11 de Septiembre
Estimados docentes (maestros y profesores):
Para nuestro quehacer
de cada día, en nuestra vocación de enseñar leemos en las obras de misericordia
espirituales: Enseñar al que no sabe; Dar buen consejo al que lo necesita;
Corregir al que se equivoca… son las tres primeras obras de misericordia, casi
como pensadas y dirigidas de manera especial a nosotros, que hemos puesto
nuestra vida en un niño, en un adolescente, en un joven, en un adulto, en
muchos que necesitan de un sí generoso y lleno de amor cada día para enseñar,
para dar amor en cada consejo, para dar todo de nosotros en este hermoso arte
de enseñar amando, y amando enseñar.
El Año Santo de la
Misericordia nos alerta en este piadoso ejercicio de cada día, de todos los
días: poner nuestras acciones de cada jornada en clave de misericordia.
“Hemos
deformado el instrumento de educar que es el amor -dice el presbítero José Álvarez,
presidente del Consejo Superior de Educación Católica (Consudec)- y lo suplimos
por exigencias que hacen fastidiosa la vida a nuestros alumnos,
generalizaciones que no tienen en cuenta las posibilidades y límites de cada
uno, las ofertas de premios, consideraciones, honores o calificaciones que
crean discordia, celos, envidias y marginación”. “Qué lejos estos criterios de
un amor verdadero en el que cada uno tiene su oportunidad según sus capacidades
y puede estar feliz con los dones que Dios le dio; donde los maestros descubren
un desafío en cada límite de sus alumnos y no un fastidio. Porque miramos al
otro como lo mira Dios”. He aquí la clave de toda acción hecha con
misericordia: mirar como nos mira Dios; tener esta misma mirada cada vez que me
acerco a un hermano para unirme a él en este acto de misericordia.
Que
nuestro trabajo cotidiano, nuestro renovado fervor de enseñar, no se vea
opacado por los conflictos humanos que experimentamos en nuestra carne diariamente,
al contrario, que nos dé fortaleza para no desfallecer en nuestra renovada
entrega vocacional. Que el desgano, la pereza, la desidia, no nos gane; por el
contrario, el pensar en quien me está esperando en el aula con sus ojitos
llenos de alegría o tristes, con sus travesuras, con sus picardías, con sus
conflictos de edad, con sus tristezas de ir creciendo, con sus conflictos de
familia, con tantas cosas que nuestros jóvenes llevan al aula, sean los
renovados desafíos que nos lleven a decir cada día: “Aquí estoy, porque me has
llamado, Señor, para hacer tu voluntad” (1 Sm 3,5)… y poder ayudar en la
transformación de una sociedad más justa y más fraterna; para hacer de nuestra
Patria la “Casa de todos”, para hacer de cada hombre y de cada mujer los
protagonistas de una renovada Argentina que quiere “levantarse para cantar” un
renovado canto de amor y esperanza para todos.
Feliz y
bendecido día para todos.
Que
nuestra Madre del Valle nos acompañe, y que su ejemplo de ir a ayudar a su
prima Isabel, sea el motorcito espiritual que nos haga descubrir las pobrezas
del que más nos necesita.
Mons. Luis Urbanč
8° Obispo de Catamarca
Año Diocesano del Compromiso Cívico y Social
Bicentenario de la Declaración de la
Independencia de la Patria
Año Jubilar de la Misericordia