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25 abril 2011

Mons. Urbanc en la Vigilia Pascual: “Permitamos que nuestra existencia sea conquistada por la resurrección de Cristo”

En la noche del sábado 23 de abril, la más santa del año, se celebró la Misa de Vigilia Pascual en los templos de toda la Diócesis, para vivir gozosamente el triunfo de Jesucristo sobre la muerte. En la Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, la Eucaristía fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por el Obispo Emérito, Mons. Elmer Miani, y el Rector del Santuario y Catedral Basílica, Pbro. José Antonio Díaz.
En el transcurso de la ceremonia religiosa, en la que participó una gran cantidad de fieles, se procedió a la bendición del fuego y del agua. El cirio pascual encendido representa a Cristo resucitado, quien venció las tinieblas y la muerte. También recibieron el bautismo dos pequeños de la comunidad.
Durante su predicación, Mons. Urbanc hizo referencia a que “esta Vigilia Pascual es la primera de nuestra ya iniciada Misión Diocesana Permanente por lo que cobra particular fuerza el envío que Cristo nos hace como lo hizo con las mujeres que fueron al sepulcro muy de madrugada”.

TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos hermanos:
¡Alégrense siempre en el Señor! Se lo vuelvo a decir: ¡Alégrense! (Flp 4,4). ¡Cristo nuestra Vida, nuestra Luz ha resucitado! Ya no está en la tumba porque la muerte ha sido absorbida por la Vida.
En el prólogo del evangelio de Juan (1,5) se proclama con fuerza que ‘la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron’. De esta manera el autor prefiguraba el drama del rechazo del Hijo de Dios venido en carne humana; pero en la noche de Pascua, más allá de cualquier esperanza humana, la luz vence a las tinieblas... El símbolo de la luz es el que domina el escenario del tiempo pascual, cuyo emblema es el Cirio Pascual y ocupará un puesto central para recordarnos a Aquel que es la Luz y la Vida del mundo: ‘Jesucristo, ante quien toda rodilla se ha de doblar y toda lengua ha de proclamar que es el Señor’ (cf. Flp. 2,10-11).
Cada año es muy emotiva y significativa la procesión solemne con el Cirio pascual entrando en el templo que está en penumbras y que se va llenando con la luz que parte de él, en la medida en que han ido encendiendo las velas que ustedes han traído, con las que representan sus propias vidas, que deben brillar, reflejando la luz de Cristo. Cada anuncio que he ido haciendo significa que Jesucristo nos ha conducido de las tinieblas del pecado a la luz admirable de Dios, su Padre (cf. 1 Pe 2,9).
En el texto del pregón pascual se repiten las palabras de san Agustín: ¡Oh feliz culpa que nos mereciste tal y tan grande Redentor! Es tan inmenso el gozo por la salvación gratuitamente recibida, que la culpa parece digna de ser bendecida.
Que nos quede claro que las tinieblas representan en la Biblia el pecado; y la luz, la Vida que vence la muerte.

La victoria de la Vida sobre la muerte
Hoy es la Noche de las noches, pues testifica la victoria de la Vida sobre la muerte, del Amor sobre el odio, de la luz sobre la oscuridad, de la verdad sobre la mentira, de la justicia sobre la inequidad, de la Gracia sobre el pecado.
Todos estamos invitados a acompañar a las mujeres a ir al sepulcro para honrar el cuerpo de Cristo, pero para darnos con la sorpresa de que no está allí. La tumba son los corazones duros e impenitentes, los corazones tibios e indiferentes, los corazones rencorosos y egoístas… Estos corazones no pueden retener a Cristo… Qué bueno sería que viniera un ángel del cielo y nos pudiera decir que nosotros no tenemos un corazón así y que nos envíe a decir a tantos hermanos que Cristo ha resucitado y que vive en los corazones puros, misericordiosos, alegres, esperanzados, leales, abiertos, mansos, veraces, solidarios, pacientes y llenos de amor.
Ayer hemos contemplado como las tinieblas se abatieron sobre la tierra y hoy contemplamos como la luz brilla con todo su esplendor. La Vida debía morir para vivificar todas las cosas.
Esta Vigilia Pascual es la primera de nuestra ya iniciada Misión Diocesana Permanente por lo que cobra particular fuerza el envío que Cristo nos hace como lo hizo con las mujeres que fueron al sepulcro muy de madrugada: “No teman, vayan y digan a mis hermanos que se dirijan a Galilea que allí me verán” (Mt 28,10). Sí, queridos hermanos, esta Vigilia habrá sido bien vivida y fecunda si es que volvemos hacia nuestros hermanos y les anunciamos que Cristo ha vencido los males de este mundo y que nos puede hacer partícipes de su victoria si le dejamos entrar en nuestros corazones, si permitimos que Él sea nuestro maestro y guía. Cabe que les aclare que Galilea en los Evangelios representa el mundo de la debilidad e incapacidad humanas, el mundo de la increencia y de la impiedad, el mundo de la prepotencia y el desamor. Para nosotros Galilea es lo que está fuera de este templo: el barrio, la calle, la oficina, la escuela, la universidad, la fábrica, el club, el hospital, etc. donde hay tinieblas que disipar. Allí debemos llevar la Luz que es Cristo, cada uno de nosotros debe ser esa luz en la que los seres humanos descubran al mismo Cristo.

Renovación y regeneración
La Pascua es fiesta de renovación y regeneración. Permitamos que nuestra existencia sea conquistada por la resurrección de Cristo. Sintamos al Resucitado vivo y operante en nosotros y en el mundo… Es por eso que en esta Vigilia pascual, por ser el momento bautismal por excelencia del año litúrgico, ya que en ella el símbolo de la luz se une al del agua y recuerda que todos hemos renacido del agua y del Espíritu Santo, para participar en la vida nueva revelada mediante la resurrección de Jesús, bautizaré un par de niños para significar que por el bautismo nos incorporamos a Cristo por una muerte semejante a la suya, de modo que también podamos resucitar a una vida nueva. Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él. Considerémonos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús (cf. Rm 6,3-11). Por el bautismo comenzamos a pertenecer a su Cuerpo, que es la Iglesia. De allí que todo cuanto acontece en Cristo, también acontece en nosotros; la misión de Cristo es nuestra misión; los pensamientos y sentimientos de Cristo deben ser los nuestros.
Por último, queridos hermanos, ¡Nadie debe tener miedo de la luz de Cristo! Su Evangelio es luz que no mortifica sino que desarrolla y plenifica todo lo que tiene de bueno y verdadero cualquier cultura humana. El Evangelio, que es Cristo Resucitado, es para todo ser humano, para la vida, la paz y la libertad de todos los hombres y de todo el hombre. De corazón les pido que todos seamos testigos creíbles de esta Luz.
A ti amada Madre de este Valle, silenciosa testigo de la muerte y resurrección de Jesucristo, te pido que nos introduzcas a fondo en el gozo pascual, de modo que tengamos la fuerza, la constancia, la sabiduría y la generosidad para llevar adelante la misión diocesana permanente, verdadero gesto de caridad pastoral de la Iglesia.
¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!