“La
Iglesia nace de la Eucaristía, y de
ella recibe su unidad y misión”
En la fría mañana del
domingo 18 de junio, fieles de las comunidades parroquiales de Capital se
congregaron en la Catedral Basílica y Santuario de Nuestra Señora del Valle
para celebrar la Solemnidad de Corpus Christi, en el marco del Año Diocesano de
la Formación de los Discípulos Misioneros, camino a la celebración de los 400
años del hallazgo de la Imagen de la Virgen del Valle en la Gruta de Choya.
La Santa Misa fue presidida
por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por sacerdotes del
Decanato Capital, en el altar mayor del templo catedralicio.
Antes de la Liturgia de la
Palabra, el Pbro. Sergio Chumbita, párroco de San Pío X, leyó el decreto de
designación de los Ministros Extraordinarios de la Comunión, que tendrán la
misión
de colaborar con los sacerdotes en la distribución de la Eucaristía durante las
misas, o llevándola a los enfermos y ancianos.
En el inicio de su homilía, Mons.
Urbanc, compartió el testimonio eucarístico del cardenal Van Thuan, quien
relata cómo se las ingenió para celebrar la Eucaristía cuando fue encarcelado
en 1975 en una prisión comunista, con unas migas de pan y unas gotas de vino
que conseguía con dificultades, celebraba la misa a escondidas . “Cada día, al
recitar las palabras de la consagración, confirmaba con todo el corazón y con
toda el alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su
sangre mezclada con la mía. ¡Han sido las Misas más hermosas de mi vida!”, testimoniaba.
Esto resalta que “en todo tiempo, especialmente en época de persecución, la
Eucaristía ha sido el secreto de la vida de los cristianos: la comida de los
testigos, el pan de la esperanza”.
Luego, tomando la primera
lectura, afirmó que “el maná es figura de la Eucaristía”, mientras que “en la
segunda lectura el apóstol san Pablo afirma con total claridad que la
Eucaristía es la real comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo; la cual, a
su vez, genera la comunión en la comunidad eclesial”. En el pasaje del
Evangelio escuchado, “el centro está
puesto en el ‘Comer la Carne de Jesús’, lo cual, entendido en sentido literal,
se vuelve escandaloso, ya que en el Antiguo Testamento estaba totalmente
prohibido beber sangre, al punto que deciden alejarse de Jesús”, explicó,
agregando que “la expresión carne indica la condición terrenal y mortal de
Jesús; y la sangre simboliza la vida,
en particular la vida entregada, donada
por Jesús, con lo cual alude explícitamente a la entrega sacrificial de Cristo
por la redención de los hombres. La carne y la sangre que se ofrecen como
alimento necesario para tener vida no pertenecen a un cadáver, sino son carne y
sangre glorificada”.
Además, indicó que “en el
Evangelio de san Juan hallamos unas 40 veces el uso del verbo permanecer, con
lo que el evangelista pone de relieve que quien come la Carne de Jesús vive
‘de’ Él, es decir, por la fuerza de la vida que proviene de Jesús, y vive
‘para’ Él, o sea, para su gloria, su amor, su misión y su reinado. Como Jesús
vive del Padre y para el Padre, así también, al comulgar con su santísima Carne
y su santísima Sangre, nosotros vivimos de Jesús y para Jesús”.
En otro tramo de su mensaje,
el Obispo expresó que “el Misterio Eucarístico, en primer lugar, es comunión
vital con Jesús, en quien está nuestra salvación”, resaltando que “el Papa
Francisco en dice: ‘La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida
sacramental, no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un
alimento para los débiles’. En segundo lugar, nos lleva a reconocer en Dios
Padre la fuente de nuestra Vida y
nuestra orientación definitiva. ‘Así como Yo,
que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma
manera el que me come vivirá por Mí’. Aquí radica la dimensión misionera de la
Eucaristía para todo bautizado. En tercer lugar, nos alimenta para la vida
eterna, ya que al ser ‘asimilados’ por la Eucaristía se nos comunica la gracia
de la Resurrección, que es vida eterna en el amor. En cuarto lugar, ‘produce’
la comunión entre los discípulos de Jesús. Por ello, la Iglesia nace de la
Eucaristía, y de ella recibe su unidad y misión”.
Asimismo, aseveró que “la
Solemnidad de Corpus Christi, nos lleva a proclamar públicamente la presencia
real de Jesús glorificado, a quien tenemos que recibir con fe. Sabemos que los
sacramentos obran por su propia fuerza, pero es necesaria la fe para que den
fruto”. Y agregó que “si no experimentamos que Jesús habita en nosotros y
nosotros en Él, si no sentimos el influjo misterioso de la gracia que nos lleva
a vivir por Jesús, a prolongar su misión que viene del Padre, es que nos falta
una mayor fe en el Misterio Eucarístico. Y la fe es la llave que abre por
dentro nuestro corazón para que sea habitado por Jesús; más aún, sea transformado
en Él, al punto de vivir su misma vida y tener sus mismos sentimientos”.
En la parte final de su
reflexión pidió a Nuestra Madre del Valle “que percibamos en lo
profundo de
nuestro ser lo que ‘es’ y ‘significa’ la Eucaristía en nuestra vida de fe, y
que siempre nos alimentemos con ella y le hagamos ver a los que no creen y a
los indiferentes, que están en un grave error por no alimentarse con la Carne
del Hijo de Dios hecho hombre, para la felicidad y vida de todo ser humano”.
Procesión
Al finalizar la celebración
eucarística, los fieles participaron de la procesión más importante del año,
acompañando al propio Cuerpo de Cristo, presente en la Sagrada Eucaristía,
alrededor de la plaza 25 de Mayo. Tras la Cruz procesional se encolumnaron los
abanderados y escoltas del Colegio Virgen Niña, el Señor Obispo y los
sacerdotes, quienes portaron la Custodia con el Santísimo Sacramento.
Durante el recorrido rezaron
y cantaron, deteniéndose en los cuatro altares levantados en las intersecciones
de las calles que circundan el principal paseo público de la ciudad, en una
verdadera manifestación pública de fe en Jesús Hostia.
Finalmente, en el atrio de
la Catedral Basílica, el Obispo bendijo con el Santísimo Sacramento y saludó a
los padres en su día.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Querido hermanos:
Querría
comenzar esta homilía con el testimonio eucarístico del cardenal Van Thuan:
“Cuando en 1975 me metieron en la cárcel, se abrió camino dentro de mí una
pregunta angustiosa: «¿Podré seguir celebrando la eucaristía?». Fue la misma
pregunta que más tarde (13 años) me hicieron los fieles. En cuanto me vieron,
me preguntaron: «¿Ha podido celebrar la Santa Misa?». En el momento en que vino
a faltar todo, la Eucaristía estuvo en la cumbre de nuestros pensamientos: el
pan de vida. «EI que come de este pan vivirá siempre. Y el pan que yo daré es
mi carne. Yo la doy para la vida del mundo» (Jn 6,51). Cuántas veces me acordé
de la frase de los mártires de Abitene (en el siglo IV decían: «Sine Dominica
non possumus!» «jNo podemos vivir sin la celebración de la Eucaristía!»). En
todo tiempo, especialmente en época de persecución, la Eucaristía ha sido el
secreto de la vida de los cristianos: la comida de los testigos, el pan de la
esperanza.
Cuando me arrestaron tuve
que marcharme en seguida, con las manos vacías. AI día siguiente me permitieron
escribir a los míos para pedir lo más necesario: ropa, pasta de dientes... les
puse: «Por favor, envíenme un poco de vino como ‘medicina’ contra el dolor de
estómago». Los fieles comprendieron en seguida. Me enviaron una botellita de
vino de misa, con esta etiqueta: «Medicina contra el dolor de estómago», y
hostias escondidas en una antorcha contra la humedad. La policía me preguntó:
«¿Le duele el estómago?». Sí. Aquí tiene una medicina para usted. Nunca podré
expresar mi gran alegría: diariamente, con tres gotas de vino y una gota de
agua en la palma de la mano, celebré la misa. ¡Este era mi altar y esto era mi
catedral! Era la verdadera medicina del alma y del cuerpo: «Medicina de
inmortalidad, remedio para no morir, sino para vivir siempre en Jesucristo»,
como dice Ignacio de Antioquia. A cada paso tenía ocasión de extender los
brazos y clavarme en la cruz con Jesús, de beber con él el cáliz más amargo.
Cada día, al recitar las palabras de la consagración, confirmaba con todo el
corazón y con toda el alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo,
mediante su sangre mezclada con la mía. ¡Han sido las Misas más hermosas de mi
vida!” (F.X.Nguyen Van Thuan, Testigos de esperanza).
En la primera lectura, Dt
8,2-3.14-16, se nos narra la angustia y las tentaciones que experimenta el
pueblo de Dios ante la carencia de bienes, en especial la comida. Pero, gracias
al ‘maná’, el pueblo aprendió a abrir el corazón hacia bienes superiores, sobre
todo, hacia la Palabra de Dios, simbolizada en el ‘maná’; así podría ir
superando la tentación de la autosuficiencia que los llevaría a olvidarse de
Dios y a desobedecerlo, con el peligro de caer en la idolatría (cf. Dt
8,17-20). El maná es figura de la Eucaristía.
En la segunda lectura (1Cor
10,16-17) el apóstol san Pablo afirma con total claridad que la Eucaristía es
la real comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo; la cual, a su vez, genera
la comunión en la comunidad eclesial. Por eso, la comida del único pan es
comunión en el único Cuerpo que es el Cuerpo del Resucitado al cual se unen
todos los miembros. Es decir que, la presencia real de Cristo en la Eucaristía
es la causa y el fundamento de la presencia de Cristo en la comunidad de los
creyentes.
El texto del Evangelio (Jn
6,51-58) presupone los versículos anteriores (Jn 6,41-50), donde el creer es el
centro de la enseñanza y más digerible para el auditorio. Sin embargo, en el
pasaje que acabamos de escuchar el centro está puesto en el ‘Comer la Carne de
Jesús’, lo cual, entendido en sentido literal por los oyentes, se vuelve escandaloso,
ya que en al Antiguo Testamento estaba totalmente prohibido beber sangre (cf.
Gn 9,4; Dt 12,16.23; Lv 3,17; 7,26-27), al punto que deciden alejarse de Jesús.
Con todo, Jesús no tiene empacho en ser crudo en sus expresiones: “Les aseguro
que si no comen mi Carne y no beben mi Sangre, no tendrán Vida Eterna en
ustedes” (Jn 6,53); “El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene Vida Eterna y
Yo lo resucitaré el último día, porque mi Carne es la verdadera comida y mi
Sangre la verdadera bebida” (Jn 6,54-55); “El que come mi Cuerpo y bebe mi
Sangre permanece en Mí, y Yo en él” (Jn 6,56).
La expresión carne indica la condición
terrenal y mortal de Jesús; y la sangre simboliza la vida, en particular la
vida entregada, donada por Jesús, con lo cual alude explícitamente a la entrega
sacrificial de Cristo por la redención de los hombres.
La carne y la sangre que se
ofrecen como alimento necesario para tener vida no pertenecen a un cadáver,
sino son carne y sangre glorificada.
En el Evangelio de san Juan
hallamos unas 40 veces el uso del verbo permanecer, con lo que el evangelista
pone de relieve que quien come la Carne de Jesús vive ‘de’ Él, es decir, por la
fuerza de la vida que proviene de Jesús, y vive ‘para’ Él, o sea, para su
gloria, su amor, su misión y su reinado.
Como Jesús vive del Padre y
para el Padre, así también, al comulgar con su santísima Carne y su santísima Sangre,
nosotros vivimos de Jesús y para Jesús.
Saquemos algunas
consecuencias del Misterio Eucarístico:
En primer lugar, es comunión
vital con Jesús, en quien está nuestra salvación. Y así lo expresan algunos
santos: "Nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo no
tiende a otra cosa que a convertirnos en aquello que comemos" (san León
Magno);"Vengan a comulgar...Es verdad que no son dignos de la Eucaristía,
pero la necesitan”. Y el Papa Francisco en EG, n° 47 dice: “La Eucaristía, si
bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los
perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”.
En segundo lugar, nos lleva
a reconocer en Dios Padre la fuente de nuestra Vida y nuestra orientación
definitiva. “Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo
por el Padre, de la misma manera el que me come vivirá por Mí” (v.57). Aquí radica
la dimensión misionera de la Eucaristía para todo bautizado.
En tercer lugar, nos
alimenta para la vida eterna, ya que al ser "asimilados" por la
Eucaristía se nos comunica la gracia de la Resurrección, que es vida eterna en
el amor.
En cuarto lugar, "produce"
la comunión entre los discípulos de Jesús. Por ello, la Iglesia nace de la
Eucaristía, y de ella recibe su unidad y misión.
En fin, la Solemnidad de
Corpus Christi, nos lleva a proclamar públicamente la presencia real de Jesús
glorificado, a quien tenemos que recibir con fe. Sabemos que los sacramentos
obran por su propia fuerza, pero es necesaria la fe para que den fruto.
Si no experimentamos que
Jesús habita en nosotros y nosotros en Él, si no sentimos el influjo misterioso
de la gracia que nos lleva a vivir por Jesús, a prolongar su misión que viene
del Padre, es que nos falta una mayor fe en el Misterio Eucarístico. Y la fe es
la llave que abre por dentro nuestro corazón para que sea habitado por Jesús;
más aún, sea transformado en Él, al punto de vivir su misma vida y tener sus
mismos sentimientos.
Le pidamos a Nuestra Madre
del Valle que percibamos en lo profundo de nuestro ser lo que ‘es’ y
‘significa’ la Eucaristía en nuestra vida de fe, y que siempre nos alimentemos
con ella y le hagamos ver a los que no creen y a los indiferentes, que están en
un grave error por no alimentarse con la Carne del Hijo de Dios hecho hombre,
para la felicidad y vida de todo ser humano.
¡Bendito y Alabado sea Jesús
en el Santísimo Sacramento del Altar!
¡Sea por siempre Bendito y
alabado, Jesús Sacramentado!