Cuando hablamos de justicia,
pensamos enseguida en clave internacional o en “macroeconomía”: países muy
ricos y países muy pobres; personas dotadas de millones de dólares y otras
personas que apenas tienen un poco de pan cada día; bancos que especulan con el
dinero y mendigos que piden humillantes monedas.
Luego,
pensamos en los problemas más cercanos: la justicia en la empresa, en la ciudad
o en la nación. Creemos que hay mucha injusticia, que algunos (personas o
instituciones) roban a los demás. Conocemos casos de abusos a todos los
niveles: en la fábrica, en los sistemas de vigilancia, en los organismos
estatales, en las licitaciones, etc. Vemos a obreros que inician huelgas y
protestas para pedir sus derechos, leemos las discusiones de los políticos para
lograr mejoras sociales sin que se note realmente nada nuevo. La justicia
distributiva siempre está de moda.
Convendría, sin embargo, fijarnos
en otras formas de justicia de las que se habla menos, pero que no dejan de ser
importantes:
*La
primera es la justicia en la vida familiar. Ciertamente, lo que más vale en un
matrimonio y en la relación padres-hijos es el amor, pues desde el amor se vive
la mejor forma de justicia: la donación a los demás por lo que son, por lo que
valen, por lo que los queremos. Cuando hay justicia en casa es que el amor está
en muy buena forma.
Por
desgracia, son muchas las injusticias que se dan en el ámbito familiar. Esposos
que traicionan a sus esposas y viceversa. Cónyuges o padres golpeadores. Hijos
mayores que abandonan a sus padres ancianos. Padres que explotan laboralmente a
los niños o, lo que es peor, a introducirse en la vida del vicio y de la
delincuencia. Parejas que se divorcian y que obligan a los hijos a declarar
incluso con mentiras en el juzgado contra la otra parte. Padres que
infravaloran el ejemplo como herramienta principal para educar. Niños que nunca
llegan a nacer por culpa de la ‘pastilla del día después’ o del aborto...
La
lista es enorme. Quienes hemos tenido la fortuna de nacer en familias unidas y
llenas de amor sabemos lo hermosa que es la justicia familiar cuando el cariño
reina entre todos los de casa... Cuando no hay amor la familia se divide, se
rompen los vínculos, lo cual deja heridas profundas e imborrables, en cada uno
de sus miembros.
*Existe, además, la justicia de
la vida cotidiana, del ciudadano que camina, que maneja una bicicleta, una moto
o un auto, que va a un negocio, que se toma un refresco con los amigos. Casi en
cada esquina tenemos que respetar los derechos de otros, y, por ende, esperamos
que los demás nos respeten.
Se trata de una justicia
sencilla, espontánea, normalmente fácil. Por desgracia, es bastante frecuente
el ‘vivo’ que se pasa los semáforos, que se cuela en las filas de una oficina,
o que engaña a la hora de comprar o de vender. Esto ha ido gestando el
‘anticuerpo’ de ser más pícaros que los pícaros, pues quien ha sido alguna vez
engañado sabe lo mal que se siente. Con todo, nunca debemos anteponer nuestros
intereses a los derechos de los demás, aunque tengamos que esperar dos horas
ante la ventanilla de una oficina.
*Quizá la justicia que más
anhelamos es la del puesto del trabajo. Los directivos (desde el propietario o
gerente de una empresa u oficina, hasta el capataz que controla cómo va el
trabajo diario) están obligados a respetar a sus empleados en todos sus
derechos. Pero también existe una justicia ‘de la base’.
Los obreros saben qué a gusto se
trabaja cuando los compañeros te respetan, arriman el hombro, llegan a tiempo y
te dan una mano cuando hay algún problema. Al revés, no hay peor vida laboral
que la que se sufre con compañeros que nos tratan de modo ofensivo, o te
calumnian para quedar bien con los jefes, o incluso se permiten bromas o golpes
bajos que son propios más de delincuentes que de personas dotadas de un mínimo
de honestidad.
Sería muy triste, por ejemplo,
que algún jefe sindical, de quien se esperaría una defensa decidida de los
demás obreros, usase amenazas más o menos evidentes para obligar a todos a
inscribirse al sindicato o a ir a la huelga cuando él quiere y no cuando la
huelga puede ser realmente útil y justa.
En la oficina las cosas son
parecidas. Entre empleado y empleado hay diferencias enormes. Gracias a Dios,
hay bastantes que llegan a tiempo, trabajan las horas establecidas, buscan ser
exactos en las cuentas o en los documentos, etc. Pero, no pocas veces, todo se
embrolla cuando uno se dedica a jugar con la computadora, otro a hacer sus
ventas de productos, otro a leer revistas amorosas o a navegar por internet, u
otro a poner de mal humor a los compañeros hasta con causas justas, en lugar de
poner toda la energía para el bien de la empresa, que en definitiva es el bien
de todos los trabajadores.
La justicia, por lo tanto, nos
toca a todos de muchas maneras y a muchos niveles. No pensemos sólo en lo que
deben hacer los señores que dirigen la Banca Mundial o las grandes empresas
multinacionales. De vez en cuando es bueno mirar a nuestro alrededor y ver si
debemos algo a alguien, si amamos en casa y si somos, en el trabajo, un poco más
honestos y leales con los compañeros.
Un mundo lleno de justicia sería,
para algunos, una utopía irrealizable. La verdad es que son muchos los hombres
y mujeres que saben ser honestos, justos, trabajadores, aunque a veces naveguen
en medio de las olas de la injusticia de los demás. Las utopías se hacen
realidad si alguno empieza. Se puede hacer mucho, si queremos y ponemos lo
mejor de nuestra parte.
Mons. Luis Urbanc
Obispo de Catamarca