Saludo en el Día del Maestro
A las Maestras y Maestros de Catamarca:
Permítanme
como pastor de la Diócesis de Catamarca saludarlos en su día y así homenajear a
quienes dieron años de su vida en mi formación humana y cristiana. Sólo Dios
podrá recompensarlos por cuanto hicieron para ayudar a mis padres en esta delicadísima
faceta del crecimiento humano.
Como
reconocimiento de tan noble labor les comparto una reflexión acerca de lo que
incumbe a un docente, más aún si se profesa cristiano.
El
educador cristiano es aquel que ejercita su servicio educativo viviendo desde
la fe su vocación secular en la estructura comunitaria de la escuela, con la
mayor calidad profesional posible y con una proyección apostólica de esa fe en
la formación integral del hombre, en la comunicación de la cultura, en la
práctica de una pedagogía de contacto directo y personal con el alumno y en la
animación espiritual de la comunidad educativa a la que pertenece.
Lo
primero, que ha de hacer el educador que quiere vivir de veras su fe es
alcanzar una sólida formación profesional,
que en este caso abarca un amplio abanico de competencias, culturales,
psicológicas y pedagógicas, sin escatimar esfuerzos de sólida actualización.
Lo
segundo, una profunda convicción de fe para
poder ofrecer respuestas al educando sobre el sentido último del hombre, de la
vida humana, de la historia y del mundo, tal como las ofrece la Revelación
cristiana, pero con el más exquisito respeto de la conciencia del alumno.
Lo
tercero, haber conseguido personalmente la síntesis
entre fe y cultura. En efecto, la comunicación orgánica, crítica y
valorativa de la cultura comporta, evidentemente, una trasmisión de verdades y
saberes y en ese aspecto el educador estará siempre atento a abrir el diálogo
entre fe y cultura, propiciando a ese nivel la debida síntesis interior del
educando.
En
cuarto lugar, ofrecer a los educandos una escala
de valores que brote de una auténtica antropología cristiana, para orientar
la conciencia de los mismos a la trascendencia y disponerlos así a acoger la
verdad revelada.
No
les quepa la menor duda que cuanto más vivan el modelo de persona que presentan
como ideal , tanto más será creíble y asequible. El testimonio
de vida de cada
uno de ustedes es indelegable.
Como educadores
no deben soslayar la necesidad de compañía y guía
que el alumno tiene en su crecimiento, y la ayuda que precisa para superar sus
dudas y desorientaciones. Tienen que dosificar con prudente realismo la
cercanía y la distancia: *cercanía,
porque sin ella carece de base la relación personal; *distancia, porque el educando tiene que ir afirmando su propia
personalidad sin que se vea disminuida su libertad.
La tarea de
ustedes no puede reducirse a mera profesionalidad. Vivan su labor como una gran
vocación, que por su misma naturaleza
laical, tendrá que conjugar el desinterés y la generosidad, con los deberes y
derechos propios de todo ser humano.
En nuestro mundo
pluralista y secularizado, la única presencia de la Iglesia en escuelas
estatales y con diversas orientaciones ideológicas se realiza por medio de cada
uno de ustedes; de allí que han de ingeniarse cómo impartir los contenidos
curriculares desde la óptica de la fe cristiana, de acuerdo con las
posibilidades de la materia y las circunstancias del alumno y de la escuela.
Para concluir, sintetizo
así: “el educador, coherente con su fe, debe ser el espejo viviente en donde
todos y cada uno de los miembros de la comunidad educativa puedan ver reflejada
la imagen del discípulo de Cristo, por su seriedad profesional, por su apoyo a
la verdad, a la justicia y a la libertad, por la apertura de miras y su
habitual actitud de servicio, por su entrega personal a los alumnos, por su fraterna
solidaridad con todos y por su íntegra vida moral en todos los aspectos”.
La Santísima
Virgen del Valle, madre y maestra, los cubra con su manto.
Mons.
Luis Urbanc
Obispo
de Catamarca
Pbro.
Juan R. Cabrera
Delegado
Episcopal para la Educación