Las monjas dominicas preparan más de 400 estolas para la ceremonia de beatificación
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“Realizar
esta tarea fue un modo de estar cerca del fray Mamerto, fue ponernos codo a
codo con el santo, encomendarnos y ponernos bajo su protección”, dijo sor
Teresa.
El histórico momento en el que el ilustre fraile franciscano Mamerto Esquiú, obispo, sea proclamado Beato, está muy cerca. Mientras la fecha se aproxima, los preparativos siguen a toda máquina. Uno de los lugares, donde el trabajo no tiene pausa es el Monasterio Inmaculada del Valle de las monjas dominicas de clausura, ubicado camino al dique El Jumeal, en la zona oeste de la ciudad capital de Catamarca.
Allí
las seis monjas y una postulante están abocadas a la labor de confeccionar más
de 400 estolas, que serán usadas por el clero que asistirá al Rito de
Beatificación en la explanada del Templo de San José, en Piedra Blanca, departamento
Fray Mamerto Esquiú. Con dedicación y mucha oración, las religiosas trabajan en
la elaboración de estos 413 ornamentos litúrgicos que serán especiales y dignos
de tan trascendente acontecimiento.
Entre pintura, bordado y costura discurren las horas de trabajo de las monjas, quienes con esta
experiencia aprendieron a conocer a Mamerto Esquiú, el humilde fraile catamarqueño. Reconocen que era poco lo que sabían de él, pero una vez que comenzaron con la tarea que se les asignó, se dedicaron estudio de su vida. “El Señor quiso traernos a la tierra de la Virgen y de un santo argentino, muy nuestro, de la gente sencilla, y esto significa una bendición. Nosotras dentro de nuestros estudios leemos la vida de santos dominicos, y de pronto aparece un franciscano que ‘te mueve el piso’. Y ahora cada vez que salimos a hacer una diligencia o ir al médico, pasamos por la Iglesia de San Francisco y pedimos su protección”, manifestó sor Teresa.
Seguidamente,
añadió que el anhelo de todas es estar presente el próximo 4 de septiembre,
para vivir en directo este histórico momento de la Iglesia Diocesana, del país
y del mundo.
Trabajo y protección
Las
monjas dedican siete horas diarias a la confección de las estolas, para lo cual
previamente se armó un esquema de trabajo, que incluyó distribución de labores.
“Mientras estábamos realizando esto tuvimos nuestros inconvenientes. La máquina
se rompía, a veces por un descuido se bordaba mal, entonces había que volver a
hacerlo o coser”, confesó la religiosa.
“Realizar
esta tarea fue un modo de estar cerca del fray Mamerto, fue ponernos codo a
codo con el santo, encomendarnos y ponernos bajo su protección. Cada vez que
trabajamos, pedimos por mucha gente que necesita, tanta gente que diariamente
nos pide oraciones. Este es el trabajo propio de un monasterio, un trabajo
manual, muy diferente a un trabajo de fábrica. Cada una de las estolas está
hecha con dedicación y oración. Trabajar así fue muy bello, porque nos
acercamos mucho al Padre Esquiú”, contó sor Teresa.
Uno de los momentos más singulares durante este trabajo fue relatado con particular emoción. Sucedió que una de las máquinas de coser tuvo un inconveniente y dejó de funcionar. “Estaba tan preocupada, que le supliqué y por poco le grité: `Hacé algo Fray Mamerto, porque esto es tuyo`. Y la máquina empezó a bordar. Juro que me quedé helada, porque pensé que esto es obra también de él. Allí hay una dimensión del bien que uno no lo ve pero lo percibe. Las obras del Señor siempre salen con la cruz, con el dolor, con la preocupación y con la experiencia de decir que ‘esto me supera’. Esto no es algo humano por más que tengas que sentarte a enhebrar una aguja, estamos trabajando aquí por la Iglesia. Cuando caímos en la cuenta ya habíamos empezado a ser amadas por Mamerto Esquiú”.