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15 junio 2009

“Sólo aceptando a Cristo, presente en la Eucaristía, es posible superar las barreras del odio y la injusticia”




En la tarde del domingo 14 de junio, las comunidades parroquiales de la ciudad capital celebraron al Santísimo Cuerpo y la Preciosísima Sangre de Jesucristo, durante la Santa Misa, presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanč, y concelebrada por sacerdotes de la Diócesis. Una vez finalizado el oficio religioso, realizado en el Paseo General Navarro (La Alameda), los participantes emprendieron la marcha procesional hasta el Santuario y Catedral del Santísimo Sacramento y Nuestra Señora del Valle, donde recibieron la bendición final.
En el transcurso de la celebración litúrgica, el Señor Obispo nombró a los Ministros Extraordinarios de la Comunión, que ayudarán a los sacerdotes por el lapso de un año, en la administración de la Eucaristía durante las celebraciones litúrgicas y a los hermanos enfermos.
Asimismo, la Solemnidad de Corpus Christi coincidió con la Colecta Nacional de Cáritas, que se realizó el todo el territorio diocesano.

Texto de la homilía
Antes que nada, escuchemos lo que Santo Tomás de Aquino dice respecto a esta Solemnidad: “El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres. Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque por nuestra reconciliación, ofreció sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados.
Pero, a fin de que recordásemos tan gran beneficio, nos dejó, bajo las apariencias de pan y vino, su Cuerpo y su Sangre, como alimento y bebida.
Ya no se nos ofrece para comer, carne de becerros o corderos, como en la antigua Ley, sino el mismo Cristo, verdadero Dios.
No hay sacramento más saludable, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales.
Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, ya que ha sido establecido para la salvación de todos.
En este sacramento gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su Pasión.
Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más hondamente en el corazón de los fieles, en la última cena, antes de pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como memorial perenne de su pasión, como cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia”.

Manifestación de nuestra fe
Las lecturas bíblicas que acabamos de escuchar nos ilustran con mucho realismo sobre el Misterio que estamos celebrando: por un lado, la superación de los antiguos ritos; y por otro, la fuerza del nuevo y definitivo rito con las palabras textuales de Jesús: ‘tomen y coman, esto es mi cuerpo’...’tomen y beban, esta es mi sangre’.
La fiesta de hoy es la única manifestación, explícitamente pública, que hacemos de nuestra fe en la presencia real de Jesucristo en las especies del Pan y del Vino Eucarísticos.
Con la celebración del sacrificio redentor de Cristo y con la procesión que haremos a continuación hacia la catedral basílica queremos proclamar a todos cuantos viven en nuestra ciudad que sólo en Cristo el ser humano encuentra la razón de ser de su existencia y los sufrimientos que ella conlleva; que sólo Cristo es la base de una sociedad más justa, fraterna y solidaria donde haya lugar para todos; que sólo aceptando humildemente a Cristo, verdaderamente presente en las especies sacramentales, es posible superar y erradicar las barreras del odio, la envidia, la injusticia, la mezquindad, el oportunismo, el egoísmo, la mentira, los vicios y la muerte; que sólo en Cristo y por Cristo podrán reinar en nuestra ciudad la concordia, el respeto, la honestidad, el compañerismo y la amistad social.
Como verdadero Cuerpo Místico de Cristo, fortalezcamos y rehagamos, en y desde la Eucaristía, los vínculos del entramado social, tan desarticulado y viciado por intereses que nada tienen que ver con nuestra condición de discípulos-misioneros de Cristo.

La caridad, distintivo de la vida eclesial y social
El misterio de la Eucaristía es el sacramento del amor y de la caridad, verdadera naturaleza del Eterno Dios, Uno y Trino, y por ende, verdadera naturaleza de la Iglesia. Es por ello que la caridad debe ser el distintivo de nuestra vida eclesial y social. Por eso, hoy, en todo el país se hace la colecta de ‘Caritas’, pues el amor hace posible lo humanamente imposible; el amor lo renueva y vivifica todo; el amor suaviza, hace llevadero y da sentido a todo sufrimiento material o espiritual. Seamos generosos en dar y en darnos, pues sólo así se participa fructuosamente de la Eucaristía. De lo contrario es pura hipocresía.
Esta fiesta del Corpus Christi tiene que movilizarnos a aprovechar mejor este tercer año de nuestra preparación a celebrar el Centenario de nuestra Diócesis. Les recuerdo que nos hemos comprometido a iluminar la realidad civil y eclesial con las sabias y abundantes enseñanzas sociales del Magisterio de la Iglesia, que son la puesta en práctica de la predicación de nuestro Señor Jesucristo y que debe observar todo bautizado. Así, luego de estos tres años de preparación, nos habremos puesto a punto para celebrar fecundamente el Centenario de nuestra Iglesia diocesana; Centenario que nos debe catapultar en la apasionante tarea de una Iglesia en permanente estado de misión. Nuestra Madre del Valle estará a nuestro lado para que no perdamos el entusiasmo y siempre nos apoyemos confiadamente en su Hijo Jesús, nuestro Redentor, presente en el alimento eucarístico.

Ministros extraordinarios de la Comunión
En esta celebración nos acompañan hermanos y hermanas del Decanato Capital, a los que concedo, sólo por un año, la facultad de ayudar a los sacerdotes en la distribución de la comunión dentro y fuera de la celebración de la Santa Misa. Ellos serán instituidos en sus respectivas parroquias por medio de un breve rito, según lo disponen las normas litúrgicas.
Por este motivo, exhorto a todos los fieles que sepan valorar y respetar este noble servicio que prestarán quienes, para ello, han sido elegidos y designados.
Y a quienes prestarán este servicio los animo paternalmente a que realicen esta tarea con respeto, dignidad y ejemplaridad en medio de sus hermanos. Sean verdaderos adoradores de Jesús presente en la Eucaristía; dedíquenle generosamente tiempo para estar con Él, intercediendo por los enfermos, necesitados y alejados del amor de Dios. Nunca hagan de este servicio una rutina. Cada vez como si fuera la primera y la última. Es al mismo Hijo de Dios, hecho Hombre, a quien tendrán en sus manos para depositarlo en el corazón de aquellos por quienes Él se inmoló en la Cruz. Profundicen en este inagotable e inefable Misterio, meditando asiduamente las SS.EE. y con la oración fervorosa.

Año sacerdotal
El próximo viernes 19 de junio, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, en la Basílica de San Pedro, con el rezo de Vísperas, el Papa lanzará el Año Sacerdotal.
Queridos hermanos sacerdotes, somos conscientes de que cada día estamos llamados a la conversión, pero este Año estamos convocados a hacerlo de un modo más enfático junto a cuantos han recibido el don de la Ordenación sacerdotal.
Cabe aquí la pregunta: ¿A qué debemos convertirnos? Simplemente, a ser siempre más auténticamente aquello que somos; conversión hacia nuestra identidad eclesial para que nuestro ministerio sea absolutamente consecuente con dicha identidad, de modo que nuestro "ser" determine nuestro "hacer". Dicho de otro modo: ofrecer el espacio a Cristo, Buen Pastor, para que Él pueda vivir en nosotros y actuar a través nuestro.
Nuestra espiritualidad no puede ser otra que la de Jesucristo, Sumo y Único Sacerdote del Nuevo Testamento.
En este Año, que el Sumo Pontífice oportunamente ha proclamado, buscaremos todos juntos la referencia a la identidad de Cristo, Hijo de Dios, en comunión con el Padre y el Espíritu Santo, hecho Hombre en las entrañas virginales de María; a su misión de revelar al Padre y a su admirable diseño de salvación. Esta misión de Cristo comporta también la construcción de la Iglesia: El Buen Pastor (cfr. Jn. 19, 1-21), que da su vida por la Iglesia (cfr. Ef. 5, 25).
Convertirnos, cada día, para que el estilo de vida de Cristo sea cada vez más el estilo de cada uno de nosotros.

Comprometidos a vivir en comunión
Tenemos que ser para los hombres, es decir, comprometernos a vivir en comunión con el santo y divino amor por la gente; un amor hasta dar la vida (aquí radica la riqueza del sagrado celibato), que obliga a la solidaridad auténtica con los que sufren y con los pobres.
Hemos de ser constructores de la única Iglesia de Cristo, lo que implica vivir fielmente la comunión de amor con el Papa, con los Obispos, con los hermanos sacerdotes y con los fieles. Vivir la comunión como camino jamás interrumpido en el interior del Cuerpo místico. Adentrémonos con entusiasmo y generosidad en este Año para poder exclamar con verdad: "no soy yo quien vive, es Cristo que vive en mí" (Gal. 2, 20).
En fin, queridos hermanos y hermanas, dejémonos abrazar por el infinito amor de Jesucristo, que se entrega en este inescrutable Misterio de la Eucaristía y, a ejemplo de la Santísima Virgen María, seamos verdaderos adoradores de Dios y testigos de de su inagotable Misericordia, de la que la humanidad siempre tiene necesidad y que, por caminos tantas veces contradictorios, busca encontrar. No nos cansemos de ser ‘cirineos’ que llevan el único alimento sustancioso para la Vida del mundo.


¡Quédate con nosotros, Jesús; danos el pan que nos alimenta para la vida eterna! Libera a este mundo del veneno del mal, de la violencia y del odio que contamina las conciencias. Purifícalo con la potencia de tu amor misericordioso! Así sea.