“Danos
la gracia de ser pacientes en las dificultades, alegres
y esperanzados en la tribulación”
El domingo 26 de abril, en
horas de la mañana, el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, presidió la Misa
Solemne por el 129° aniversario de la Coronación Pontificia de la Imagen de
Nuestra Madre del Valle, en el marco del Año Jubilar Diocesano y Año Mariano
Nacional por los cuatro siglos de su presencia en Catamarca.
La Misa central de esta
jornada fue concelebrada por sacerdotes del clero diocesano, entre ellos el
Vicario General de la Diócesis, Pbro. Julio Quiroga del Pino; y el Rector de la
Catedral Basílica y Santuario de la Virgen del Valle, y el sacerdote de la
comunidad franciscana Pablo Reartes.
Los fieles y peregrinos participaron de la
Eucaristía a través de los medios de comunicación, youtube y redes sociales,
debido al aislamiento social dispuesto por las autoridades sanitarias por la
pandemia que asola al mundo.
“Ayer hemos celebrado, como Iglesia que
peregrina en Argentina, la memoria obligatoria de la ‘Bienaventurada Virgen
María del Valle’, y hoy culminamos los homenajes que le hicimos a lo largo de
este septenario, para conmemorar los 129 años de la coronación pontificia de su
sagrada imagen, con esta celebración Eucarística y esta tarde con una atípica
procesión en torno a la plaza”, comenzó diciendo en su homilía Mons. Luis.
Prosiguió expresando: “La
reflexión quiero empezarla con las dos primeras estrofas de la oración que
todos los días rezamos en este año mariano nacional: «María, Madre del Pueblo,
esperanza nuestra, hermosa Virgen del Valle, ayúdanos a renovar nuestra fe y
nuestra alegría cristiana. Tú que albergaste al Hijo de Dios hecho carne,
enséñanos a hacer vida el Evangelio, para transformar la historia de nuestra
Patria»”.
“Para poder renovar la fe y
la alegría cristiana, es necesario reconocer y aceptar la verdad de los hechos
sobre los que se basan la fe, la esperanza y la caridad; y es, justamente, lo
que san Pedro dice con voz potente a sus interlocutores el día en el que
recibieron la efusión del Espíritu Santo: «Judíos y vecinos de Jerusalén,
entérense bien y escuchen atentamente mis palabras: A Jesús el Nazareno, varón
acreditado por Dios ante ustedes con milagros, prodigios y signos que Dios
realizó por medio de Él, como muy bien lo saben, ustedes lo mataron, clavándolo
Después remarcó su
explicación citando lo leído en la segunda lectura, en la que el apóstol Pedro
vuelve a subrayar la importancia de cambiar la conducta inútil, propia de la
incredulidad.
El Evangelio de san Lucas,
de los discípulos de Emaús, “se volvió paradigmático, no sólo del mismo
Evangelio, sino de la vida de la Iglesia con su celebración central, la
Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana”, expresó.
Luego de repasar lo narrado
en la lectura proclamada, comentó: “Esto que los discípulos de Emaús le cuentan
a Jesús, coinciden con lo que Pedro y Pablo predican como kerigma, o sea, el
primer anuncio de la salvación. Lo llamativo es que mientras Pedro y Pablo
hacen de este kerigma un anuncio gozoso de salvación, los discípulos de Emaús
lo dicen apesadumbrados, sin entusiasmo, como no pocas veces lo hacemos
nosotros, de allí que no somos creíbles".
En otro tramo de su predicación,
el Obispo invitó: “Preguntémonos ¿en qué consiste nuestra fe?, ¿con qué
criterios y certezas nos conducimos en el día a día?, ¿qué lugar ocupa la
resurrección de Cristo y por ende la nuestra?, a la hora de hacer nuestra
escala de valores y nuestras opciones de vida, ¿la Eucaristía es realmente el
ámbito en el que nos encontramos verdaderamente con Jesucristo Resucitado y con
los hermanos con los que compartimos la misma fe?,¿ cultivamos la misma
esperanza y alimentamos el mismo amor?, ¿el encuentro con Jesús nos moviliza
para ir al encuentro de los hermanos más necesitados y socorrerlos?”.
En la petición final elevada
a la Santísima Virgen, el Pastor Diocesano comenzó agradeciendo “por habernos
acompañado a lo largo de estos 400 años, con el único fin de llevarnos a tu
Hijo Jesús, el Redentor y Restaurador del género humano…” y pidió: “Concédenos
la gracia de ser pacientes en medio de las dificultades, alegres y esperanzados
en las horas de tribulación y oscuridad, agradecidos en los triunfos y en la
superación de los problemas, y perseverantes en la oración y en las tareas
diarias. Gracias Madre porque nos tiendes tus brazos y nos acoges con tu tierna
mirada. ¡Virgen bendita del Valle, ruega por nosotros!”.
Antes de la bendición final,
se rezó la Oración del Año Mariano Nacional, y luego se honró a la Madre Morena
con el canto.
Mons. Urbanc agradeció a
todos cuantos colaboraron para la realización de las celebraciones y en la
transmisión, para llevar a cada uno de los hogares esta fiesta que culmina esta
tarde con la Solemne Procesión.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILIA
Queridos devotos de la
Virgen del Valle:
Ayer hemos celebrado, como
Iglesia que peregrina en Argentina, la memoria obligatoria de la
“Bienaventurada Virgen María del Valle”, y hoy culminamos los homenajes que le
hicimos a lo largo de este septenario, para conmemorar los 129 años de la
coronación pontificia de su sagrada imagen, con esta celebración Eucarística y
esta tarde con una atípica procesión en torno a la plaza.
La reflexión quiero
empezarla con las 2 primeras estrofas de la oración que todos los días rezamos
en este Año Mariano Nacional: “María, Madre del Pueblo, esperanza nuestra,
hermosa Virgen del Valle, ayúdanos a renovar nuestra fe y nuestra alegría
cristiana. Tú que albergaste al Hijo de Dios hecho carne, enséñanos a hacer
vida el Evangelio, para transformar la historia de nuestra Patria”.
Para poder renovar la fe y
la alegría cristiana, es necesario reconocer y aceptar la verdad de los hechos
sobre los que se basan la fe, la esperanza y la caridad; y es, justamente, lo
que san Pedro dice con voz potente a sus interlocutores el día en el que
recibieron la efusión del Espíritu Santo: «Judíos y vecinos de Jerusalén,
entérense bien y escuchen atentamente mis palabras: A Jesús el Nazareno, varón
acreditado por Dios ante ustedes con milagros, prodigios y signos que Dios
realizó por medio de Él, como muy bien lo saben, ustedes lo mataron, clavándolo
a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de
los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que ésta lo retuviera bajo
su dominio. A este Jesús Dios lo resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos.
Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa
del Espíritu Santo, lo ha derramado sobre nosotros. Esto es lo que están viendo
y oyendo»(Hch 2,14.22-2432-33).
Y en la 2° lectura, el apóstol Pedro vuelve a subrayar la
importancia de cambiar la conducta inútil propia de la incredulidad:
“compórtense con temor durante el tiempo de su peregrinación, pues ya saben que
fueron liberados de su conducta inútil, heredada de sus padres, no con algo
corruptible, oro o plata, sino con una sangre preciosa, la de un cordero sin
defecto ni mancha, Cristo, al que Dios lo resucitó de entre los muertos y le
dio gloria, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en
Dios”(1Pe 1,17b-19.21).
Entonces cómo no cantar con
el salmista: “Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye
internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré”
(Sal 15,7-8).
El texto del Evangelio, de
los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35), se volvió paradigmático, no sólo del
mismo Evangelio, sino de la vida de la Iglesia con su celebración central, la
Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana.
Mientras éstos van caminando
y discutiendo, Jesús se acerca y se pone
a caminar con ellos, pero ellos no podían reconocerlo.
Jesús, de una, se hace
cercano y comparte el camino con ellos. Llegado el momento oportuno, les
pregunta de qué hablan. Esto los descoloca y les hace manifestar en el rostro
la tristeza que les oprime el corazón. Entonces uno de los 2, Cleofás, le
contesta con un tono algo agresivo. Sin embargo, Jesús mantiene la calma y se
muestra dispuesto a escuchar, a que le cuenten su versión de lo que ha pasado
en Jerusalén en esos días.
Ante la insistencia de Jesús
los 2 discípulos le cuentan todo lo que ha sucedido, su versión de los hechos.
Y nos encontramos con que a grandes pinceladas le describen los momentos y
acciones más importantes de Jesús, terminando con su crucifixión. Pero añaden
la visita de las mujeres a la tumba vacía y el testimonio de unos ángeles que
anuncian que está vivo. También refieren la incredulidad de los Apóstoles ante
el testimonio de las mujeres y que Pedro corre a verificar lo dicho por ellas,
pero que a Jesús no lo ve. Por tanto, lo dicho por los discípulos de Emaús
recapitula en cierto modo todo el Evangelio, incluso lo inmediatamente anterior
(cf. Lc 24,1-12).
Ahora bien, esto que los
discípulos de Emaús le cuentan a Jesús, coinciden con lo que Pedro y Pablo
predican como kerigma, o sea, el primer anuncio de la salvación (cf. He
2,22-24; 3,13-15; 4,10-12; 10,37-41; 13,27-31). Lo llamativo es que mientras
Pedro y Pablo hacen de este kerigma un anuncio gozoso de salvación, los
discípulos de Emaús lo dicen apesadumbrados, sin entusiasmo, como no pocas
veces lo hacemos nosotros, de allí que no somos creíbles. Es que está
incompleto, les falta la fe en la resurrección, que da sentido a todo. Se han
quedado en el anuncio de la muerte de Jesús, sin llegar a creer en la
resurrección. Y como dice San Pablo: "si Cristo no resucitó, la fe de
ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados, en consecuencia, los
que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre. Si nosotros hemos
puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los
hombres más dignos de lástima" (1Cor 15,17-19).
Preguntémonos ¿en qué
consiste nuestra fe, con qué criterios y certezas nos conducimos en el día a
día, qué lugar ocupa la resurrección de Cristo y por ende la nuestra a la hora
de hacer nuestra escala de valores y nuestras opciones de vida, la Eucaristía
es realmente el ámbito en el que nos encontramos verdaderamente con Jesucristo
Resucitado y con los hermanos con los que compartimos la misma fe, cultivamos
la misma esperanza y alimentamos el mismo amor, el encuentro con Jesús nos
moviliza para ir al encuentro de los hermanos más necesitados y socorrerlos?
Amada Madre del Valle,
gracias por habernos acompañado a lo largo de estos 400 años, con el único fin
de llevarnos a tu Hijo Jesús, el Redentor y Restaurador del género humano, la
Palabra viva y eficaz del Padre Celestial, el Buen Pastor que nos conduce a los
sustanciosos campos del amor, la verdad, la libertad, la fraternidad y la vida.
Concédenos la gracia de ser
pacientes en medio de las dificultades, alegres y esperanzados en las horas de
tribulación y oscuridad, agradecidos en los triunfos y en la superación de los
problemas, y perseverantes en la oración y en las tareas diarias.
Gracias Madre porque nos
tiendes tus brazos y nos acoges con tu tierna mirada.
¡Virgen bendita del Valle,
ruega por nosotros!