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11 septiembre 2012


Saludo en el Día del Maestro

A las Maestras y Maestros de Catamarca:
                                                                         Permítanme como pastor de la Diócesis de Catamarca saludarlos en su día y así homenajear a quienes dieron años de su vida en mi formación humana y cristiana. Sólo Dios podrá recompensarlos por cuanto hicieron para ayudar a mis padres en esta delicadísima faceta del crecimiento humano.
         Como reconocimiento de tan noble labor les comparto una reflexión acerca de lo que incumbe a un docente, más aún si se profesa cristiano.
        
         El educador cristiano es aquel que ejercita su servicio educativo viviendo desde la fe su vocación secular en la estructura comunitaria de la escuela, con la mayor calidad profesional posible y con una proyección apostólica de esa fe en la formación integral del hombre, en la comunicación de la cultura, en la práctica de una pedagogía de contacto directo y personal con el alumno y en la animación espiritual de la comunidad educativa a la que pertenece.
         Lo primero, que ha de hacer el educador que quiere vivir de veras su fe es alcanzar una sólida formación profesional, que en este caso abarca un amplio abanico de competencias, culturales, psicológicas y pedagógicas, sin escatimar esfuerzos de sólida actualización.
         Lo segundo, una profunda convicción de fe para poder ofrecer respuestas al educando sobre el sentido último del hombre, de la vida humana, de la historia y del mundo, tal como las ofrece la Revelación cristiana, pero con el más exquisito respeto de la conciencia del alumno.
         Lo tercero, haber conseguido personalmente la síntesis entre fe y cultura. En efecto, la comunicación orgánica, crítica y valorativa de la cultura comporta, evidentemente, una trasmisión de verdades y saberes y en ese aspecto el educador estará siempre atento a abrir el diálogo entre fe y cultura, propiciando a ese nivel la debida síntesis interior del educando.
         En cuarto lugar, ofrecer a los educandos una escala de valores que brote de una auténtica antropología cristiana, para orientar la conciencia de los mismos a la trascendencia y disponerlos así a acoger la verdad revelada.

         No les quepa la menor duda que cuanto más vivan el modelo de persona que presentan como ideal , tanto más será creíble y asequible. El testimonio de vida de cada uno de ustedes es indelegable.
         Como educadores no deben soslayar la necesidad de compañía y guía que el alumno tiene en su crecimiento, y la ayuda que precisa para superar sus dudas y desorientaciones. Tienen que dosificar con prudente realismo la cercanía y la distancia: *cercanía, porque sin ella carece de base la relación personal; *distancia, porque el educando tiene que ir afirmando su propia personalidad sin que se vea disminuida su libertad.
La tarea de ustedes no puede reducirse a mera profesionalidad. Vivan su labor como una gran vocación, que por su misma naturaleza laical, tendrá que conjugar el desinterés y la generosidad, con los deberes y derechos propios de todo ser humano.
En nuestro mundo pluralista y secularizado, la única presencia de la Iglesia en escuelas estatales y con diversas orientaciones ideológicas se realiza por medio de cada uno de ustedes; de allí que han de ingeniarse cómo impartir los contenidos curriculares desde la óptica de la fe cristiana, de acuerdo con las posibilidades de la materia y las circunstancias del alumno y de la escuela.
Para concluir, sintetizo así: “el educador, coherente con su fe, debe ser el espejo viviente en donde todos y cada uno de los miembros de la comunidad educativa puedan ver reflejada la imagen del discípulo de Cristo, por su seriedad profesional, por su apoyo a la verdad, a la justicia y a la libertad, por la apertura de miras y su habitual actitud de servicio, por su entrega personal a los alumnos, por su fraterna solidaridad con todos y por su íntegra vida moral en todos los aspectos”.
La Santísima Virgen del Valle, madre y maestra, los cubra con su manto.

                                                                               Mons. Luis Urbanc
                                                                             Obispo de Catamarca


                                                                           Pbro. Juan R. Cabrera
                                                       Delegado Episcopal para la Educación