Camino a la Beatificación

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30 noviembre 2014

Los medios de comunicación social rindieron su homenaje a la Virgen

El sábado 29 de noviembre, durante el primer día del novenario, representantes de distintos medios de comunicación social locales, voluntarios de Radio María y Comunicadores de María del Santuario, e integrantes del Equipo de Pastoral de las Comunicaciones, tributaron su homenaje a la Madre del Valle.
Como ocurre en cada festividad mariana, los participantes de la ceremonia de este sector de la sociedad ingresaron procesionalmente, guiaron la Santa Misa, proclamaron la Palabra de Dios, elevaron las súplicas al Padre en la Oración de los Fieles y acercaron al altar las ofrendas particulares de cada medio de comunicación social, como también el pan y el vino para preparar la mesa eucarística.
La misa fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada  por el Rector del Santuario Mariano, Pbro. José Antonio Díaz.
Durante su homilía, Mons. Urbanc se refirió al origen del Adviento, “tiempo de espera gozosa de la fiesta de Navidad, que orienta a los cristianos hacia el retorno glorioso del Señor al fin del mundo”, dijo.

Tomando como eje de su reflexión el texto del Evangelio leído, expresó que “si entre la primera venida y la definitiva nos dejamos moldear por Dios, por sus designios, como el barro es moldeado por el alfarero, estaremos poniendo en práctica lo que nos exige el Evangelio de hoy: ‘Velen y estén preparados, porque no saben a qué hora va a regresar el dueño de la casa’ (Mc 13,33-37)”.
“No sólo en estas lecturas, sino a lo largo de toda la Biblia, el Señor pide insistentemente estar atentos a su venida y preparados para recibirlo cuando venga como Justo Juez. Este llamado es aún más insistente durante el tiempo de Adviento, ya que nos estamos preparando para conmemorar en Navidad la primera venida de Jesús, cuando Dios se hizo hombre y nació en un momento preciso de nuestra historia y también en un sitio preciso de nuestra tierra”, indicó.  



El valor de los Sacramentos
En otro tramo de su predicación, el pastor diocesano afirmó que “la presencia de Cristo en este tiempo intermedio entre su estadía histórica en medio de nosotros y su próxima venida gloriosa, se da en nosotros por medio de su Gracia, que Él derrama, sobre todo, por medio de los Sacramentos, que son canales especiales por medio de los que Cristo se hace presente. También se hace presente con su Palabra, que debemos escucharla con docilidad, meditarla, enseñarla y poner en práctica. Además, se nos hace presente en la
oración, tanto personal como comunitaria, con inspiraciones e impulsos interiores originados por el Espíritu Santo. Y todo esto cobra particular importancia cuando animamos nuestra fe por medio de una caridad viva y operante (cf. Gál 5,6)”. 

TEXTO COMPLETO DE LA HOMILIA

Queridos Devotos y Peregrinos:
                                                                 En este primer día de la novena se nos propone fijar la atención en el lema de nuestro blasón mariano: ‘María, Esperanza nuestra’, que nos pone en sintonía con el tiempo litúrgico del Adviento que estamos iniciando, en la espera de la gloriosa manifestación de Nuestro Señor Jesucristo, incoada y garantizada en el acontecimiento de su humilde primera venida, que celebraremos en la Navidad.
Participan en esta Eucaristía, hermanos que trabajan en los medios de comunicación, tanto estatales como privados. También quienes colaboran en la Pastoral Diocesana de la Comunicación… ¡Bienvenidos!

Hoy comenzamos un nuevo Año Litúrgico, y éste comienza siempre con el Adviento; corresponde el ciclo B. Recordemos que la Iglesia ha ordenado las Lecturas de los Domingos en tres ciclos: A, B y C, de manera que cada uno se repite cada tres años. Es así como en tres años de Lecturas dominicales, los fieles cristianos podemos tener una idea bastante completa de la historia de la salvación contenida en la Sagrada Escritura.
‘Adviento’, del latín ‘adventus’, es una voz cristiana de origen pagano.
En el culto pagano, ‘adviento’, indicaba la venida anual de la divinidad a su templo para visitar a sus fieles. Visita que se realizaba por medio de una estatua, la cual, según se creía, tenía tanta entidad como la divinidad misma, por lo que, según sus creencias religiosas, mientras permanecía la estatua estaba presente la divinidad en medio de la gente.
En los ámbitos cortesanos paganos, ‘adviento’ designaba la primera visita oficial de un personaje importante a algún lugar. Como, por ejemplo, el ‘adviento de Nerón a Corinto’, para cuya conmemoración se acuñaron monedas que, a la fecha, testimonian esta práctica.
En los primeros siglos del cristianismo el término se empleó para designar la venida de Cristo entre los hombres, hablándose de un doble ‘adviento’: uno “según la carne”, que ya ocurrió en la Encarnación; otro “glorioso”, que acaecerá al fin del mundo.
Según parece, al inicio del cristianismo, el tiempo del Adviento era una preparación para la Venida gloriosa del Señor al fin del mundo. Pero pronto la Navidad adquirió una importancia siempre creciente, por lo que el Adviento se concibió también como un tiempo de preparación para la Navidad. Por ello, el Adviento es un tiempo de espera gozosa de la fiesta de Navidad, que orienta a los cristianos hacia el retorno glorioso del Señor al fin del mundo.
Estas cuatro semanas contienen dos etapas: la primera va desde el primer domingo hasta el 16 de diciembre; la segunda comienza el 17 de diciembre y se extiende hasta el 24 del mismo mes. La primera etapa se celebra de cara a la segunda venida de Cristo. La segunda etapa es una preparación inmediata para la Navidad. Por su parte, las lecturas bíblicas son expresivas de esta doble orientación del sagrado tiempo del Adviento.
En la proclamación de la Palabra de Dios hemos oído la voz estremecida del profeta Isaías preguntándose acerca de la misteriosa permisión divina que posibilita el pecado del hombre. La súplica del salmista que pide ayuda al Señor para salir del pecado. La voz agradecida de San Pablo por los dones que el Señor dispensó a los cristianos de Corinto. Y la palabra de Jesús exhortándonos a la vigilancia en nuestra común espera de su venida.
El lamento de Isaías es una súplica llena de urgencia con la que quisiera -por así decirlo- adelantar la venida del Salvador: “Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia” (Is 63,19b).
Pero, por qué pide esto el profeta. Él mismo lo dice y, ojalá nosotros y todos los seres humanos lo comprendieran: “Tú vas al encuentro de los que practican la justicia y se acuerdan de tus caminos. Tú estás irritado porque nosotros hemos pecado. Desde siempre fuimos rebeldes contra ti. Nos hemos convertido en una cosa impura, toda nuestra justicia es como un trapo sucio. Nos hemos marchitado como el follaje y nuestras culpas nos arrastran como el viento. No hay uno que invoque tu Nombre y que despierte para aferrarse a ti, porque Tú nos ocultaste tu rostro y nos pusiste a merced de nuestras culpas. Pero Tú, Señor, eres nuestro Padre; nosotros somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos! No te irrites, Señor, hasta el exceso, no te acuerdes para siempre de las culpas. ¡Mira que todos nosotros somos tu Pueblo!” (Is 64,4-8).
Ese anhelo, ese grito de los profetas y santos del Antiguo Testamento ya fue satisfecho, pues esa primera venida del Hijo de Dios -su venida histórica- ya tuvo lugar hace más de dos mil años.  En efecto, Jesús nació, vivió, sufrió, murió y resucitó en la tierra, en nuestra historia.  Y así ha salvado -ha rescatado- a la humanidad que se encontraba perdida en el pecado y, por ende, condenada a muerte eterna, es decir, condenación eterna.
Si la salvación esperada ya fue realizada por Cristo, vivamos de tal modo que nos sea provechosa la salvación ganada por Cristo a favor nuestro.
Luego de esa primera venida, la historia de toda la humanidad se dirige hacia la parusía, o sea, hacia la venida gloriosa de Cristo al fin del mundo. 
De allí que el clamor por el Mesías contenido en el Antiguo Testamento, lo intuimos como vivo deseo de esa gloriosa y definitiva venida de Cristo. 
Por lógica, muchos de los textos bíblicos de este tiempo se referirán a este esperado acontecimiento…Tan esperado, que san Juan finaliza el libro del  Apocalipsis   con este clamor de toda la Iglesia (la esposa) unida a Dios (el Espíritu): “El Espíritu y su esposa dicen: ‘Ven’. El que da fe de estas palabras dice: ‘Sí, vengo pronto’.  Así sea: Ven, Señor Jesús” (Ap 22,17.20).  
Mientras estamos a la espera de ese advenimiento tan importante -el más importante de la historia de la humanidad- la acogida de Cristo debe irse preparando en el corazón de cada persona.
¿Cómo podemos ir preparando esa venida del Señor a nuestro corazón? 
La presencia de Cristo en este tiempo intermedio entre su estadía histórica en medio de nosotros y su próxima venida gloriosa, se da en nosotros por medio de su Gracia. Su Gracia que Él derrama, sobre todo, por medio de los Sacramentos, que son canales especiales por medio de los que Cristo se hace presente:
En el Bautismo nos borra el pecado original y da a cada bautizado su Gracia, que es su Vida misma y nos hace miembros de su Cuerpo Místico, la Iglesia. 
En la Confesión nos restaura la Gracia perdida por los pecados cometidos. 
En la Eucaristía está realmente presente, vivo, y se da a nosotros en forma de alimento para nuestra alma, fortaleciendo nuestra vida espiritual.
En la Confirmación nos ilumina, fortalece y anima con la acción del Espíritu Santo.
En la Santa Unción conforta, perdona y sana a los enfermos.
En el Orden Sagrado continúa ejerciendo su sacerdocio, magisterio y pastoreo.
En el Matrimonio sigue comprometiendo su amor esponsal por la Iglesia y el mundo.
También se hace presente con su Palabra, que debemos escucharla con docilidad, meditarla, enseñarla y poner en práctica.
Además, se nos hace presente en la oración, tanto personal como comunitaria, con inspiraciones e impulsos interiores originados por el Espíritu Santo. 
Y todo esto cobra particular importancia cuando animamos nuestra fe por medio de una caridad viva y operante (cf. Gál 5,6). 
En la medida en que dejamos que Cristo venga a nuestro corazón en cada una de estas formas para ser más semejantes a Él, no sólo nos preparamos a su venida gloriosa, sino que, de algún modo, la apresuramos.
Así pueden cumplirse en nosotros las palabras finales de la Lectura de Isaías: “Señor, Tú eres nuestro Padre; nosotros somos el barro y Tú el alfarero; todos somos hechura de tus manos”.  Esta frase recuerda también a una muy similar del Profeta Jeremías: “¡Miren! como el barro en manos del alfarero, así son en Mi Mano” (Jr 18,1-6).
Si entre la primera venida y la definitiva nos dejamos moldear por Dios, por sus designios, como el barro es moldeado por el alfarero, estaremos poniendo en práctica lo que nos exige el Evangelio de hoy: “Velen y estén preparados, porque no saben a qué hora va a regresar el dueño de la casa” (Mc 13,33-37).
No sólo en estas lecturas, sino a lo largo de toda la Biblia, el Señor pide insistentemente estar atentos a su venida y preparados para recibirlo cuando venga como Justo Juez. Este llamado es aún más insistente durante el tiempo de Adviento, ya que nos estamos preparando para conmemorar en Navidad la primera venida de Jesús, cuando Dios se hizo hombre y nació en un momento preciso de nuestra historia y también en un sitio preciso de nuestra tierra.  
Nos encontramos entre una y otra venida de Cristo.  La primera ya sucedió.  La segunda “no sabemos cuándo llegará el momento”.  Pero sabemos que llegará... De hecho, cada día que pasa es un día menos para su próxima venida.
Por eso el Señor nos recuerda ¡tantas veces! que estemos preparados, que velemos, porque no sabemos a qué hora regresa.  “¡Sí, vengo pronto!”… ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22,20).
“Velen”, dice Jesús, “y estén preparados”… Por tanto, vivamos en paz unos con otros, practiquemos la animación y corrección fraternas, acompañemos a los tímidos, sostengamos a los débiles, seamos pacientes con todos, cuidemos que nadie devuelva mal por mal, hagamos siempre el bien a toda persona, estemos siempre alegres en el Señor, oremos sin cesar y demos gracias a Dios en toda ocasión (cf. 1 Tes 5,13-18). Esto es lo que Dios quiere de nosotros en Cristo Jesús. Así estaremos bien preparados, sin temor, llenos de paz y verdadera alegría.
¡Nuestra Madre del Valle!   ¡Ruega por nosotros!