Camino a la Beatificación

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08 abril 2020

Desde la Catedral Basílica y Santuario de la Virgen del Valle


Una Misa Crismal distinta seguida por miles de fieles desde sus hogares

El Obispo pidió a los laicos que “no se cansen de rezar por sus sacerdotes” y a la Santísima Virgen del Valle que “nos siga protegiendo, motivando nuestro ser y quehacer sacerdotal”.

Durante la mañana del Miércoles Santo, 8 de abril, se realizó la Misa Crismal, presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, en el Altar Mayor de la Catedral Basílica y Santuario de Nuestra Señora del Valle.
La Eucaristía, que suele reunir a todos los sacerdotes de Diócesis de Catamarca, en esta ocasión, fue concelebrada por un puñado de ellos, debido al aislamiento social obligatorio dispuesto a raíz de la pandemia.
En el transcurso de la misma, se consagró el Santo Crisma y se bendijeron los otros óleos sagrados; mientras que la renovación de las promesas sacerdotales, propias de esta Eucaristía, fueron dejadas para cuando la situación sanitaria lo permita.
Los fieles pudieron seguir la celebración eucarística desde sus hogares  a través de las redes sociales, youtube y la transmisión de la TV Pública Catamarca.
Luego de dirigirse a sus hermanos sacerdotes del clero local, en la homilía, Mons. Urbanc hizo un breve comentario de las lecturas proclamadas en la Santa Misa. Luego pasó a meditar “la sustanciosa y muy realista reflexión que hizo el Papa Francisco, el 27 de febrero, durante la liturgia penitencial con su clero de Roma, en la Basílica de San Juan de Letrán”.

Nuestro Obispo manifestó: “me pareció providencial la meditación del Papa Francisco, quien nos quiere hacer tomar conciencia «de un enemigo sutil -la amargura- que encuentra muchas maneras para camuflarse y esconderse, y como un parásito nos roba lentamente la alegría de la vocación a la que un día fuimos llamados»”.
Seguidamente continuó citando al Sumo Pontífice: “«Mirar nuestras amarguras cara a cara y enfrentarlas nos hace entrar en contacto con nuestra humanidad, con nuestra bendita humanidad. Y recordar así que, como sacerdotes, no estamos llamados a ser omnipotentes, sino hombres pecadores perdonados y enviados. Dejemos que también estas “amarguras” nos muestren el camino hacia una mayor adoración al Padre y nos
ayuden a experimentar de nuevo la fuerza de su unción misericordiosa»”.
Después de reproducir textualmente las causas de la amargura, señaladas por el Santo Padre en aquella celebración, Mons. Urbanc pidió a la Santísima Virgen del Valle que “nos siga protegiendo, motivando nuestro ser y quehacer sacerdotal, fortaleciendo a nuestros sacerdotes ancianos, enfermos y en dificultad, animando a nuestros seminaristas y suscitando muchas y santas vocaciones”.
Y cerró su predicación pidiendo: “Y a todos ustedes, queridos laicos y personas consagradas, no se cansen de rezar por sus sacerdotes para que Dios no nos deje caer en la tentación y nos libre del mal”.
Seguidamente, se llevó a cabo la ceremonia de consagración del Santo Crisma y la bendición de los restantes óleos o aceites, que luego serán distribuidos por los Decanos en las distintas comunidades parroquiales de la jurisdicción diocesana, para ser usados en la administración de los sacramentos.
A los pies de la Madre del Valle, los sacerdotes rezaron la Oración del Año Mariano Nacional, por los 400 años de su presencia en Catamarca.


TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA

Queridos hermanos Presbíteros:
Hoy nos congregamos algunos sacerdotes del Presbiterio de la Diócesis de Catamarca en nuestra Catedral-Basílica y Santuario de Nuestra Señora del Valle, para celebrar la Misa Crismal, de manera que, como todos los años, cuanto antes, en todas las comunidades puedan contar con los nuevos óleos para ungir a los niños, jóvenes, adultos y enfermos.
Todas las iglesias particulares del NOA, creo, han postergado por tiempo indefinido esta celebración. Demos gracias a Dios que lo podemos hacer. No obstante, la renovación de las promesas sacerdotales, propias de esta Eucaristía, la dejamos para más adelante, podría ser, con ocasión de nuestros ejercicios espirituales anuales, justo el jueves de la memoria de Jesús, sumo y eterno sacerdote, bajo cuyo patrocinio pusimos a la capilla de Emaús.
Haré primero un breve comentario a las lecturas que acabamos de escuchar y luego, casi literalmente, quiero meditar con todos ustedes la sustanciosa y muy realista reflexión que hizo el Papa Francisco, el 27-2-2020, durante la liturgia penitencial con su clero de Roma, en la basílica de san Juan de Letrán.

El breve texto del Evangelio es clave, porque nos ubica en la misión de Jesús, y por ende, nuestra misión, pues Él nos eligió y consagró para eso.
1.- Se trata exactamente de una cita de Is 61,1-2a: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor».Que no es todo lo que anunció el profeta, ya que Jesús, adrede, concluye la lectura con lo que el texto propone de esperanzador y consolador, ya que en esto consistirá toda su misión terrena, y que sellará con su Pasión, Muerte y Resurrección…  ¡No perdamos de vista este matiz fundamental!
Es muy interesante destacar que el texto de Isaías ya insinúa el doble sacerdocio que Jesús conferirá a su
Cuerpo Místico, La Iglesia: el ‘común’ y el ‘ministerial’, al afirmar en el versículo 6ab: “Ustedes serán  llamados «Sacerdotes del Señor», y «Ministros de nuestro Dios»” (Is 61,6ab).
Sí, querido hermano, cada uno de nosotros debe hacer presente a “Jesucristo,el testigo fiel,el primogénito de entre los muertos,el príncipe de los reyes de la tierra, el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso, que nos ama, que nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y que nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre” (Ap 1,5-6.8).
2.- Como el Jueves Santo celebramos la institución del Sacerdocio Ministerial, necesitamos mirar más a fondo el misterio que somos para nosotros mismos, para toda la Iglesia y para la humanidad.
De allí que me pareció providencial la meditación del Papa Francisco, quien nos quiere hacer tomar conciencia “de un enemigo sutil (la amargura)que encuentra muchas maneras para camuflarse y esconderse, y como un parásito nos roba lentamente la alegría de la vocación a la que un día fuimos llamados”.
Esto provoca en nosotros amargura, y el Papa la relaciona con tres causas, entre muchas otras: con la fe, el obispo y los hermanos.

“Mirar nuestras amarguras cara a cara y enfrentarlas nos hace entrar en contacto con nuestra humanidad, con nuestra bendita humanidad. Y recordar así que, como sacerdotes, no estamos llamados a ser omnipotentes, sino hombres pecadores perdonados y enviados. Dejemos que también estas “amarguras” nos muestren el camino hacia una mayor adoración al Padre y nos ayuden a experimentar de nuevo la fuerza de su unción misericordiosa”.
1.- “Primera causa de amargura: problemas con la fe. “Creíamos que era Él”, se decían uno al otro los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,21). Una esperanza defraudada está en la raíz de su amargura. Pero, pensemos: ¿es el Señor quien nos ha defraudado, o hemos confundido la esperanza con nuestras expectativas? La esperanza cristiana en realidad no defrauda y no falla.Esperar no es convencerse de que las cosas mejorarán, sino de que todo lo que sucede tiene sentido a la luz de la Pascua. Pero para esperar cristianamente uno debe vivir una vida de oración sustanciosa. Es allí donde se aprende a distinguir entre las expectativas y las esperanzas.
¿Cuál es la diferencia entre expectativa y esperanza? La expectativa nace cuando nos pasamos la vida, tratando de salvarnos la vida: nos afanamos buscando seguridad, recompensas, progresos... Cuando recibimos lo que queremos casi sentimos que nunca moriremos, que siempre será así. Porque el punto de referencia somos nosotros. La esperanza, en cambio, es algo que nace en el corazón cuando decidimos no defendernos más. Cuando reconozco mis límites, y que no todo comienza y termina conmigo, entonces reconozco la importancia de la confianza. La clave de todo está en un movimiento doble y simultáneo: desconfiar de uno mismo, y confiar en Dios.La esperanza se asienta en una alianza: Dios me ha hablado y me ha prometido el día de mi ordenación que la mía será una vida plena, con la plenitud y el sabor de las Bienaventuranzas; ciertamente trabajosa —como la de todos los hombres— pero hermosa. Mi vida es gustosa si es como Pascua, no si las cosas van como yo dispongo”.
2.-“Segunda causa de amargura: problemas con el obispo. No quiero caer en la retórica ni buscar el chivo expiatorio, ni tampoco quiero defenderme o defender a los de mi ámbito. El estereotipo de que los superiores
tienen la culpa de todo ya no vale. Todos tenemos carencias en lo pequeño y en lo grande. Es cierto que mucha amargura en la vida del sacerdote se debe a las omisiones de los pastores. *En primer lugar, una cierta deriva autoritaria suave: no se aceptan entre nosotros los que piensan de una forma diferente. Por una palabra se pasa a la categoría de los que reman en contra, por una “objeción” se es clasificado entre los descontentos. El culto de las iniciativas está reemplazando lo esencial: una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios Padre de todos. *Un segundo motivo de amargura proviene de una “pérdida” en el ministerio de los pastores: sofocados por los problemas de gestión y las emergencias de personal, corremos el riesgo de descuidar el deber de enseñar. El obispo es el maestro de la fe, del recto creer y del recto sentir en el Espíritu Santo. Transmitir no las creencias personales sino la sabiduría evangélica. ¿Quién es el catequista de ese discípulo permanente que es el sacerdote? ¡El obispo, por supuesto! Se podría objetar que los sacerdotes no suelen querer ser instruidos por los obispos. Y es verdad. Pero eso no es una buena razón para renunciar al munus. El santo pueblo de Dios tiene derecho a tener sacerdotes que enseñen a creer; y los diáconos y sacerdotes tienen derecho a tener un obispo que a su vez les enseñe a creer y a esperar en el Único Maestro, Camino, Verdad y Vida, que inflame su fe. Como sacerdote no quiero que el obispo me contente, sino que me ayude a creer. ¡Quisiera poder fundar en él mi esperanza teológica!

Tercera causa de amargura: los problemas entre nosotros. El presbítero ha sufrido en los últimos años los golpes de los escándalos, financieros y sexuales. La sospecha ha hecho drásticamente más frías y formales las relaciones; ya no se disfruta de los dones de los demás; por el contrario, parece que sea una misión destruir, minimizar, sembrar sospechas. La Esposa de Cristo es y sigue siendo el campo donde crecen hasta la parusía el trigo y la cizaña. Cabe que caigamos en la cuenta que ¡hay más “comunidad”, pero menos comunión!Aquí el drama es el aislamiento, que es algo diferente de la soledad. Un aislamiento como inherente al alma del sacerdote. Comienzo con el aislamiento más profundo y luego hablaré de su forma más visible.
*Aislados de la gracia: Rozados por el secularismo ya no creemos ni nos sentimos rodeados por los amigos celestiales; parece que experimentamos que nuestras vidas, nuestras aflicciones, no atañen a nadie. El mundo de la gracia se ha vuelto poco a poco extraño para nosotros.Conocemos, pero no “tocamos”. La distancia de la fuerza de la gracia produce racionalismos o sentimentalismos. Nunca una carne redimida.
*Aislados de la historia: Todo parece consumarse en el aquí y ahora, sin esperanza en los bienes prometidos y en la futura recompensa. Mi muerte no es el paso del testigo, sino una interrupción injusta. Por eso nos cuesta tanto cuidar y conservar lo que nuestro predecesor hizo bien: a menudo llegamos a la parroquia y nos sentimos obligados a hacer tabula rasa, con tal de distinguirnos y marcar la diferencia. ¡No somos capaces de seguir haciendo que viva el bien que no hemos dado a luz! Empezamos de cero porque no sentimos el gusto de pertenecer a un camino comunitario de salvación.
*Aislados de los demás: Si estoy aislado, mis problemas parecen únicos e insuperables: nadie puede entenderme. Este es uno de los pensamientos favoritos del padre de la mentira. El demonio no quiere que hables, que cuentes, que compartas. Entonces, búscate un buen padre espiritual, un anciano “listo” que te acompañe. ¡Aislarse jamás, jamás! Sólo se tiene el sentimiento profundo de comunión cuando, personalmente, soy consciente del “nosotros” que soy, he sido y seré. De lo contrario, los otros problemas llegan en avalancha: de una comunidad sin comunión, nace la competición y no la cooperación; surge el deseo de reconocimientos y no la alegría de la santidad compartida; se entra en una relación de confrontación o de amiguismo.
El santo pueblo fiel de Dios nos conoce mejor que nadie. Son muy respetuosos y saben cómo acompañar y cuidar a sus pastores. Conocen nuestras amarguras y también rezan al Señor por nosotros. Añadamos a sus oraciones las nuestras, y pidamos al Señor que convierta nuestra amargura en agua dulce para su pueblo. Pidamos al Señor que nos dé la capacidad de reconocer lo que nos amarga y así dejarnos transformar y ser personas reconciliadas que reconcilian, pacificadas que pacifican, llenas de esperanza que infunden esperanza. El pueblo de Dios espera de nosotros maestros de espíritu capaces de indicar los pozos de agua dulce en medio del desierto.
Que nuestra querida Madre del Valle nos siga protegiendo, motivando nuestro ser y quehacer sacerdotal, fortaleciendo a nuestros sacerdotes ancianos, enfermos y en dificultad, animando a nuestros seminaristas y suscitando muchas y santas vocaciones.
Y a todos ustedes, queridos laicos y personas consagradas, no se cansen de rezar por sus sacerdotes para que Dios no nos deje caer en la tentación y nos libre del mal.