El
próximo domingo 19 de noviembre, por primera vez, el Papa Francisco convoca a
celebrar la Jornada Mundial de los Pobres; y pide que durante la semana
anterior a dicha fecha se organicen diversos momentos de encuentro y de
amistad, de solidaridad y de ayuda concreta; invitando simultáneamente a los
pobres y a los voluntarios a participar juntos en la Eucaristía de ese domingo,
para manifestar que de Cristo pobre, desnudo y privado de todo en la cruz,
emerge el poder del amor que es la ley de su realeza universal, cuyo misterio
celebraremos el domingo siguiente.
Es
por ello que el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, invita a todos los
bautizados a sumarse a esta convocatoria del Santo Padre, preparando “la
celebración de esta I Jornada Mundial de los Pobres con la fuerza de la
oración, para que el Padre común del cielo nos dé a todos el pan nuestro de
cada día”.
A
tono con el mensaje del Santo Padre, Mons. Urbanc comparte la siguiente
reflexión:
El Papa Francisco nos
convoca a traducir en obras el imperativo que ningún cristiano puede ignorar
nunca y que se condensa en las palabras de San Juan: “no amemos de palabra y de
boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3,18), imperativo que se ha de cumplir
especialmente cuando se trata de amar a los pobres, tal como lo entendió la
Iglesia desde los primeros tiempos, cuando eligió a siete hombres “llenos de
espíritu y de sabiduría” (Act 6,3) para que se encarguen de la asistencia a los
pobres y cuando los cristianos “vendían posesiones y bienes y los repartían
entre todos, según la necesidad de cada uno” (Act 2,45).
Y en efecto ha de ser así,
porque “¿de qué le sirve a uno decir que
tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un
hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de
ustedes les dice: “Dios los ampare; abríguense y llénense el estómago”, y no
les dan lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no
tiene obras, por sí sola está muerta” (Sant 2,5-6.14-17).
Pero no hemos de pensar en
los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer
una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para
tranquilizar la conciencia. Estas experiencias deberían introducirnos a un
verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta
en un estilo de vida. De este modo el
Cuerpo de Cristo, partido en la sagrada liturgia, se deja encontrar por la
caridad compartida en los rostros y en las personas de los hermanos y hermanas
más débiles.
Estamos llamados, por lo
tanto, a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a
abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad.
Su mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras
certezas y comodidades, y a reconocer el valor que tiene la pobreza en sí
misma.
Los cristianos, llamados a
seguir a Jesús pobre, somos convocados a reconocerlo en los rostros marcados
por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura, el
encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, la
ignorancia, el analfabetismo, la emergencia sanitaria, la falta de trabajo, el
tráfico de personas, la esclavitud, el exilio, la miseria, la migración forzada
y por todas las manifestaciones de la injusticia social, la miseria moral, la
codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada.
Por todo ello y mucho más,
el Papa Francisco quiso ofrecer a la Iglesia, al final del Jubileo de la
Misericordia, la Jornada Mundial de los Pobres, para que en todo el mundo las
comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del
amor de Cristo por los últimos y los más necesitados. Esta Jornada tiene como objetivo hacer verdad
la cultura del encuentro, promoviendo la fraternidad a través de cualquier
acción de solidaridad.