En la oración universal, se
rogó especialmente por los enfermos, los fallecidos y quienes de un modo u otro
sufren la pandemia.
El Viernes Santo, 10 de
abril, día de penitencia, ayuno y abstinencia, a las 15.00, el Obispo
Diocesano, Mons. Luis Urbanc, presidió la Celebración de la Pasión del Señor, acompañado
por el Vicario General de la Diócesis, Pbro. Julio Quiroga del Pino; el Rector
del Santuario mariano, Pbro. José Antonio Díaz, entre otros sacerdotes, en la
Catedral Basílica y Santuario de Nuestra Señora del Valle.
Ante la realidad impuesta
por la pandemia, los fieles participaron desde de sus hogares, a
través de
radio Valle Viejo y sus plataformas digitales, TV Pública Catamarca, youtube y las
redes sociales de la Catedral Basílica y del Obispado de Catamarca.
La ceremonia comenzó en
silencio, mientras el Obispo y los sacerdotes se postraron frente al altar, con
el rostro en tierra, recordando la agonía de Jesús.
La primera parte de la
celebración comprendió la Liturgia de la Palabra en que se escucharon las
lecturas y el relato completo de la Pasión de Cristo, según San Juan.
En la homilía, el Obispo
diocesano recordó, a cuantos participaban desde sus hogares de la liturgia de
Viernes Santo, que San Juan -el autor del Evangelio de la Pasión de Nuestro
Señor Jesucristo que se proclamó- “no se propuso otro cometido con todos sus
escritos, que orientar nuestras miradas y nuestros corazones hacia el
Traspasado por la lanza, hacia el que la humanidad toda traspasó, traspasa y
traspasará con sus multiformes infidelidades”.
Luego, rezando lo que
minutos después se repetiría en la ceremonia de adoración de la Santa Cruz, «He
aquí el árbol de la Cruz, en el que cuelga la Salvación del mundo, ¡vengan!,
¡adórenlo!», invitó a que “juntos, sin prisa y con atención, digamos: «Señor,
concédenos que te contemplemos en esta hora de tu ocultamiento y tu
anonadamiento, en éste, nuestro mundo que desea suprimir la cruz como una
desgracia molesta, que se oculta a tu vista y considera una pérdida inútil de
tiempo y de energías el fijarse en Ti, sin saber que llegará un momento en que
nadie podrá esconderse a tu mirada»”.
En el momento de la oración
universal, hecha de manera solemne, se oró por la Iglesia, el Papa, nuestro Obispo
y todos los obispos, presbíteros y diáconos; por los fieles, por el pueblo
judío, por quienes no creen en Cristo; por los que no creen en Dios; por los
gobernantes de todas las naciones; por los enfermos y quienes padecen hambre; y
especialmente por los enfermos, los fallecidos y todos los que de un modo u
otro sufren la pandemia.
Luego tuvo lugar la adoración
de la santa Cruz, que fue llevada en alto por el Obispo a través de la nave
central hasta el Presbiterio; mientras los fieles fueron invitados a hacer lo
propio desde sus casas.
También se recordó el dolor
de la Madre de Jesús, mientras la canción resaltaba su serenidad y firmeza en
el dolor, que “nos enseña a confiar en Dios”.
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Terminada esta parte, se
colocó un mantel en el Altar, que permaneció desnudo hasta ese momento, y se
rezó el Padre Nuestro como de costumbre. Tras rezar el Cordero de Dios, se
distribuyó la Comunión con las Sagradas Formas reservadas el día anterior, Jueves
Santo, ya que el Viernes Santo es el único día del año en que no se celebra la
Santa Misa.
Al final de la celebración,
el Mons. Urbanc invitó a los fieles a seguir contemplando en sus hogares la
Muerte del Señor Jesucristo y esperando junto a María la llegada de la
Resurrección de su amado Hijo.