“Que
la Virgen nos ayude a ser apóstoles de la Misericordia para hacer de la
humanidad una familia de hermanos”
Durante
la misa de las 21.00 del lunes 30 de noviembre, en el segundo día de la novena
en el que la Iglesia celebró la fiesta de san Andrés, apóstol, rindieron su
homenaje a la Virgen del Valle miembros del ministerio de Salud, del Círculo Médico,
de los colegios de farmacéuticos, odontólogos, kinesiólogos, psicólogos,
bioquímicos, anestesistas, personal de los hospitales, sanatorios, clínicas,
del SAME, PAMI, OSEP y ECA.
La
temática de reflexión para este día estuvo centrada en la toma de conciencia
que también nosotros somos ‘apóstoles de la
misericordia’, y de la que somos los primeros beneficiarios.
La
Eucaristía fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, quien en el
inicio
de su homilía se refirió a la misericordia, sobre la cual el Papa
Francisco dice: “Siempre tenemos
necesidad de contemplar el misterio de la Misericordia. Es fuente de alegría,
de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la
palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el
acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia:
es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con
ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une a Dios con
el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados, no obstante el
límite de nuestro pecado”.
Tomando
la figura del discípulo Andrés, Mons. Urbanc expresó que “Jesús cuando llama a los discípulos no los quiere como
meros acompañantes para justificar que Él es Maestro, sino para que tengan una
experiencia profunda de la Misión que el Padre le confió y para enviarlos a ser
testigos de este Plan eterno de Dios por medio de la predicación y un estilo de
vida eclesial. Desde el comienzo, el discípulo está llamado a una experiencia
de ‘tiempo completo’ con Jesús. En el trato diario con el maestro va
aprendiendo el discípulo a configurarse con él, y a descubrir el sentido de su
vocación, es decir, la de ser testigo y continuador de la obra del maestro”.
Finalmente, pidió a la Virgen María, la discípula ideal, “que nos
ayude a ser apóstoles de la Misericordia del Buen Padre Dios, anunciando, con
nuestro modo de vivir y con las palabras, la voluntad salvífica de Dios y su
firme propósito de hacer de toda la humanidad una única familia de hermanos
unidos estrechamente en su infinito, inagotable y eterno amor de Padre”.
Al
finalizar la celebración eucarística, el Obispo bendijo las ambulancias
ubicadas en el Paseo de la Fe, para que la Virgen acompañe y proteja a quienes
hacen uso de este servicio y a quienes lo brindan.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILIA
Queridos
Devotos y Peregrinos:
Bienvenidos a este segundo día de la novena
en el que la Iglesia celebra la fiesta de san Andrés, apóstol, uno de los que
tuvo la dicha de conocer y cuidar a la santísima Virgen María.
La temática que se nos propuso
reflexionar hoy radica en la toma de conciencia que también nosotros somos
‘apóstoles de la misericordia’, y de la
que somos los primeros beneficiarios.
Hoy participan como peregrinos,
miembros del ministerio de salud, del círculo médico, de los colegios de farmacéuticos,
odontólogos, kinesiólogos, psicólogos, bioquímicos, anestesistas, personal de
los hospitales, sanatorios, clínicas, del SAME, PAMI, OSEP y ECA. Que la Virgen
morenita los acoja, reconforte y escuche sus ruegos.
El Papa Francisco nos ha convocado a
vivir intensamente un año de misericordia y
nos exhorta de esta manera: “Hay
momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la
mirada fija en la Misericordia para poder ser también nosotros mismos signo
eficaz del obrar del Padre” (Misericordiae Vultus, n° 3).
“Siempre tenemos
necesidad de contemplar el misterio de la Misericordia. Es fuente de alegría,
de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la
palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el
acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia:
es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con
ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une a Dios con
el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados, no obstante el
límite de nuestro pecado” (MV n° 2).
“En las parábolas
dedicadas a la Misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un
Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y
superado el rechazo con la Compasión y la Misericordia. Conocemos estas
parábolas; tres en particular: la de la oveja perdida, la de la moneda
extraviada, y la del padre y los dos hijos (cf.Lc 15,1-32). En estas parábolas,
Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En
ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la Misericordia
se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que
consuela con el perdón” (MV n° 9).
El mensaje de la
Palabra de Dios que acabamos de escuchar es muy valioso para remozar nuestra
piedad y vida cristiana.
La primera lectura nos enseña que la fe
conduce a la salvación, por el simple hecho de que con ella nos abandonamos
libre y totalmente Dios, reconociéndolo como el Salvador misericordioso de la
humanidad. Pero a la fe se llega por la escucha y la docilidad de la
predicación de la Palabra de Dios.
Tanto la fe como la predicación versan sobre
el misterio de Jesucristo, muerto y resucitado por el poder de Dios Padre. Por
eso, al creer, todo ser humano de buena voluntad sale de sí mismo y decide ser
de Dios y para Dios.
Sin embargo, para poder predicar es
imprescindible haber sido elegido y enviado por Dios, por medio de la Iglesia.
Por tanto, predicar la Buena Noticia, que es el mismo Jesús, es una misión
recibida y que se cumple en la medida en que se vive en comunión con la
Iglesia, a fin de que haya perfecta sintonía entre quien predica y lo que
predica, entre el que envía y el enviado.
El auténtico seguimiento de Jesús transforma
la vida y no admite componendas, es, por propia naturaleza, radical y abarca
toda la existencia del que ha sido llamado: “Vengan detrás de mí y yo los haré
pescadores de hombres” (Mt 4,19).
Andrés, de oficio pescador en el
lago de Galilea, es hermano de Simón, llamado Pedro (Mt 4,18). Jesús lo eligió desde
el inicio mismo de su ministerio público.
Andrés era discípulo de Juan el
Bautista; pero cuando éste exclama: "he ahí el Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo", inmediatamente, y luego de un breve diálogo con
Jesús, se va con él (Jn 1,35-40).
Andrés era de Betsaida (Jn 1,44),
pero probablemente se había trasladado a Cafarnaún con su hermano Simón, al que
Jesús comenzó a llamar “Pedro”.
Jesús cuando llama a los
discípulos no los quiere como meros acompañantes para justificar que Él es
Maestro, sino para que tengan una experiencia profunda de la Misión que el
Padre le confió y para enviarlos a ser testigos de este Plan eterno de Dios por
medio de la predicación y un estilo de vida eclesial. Desde el comienzo, el
discípulo está llamado a una experiencia de "tiempo completo" con
Jesús. En el trato diario con el maestro va aprendiendo el discípulo a
configurarse con él, y a descubrir el sentido de su vocación, es decir, la de ser
testigo y continuador de la obra del maestro.
La Virgen María es la discípula ideal, por eso en esta Eucaristía
le pidamos que nos ayude a ser apóstoles de la Misericordia del Buen Padre
Dios, anunciando, con nuestro modo de vivir y con las palabras, la voluntad
salvífica de Dios y su firme propósito de hacer de toda la humanidad una única
familia de hermanos unidos estrechamente en su infinito, inagotable y eterno
amor de Padre.
San Andrés, apóstol, ruega por nosotros. Nuestra Madre del Valle,
ruega por nosotros.