El viernes 24 de
octubre, a las 20.00, en la Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, los diáconos
Juan de Dios Gutiérrez, Martín Melo González y Diego Manzaráz darán un paso
decisivo en sus vidas al consagrarse a Dios a través del ministerio sacerdotal.
En su preparación
inmediata a este acontecimiento, durante la semana pasada participaron de un
retiro espiritual en el Monasterio Inmaculada del Valle de las Monjas Dominicas,
ubicado camino a El Jumeal. El viernes 17 en horas de la mañana recibieron la
visita del Obispo Diocesano, Mons, Luis Urbanč, acompañado por el Vicario
General de la Diócesis, Pbro. Julio Quiroga del Pino, oportunidad en que brindaron
sus testimonios, que compartimos en este espacio.
La atracción de Dios desde la niñez
Juan de Dios Gutiérrez
tiene 26 años, es oriundo del departamento Belén, y pertenece de la Parroquia
Nuestra Señora de Belén. Comentó que viene preparándose desde que sintió el
llamado de Dios, “un llamado de amor, de misericordia, que exige de parte de
nosotros una respuesta libre y de amor. Durante todo el tiempo del Seminario
vamos haciendo un tiempo de discernimiento, para descubrir lo que quiere Dios.
Durante el tiempo de formación con las experiencias lindas, los momentos
difíciles, vamos experimentando más fuerte su presencia, y a partir de allí uno
le va dando una respuesta. Una vez que uno termina el Seminario hace una síntesis
de todo el proceso, y ve si realmente es libre y capaz de responder a la
llamada de Dios”.
Juan de Dios confió
que desde niño sintió el llamado de Dios y cómo sus padres fueron una pieza
clave en su vida de fe. “Mis padres iban a misa todos los domingos y me
llevaban. De ellos rescato el valor y el sentido que tiene la misa, no de un
mero precepto para cumplirlo sino de un momento de encuentro con Dios para
darle gracias y hacerle peticiones. Ese es un valor que ellos me han ido
inculcando. Nos puede faltar la comida pero nunca la comida espiritual, que es
la Eucaristía. Mis padres me fueron explicando el sentido que tiene la
catequesis, la profundización de la fe, de aprender a compartir la fe. Así pude
experimentar con caridad que los primeros catequistas son los padres”.
También afirmó que le
gustaba mucho ser monaguillo. “El primero que me inició en esto fue el padre
José Antonio Díaz, tenía entre 8, 9 años, y pedí ser monaguillo y él me lo
permitió. En él veía una figura bastante llamativa, el modo de celebrar la Eucaristía,
su entusiasmo y su delicadeza con las cosas sagradas, y lo que me iba enseñando
me iba generando una atracción hacia el Señor. Durante el tiempo que él estuvo
como párroco me fue acompañando, sobre todo con el testimonio. Me iba hablando
con el modo de celebrar la misa o cuando yo lo veía en su cercanía con los
jóvenes, con los ancianos, con los niños. Todo su testimonio me hablaba y me
iba ayudando a profundizar cuál era el sentido de la vocación”. Su entusiasmo
lo impulsaba a querer entrar en el Seminario a los 12 años, “pero a mis padres
no les convencía mucho, porque eso implicaba separarme muy chico de la familia.
Me dijeron que esperara hasta los 15 años, y si continuaba con esa inquietud
iba a tener la suficiente madurez para tomar una decisión. Por eso les
agradezco, capaz que si entraba a los 12 años hubiese sido de otra manera. Entré
a los 15, y fui sintiéndome totalmente libre para tomar esta decisión, que es
abrazar el ministerio sacerdotal”.
El recipiente donde se ofrece el agua viva
Carlos Diego Manzaráz
tiene 28 años, pertenece a la Parroquia Santa Rosa de Lima, en la ciudad
capital, y expresó que éste “es un momento muy especial, y la preparación
inmediata es la oración, para que Dios me pueda utilizar como instrumento para
santificar a su pueblo, para ungir a mis hermanos y ayudarlos en los momentos
de mayor debilidad, en la enfermedad, en el sufrimiento, aliviando el dolor que
llevan, para acercarlos a Jesús, que es lo más importante”. El es consciente
que “no somos nosotros los importantes, sino simples instrumentos, somos un
pozo donde las personas vienen a beber el agua, somos el pozo, el recipiente,
en el que Jesús, que es el agua viva, se ofrece”.
Respecto de cómo nació
su vocación manifestó: “Surge algo vacilante hace como diez años, cuando fui a
compartir el día de la familia con los seminaristas en El Rodeo, por invitación
de un amigo. Cuando volvía hacia la ciudad en la combi del Seminario, el padre
Avalos me pregunta cuándo iba a entrar al Seminario. Le contesté que nunca,
pero en realidad tenía muchas ganas de decir que sí, y como nunca daba un paso sin
estar seguro, dije que no. Ese año empezaba la facultad, me iba muy bien en
Ciencias Económicas, y cuando pasó un año, aprobé todas las materias, me gusta
mucho la matemática, pero sentía que algo no terminaba de cerrar en mí. Un día
estaba en el Monasterio, venía a ayudar a cortar el césped, y volví a casa
cerca del mediodía y le dije a mis padres que el año que viene me iba a Tucumán.
No me creían, porque nunca había salido de casa mucho tiempo, nunca me había
alejado de ellos. Me fui en la bici hasta la casa del Padre San Nicolás, y
comencé a hacer el discernimiento”.
Diego siente que su vocación
está muy ligada al servicio, ya que desde los 8 años estuvo vinculado a los
Servidores Marianos y por eso a la Virgen del Valle. “Me gustaba ayudar a los
peregrinos cuando venían, y le decía a mis amigos que si pudiera hacer esto
para toda la vida lo haría. Siempre he visto mi ministerio como un servicio. He
intentando formarme en ese servicio al pueblo de Dios y sobre todo al pueblo
sufriente y ligado a la Virgen del Valle”. Para Diego, “la Virgen está muy
presente en mi vida desde chico, gracias a mi familia, que me llevaba a las
procesiones, corríamos para tocar la Imagen. Siempre que iba a la procesión y no
me podía volver si no me traía una de las flores que tenía el trono. Luego
entré al grupo de monaguillos en la Catedral y ahí se terminó de clarificar mi
vocación. Me acerqué mucho a la Eucaristía y mi devoción mariana creció”.
Joven médico que anhela entregar ya la vida al sacerdocio
Martín Melo tiene 34 años, es de
Capital y pertenece a la Parroquia San Pío X, del barrio Libertador II, más
conocido como Mil Viviendas. En un
breve diálogo abrió su corazón para contar que su vocación “comenzó a gestarse lentamente
en el tiempo que era estudiante en Córdoba, cuando comencé a plantearme qué era
esto de la vocación, puesto que lo tenía asociado de un modo único con la
profesión”. En este camino de discernimiento agradeció a Dios “por la vida del
Padre Rafael Orona, un jesuita fallecido, que fue quien me acompañó durante 8
años en Córdoba, y me ayudó a ir descubriendo este camino de consagración al
Señor. Fue clave también un retiro, que me ayudó a ver cuál era el proyecto al
que Dios me llamaba, que estaba por encima de los míos, si realmente me daba la
plenitud que como todo hombre buscaba”.
“En diciembre de 2005
me recibí de médico y tres meses después entré al Seminario, una etapa de ocho
años que terminó en diciembre del año pasado, de mucha bendición, de formación,
de pascua, de prueba, pero ante todo de alegría, de paz”, afirmó Martín.
También confió que en
este tiempo “ha sido muy fuerte la experiencia del diaconado, lo he vivido muy
a fondo. Servir en la parroquia de Belén junto a mis hermanos curas, a Juan de
Dios, que también está ahí, formando una pequeña comunidad sacerdotal, ha sido
una experiencia de gracia y bendición, que voy a estar agradecido el resto de
mi existencia”.
En este sentido
consideró que “este retiro ha sido como una prolongación de este tiempo de gracia
y preparación. Estoy muy tranquilo, con el corazón lleno de gozo, de alegría,
de paz, ese anhelo de entregar ya mi vida al ministerio sacerdotal”.