En la mañana del domingo 22 de abril, en el altar del Santuario y Catedral Basílica, se ofició la Misa Solemne, principal celebración eucarística de la última jornada de las festividades en honor a Nuestra Madre del Valle. La misma fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanč, y concelebrada por el Vicario General de la Diócesis, Pbro. Julio Quiroga del Pino; el Rector del Santuario Mariano, Pbro. José Antonio Díaz, Vicarios y Delegados Episcopales, y sacerdotes del clero local, tanto de Capital como del interior de la Diócesis.
Mons. Urbanč centró su homilía en la familia, opción preferencial de la Iglesia de Catamarca para este año, en el marco de la Misión Diocesana Permanente.
A continuación, el texto completo de su predicación:
“Queridos peregrinos y devotos de la Virgen del Valle:
En este día otoñal nos hemos congregado para ofrecer nuestras honras a la Reina de este pueblo catamarqueño en el 121 aniversario de la coronación pontifica de su sagrada y cuatro veces centenaria imagen. ¡Que viva la Reina del Valle! ¡Que vivan sus devotos peregrinos!
A lo largo de nuestro segundo año de la misión diocesana permanente nos hemos propuesto rezar, meditar y evangelizar nuestras familias, pequeñas iglesias domésticas, células básicas de la sociedad y naturales escuelas de humanización. Concretamente, para este domingo se nos propone fortalecer “nuestro compromiso de amar nuestras familias como Dios las ama”. ¡Qué hermosa intención para culminar esta fiesta!
Acabamos de escuchar textos de la Palabra de Dios. Permítanme tomar el texto de Hechos y leerlo de la siguiente manera y verán que fuerte y actual suena:
“En estos días, la Iglesia tomó la palabra y dijo: “El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de Nuestro Señor Jesucristo, ha glorificado a su sierva la Familia, a la que ustedes entregaron a los Cobardes de este mundo y a la que rechazaron en su presencia, cuando éstos, en algunas ocasiones habían decidido darle la libertad para cumplir con su misión.
Rechazaron tener una santa y justa Familia y pidieron el indulto de una pseudofamilia; han dado muerte a la coautora de la vida, pero Dios la resucitó de entre los muertos y de ello somos testigos los que nacimos de la fe en su amado Hijo.
Ahora bien, hermanos, yo sé que han obrado por ignorancia, de la misma manera que sus jefes; pero Dios cumplió así lo que había predicho por boca de los profetas: que su ungida criatura, la Familia tenía que padecer. Por lo tanto, arrepiéntanse y conviértanse para que se les perdonen sus pecados”.
Si nos asusta la situación digamos con el salmista: “Tú que conoces lo justo de mi causa, Señor, responde a mi clamor. Tú que me has sacado con bien de mis angustias, apiádate y escucha mi oración…En paz me acuesto y duermo en paz, pues sólo tú, Señor, eres mi tranquilidad” (Sal 4,2.9).
¡Qué bueno que, de la mano de la Madre de las Familias, podamos animarnos unos a otros a proclamar el evangelio de la Familia para hacer de esta tierra homínida una sola y gran familia, donde todos seamos hermanos, hijos de un mismo Padre Amor!
Queridas familias, si les abruma la misión que les incumbe escuchen a Jesús que les dice: “La paz esté con ustedes”… No crean en medio de sus desconciertos y temores que es un fantasma. Él siempre les dirá: “No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo”… Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: “¿Tienen aquí algo de comer?” Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos (cf. Lc 24,36-43). Jesús quiere estar siempre sentado a sus mesas. Invítenlo siempre con la oración en familia y serán testigos de su amor.
Hijitos míos, les digo estas cosas para que no pequen. Pero, como pecan, sepan que tienen como intercesor ante el Padre, a Jesucristo, el justo. Porque él se ofreció como víctima de expiación por sus pecados y los del mundo entero (cf. 1 Jn 2,1-2).
Ahora bien, ¿qué es lo que espera el Señor de ustedes, amadas familias? Que cumplan sus mandamientos, pues quien diga, “Yo lo conozco”, pero no cumple sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero aquel que es dócil a su Palabra, tiene la certeza de que el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud (1 Jn 2,3-5).
“A la luz de la fe y en virtud de la esperanza, la familia cristiana participa, en comunión con la Iglesia, en la experiencia de la peregrinación terrena hacia la plena revelación y realización del Reino de Dios.
Por ello debemos percatarnos de la urgencia de la intervención pastoral de la Iglesia en apoyo de la familia. Tenemos que llevar a cabo toda clase de esfuerzos para que la pastoral de la familia adquiera consistencia y se desarrolle… con la certeza de que la evangelización, en el futuro, depende en gran parte de la Iglesia doméstica.
Nuestra labor misionera no se limitará sólo a las familias cristianas más cercanas, sino que, ampliando los propios horizontes en la medida del Corazón de Cristo, se mostrará más viva aún hacia el conjunto de las familias en general, y en particular hacia aquellas que se hallan en situaciones difíciles o irregulares. Para todas ellas debemos tener palabras de verdad, bondad, comprensión, esperanza y de viva participación en sus dificultades, a veces dramáticas; ofreciendo a todos ayuda desinteresada, a fin de que se puedan acercar al modelo de familia, que ha querido el Creador “desde el principio” y que Cristo ha renovado con su gracia redentora” (Familiaris consortio, n° 65).
Debido a que se están cumpliendo los 50 años del inicio del Concilio Vaticano II, es bueno que les recuerde del Decreto ‘Sobre el Apostolado Laico” el, sin desperdicio, n° 11 dedicado a la Familia: “Habiendo establecido el Creador del mundo la sociedad conyugal como principio y fundamento de la sociedad humana, convirtiéndola por su gracia en sacramento grande, el apostolado de los cónyuges y de las familias tiene una importancia trascendental tanto para la Iglesia como para la sociedad civil.. Los cónyuges cristianos son para sí, para sus hijos y demás familiares, cooperadores de la gracia y testigos de la fe. Son para sus hijos los primeros testigos y educadores de la fe; los forman con su palabra y con su ejemplo para la vida cristiana y apostólica, los ayudan con mucha prudencia en la elección de su vocación y cultivan con todo esmero la vocación sagrada que quizá han descubierto en ellos.
Siempre fue deber de los cónyuges-padres y constituye hoy parte principalísima de su apostolado, manifestar y demostrar con su vida la indisolubilidad y la santidad del vínculo matrimonial; afirmar abiertamente el derecho y la obligación de educar cristianamente la prole; defender la dignidad y legítima autonomía de la familia.
Cooperen, por tanto, ellos y los demás cristianos con los hombres de buena voluntad a que se conserven incólumes estos derechos en la legislación civil; que en el gobierno de la sociedad se tengan en cuenta las necesidades familiares en cuanto se refiere a la habitación, educación de los niños, condición de trabajo, seguridad social e impuestos y que se ponga a salvo la convivencia doméstica de los inmigrantes, etc.
Esta misión la ha recibido de Dios la familia misma para que sea la célula primera y vital de la sociedad. Cumplirá esta misión *si, por la piedad mutua de sus miembros y la oración dirigida a Dios en común, se presenta como un santuario doméstico de la Iglesia; *si la familia entera toma parte en el culto litúrgico de la Iglesia; *si, por fin, la familia practica activamente la hospitalidad, promueve la justicia y demás obras buenas al servicio de todos los hermanos que padezcan necesidad. Entre las varias obras de apostolado familiar pueden recordarse las siguientes: +adoptar como hijos a niños abandonados, +recibir con gusto a los forasteros, +prestar ayuda en el régimen de las escuelas, +ayudar a los jóvenes con su consejo y medios económicos, +ayudar a los novios a prepararse mejor para el matrimonio, +prestar ayuda a la catequesis, +sostener a los cónyuges y familias que están en peligro material o moral, +proveer a los ancianos no sólo de los indispensable, sino procurarles los medios justos del progreso económico”.
Para concluir una palabra sobre la misión de la familia respecto al primer don no negociable de la vida. “La vida me l’an prestao y tengo que devolverla”… ¿les suena?
La verdad del evangelio exige la coherencia de los católicos en todas las dimensiones de la vida, y también en la vida pública. Es cierto que la primera y más directa responsabilidad respecto de las leyes es de los políticos que las promueven, pero los ciudadanos tenemos la responsabilidad de no respaldar a quienes promueven leyes que atentan, de un modo u otro, contra el valor sagrado de la vida. El bien de la sociedad requiere que cada uno asuma más seriamente su propia responsabilidad, también el conjunto de los cristianos como pueblo, en vistas a un futuro más humano.
Es preciso afrontar con determinación y claridad de propósitos, el peligro de opciones políticas y legislativas que contradicen valores fundamentales y principios antropológicos y éticos arraigados en la naturaleza del ser humano, en particular con respecto a la defensa de la vida humana en todas sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural, y a la promoción de la familia fundada en el matrimonio.
Querida Madre del Valle, aquí tienes a tus hijos postrados ante tu sagrada imagen para agradecerte porque no te cansas de ser nuestra Madre y Maestra y sobre todo porque tu labor intercesora es eficacísima. ¡Cuánto tenemos que alabarte por esto!
Hoy hemos venido a depositar en tu magnánimo corazón nuestra Misión Diocesana Permanente que se encuentra abocada a evangelizar las familias que peregrina en Catamarca. Ayúdanos a encontrar los modos para llegar a todos los núcleos familiares, especialmente a los más necesitados del Amor de Dios.
Haz que amemos la Vida que Dios nos da, que la promovamos y defendamos con entereza y que estemos cerca de toda vida amenazada. ¡Así sea!