Camino a la Beatificación

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12 abril 2018

Mons. Urbanc en la misa de homenaje del Ámbito del Deporte y el Comercio


“Nuestra devoción a la Virgen del Valle tiene que ser un medio para llegar a Jesús”

En la noche del miércoles 11 de abril, cuarto día del Septenario, rindieron su homenaje a la Virgen del Valle el Ámbito del Deporte Estatal provincial y municipal, Clubes, Círculos, Federaciones, Asociaciones Automovilísticas, Club Autos de Época, Cámara de Comercio, Sindicato de Comercio y Centro de Empleados de Comercio.
Participaron autoridades de la Secretaría de Deportes de la Provincia y de la Secretaría de Cultura y Deporte de la Municipalidad de la Capital, encabezadas por el Dr. Maximiliano Brumec, y el Arq. Luis Mauvecín, respectivamente, como también del sector del Comercio.  
La ceremonia fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, quien en su
homilía, tomando la temática propuesta, dijo que “la fe en Jesucristo debe ser el centro de la piedad popular. De manera que nuestra devoción a la Virgen del Valle tiene que ser un medio para llegar a Jesús, el Redentor de la humanidad, el Hijo de Dios hecho hombre que vino a restablecer la comunión de la creatura con el Creador y a elevarnos a la participación de su divinidad por medio de la filiación divina”.
En este sentido expresó que “es verdad que la fe que se encarnó en la cultura puede ser profundizada y penetrar cada vez mejor la forma de vivir de nuestros pueblos. Pero eso sólo puede suceder si valoramos positivamente lo que el Espíritu Santo ya ha sembrado. La piedad popular es un ‘imprescindible punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más
fecunda’. Por eso, el discípulo misionero tiene que ser ‘sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables’. Cuando afirmamos que hay que evangelizarla o purificarla, no queremos decir que esté privada de riqueza evangélica. Simplemente deseamos que todos los miembros del pueblo fiel, reconociendo el testimonio de María, traten de imitarla cada día más”.
Al referirse al mensaje de los textos bíblicos proclamados manifestó que “la nueva vida que introduce la Resurrección de Jesucristo y que la recibimos por el bautismo es una vida centrada en el amor, es decir, en ser amados y en amar”, apuntando que “lamentablemente con el vocablo amor maquillamos sentimientos volubles, rosas y románticos que, como vienen, se va. Pero el amor es mucho
más que sentimiento: abarca la entera realidad personal, todas sus dimensiones. Y no puede ser de otra manera, porque el Dios en el que creemos, un Dios personal, habitado por relaciones personales, es amor. Así pues, el amor, sí, siente, pero también conoce y comprende, quiere, decide y pasa a la acción”.
Como sucede en cada celebración eucarística, los alumbrantes acercaron hasta el altar elementos que serán destinados a la atención de los peregrinos, junto con el pan y el vino.



TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA

Queridos devotos y peregrinos:
            En este cuarto día del septenario participan como alumbrantes representantes del mundo del deporte: autoridades provinciales y municipales, miembros de clubes, círculos, federaciones, asociaciones, etc. También miembros de la Cámara de Comercio, del Sindicato y del centro de empleados. Bienvenidos a esta celebración.
     
       La temática propuesta para esta jornada nos lleva a considerar que la fe en Jesucristo debe ser el centro de la piedad popular. De manera que nuestra devoción a la Virgen del Valle tiene que ser un medio para llegar a Jesús, el Redentor de la humanidad, el Hijo de Dios hecho hombre que vino a restablecer la comunión de la creatura con el Creador y a elevarnos a la participación de su divinidad por medio de la filiación divina.
            “Es verdad que la fe que se encarnó en la cultura puede ser profundizada y penetrar cada vez mejor la forma de vivir de nuestros pueblos. Pero eso sólo puede suceder si valoramos positivamente lo que el Espíritu Santo ya ha sembrado. La piedad popular es un “imprescindible punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más fecunda”. Por eso, el discípulo misionero tiene que ser “sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables”. Cuando afirmamos que hay que evangelizarla o purificarla, no queremos decir que esté privada de riqueza evangélica. Simplemente deseamos que todos los miembros del pueblo fiel, reconociendo el testimonio de María, traten de imitarla cada día más. Así
procurarán un contacto más directo con la Biblia y una mayor participación en los sacramentos, llegarán a disfrutar de la celebración dominical de la Eucaristía, y vivirán mejor todavía el servicio del amor solidario. Por este camino se podrá aprovechar todavía más el rico potencial de santidad y de justicia social que encierra la mística popular” (Documento de Aparecida n° 262). “Nuestros pueblos se identifican particularmente con el Cristo sufriente, lo miran, lo besan o tocan sus pies lastimados como diciendo: Este es el “que me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20). Muchos de ellos golpeados, ignorados, despojados, no bajan los brazos. Con su religiosidad característica se aferran al inmenso amor que Dios les tiene y que les recuerda permanentemente su propia dignidad. También encuentran la ternura y el amor de Dios en el rostro de María” (ídem n°265).
            El mensaje de los textos bíblicos proclamados es particularmente elocuente, puesto que la nueva vida que introduce la Resurrección de Jesucristo y que la recibimos por el bautismo es una vida centrada en el amor, es decir, en ser amados y en amar. Lamentablemente con el vocablo amor maquillamos sentimientos volubles, rosas y románticos que, como vienen, se va. Pero el amor es mucho más que sentimiento: abarca la entera realidad personal, todas sus dimensiones. Y no puede ser de otra manera, porque el Dios en el que creemos, un Dios personal, habitado por relaciones personales, es amor. Así pues, el amor, sí, siente, pero también conoce y comprende, quiere, decide y pasa a la acción.
            Cada uno puede experimentar en qué consiste el verdadero amor. El amor es voluntad, decisión y entrega que comporte renuncias y sufrimientos. No se ama de verdad a otra persona si no se está dispuesto de algún modo a sufrir por ella. ¿Acaso no nos hacen sufrir más aquellos a los que más amamos? Esto es así en nosotros, que somos limitados y débiles, pero no en Dios, que es omnipotente; a Él amar no le cuesta nada. Además, el amor, por ser lo más valioso, es un don gratuito, que no se puede comprar: “si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable” (Ct. 8,7). Pero gratis no significa barato. Jesús nos lo recuerda hoy: el inmenso amor de Dios al mundo, un amor extremo y exagerado, le ha costado el desgarro de la entrega de su Hijo, una entrega total y dolorosa, hasta la muerte. No le ha salido barato a Dios amarnos “tanto”, hasta el extremo: El apóstol Pedro, afirma: “Los rescataron, no con oro y plata, sino a precio de la sangre de Cristo” (1 Pe 1,18).
Corazones avaros y mezquinos matan el amor porque no están dispuestos a pagar su precio. Cuando se impone el egoísmo nos condenamos porque no creemos en el amor. Sin embargo, en la Resurrección nos damos de lleno con el verdadero amor, que triunfa sobre el egoísmo, porque se ha entregado del todo, asumiendo el precio que esa entrega comporta. Vivir en este mundo, en el ámbito de la resurrección por el bautismo, significa vivir creyendo que ese precio vale la pena, porque en realidad es una ganancia. Lo que se expresa en el testimonio de fe público del Cristo Resucitado, por el que hay que estar dispuesto a pagar el precio de la persecución, con la certeza de que ninguna persecución podrá acallar la Palabra, porque no es posible amordazar el Amor con el que tanto amó Dios al mundo.
“Bendita Madre del Valle, enséñanos a amar como Tú, como tu amado Hijo, sin cálculos, sin tacañería, sin melodramas, dispuestos a darlo todo y a darnos por completo, hasta la última gota de sangre, para que podamos participar de los beneficios de la Resurrección y la Salvación eterna, de los que ya somos beneficiarios por la gracia del Bautismo”. ¡Así sea!