es sacerdote, víctima y altar: mediador entre Dios Padre y el
pueblo (cf. Hb 5,5-10), víctima de expiación (cf. 1 Jn 2,2; 4,10) que se ofrece
a sí mismo en el altar
de la cruz. Nadie puede decir: «Esto es mi cuerpo»
y «éste es el cáliz de mi sangre» si no es en el nombre y en la persona
de “Cristo, único sumo sacerdote de la nueva y eterna Alianza” (cf. Hb
8-9). Esta vinculación se hace presente y visible en la Misa presidida por el
Obispo o el presbítero, en la persona de Cristo cabeza del Cuerpo, que es la
Iglesia”.
Señaló luego que “la celebración de la Santa Misa es el
principal oficio y la primera necesidad que todo sacerdote tiene para con él
mismo y para con la Iglesia, y la más alta forma de servir a la comunidad, en
la fe, la esperanza y la caridad”. Y siguió: “Por eso, san Juan Pablo II
afirmaba con emoción que «la respuesta a este don del sacerdocio no puede
ser otra que la entrega total: un acto de amor
sin reservas… La aceptación
voluntaria de la llamada divina al sacerdocio fue, sin duda, un acto de amor
que ha hecho de cada uno de nosotros un enamorado. La perseverancia y la
fidelidad a la vocación recibida consiste, no sólo en impedir que ese amor se
debilite o se apague (cf. Ap. 2,4), sino principalmente en avivarlo, en hacer
que crezca más cada día. Cristo inmolado en la Cruz nos da la medida de esa
entrega, ya que nos habla de amor obediente al Padre para la salvación de todos
(cf. Flp 2,6 ss)…Un sacerdote vale lo que vale su vida eucarística, sobre todo
su Misa. Misa sin amor, sacerdote estéril, Misa fervorosa, sacerdote
conquistador de almas. Devoción eucarística descuidada y no amada, sacerdocio
en peligro y desfalleciente» (mensaje al clero italiano, 16-2-1984)”,
recordó.
“Sigan siendo creativos y empeñosos
en la atención de sus comunidades”
Después de ofrecer otras reflexiones acerca del sacerdocio, el Obispo se
dirigió directamente a los presbíteros presentes y les dijo: “De corazón les
pido que sigan siendo creativos y empeñosos en la atención de sus comunidades,
no disminuyendo en la calidad del servicio, sino mejorándolo con el uso de las
herramientas digitales y valiéndose de las redes sociales, para encarnar los
valores del Reino de Dios en la vida de nuestros niños, adolescentes, jóvenes,
adultos y ancianos.
Cuiden a sus catequistas, anímenlos, fórmenlos para que
conduzcan con su sabiduría y ejemplo de vida a todos sus hermanos por el nunca
terminado itinerario catequístico, desde la infancia hasta la edad adulta”.
También los llamó a que “consoliden el servicio de Cáritas, tan propio
de la vida de todo bautizado que se precie de tal. Al igual esmérense por darle
esplendor y significancia a la Liturgia Eucarística y Sacramental formando a
los fieles en esta área de la vida cristiana, a fin de que “su participación
en ella sea consciente, activa y fructuosa” (S.C. 1 1), para ello
constituyan, como verdaderos liturgos de la comunidad, el equipo de liturgia
parroquial para que se ocupe de formar a los hermanos en el aprecio de la
liturgia, y prepare y anime las celebraciones”.
Seguidamente se refirió a la necesidad de evangelizar en este tiempo
marcado por algunas realidades, “que se están dando al margen de las enseñanzas
divinas, más aún, en clara oposición y contraste con ellas, como son la
ideología de género, el feminismo ateo, el constructivismo, el aborto, la
anticoncepción, la eutanasia, el desprecio por la vida, los abusos de todo
tipo, la violencia, la corrupción, el estractivismo, el relativismo, la trata
de personas, las adicciones, el materialismo, el inmanentismo, el consumismo,
el hedonismo, el narcicismo, el economicismo, el anticatolicismo y la
a-religiosidad”.
En otro tramo de su predicación hizo una breve alusión a la primera
Asamblea Eclesial de América Latina y El Caribe, que se realizará del 21 al 28
de noviembre próximos, y a continuación habló de la gran Asamblea Diocesana
prevista para inicios del año 2022. Exhortó a que “cada párroco, otros
sacerdotes y miembros de la vida consagrada animen con ganas el camino que
haremos este año para culminar en un gran encuentro fraterno con el que nos
alegremos y agradezcamos de ser una Iglesia Particular desde hace 111 años, y
que nos programemos para los próximos años, respondiendo con fidelidad a la
tarea que nos encomendó el Señor de la Vida y de la Historia”.
Concluyó pidiendo que “San José y Nuestra Madre
del Valle nos alcancen las gracias que precisamos para continuar nuestra marcha
y superar los obstáculos de cada día”.
Consagración
del Santo Crisma y bendición de los Óleos
La celebración eucarística continuó
con la renovación de las Promesas Sacerdotales por parte de todos los
presbíteros; dando paso al rito de consagración del Santo Crisma y la bendición
de los nuevos óleos con los que serán ungidos los catecúmenos, los nuevos
bautizados y los enfermos, que luego fueron entregados a los presbíteros para
la administración de los sacramentos en sus respectivas comunidades.
A tal fin fueron llamados, uno por uno, los párrocos
como también sacerdotes responsables de santuarios y templos de los Decanatos
Capital, Centro, Este y Oeste.
Antes de la bendición final,
se rezó la Oración a Fray Mamerto Esquiú mirando hacia el lugar donde descansan
sus reliquias, y se alabó con el canto a
la Madre del Valle.
Toda la celebración fue
realzada con las voces y melodías del Coro y Orquesta de la Catedral, dirigido
por el Prof. Exequiel Andrada.
La Misa Crismal es una de
las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del Obispo y un signo
de la unión estrecha de los presbíteros con él.
Si bien se celebra el Jueves
Santo, en nuestra Diócesis se realiza el Martes Santo, debido a las distancias
de algunas parroquias.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos
hermanos sacerdotes y quienes participan en esta celebración:
Nos
hemos congregado para celebrar la Misa donde se bendecirán los nuevos óleos con
los que serán ungidos los catecúmenos, los nuevos bautizados y los enfermos, y
en la que todos los sacerdotes renovarán las promesas hechas el día de la
ordenación, para algunos hace muchos años y para otros no tanto. Tendremos
presente a todos los presbíteros que por algún motivo no pueden estar
físicamente hoy con nosotros.
Igual
que el año pasado, nos encontramos condicionados por la pandemia, sin embargo,
demos gracias a Dios que podemos estar en torno al altar que nos visibiliza a
Jesucristo, roca sobre la cual construimos nuestra fraternidad cristiana y
sacerdotal.
Agradezco
a todos los que se llegaron hasta esta catedral basílica y santuario de nuestra
Señora del Valle, y a todos los que nos siguen por los medios masivos de
comunicación. De corazón, les ruego, que no dejen de rezar por cada uno de
nosotros, para que seamos fieles al llamado recibido y a la misión confiada,
por medio de una vida coherente, santa y ejemplar.
El
escritor ruso León Tolstoi cuenta que había un rey severo que pidió a sus
sacerdotes y sabios que le mostraran a Dios para poder verlo. Éstos no fueron
capaces de cumplir ese deseo. Entonces un pastor, que volvía del campo, se
ofreció para satisfacer el pedido del rey. Éste dijo al rey que sus ojos no
estaban capacitados para ver a Dios. Entonces el rey quiso saber al menos qué
es lo que hacía Dios… "Para responder a esta pregunta —dijo el pastor al
rey— debemos intercambiarnos nuestros vestidos". Con cierto recelo, pero
impulsado por la curiosidad para conocer la información esperada, el rey
accedió y entregó sus vestiduras reales al pastor y él se vistió con la ropa
sencilla de ese pobre hombre. En ese momento recibió como respuesta: "Esto
es lo que hace Dios"… En efecto, el Hijo de Dios, que es verdadero Dios,
renunció a su esplendor divino: "Se despojó de su rango, y tomó la
condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre
cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y muerte de
cruz" (Flp 2,6 ss). Como dicen los santos Padres, Dios realizó el sagrado
intercambio: asumió lo que era nuestro, para que nosotros pudiéramos recibir lo
que era suyo: ser semejantes a Él. Esto es lo que celebraremos en estos días
del Triduo Pascual.
Por
todos debería ser sabido que existe una relación única entre el Sacramento del
Orden que hemos recibido los sacerdotes y la Santísima Eucaristía, que se desprende
de las palabras de Jesús en el Cenáculo: «Hagan esto en
conmemoración mía» (Lc
22,19). Y, allí mismo instituyó la Eucaristía y el sacerdocio de la nueva
Alianza. Él es sacerdote, víctima y altar: mediador entre Dios Padre y el
pueblo (cf. Hb 5,5-10), víctima de expiación (cf. 1 Jn 2,2; 4,10) que se ofrece
a sí mismo en el altar de la cruz. Nadie puede decir «esto es mi cuerpo» y
«éste es el cáliz de mi sangre» si no es en el nombre y en la persona de
“Cristo, único sumo sacerdote de la nueva y eterna Alianza” (cf. Hb 8-9). Esta
vinculación se hace presente y visible en la Misa presidida por el Obispo o el
presbítero, en la persona de Cristo cabeza del Cuerpo, que es la Iglesia.
La
celebración de la Santa Misa, hermanos, es el principal oficio y la primera
necesidad que todo sacerdote tiene para con él mismo y para con la Iglesia, y
la más alta forma de servir a la comunidad, en la fe, la esperanza y la
caridad. El paso del tiempo en el servicio del altar y la madurez en la
vocación recibida, debe hacernos saborear cada vez con mayor gusto este don del
sacerdocio que está directamente relacionado con la celebración de la
Eucaristía. Por eso, san Juan Pablo II afirmaba con emoción que “la respuesta a
este don del sacerdocio no puede ser otra que la entrega total: un acto de amor
sin reservas… La aceptación voluntaria de la llamada divina al sacerdocio fue,
sin duda, un acto de amor que ha hecho de cada uno de nosotros un enamorado. La
perseverancia y la fidelidad a la vocación recibida
consiste, no sólo en impedir
que ese amor se debilite o se apague (cf. Ap. 2,4), sino principalmente en
avivarlo, en hacer que crezca más cada día. Cristo inmolado en la Cruz nos da
la medida de esa entrega, ya que nos habla de amor obediente al Padre para la
salvación de todos (cf. Flp 2,6 ss)…Un sacerdote vale lo que vale su vida
eucarística, sobre todo su Misa. Misa sin amor, sacerdote estéril, Misa
fervorosa, sacerdote conquistador de almas. Devoción eucarística descuidada y
no amada, sacerdocio en peligro y desfalleciente" (Al clero italiano,
16-2-1984).
Sí,
queridos hermanos sacerdotes, tenemos que convencernos que nuestro ministerio
va dirigido a rescatar a los hombres del "poder de las tinieblas" y a
trasladarlos al "Reino de su Hijo querido", mediante "la
redención y el perdón de los pecados" (cf.Col 1,13-14).
Las
lecturas que acabamos de escuchar apuntan a lo más íntimo de nuestro ser y
quehacer sacerdotal, porque “el Señor nos ha ungido y nos ha enviado a llevar
la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la
liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año
de gracia del Señor, a consolar a todos los que están de duelo, a cambiar su
ceniza por una corona, su ropa de luto por el óleo de la alegría y su abatimiento
por un canto de alabanza” (Is 61,1-3).
Nosotros
no sólo nos llamamos, sino que somos “Sacerdotes del Señor y Ministros de
nuestro Dios” (cf. Is 61,6). Por tanto,
vivamos de tal manera que de verdad la gente reconozca con gratitud que somos
“la estirpe bendecida por el Señor” (cf. Is 61,9), y puedan alabar a Dios con
el salmista, diciendo: “Encontré a Juan, a Julio, a Luis, a José, a Héctor, a
Carlos, etc., mi servidor, y lo ungí con el óleo sagrado, para que mi mano esté
siempre con él y mi brazo lo haga poderoso. Mi fidelidad y mi amor lo
acompañarán, su poder crecerá a causa de mi Nombre: Él me dirá: «Tú eres mi
Padre, mi Dios, mi Roca salvadora»” (Sal 88,21-22.25.27).
Sí,
hermanos sacerdotes, nosotros somos ‘sacerdotes’ y ‘ministros’ de “Jesucristo,
el Testigo fiel, el Primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de los
reyes de la tierra, el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que vendrá,
el Todopoderoso…Él nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su
sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre” (cf.Ap
1,5-6.8).
Por
todo lo dicho, sin duda, al igual que en la sinagoga de Nazaret, “hoy, se están
cumpliendo estos pasajes de la Escritura que acabamos de escuchar” (cf. Lc
4,21).
De
corazón les pido que sigan siendo creativos y empeñosos en la atención de sus
comunidades, no disminuyendo en la calidad del servicio, sino mejorándolo con
el uso de las herramientas digitales y valiéndose de las redes sociales, para
encarnar los valores del Reino de Dios en la vida de nuestros niños,
adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos. Cuiden a sus catequistas, anímenlos,
fórmenlos para que conduzcan con su sabiduría y ejemplo de vida a todos sus
hermanos por el nunca terminado itinerario catequístico, desde la infancia hasta
la edad adulta. Consoliden el servicio de Cáritas, tan propio de la vida de
todo bautizado que se precie de tal. Al igual esmérense por darle esplendor y
significancia a la Liturgia Eucarística y Sacramental formando a los fieles en
esta área de la vida cristiana, a fin de que “su participación en ella sea
consciente, activa y fructuosa” (S.C. 1 1),
para ello constituyan, como verdaderos liturgos de la comunidad, el equipo de
liturgia parroquial para que se ocupe de formar a los hermanos en el aprecio de
la liturgia, y prepare y anime las celebraciones.
Los
desafíos hodiernos han afectado de tal manera la cultura, que nos exigen
rápidos y profundos análisis para dar respuestas acordes y efectivas a los
cambios profundos que se están dando al margen de las enseñanzas divinas, más
aún, en clara oposición y contraste con ellas, como son la ideología de género,
el feminismo ateo, el constructivismo, el aborto, la anticoncepción, la
eutanasia, el desprecio por la vida, los abusos de todo tipo, la violencia, la
corrupción, el estractivismo, el relativismo, la trata de personas, las
adicciones, el materialismo, el
inmanentismo, el consumismo, el hedonismo, el
narcicismo, el economicismo, el anticatolicismo y la a-religiosidad.
Es
por ello que encomiendo a la oración y al discernimiento de cada uno de ustedes
la preparación de una gran Asamblea diocesana para inicios del año 2022. Por
favor, consoliden o constituyan los consejos de pastoral y económico,
herramienta imprescindible para trabajar sinodalmente, como nos lo pide el Papa
Francisco. El gran desafío pastoral desde el concilio Vaticano II es la
participación de todos los bautizados en la Misión “de alcanzar y transformar
con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes,
los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y
los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de
Dios y con el designio de salvación” (E.N. 19).
Pido
a los señores decanos que me ayuden en la preparación de este evento para que
programemos esta década animando la Misión Diocesana Permanente según el
espíritu y las indicaciones de la V Conferencia del episcopado Latinoamericano,
celebrado en Aparecida (13 al 31-5- 2007), en el 2007, año de mi llegada a Catamarca.
A
cada párroco, otros sacerdotes y miembros de la vida consagrada animen con
ganas el camino que haremos este año para culminar en un gran encuentro
fraterno con el que nos alegremos y agradezcamos de ser una Iglesia Particular
desde hace 111 años y que nos programemos para los próximos años, respondiendo
con fidelidad a la tarea que nos encomendó el Señor de la Vida y de la
Historia.
San
José y Nuestra Madre del Valle nos alcancen las gracias que precisamos para
continuar nuestra marcha y superar los obstáculos de cada día. ¡Paz y Bien!