El domingo 27 de abril, día en que la Iglesia celebra a la Divina Misericordia, primer día del Septenario en honor de Nuestra Madre del Valle, rindieron su homenaje los miembros de la Pastoral Misionera.
La
celebración eucarística fue presidida por nuestro obispo diocesano, Mons. Luis
Urbanč, quien, en su homilía, luego de dar la bienvenida a los alumbrantes, pidió
“que la Virgen Santa los siga cuidando, motivando y afianzando en este noble
servicio eclesial, como es el de hacer tomar conciencia a todos, que todos los
bautizados somos discípulos-misioneros”.
Luego
reflexionó sobre la misericordia de Dios expresando: “Hoy es la memoria de la
Divina Misericordia. Por tanto, todos debemos asumir esto de ser misioneros de
la Misericordia por medio de obras concretas, a fin de despertar la esperanza
en los corazones abatidos, turbados, descreídos y vacilantes”.
En
otro tramo de su predicación afirmó que “la misericordia posee un valor que
sobrepasa los confines de la Iglesia. Ella nos relaciona con el judaísmo y el
islam, religiones monoteístas. Las páginas del Antiguo Testamento están
entretejidas de misericordia porque narran las obras que el Señor ha realizado
en favor de su pueblo en los momentos más difíciles de su historia”.
Más
adelante aseveró que “la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida
de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la
ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su
testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la
Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. La
Iglesia vive un deseo inagotable de brindar misericordia. Tal vez por mucho
tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia”.
Palabras de misericordia
Centrándose
en el texto del Evangelio proclamado, señaló que “Jesús Resucitado instituye el
sacramento de la Misericordia cuando dice: ‘Reciban al Espíritu Santo. Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a
los que ustedes se los retengan’ (Jn 20,22b-23)”.
“Y
corrobora esto -continuó- con un gesto sin precedentes cuando se dirige al
Apóstol Tomás, el cual tendrá una experiencia inolvidable de la Misericordia de
Dios. Él quiere ver y tocar. Y el Señor no se escandaliza de su incredulidad,
sino que va a su encuentro: ‘Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu
mano: Métela en mi costado’ (Jn 20,27). No son palabras recriminatorias, sino
de misericordia. Jesús comprende la dificultad de Tomás, no lo trata con dureza
y el apóstol se conmueve interiormente ante tanta bondad. Y es así que, de
incrédulo se vuelve creyente, y hace esta confesión de fe tan sencilla y
hermosa: ‘¡Señor mío y Dios mío!’ (Jn 20,28). Es una linda invocación, que
podemos hacer nuestra y repetirla durante el día, sobre todo cuando
experimentamos dudas y oscuridad”.
En
este sentido dijo que “en Tomás está la historia de todo creyente. Hay momentos
difíciles, en los que parece que la vida desmiente a la fe, en los que estamos
en crisis y necesitamos tocar y ver. Pero, como Tomás, es precisamente en esos
momentos cuando redescubrimos el corazón del Señor, su misericordia. Jesús, en
estas situaciones, no viene hacia nosotros de modo triunfante, no hace milagros
llamativos, sino que ofrece cálidos signos de misericordia. Nos consuela
ofreciéndonos sus llagas. No olvidemos esto, ante el pecado, el más escandaloso
pecado nuestro o de los demás, está siempre la presencia del Señor que ofrece
sus llagas”.
Finalmente,
resaltó que “la finalidad de la liturgia al unir la devoción a Jesús Misericordioso
con el segundo domingo de Pascua es mostrarnos cómo la Misericordia Divina es
comunicada por Cristo muerto y resucitado, fuente del Espíritu que perdona los
pecados y devuelve la alegría de la salvación”.
“¡Madre
ayúdanos a creer como Tú y a proclamar la Misericordia!”, rogó.
Los
misioneros participaron de la liturgia guiando la Santa Misa y proclamando la
Palabra de Dios. También acercaron hasta el altar alimentos no perecederos para
los hermanos peregrinos junto con las ofrendas del pan y del vino.
Como cierre de este homenaje alabaron a la Madre Morena con el canto.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
Hoy
rinde su homenaje la pastoral misionera. Bienvenidos hermanos. Que la Virgen
Santa los siga cuidando, motivando y afianzando en este noble servicio
eclesial, como es el de hacer tomar conciencia a todos, que todos los
bautizados somos discípulos-misioneros.
Hoy
es la memoria de la Divina Misericordia. Por tanto, todos debemos asumir esto
de ser misioneros de la Misericordia por medio de obras concretas, a fin de
despertar la esperanza en los corazones abatidos, turbados, descreídos y
vacilantes.
Afirmaba
Juan XXIII: «En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina
de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad … La Iglesia
Católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la
verdad católica, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente,
llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella»
(apertura C. E. Vat. II, 11-10-1962).
La
misericordia posee un valor que sobrepasa los confines de la Iglesia. Ella nos
relaciona con el judaísmo y el islam, religiones monoteístas. Las páginas del
Antiguo Testamento están entretejidas de misericordia porque narran las obras
que el Señor ha realizado en favor de su pueblo en los momentos más difíciles
de su historia. El islam, por su parte, entre los nombres que le atribuye al
Creador está el de Misericordioso y Clemente. Esta invocación aparece con
frecuencia en los labios de los fieles musulmanes, que se sienten acompañados y
sostenidos por la misericordia en su cotidiana debilidad. También ellos creen
que nadie puede limitar la misericordia divina porque sus puertas están siempre
abiertas.
Si
Dios se detuviera en la justicia dejaría de ser Dios, sería como todos los
hombres que invocan respeto por la ley. La justicia por sí misma no basta, y la
experiencia enseña que apelando solamente a ella se corre el riesgo de
destruirla. Por esto Dios va más allá de la justicia con la misericordia y el
perdón. Esto no significa restarle valor a la justicia o hacerla superflua.
Quien se equivoca deberá expiar la pena. Sólo que éste no es el fin, sino el
inicio de la conversión, porque se experimenta la ternura del perdón. Dios no
rechaza la justicia. «Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y
no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores» (Mt 9,13). Ante la visión de una justicia como mera observancia de
la ley que juzga, dividiendo las personas en justos y pecadores, Jesús se
inclina a mostrar el gran don de la misericordia que busca a los pecadores para
ofrecerles el perdón y la salvación.
Por
tanto, la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia.
Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se
dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo
puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del
camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia vive un deseo inagotable
de brindar misericordia. Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar
y de andar por la vía de la misericordia.
Hoy,
en el Evangelio, Jesús Resucitado instituye el sacramento de la Misericordia
cuando dice: «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que
ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan»
(Jn 20,22b-23).
Y
corrobora esto con un gesto sin precedentes cuando se dirige al Apóstol Tomás,
el cual tendrá una experiencia inolvidable de la Misericordia de Dios. Él
quiere ver y tocar. Y el Señor no se escandaliza de su incredulidad, sino que
va a su encuentro: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano:
Métela en mi costado» (Jn 20,27). No son palabras recriminatorias, sino de
misericordia. Jesús comprende la dificultad de Tomás, no lo trata con dureza y
el apóstol se conmueve interiormente ante tanta bondad. Y es así que, de
incrédulo se vuelve creyente, y hace esta confesión de fe tan sencilla y
hermosa: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28). Es una linda invocación, que
podemos hacer nuestra y repetirla durante el día, sobre todo cuando
experimentamos dudas y oscuridad. Porque en Tomás está la historia de todo
creyente. Hay momentos difíciles, en los que parece que la vida desmiente a la
fe, en los que estamos en crisis y necesitamos tocar y ver. Pero, como Tomás,
es precisamente en esos momentos cuando redescubrimos el corazón del Señor, su
misericordia. Jesús, en estas situaciones, no viene hacia nosotros de modo
triunfante, no hace milagros llamativos, sino que ofrece cálidos signos de misericordia.
Nos consuela ofreciéndonos sus llagas. No olvidemos esto, ante el pecado, el
más escandaloso pecado nuestro o de los demás, está siempre la presencia del
Señor que ofrece sus llagas. La finalidad de la liturgia al unir la devoción a
Jesús Misericordioso con el segundo domingo de Pascua es mostrarnos cómo la
Misericordia Divina es comunicada por Cristo muerto y resucitado, fuente del
Espíritu que perdona los pecados y devuelve la alegría de la salvación.
¡Madre
ayúdanos a creer como Tú y a proclamar la Misericordia!
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