TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA DE MONS. LUIS URBANC
Domingo 29 de noviembre
Queridos devotos y peregrinos:
Como estamos concluyendo nuestro Año Mariano
Nacional, querría compartir con ustedes, al inicio de cada homilía, un
fragmento de la oración que rezamos a lo largo de este año.
“María, Madre del
Pueblo, esperanza nuestra, hermosa Virgen del Valle, ayúdanos a renovar nuestra
fe y nuestra alegría cristiana”.
En primer lugar,
reconocemos a la Virgen Inmaculada como Madre del Pueblo. En general, la gente
reconoce a la Virgen María como su Madre del Cielo, como su protectora e
intercesora, como ejemplo de vida creyente y como modelo de santidad.
En segundo lugar,
declaramos que nos sostiene en la esperanza de la vida eterna y en la
superación de nuestras crisis, inmadureces y crecimiento en la confianza y en
el amor de Dios.
Qué otro calificativo
podríamos usar para referirnos a Ella, que no sea hermosa. Con este adjetivo le
decimos que posee la belleza de los que agradan y sirven a Dios con todo su
ser, sin contradicciones. Le decimos que es agraciada porque es la Llena de
Gracia y porque concibió y dio a luz al Salvador del Mundo, y porque es la
Madre de la Iglesia y de la humanidad toda, sin distinción de raza, cultura,
religión o nación.
A Ella recurrimos
pidiéndole que nos renueve la fe y la confianza en Dios, de manera que gocemos
por siempre de la verdadera alegría, la que sólo puede infundir en el corazón
del hombre el Espíritu Santo.
Hoy, rinden su homenaje a
la Virgen Santa, hermanos que trabajan en los medios de comunicación. Ruego al
Señor y a la Virgen que ayuden con su delicada labor a que todos los bautizados
podamos estar despiertos y confiados, como nos lo propone la temática de la
novena para este día.
La Palabra de Dios que
hemos escuchado nos puede ayudar para iluminar la
actual situación de crisis y pecado.
El
texto del profeta Isaías 63,16-17.19; 64,2-7 nos invita a un profundo examen de
conciencia:
§ Somos
"duros
de corazón hasta dejar de temerte" (Is 63,17). Un
corazón duro es el que no procura comprender lo que ocurre, que se
enfrenta a la realidad desde sus ideas fijas, de su absoluta seguridad de que
tiene la verdad y los que no están de acuerdo son enemigos. Un corazón
duro es el que se encierra en sí mismo para que nada ni nadie le
hiera. Un corazón duro no se inmuta ante los que se amontonan
incontables en un puerto de nuestras Islas, ante los que se hunden en el mar
queriendo alcanzar nuestras costas, ante un personal sanitario desbordado por
no recibir los apoyos necesarios, ante los que tienen que quedarse en casa
solos por miedo o incapacidad física, o ante el abuso y maltrato de mujeres y
niños... Muchos se quejan también hoy de que ya no tenemos temor de Dios, es decir, respeto, amor y reverencia a Dios. Tememos a la
pobreza, a la falta de trabajo, a que quiebre nuestra empresa, al contagio del
virus, a no recibir a tiempo una vacuna, a la soledad, a la falta de prestigio,
a la crisis económica, a la muerte, etc., que nada tienen que ver con el don
del santo temor de Dios. Con todo, a la hora de los hechos, Dios se nos sigue
quedando muy lejos; nos parece que le da lo mismo que estemos bien o mal, por más
que le recemos u ofrezcamos novenarios y Misas. ¿Valdrá la pena tenerlo en
cuenta, si permanece tan callado? O sea que, nuestra dureza de corazón hace que
le ignoremos, que no le temamos en absoluto.
§ El miedo, la ira y el fracaso se
extienden (Is
63,178-19). Para muchos, el mundo no tiene
arreglo, no es posible la salvación. De modo que se conforman con el «sálvese
quien pueda». ¿Quién podrá frenar la concentración de recursos económicos y el
enriquecimiento de unos pocos a costa del sufrimiento de muchos? ¿Cómo
alcanzaremos la paz si sigue aumentando el comercio de armas? ¿Quién nivelará
los enormes desajustes y desigualdades del mundo y en cada país? ¿Quién nos
salvará de estos políticos que se empeñan en imponer sus ideologías a toda
costa, y conquistar gente que los vote, mientras la oposición se dedica al
ataque, al desgaste, al «frentismo», en vez de sentarse juntos y buscar
soluciones para los problemas reales y urgentes que nos afectan?
§ "Nuestra justicia está como un paño manchado, como follaje marchito"
(Is 64,5).
Sí, hermanos, nuestra justicia, tanto la institucional como la personal, están
corrompidas y manchadas. Todo se politiza, se judicializa, se publicita. Los
altos tribunales dependen en buena medida de los jueces que nombran los
políticos y de las simpatías y fobias que cada cual tenga. O los interminables
retrasos en los procesos, o leyes que favorecen sobre todo a los de siempre... ¡Cuántos
aprietes, chantajes, amiguismos, fondos reservados, etc., en quienes debieran
darnos ejemplo de honradez, objetividad, transparencia, abnegación, eficiencia,
etc!
§ "Nadie invoca tu nombre, ni se esfuerza por aferrarse a ti"
(Is 64, 6).
Parece comprensible que nos aferremos a muchas cosas, para al menos distraernos
de tal panorama: a nuestras compras, a nuestras series favoritas, a los chismes
de la farándula, a los realitys y concursos televisivos, a los novelones que
produce la prensa sin ética, etc. Nos aferramos como podemos a nuestros amigos
y familiares, a nuestros hobbies, a los pasatiempos, etc. Pero ¿cuántos se
esfuerzan por «agarrarse» a Dios y a preguntarse por su Voluntad? ¿Por intentar
colaborar con él, que anda empeñado en contar con nosotros para sacar este
mundo hacia delante?
Lo que Isaías
propone para su tiempo, tan similar al nuestro, nos puede servir:
• La más pesimista de las situaciones puede convertirse,
desde la fe, en una llamada a la esperanza, a la resistencia y al descarte de
lo que no nos sirve. La desesperanza, el pesimismo y el desánimo son
ausencia de Dios, porque suponen que todo depende de nosotros, y que no
habrá salida. Sin embargo, el profeta Isaías nos recuerda que siempre Dios
es un Padre fiel, (Is 64,7) y
que está presente en toda circunstancia. También lo hemos escuchado en la
segunda lectura: "Dios es fiel y nos sigue llamando a participar en la vida de
su Hijo" (1 Cor 1,9). Aunque acechen el pecado, las equivocaciones, los fracasos, el
desánimo, la desesperanza, la tristeza, etc., Dios sigue
siendo nuestro Padre. Por grandes que sean nuestros errores,
por mucho que nos hayamos alejado de Él, Dios no deja de ser lo que es: nuestro PADRE.
No podemos dejar de ser arcilla en sus manos, y Él nuestro alfarero (Is 64,7). Y él nos quiere seguir
remodelando. Nos toca a nosotros modificar o cambiar todo lo que vemos que no
ha funcionado. Por eso es posible la esperanza. La esperanza no se reduce
a encontrar una vacuna, que sería estupendo, sino en cambiar, mejorar y
responder mejor a su paterna voluntad, cooperando para que el mundo llegue a
ser como Él lo ha soñado para todos.
• Pero es necesario estar prevenidos, estar atentos, porque Dios está continuamente viniendo a nosotros.
Vino ayer, VIENE HOY y vendrá mañana (este es el sentido del Adviento). No
estamos abandonados en un mundo gris. En cualquier instante, llama a nuestra
puerta. Si nos quedamos dormidos, no lo oiremos; si salimos huyendo, si andamos
en otras cosas (desquiciados, deshumanizados, ideologizados, descontrolados,
etc.), no podrá encontrarnos. Sólo quien está en vela, puede descubrirle.
Pero ¿qué es estar en vela? Isaías nos lo ha aclarado: "Sales al
encuentro de los que practican la justicia y se acuerdan de tus caminos"
(Is
64,4). Está en vela quien practica la justicia (Parábola del Juicio
Final del pasado domingo). Y quien no lo hace, está dormido,
no se encuentra con el Dios que salva. Estar dormido es soñar con los ídolos,
esos que consuelan aletargando, ayudándonos a huir de la realidad y de nuestras
responsabilidades. Pero recordemos que «hemos sido enriquecidos con la Palabra de Dios y el conocimiento
de Jesucisto» (1 Cor 1,5). Así que mucho podemos hacer con la ayuda de Dios, porque Él es
"es
nuestro Padre y Redentor" (Is 63,16),
es decir, rescatador de esclavos y cautivos, de pozos, de prisiones, de
laberintos.... El creyente es aquel que, apoyado en Dios, es capaz de
vivir, resistir y salir de las mayores dificultades con esperanza.
• También es necesario Rezar, pues el que se duerme, deja de lado la oración.
Pero no cualquier oración. La oración que Jesús nos enseña se llama
"buscar la voluntad de Dios para nuestra vida". Ir dejando que la
Palabra de Dios cale, como la lluvia que cae sobre la tierra, haciendo fecundo
nuestro corazón reseco, nuestra vida estéril, nuestro mundo desesperanzado.
Es la oración que nos ayudará a ver el mundo con el corazón de Dios,
para ir poniendo ternura, misericordia, comprensión, alegría, esperanza,
solidaridad, justicia, paz allá donde no los haya. Es la oración que
seguirá dando valentía a tantos cooperantes y comprometidos con los Derechos de
los más desfavorecidos de la tierra, hasta el punto de jugarnos incluso la
vida; es la oración que hará surgir corazones generosos que quieran
poner toda su vida al servicio del Evangelio del Señor; es la oración que
nos ayudará a poner una palabra distinta en el mundo frío y competitivo y
anónimo del trabajo; una oración que nos impedirá dejarnos arrastrar
por la fiebre de comprar y comprar que se nos viene encima.
Por cierto, que «la Navidad», hacia la que nos encaminamos, no
necesita que nadie la salve. Necesitamos "salvarla" los
que nos sabemos creyentes y celebramos la continua presencia de Dios en
nuestras vidas. Porque Dios sigue rasgando el cielo y bajando a
nuestro suelo. Aunque estemos confinados o en cuarentena, o en la cama. Él
viene, viene siempre. Y es la oración que permita a nuestro Alfarero
irnos modelando como sólo Él sabe hacerlo, como hizo con la Sierva del Señor,
la santísima Virgen María, y con tantos santos y santas.
No nos volvamos aves de mal agüero, ni nos recluyamos en nuestras nimiedades,
porque nada se puede cambiar. El mundo está sediento de esperanza, quizás más
que nunca. Pero la esperanza no depende de nuestras manos, deseos, logros o
proyectos. La esperanza auténtica sólo nos viene de quien nos mantendrá
firmes hasta el final, de modo que nadie pueda acusarnos en el
tribunal de Jesucristo, de que vivimos dormidos, aletargados, descomprometidos
de este mundo que Dios ama.
Querida Madre del Valle, ayúdanos a estar despiertos, vigilantes y
a estar prevenidos. Danos el gustar de la oración asidua, perseverante y
fervorosa que nos permita tener una experiencia profunda del amor de Dios y,
así, poder abocarnos con generosidad a la misión de hacer presente y creíble el
Reinado de Dios en medio de nuestra sociedad humana. Y, sobre todo, que seamos
valientes custodios de toda vida que Dios nos regala.