El Relativismo
Cuando uno dice que es muy difícil o
casi imposible saber lo que es verdad o mentira, o lo que es bueno o malo,
porque asegura que ‘todo es relativo’,
adopta una cómoda postura en la que apenas necesita argumentar nada. Elude
cualquier debate o discusión seria, porque niega su presupuesto.
Por eso decía Wittgenstein que es como
un boxeador que nunca sube al ring. En vez de subir al ring, lo que suele hacer
en la práctica es meter de carambola, en un descuido retórico, su propia verdad
y su propio concepto de bien. Porque también él guarda muchas certezas, aunque
quizá no las advierta por estar demasiado ocupado en acusar a los demás de
dogmatismo. Lo que el relativista suele mirar con sospecha no son las certezas,
sino más bien las certezas de los demás.
¿Se
dejaría operar por un cirujano si no estuviera seguro/a de su competencia? ¿Se
subiría a un avión de una compañía aérea que manifestara incertidumbres sobre
la seguridad del vuelo? Todo hombre, por naturaleza, busca siempre certezas.
Según
Christopher Derrick, la apoteosis del relativismo puede deberse a esa impresión
-vaga, pero persuasiva- de que expresar duda es un signo de ‘modestia y de
democracia’, mientras que hablar de certidumbres se considera algo ‘dogmático y
casi dictatorial’.
Sin
embargo, el relativismo no puede llevarse hasta sus últimas consecuencias. Por
eso Ortega decía que el relativismo es una teoría suicida, pues cuando se
aplica a sí misma, se mata. La mayoría de las veces, el relativismo es una
especie de pose académica, una cómoda evasión de la realidad.
Mons. Luis Urbanc
8° Obispo de Catamarca