Camino a la Beatificación

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04 abril 2021

Solemne Vigilia Pascual en la Catedral

“Seamos testigos valientes de los valores del Reino que deben guiar a la humanidad”, dijo el Obispo.

 

El sábado 3 de abril, los catamarqueños participaron jubilosos de la Vigilia Pascual, la noche más santa del año, en la que la Iglesia proclama el triunfo de la Vida sobre la muerte, con la Resurrección de Jesucristo.

En el Santuario del Santísimo Sacramento y Nuestra Señora del Valle - Catedral Basílica, la ceremonia litúrgica fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por el Rector y Capellán del Santuario y Catedral, Pbros. Gustavo Flores


y Luis Páez, respectivamente.

Los fieles se dieron cita  para participar de la Eucaristía, observando las medidas sanitarias para la prevención del Covid-19, y aquellos que no pudieron hacerlo de manera presencial, la siguieron a través de la transmisión por las redes sociales.

En el inicio de la celebración, el Obispo bendijo el fuego nuevo en el atrio, acompañado por los sacerdotes concelebrantes y el diácono, y luego con un punzón, grabó una cruz en el Cirio Pascual. Después, trazó sobre él las letras griegas alfa y omega y los cuatro números del presente año, diciendo: “Cristo ayer y hoy, principio y


fin, alfa y omega; suyo es el tiempo y la eternidad. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén”.

Posteriormente encendió el Cirio con el fuego nuevo y entraron procesionalmente al templo, que permanecía a oscuras, significando que Cristo es la luz que disipa las tinieblas del mundo.

Una vez puesto en el candelabro -adornado con flores blancas- al lado del ambón, se escuchó el Pregón Pascual cantado, con el cual se ingresó en la noche santa de la Resurrección de Cristo. Inmediatamente fueron


proclamadas las lecturas del Génesis, el Éxodo y del Profeta Isaías, correspondientes al Antiguo Testamento, alternadas con salmos y oraciones.

Con el canto del Gloria a viva voz, las luces del templo se encendieron y el sonido de las campanillas expresaron la alegría de la Pascua de Resurrección.

Tras la lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos, del Nuevo Testamento, fue entonado el Aleluia y proclamado el Evangelio según San

Mons. Urbanc comenzó su homilía exclamando: “¡Cristo, nuestra esperanza, ha resucitado!


¡Aleluya!”, y apuntó que “hemos revivido en estos días las horas más amargas de la vida de Jesús, Nuestro Salvador, pero las más trascendentales para la historia de la humanidad y el sentido de toda vida humana… Y, ahora, en esta celebración de Vigilia Pascual, con la abundancia de ritos que contiene, proclamamos gozosos el triunfo de la Vida sobre la muerte, con la Resurrección de Jesucristo, el único ser que con su propio poder salió victorioso de la

muerte y del fatídico dominio del pecado sobre toda la creación; a la vez, damos gracias a Dios Padre, que jamás abandonó a la criatura humana sino que la redimió por medio de la Encarnación y la Pascua de su amado Hijo, y le pedimos fuerza para ser testigos de tamaña Buena Noticia para toda la gente que aún vendrá a la existencia conforme al amoroso plan de Dios”.

“La abundancia de textos bíblicos proclamados, nos han remitido a la Persona de Jesucristo, único Mediador y Redentor de los hombres”, manifestó, refiriéndose luego al significado de la muerte para la humanidad y cómo “la muerte de Cristo había penetrado profundamente en los corazones de sus más allegados, en la conciencia de toda Jerusalén. El silencio que surgió después de ella llenó la tarde del viernes y todo el día siguiente del sábado”.


Siguiendo con su mensaje, aseveró que “las tres mujeres, de las que habla el Evangelio, recuerdan muy bien la pesada piedra con que habían cerrado la entrada del sepulcro. Esta piedra, en la que pensaban y de la que hablarían al día siguiente yendo al sepulcro, simboliza también el peso que había aplastado sus corazones. La piedra que había separado al Muerto de los vivos, la piedra límite de la vida, el peso de la muerte. Las mujeres, que al amanecer del día después del sábado van al sepulcro, no hablarán de la muerte, sino de la piedra. Al llegar al sitio, comprobarán que la piedra no cierra ya la entrada del sepulcro. Ha sido corrida. No encontrarán a Jesús en el sepulcro. ¡Lo han buscado en


vano! «No está aquí; ha resucitado, según lo había dicho» (Mt 28,6). Deben volver a la ciudad y anunciar a los discípulos que Él ha resucitado y que lo verán en Galilea””.

“Desde aquella noche y más aún desde la mañana siguiente, los discípulos de Cristo han aprendido a pronunciar la palabra «resurrección». Y ha venido a ser la palabra más importante en su lenguaje, la palabra central, la palabra fundamental. Todo toma nuevamente origen de ella. Todo se confirma y se construye de nuevo: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido


un milagro patente. Este es el día en que actuó el Señor. ¡Sea nuestra alegría y nuestro gozo!» (Sal 117/118,22-24). Esto celebramos en esta Vigilia Pascual. Es el Gran Día anunciado en el Génesis, por eso es el Gran Día esperado, que se expresa con el alegre grito del «¡¡¡Alleluia!!!»… La valentía que no han tenido de pronunciar ante el sepulcro los labios de las mujeres, o la boca de los Apóstoles, ahora la Iglesia, gracias a su testimonio, lo expresa con su «¡¡¡Alleluia!!!»”, señaló.

“He aquí, la razón por la que hemos encendido el fuego nuevo y este Cirio, y hemos cantado el Pregón Pascual. Y, con la proclamación de una serie de lecturas, pudimos contemplar la victoria del Bien sobre el mal, de la Vida sobre la muerte. En efecto, hermanos, no se puede


captar el misterio de la resurrección, sino es volviendo a los orígenes y siguiendo todo el desarrollo de la historia de la salvación hasta ese momento en el que las tres mujeres que llegaron hasta el sepulcro vacío, oyeron el mensaje de un joven vestido de blanco: «No tengan miedo. Buscan a Jesús Nazareno, el crucificado; ha resucitado, no está aquí» (Mc 16,5-6)”, afirmó.

 

“Cristo nos ha traído con su resurrección la nueva vida”

Y reflexionó que “ese gran momento nos obliga a entrar en nuestra propia humanidad. Cristo no sólo nos ha revelado la victoria de la vida sobre la muerte, sino que nos ha traído con su resurrección la nueva vida. «¿O ignoran que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús


fuimos bautizados para participar en su muerte? Con Él hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte, para que como Él resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una nueva vida» (Rom 6,3-4). Este es el misterio del agua que esta noche he bendecido, en la que penetró la «luz de Cristo»: ¡es el símbolo de la potencia de la resurrección!”.

Finalmente, invitó a que “digamos con María Magdalena: ‘Jesucristo, mi Esperanza, ha resucitado’”; y pidió “que nuestra Madre del Valle y San José, nos ayuden a internalizar el Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, a fin de que seamos testigos valientes de los valores del Reino que deben guiar a la humanidad”.


Concluida su predicación, Mons. Urbanc bendijo el agua, con la que luego fueron rociados los fieles presentes, en este momento se cantaron las Letanías y fueron renovadas las promesas bautismales.

La liturgia eucarística continuó de la manera acostumbrada con la distribución de la Comunión en los lugares donde se encontraban los fieles.

Tras la bendición final, se entonó el “Regina Coeli o Reina del Cielo”, saludando a la Virgen María, la Madre del Resucitado, interpretado por las voces femeninas del Coro de la Catedral, dirigido por el Prof. Exequiel Andrada, que solemnizó toda la liturgia de este Gran Día.