Nos dirigimos a todos los protagonistas de la misión educativa: alumnos, docentes, directivos, padres de familia, gremios y autoridades, ante la inminencia del inicio de un nuevo ciclo escolar.
En primer lugar, como Iglesia, queremos expresar a los
docentes, alumnos y familias nuestra cercanía y agradecimiento. No sólo hacia
los que concurren a nuestros centros educativos sino a todos en general por la
entrega generosa y sacrificada en la tarea educativa.
El pasado año 2020 ha sido un periodo excepcional y
totalmente atípico que ha reclamado un gran esfuerzo creativo y de adaptación
frente a la pandemia del covid-19. Este año se presenta de un modo, aún
incierto, dado que el tema sanitario aún no está resuelto, lo que conlleva
varias dificultades, pero que no deben quitarnos el entusiasmo y la vocación
para educar.
Deseamos vivamente que se pueda retornar a las escuelas del
mejor modo posible, y teniendo en cuenta todas las medidas de orden sanitario y
de adecuación edilicia, de horarios y turnos etcétera.
La presencialidad es, objetivamente, el modo más adecuado
para educar. Animamos a las autoridades a implementar todo lo necesario para
que esto se pueda dar en las mejores condiciones. Lo necesitan los alumnos, los
necesitan las familias, lo necesitan los educadores.
Es necesaria también una continuidad en el proceso educativo
y de enseñanza-aprendizaje. Sabemos que el año pasado muchos alumnos perdieron
la continuidad por carencia de medios tecnológicos, o por condiciones socio-
económicas, entre otras causas. Pensamos en los sectores más vulnerables de la
sociedad. Ellos, más que nadie, necesitan de la Escuela, y que no se vea
interrumpido su proceso formativo. Retomar un camino interrumpido no significa
recomenzar desde donde se dejó, sino que implica volver hacia atrás para poder
retomar el camino. Creemos que es decisivo, y más después de un ciclo como el
del pasado año, que se pueda garantizar la continuidad del proceso educativo
sin que haya interrupciones que no sean debidas a la situación sanitaria.
Es necesaria la escuela con los alumnos y docentes presentes
para garantizar un adecuado proceso de socialización. Las virtudes sociales como
la solidaridad, el respeto por el otro, la paciencia, la tolerancia, el saber
compartir, necesita de un ámbito de encuentro de las personas. La escuela no sólo brinda conocimientos, sino
que forma personas que puedan integrarse plenamente en la vida de la sociedad.
Para garantizar la continuidad tanto del proceso de
instrucción, como el de la adquisición de virtudes sociales es necesario que
los docentes sean remunerados acorde con la alta responsabilidad que significa
ser “maestros” y tengan las condiciones adecuadas para el ejercicio de su
vocación. Deseamos que las autoridades públicas hagan los mayores esfuerzos en
este sentido, y así los docentes puedan ofrecer a los alumnos, especialmente a
los más carenciados, una educación acorde con su dignidad.
La realidad se presenta ardua, difícil; ella hace emerger y
esclarecer nuestra talla humana. Pongamos los mejores esfuerzos en esta gran
misión que es la educación; lo merecen nuestros niños y jóvenes. No nos dejemos
robar la esperanza; frente a las dificultades hagamos salir de nosotros mismos
lo mejor, no nos arrepentiremos del sacrificio que conlleva la tarea educativa,
el bien que se hace a los educandos cuando un maestro o una maestra dedican su
tiempo, su energía, su creatividad, su amor para educar es incalculable, lo
testimonian tantos maestros cuando se encuentran con sus ex alumnos que les
agradecen lo que por ellos hicieron cuando eran niños o jóvenes.
A todos los protagonistas de la gesta educativa (auténtica
gesta nacional) los encomendamos a la protección de Nuestro Señor Jesucristo y
a la intercesión de nuestra Madre, la Virgen de Luján patrona de los
argentinos.
Comisión Episcopal de Educación
Conferencia Episcopal Argentina