El
jueves 14 de enero tuvo lugar el encuentro entre los miembros del Colegio
Sacerdotal Argentino de Roma y el Papa Francisco, con oportunidad de la visita
pastoral de los obispos de la Comisión Episcopal de Ministerios de la
Conferencia Episcopal (CEMIN). La cita fue en la Biblioteca del Palacio
Apostólico, donde se desarrolló un diálogo informal, cálido y profundo por más
de una hora entre el Obispo de Roma y los sacerdotes y obispos. De este
especial encuentro participó el sacerdote catamarqueño Lucas Segura, quien se halla
estudiando en Roma, y que antes de su partida a Europa prestaba su servicio
pastoral como Capellán Mayor en la Catedral Basílica del Santísimo Sacramento y
Santuario de Nuestra Señora del Valle.
En
esta oportunidad, el Padre Lucas depositó en las manos de Su Santidad un
presente
con la imagen de Nuestra Señora del Valle, Patrona de Catamarca, gesto
que el Santo Padre agradeció y retribuyó con la entrega de un Rosario bendecido
por él.
Este
acontecimiento fue recibido con gran alegría por familiares y amigos del Padre
Lucas Segura en Catamarca.
Desde
el Colegio Sacerdotal Argentino en Roma nos compartieron un relato de lo que
pasó en aquella jornada: “Sin discursos preliminares ni palabras formales,
después de los saludos y fotos de rigor se pasó directamente a una rica
conversación sobre distintos temas. El clima fue de sinceridad, llano e íntimo,
donde no faltaron el humor, las preguntas de tono más personal y un espíritu de
alegría y comunión.
El
punto de partida fue el Jubileo de la Misericordia recientemente iniciado en
todo el mundo. Francisco subrayó que la génesis de este evento extraordinario
venía de lo que él confiaba era una verdadera inspiración del Espíritu, nacida
en su oración personal y confirmada en el diálogo con algunos de sus
consejeros. Al mismo tiempo resaltó que era una profundización del camino ya
marcado por Pablo VI y acentuado luego por Juan Pablo II con su encíclica Dives in Misericordia, la canonización
de Faustina Kowalska, la institución de la fiesta de la Divina Misericordia en
el segundo domingo de Pascua y otras opciones suyas.
Confesores, instrumentos de la misericordia
Como
es habitual en Francisco, la mirada universal descendió a cuestiones pastorales
sumamente concretas, particularmente la preocupación por el ministerio de la
Reconciliación. Insistió en la necesidad de confesores con profunda conciencia
de ser instrumento de la misericordia, humanamente sanos y dispuestos a recibir
en todo momento al penitente, que siempre debe llevarse en el corazón la
experiencia de ser acogido aún en los casos en los que por diversos motivos no
pueda recibir la absolución. En una palabra, el Papa afirmó que el confesor
está llamado a ser un verdadero padre en el encuentro sacramental.
Las
preguntas de los integrantes del Colegio estuvieron dirigidas a la vida de los
sacerdotes, y hacia la misión que los espera al regresar a sus diócesis al
finalizar su tiempo de estudios en la Ciudad Eterna. El Papa destacó que lo
central era “ser Pastores” allí donde estén y en las tareas que les toque
desempeñar, sea en la actividad académica, los seminarios o tribunales donde
ejerzan su ministerio. Recordó el núcleo del ministerio
apostólico del libro de
los Hechos, válido también para los presbíteros: “la oración y el anuncio de la
Palabra” (cf. Hch. 6, 4).
Afecto y oración de la gente de las distintas diócesis
Los
sacerdotes le manifestaron el afecto y la oración de la gente de sus
respectivas diócesis y de todos los que querían hacerle llegar su saludo al
Papa. Francisco agradeció el gesto y expresó, como suele hacer, lo mucho que
necesitaba la oración de todos y lo bien que le hacía el contacto cotidiano con
la gente, hoy especialmente en las misas que celebra casi diariamente en Santa
Marta. Afirmó que “estar con la gente me hace bien”. Charlando sobre las
numerosas responsabilidades y desafíos que tiene que enfrentar diariamente,
manifestó estar siempre “en paz”, una paz que lo ha acompañado desde el día de
su elección y nunca lo ha abandonado en medio de las dificultades, logros,
dolores y alegrías cotidianos en el ejercicio de su servicio apostólico. “Estoy
en las manos de Dios” fue una de sus últimas frases antes de concluir un
encuentro verdaderamente familiar y amistoso”.