Una Misa Crismal distinta
seguida por miles de fieles desde sus
hogares
El
Obispo pidió a los laicos que “no se cansen de rezar por sus sacerdotes” y a la
Santísima Virgen del Valle que “nos siga protegiendo, motivando nuestro ser y
quehacer sacerdotal”.
Durante
la mañana del Miércoles Santo, 8 de abril, se realizó la Misa Crismal,
presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, en el Altar Mayor de la
Catedral Basílica y Santuario de Nuestra Señora del Valle.
La
Eucaristía, que suele reunir a todos los sacerdotes de Diócesis de Catamarca, en
esta ocasión, fue concelebrada por un puñado de ellos, debido al aislamiento
social obligatorio dispuesto a raíz de la pandemia.
En
el transcurso de la misma, se consagró el Santo Crisma y se bendijeron los
otros óleos sagrados; mientras que la renovación de las promesas sacerdotales,
propias de esta Eucaristía, fueron dejadas para cuando la situación sanitaria
lo permita.
Los
fieles pudieron seguir la celebración eucarística desde sus hogares a través de las redes sociales, youtube y la
transmisión de la TV Pública Catamarca.
Luego
de dirigirse a sus hermanos sacerdotes del clero local, en la homilía, Mons.
Urbanc hizo un breve comentario de las lecturas proclamadas en la Santa Misa. Luego
pasó a meditar “la sustanciosa y muy realista reflexión que hizo el Papa
Francisco, el 27 de febrero, durante la liturgia penitencial con su clero de
Roma, en la Basílica de San Juan de Letrán”.
Nuestro
Obispo manifestó: “me pareció providencial la meditación del Papa Francisco,
quien nos quiere hacer tomar conciencia «de
un enemigo sutil -la amargura- que encuentra muchas maneras para camuflarse y
esconderse, y como un parásito nos roba lentamente la alegría de la vocación a
la que un día fuimos llamados»”.
Seguidamente
continuó citando al Sumo Pontífice: “«Mirar
nuestras amarguras cara a cara y enfrentarlas nos hace entrar en contacto con
nuestra humanidad, con nuestra bendita humanidad. Y recordar así que, como
sacerdotes, no estamos llamados a ser omnipotentes, sino hombres pecadores
perdonados y enviados. Dejemos que también estas “amarguras” nos muestren el
camino hacia una mayor adoración al Padre y nos
ayuden a experimentar de nuevo
la fuerza de su unción misericordiosa»”.
Después
de reproducir textualmente las causas de la amargura, señaladas por el Santo
Padre en aquella celebración, Mons. Urbanc pidió a la Santísima Virgen del
Valle que “nos siga protegiendo, motivando nuestro ser y quehacer sacerdotal,
fortaleciendo a nuestros sacerdotes ancianos, enfermos y en dificultad,
animando a nuestros seminaristas y suscitando muchas y santas vocaciones”.
Y
cerró su predicación pidiendo: “Y a todos ustedes, queridos laicos y personas
consagradas, no se cansen de rezar por sus sacerdotes para que Dios no nos deje
caer en la tentación y nos libre del mal”.
Seguidamente,
se llevó a cabo la ceremonia de consagración del Santo Crisma y la bendición de
los restantes óleos o aceites, que luego serán distribuidos por los Decanos en
las distintas comunidades parroquiales de la jurisdicción diocesana, para ser
usados en la administración de los sacramentos.
A
los pies de la Madre del Valle, los sacerdotes rezaron la Oración del Año
Mariano Nacional, por los 400 años de su presencia en Catamarca.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos
hermanos Presbíteros:
Hoy
nos congregamos algunos sacerdotes del Presbiterio de la Diócesis de Catamarca
en nuestra Catedral-Basílica y Santuario de Nuestra Señora del Valle, para
celebrar la Misa Crismal, de manera que, como todos los años, cuanto antes, en
todas las comunidades puedan contar con los nuevos óleos para ungir a los
niños, jóvenes, adultos y enfermos.
Todas las iglesias particulares del NOA,
creo, han postergado por tiempo indefinido esta celebración. Demos gracias a
Dios que lo podemos hacer. No obstante, la renovación de las promesas
sacerdotales, propias de esta Eucaristía, la dejamos para más adelante, podría
ser, con ocasión de nuestros ejercicios espirituales anuales, justo el jueves
de la memoria de Jesús, sumo y eterno sacerdote, bajo cuyo patrocinio pusimos a
la capilla de Emaús.
Haré
primero un breve comentario a las lecturas que acabamos de escuchar y luego,
casi literalmente, quiero meditar con todos ustedes la sustanciosa y muy
realista reflexión que hizo el Papa Francisco, el 27-2-2020, durante la
liturgia penitencial con su clero de Roma, en la basílica de san Juan de
Letrán.
El
breve texto del Evangelio es clave, porque nos ubica en la misión de Jesús, y
por ende, nuestra misión, pues Él nos eligió y consagró para eso.
1.-
Se trata exactamente de una cita de Is 61,1-2a: «El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a
proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en
libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor».Que no es
todo lo que anunció el profeta, ya que Jesús, adrede, concluye la lectura con
lo que el texto propone de esperanzador y consolador, ya que en esto consistirá
toda su misión terrena, y que sellará con su Pasión, Muerte y Resurrección… ¡No perdamos de vista este matiz fundamental!
Es
muy interesante destacar que el texto de Isaías ya insinúa el doble sacerdocio
que Jesús conferirá a su
Cuerpo Místico, La Iglesia: el ‘común’ y el
‘ministerial’, al afirmar en el versículo 6ab: “Ustedes serán llamados «Sacerdotes del Señor», y «Ministros
de nuestro Dios»” (Is 61,6ab).
Sí,
querido hermano, cada uno de nosotros debe hacer presente a “Jesucristo,el
testigo fiel,el primogénito de entre los muertos,el príncipe de los reyes de la
tierra, el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el
todopoderoso, que nos ama, que nos ha librado de nuestros pecados con su
sangre, y que nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre” (Ap
1,5-6.8).
2.-
Como el Jueves Santo celebramos la institución del Sacerdocio Ministerial,
necesitamos mirar más a fondo el misterio que somos para nosotros mismos, para
toda la Iglesia y para la humanidad.
De
allí que me pareció providencial la meditación del Papa Francisco, quien nos
quiere hacer tomar conciencia “de un enemigo sutil (la amargura)que encuentra
muchas maneras para camuflarse y esconderse, y como un parásito nos roba
lentamente la alegría de la vocación a la que un día fuimos llamados”.
Esto
provoca en nosotros amargura, y el Papa la relaciona con tres causas, entre
muchas otras: con la fe, el obispo y los hermanos.
“Mirar
nuestras amarguras cara a cara y enfrentarlas nos hace entrar en contacto con
nuestra humanidad, con nuestra bendita humanidad. Y recordar así que, como
sacerdotes, no estamos llamados a ser omnipotentes, sino hombres pecadores
perdonados y enviados. Dejemos que también estas “amarguras” nos muestren el
camino hacia una mayor adoración al Padre y nos ayuden a experimentar de nuevo
la fuerza de su unción misericordiosa”.
1.-
“Primera causa de amargura: problemas con la fe. “Creíamos que era Él”, se
decían uno al otro los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,21). Una esperanza
defraudada está en la raíz de su amargura. Pero, pensemos: ¿es el Señor quien
nos ha defraudado, o hemos confundido la esperanza con nuestras expectativas?
La esperanza cristiana en realidad no defrauda y no falla.Esperar no es
convencerse de que las cosas mejorarán, sino de que todo lo que sucede tiene
sentido a la luz de la Pascua. Pero para esperar cristianamente uno debe vivir
una vida de oración sustanciosa. Es allí donde se aprende a distinguir entre
las expectativas y las esperanzas.
¿Cuál
es la diferencia entre expectativa y esperanza? La expectativa nace cuando nos
pasamos la vida, tratando de salvarnos la vida: nos afanamos buscando
seguridad, recompensas, progresos... Cuando recibimos lo que queremos casi
sentimos que nunca moriremos, que siempre será así. Porque el punto de
referencia somos nosotros. La esperanza, en cambio, es algo que nace en el
corazón cuando decidimos no defendernos más. Cuando reconozco mis límites, y
que no todo comienza y termina conmigo, entonces reconozco la importancia de la
confianza. La clave de todo está en un movimiento doble y simultáneo:
desconfiar de uno mismo, y confiar en Dios.La esperanza se asienta en una
alianza: Dios me ha hablado y me ha prometido el día de mi ordenación que la
mía será una vida plena, con la plenitud y el sabor de las Bienaventuranzas;
ciertamente trabajosa —como la de todos los hombres— pero hermosa. Mi vida es
gustosa si es como Pascua, no si las cosas van como yo dispongo”.
2.-“Segunda
causa de amargura: problemas con el obispo. No quiero caer en la retórica ni
buscar el chivo expiatorio, ni tampoco quiero defenderme o defender a los de mi
ámbito. El estereotipo de que los superiores
tienen la culpa de todo ya no
vale. Todos tenemos carencias en lo pequeño y en lo grande. Es cierto que mucha
amargura en la vida del sacerdote se debe a las omisiones de los pastores. *En
primer lugar, una cierta deriva autoritaria suave: no se aceptan entre nosotros
los que piensan de una forma diferente. Por una palabra se pasa a la categoría
de los que reman en contra, por una “objeción” se es clasificado entre los
descontentos. El culto de las iniciativas está reemplazando lo esencial: una
sola fe, un solo bautismo, un solo Dios Padre de todos. *Un segundo motivo de
amargura proviene de una “pérdida” en el ministerio de los pastores: sofocados
por los problemas de gestión y las emergencias de personal, corremos el riesgo
de descuidar el deber de enseñar. El obispo es el maestro de la fe, del recto
creer y del recto sentir en el Espíritu Santo. Transmitir no las creencias
personales sino la sabiduría evangélica. ¿Quién es el catequista de ese
discípulo permanente que es el sacerdote? ¡El obispo, por supuesto! Se podría
objetar que los sacerdotes no suelen querer ser instruidos por los obispos. Y
es verdad. Pero eso no es una buena razón para renunciar al munus. El santo
pueblo de Dios tiene derecho a tener sacerdotes que enseñen a creer; y los
diáconos y sacerdotes tienen derecho a tener un obispo que a su vez les enseñe
a creer y a esperar en el Único Maestro, Camino, Verdad y Vida, que inflame su
fe. Como sacerdote no quiero que el obispo me contente, sino que me ayude a
creer. ¡Quisiera poder fundar en él mi esperanza teológica!
Tercera
causa de amargura: los problemas entre nosotros. El presbítero ha sufrido en
los últimos años los golpes de los escándalos, financieros y sexuales. La
sospecha ha hecho drásticamente más frías y formales las relaciones; ya no se
disfruta de los dones de los demás; por el contrario, parece que sea una misión
destruir, minimizar, sembrar sospechas. La Esposa de Cristo es y sigue siendo
el campo donde crecen hasta la parusía el trigo y la cizaña. Cabe que caigamos
en la cuenta que ¡hay más “comunidad”, pero menos comunión!Aquí el drama es el
aislamiento, que es algo diferente de la soledad. Un aislamiento como inherente
al alma del sacerdote. Comienzo con el aislamiento más profundo y luego hablaré
de su forma más visible.
*Aislados
de la gracia: Rozados por el secularismo ya no creemos ni nos sentimos rodeados
por los amigos celestiales; parece que experimentamos que nuestras vidas,
nuestras aflicciones, no atañen a nadie. El mundo de la gracia se ha vuelto
poco a poco extraño para nosotros.Conocemos, pero no “tocamos”. La distancia de
la fuerza de la gracia produce racionalismos o sentimentalismos. Nunca una
carne redimida.
*Aislados
de la historia: Todo parece consumarse en el aquí y ahora, sin esperanza en los
bienes prometidos y en la futura recompensa. Mi muerte no es el paso del
testigo, sino una interrupción injusta. Por eso nos cuesta tanto cuidar y
conservar lo que nuestro predecesor hizo bien: a menudo llegamos a la parroquia
y nos sentimos obligados a hacer tabula rasa, con tal de distinguirnos y marcar
la diferencia. ¡No somos capaces de seguir haciendo que viva el bien que no
hemos dado a luz! Empezamos de cero porque no sentimos el gusto de pertenecer a
un camino comunitario de salvación.
*Aislados
de los demás: Si estoy aislado, mis problemas parecen únicos e insuperables:
nadie puede entenderme. Este es uno de los pensamientos favoritos del padre de
la mentira. El demonio no quiere que hables, que cuentes, que compartas.
Entonces, búscate un buen padre espiritual, un anciano “listo” que te acompañe.
¡Aislarse jamás, jamás! Sólo se tiene el sentimiento profundo de comunión
cuando, personalmente, soy consciente del “nosotros” que soy, he sido y seré.
De lo contrario, los otros problemas llegan en avalancha: de una comunidad sin
comunión, nace la competición y no la cooperación; surge el deseo de
reconocimientos y no la alegría de la santidad compartida; se entra en una
relación de confrontación o de amiguismo.
El
santo pueblo fiel de Dios nos conoce mejor que nadie. Son muy respetuosos y
saben cómo acompañar y cuidar a sus pastores. Conocen nuestras amarguras y
también rezan al Señor por nosotros. Añadamos a sus oraciones las nuestras, y
pidamos al Señor que convierta nuestra amargura en agua dulce para su pueblo.
Pidamos al Señor que nos dé la capacidad de reconocer lo que nos amarga y así
dejarnos transformar y ser personas reconciliadas que reconcilian, pacificadas
que pacifican, llenas de esperanza que infunden esperanza. El pueblo de Dios
espera de nosotros maestros de espíritu capaces de indicar los pozos de agua
dulce en medio del desierto.
Que
nuestra querida Madre del Valle nos siga protegiendo, motivando nuestro ser y
quehacer sacerdotal, fortaleciendo a nuestros sacerdotes ancianos, enfermos y
en dificultad, animando a nuestros seminaristas y suscitando muchas y santas
vocaciones.
Y
a todos ustedes, queridos laicos y personas consagradas, no se cansen de rezar
por sus sacerdotes para que Dios no nos deje caer en la tentación y nos libre
del mal.