La aparente contradicción entre la bondad de Dios y la innegable
existencia del mal en el mundo ha llevado a muchas personas a una actitud un
tanto trágica. Niegan una realidad compleja porque no logran entenderla
totalmente, y acaban en una visión de profundo pesimismo vital ante el
escándalo que les produce esa presencia del mal. Algo parecido a la triste
resignación de un enfermo que muriera en medio de terribles sufrimientos,
negándose a tomar una medicina mientras explica con vehemencia que no comprende
cómo una cosa tan simple puede curarle.
Hay una idea que puede contribuir a entender mejor este misterio. Si hay una
inteligencia divina, ordenadora del universo y omnipotente, ese Dios no permitiría
el mal si no fuera a sacar de esos males -reales o aparentes- grandes bienes.
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¿Cómo
puede salir bien del mal...? ¿No es una contradicción?
Hay que pensar, de entrada, que no sabes si ese mal que te ha venido ha podido
librarte de otro mal peor y, por tanto, te ha supuesto un bien.
Quizá, por ejemplo, ese pinchazo que te ha impedido llegar a una cita
importante y te ha hecho perder una buena oferta de trabajo, a lo mejor ha sido
un contratiempo que ha impedido un accidente que habrías tenido en ese
trayecto; o te ha librado de inconvenientes en ese puesto de trabajo que tú
desconocías; o te ha permitido encontrar luego otro trabajo mejor. Y sin
embargo, quizá estés muy enfadado y no veas ninguna lógica en ello, y pienses
que se trata de un acto de crueldad por parte de Dios.
Cuando un hombre intenta hacer el bien a su prójimo, hace directamente el bien.
En cambio, cuando obra mal, hace directamente ese mal; pero es un mal que Dios
aprovecha para sacar otro bien, según sus planes sapientísimos que tiene
trazados desde la eternidad.
Más ejemplos. Piensa en una persona que es habitualmente ruin y egoísta, pero
que con ese mal produce un bien en otro compañero que, por reacción ante esa
actitud tan desagradable, hace un firme propósito de no caer en esas actitudes.
O una empresa que despide injustamente a uno de sus empleados y, sin saberlo,
le aleja con eso de un peligro cierto de corrupción en el que estaba a punto de
caer. O un conductor temerario que atropella a una persona, y la larga
convalecencia sirve para unir a la familia del accidentado.
La vida es misteriosa. ¿Cuántas veces al cerrarse una puerta -que parecía
la elegida para nosotros- no se nos abre otra aún mejor? Esas consecuencias buenas
de los males, a veces se ven al poco tiempo. En otros casos, tardan más. O no
llegamos siquiera a conocerlas nunca. Pero eso no significa que no puedan
existir.
Todo esto no quiere decir que el mal deje de serlo, o que deje de tener gravedad,
o importancia. El mal existe, y Dios sacará bienes de nuestras maldades, pero
no tenemos que ver en esto una excusa para continuar haciéndolas. Cuando, por
ejemplo, la Iglesia afirma que la Crucifixión de Jesucristo es el punto central
de la Redención de la Humanidad, no dice que por ello la traición de Judas deje
de ser un acto malvado. El enfoque cristiano del sufrimiento es compatible con
poner gran empeño en nuestro deber de dejar el mundo mejor que como lo hemos
encontrado.
Mons. Luis Urbanc
8° Obispo de Catamarca