“Jesús les propone el precioso desafío de revolucionar
la Iglesia y el mundo con su vitalidad”
En el octavo día de la
novena en honor a Nuestra Madre del Valle, el domingo 6 de diciembre a la noche,
los jóvenes rindieron un alegre y colorido homenaje, durante la misa presidida
por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por el sacerdote
franciscano Fernando Lapierre y el asesor de la Pastoral Juvenil, Pbro. José
Aguirre. Participaron miembros de los movimientos juveniles, Pastoral Juvenil
de la Diócesis y los egresados 2015.
Los jóvenes se reunieron en
el antiguo hospital San Juan Bautista, a las 19.30, y llegaron en peregrinación
hasta el Santuario Mariano. Durante el camino meditaron sobre
A
su arribo al Paseo de la Fe participaron de la celebración eucarística, en cuya
homilía, el Obispo se dirigió a los jóvenes expresándoles que “Jesús les
propone el precioso desafío de revolucionar la Iglesia y el mundo con la fuerza
y la vitalidad propias de su momento vital”, exhortándolos a ser “comprometidos,
alegres, creativos, bien formados, apostólicos y entusiasmadores” dentro del
seno de la Iglesia.
Tomando
la temática propuesta para esta jornada, referida a la relación entre Justicia
y Misericordia, definió la “justicia”
como “la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a
Dios y al prójimo lo que les es debido; y la “misericordia” como “el atributo
de Dios, que extiende su compasión a los que pasan por cualquier necesidad”.
Luego resaltó que “esta Misericordia se ha revelado en Jesucristo,
quien presenta a Dios como ‘Padre de la misericordia’, cercano al hombre, sobre
todo cuando sufre y cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y
de su dignidad. Nuestro Señor Jesucristo no sólo habla de la misericordia
divina con parábolas, sino que Él mismo la encarna y personifica, puesto que es
su misión fundamental como Mesías, como el Ungido por el Espíritu Santo”.
Luego de la comunión, los jóvenes
presentaron sus compromisos ante el altar escritos en corazones rojos, que
pegaron simbólicamente en el mundo junto a los signos de la sal, la luz, la
cruz y María.
La celebración se llevó a
cabo en un ambiente festivo, con muchos cantos, palmas y vivas.
Al finalizar se realizó un
acto cultural, donde artistas rindieron su homenaje con la danza y el canto.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILIA
Queridos
Peregrinos y Devotos:
En este octavo día de la Novena en honor a
nuestra Señora del Valle, celebramos la Eucaristía que corresponde al 2°
domingo de Adviento y rinden su homenaje a la Virgen los jóvenes y se destacan
aquellos que este año han egresado. También están con nosotros los miembros de
la Pastoral Juvenil de la Diócesis. Bienvenidos a esta celebración y que la
Madre del Cielo los siga cuidando y llevando a Jesús.
Antes de proseguir, les comparto una
experiencia, de esas que te ‘tildan’ y te dejan pensando, que viví esta mañana
al celebrar la Misa en el monasterio de nuestras queridas Monjas Dominicas. En
medio de un habitual grupo de adultos, se destacaban dos jóvenes de unos 23
años, que proclamaron cada uno una lectura. Eso de ver dos jóvenes en Misa y
participando con unción te descoloca. Les decía a los presentes: pensar que
nuestros templos deberían estar llenos de jóvenes comprometidos, alegres,
creativos, bien formados, apostólicos y entusiasmadores. Pues bien, le agradecí
al Señor el regalo y le pedí que nos ayude a cautivar a los jóvenes con su
Amor, su Verdad, su Vida y su Reino. Así que, queridos jóvenes aquí presentes,
Jesús les propone el precioso desafío de revolucionar la Iglesia y el mundo con
la fuerza y la vitalidad propias de su momento vital.
La temática propuesta para esta
jornada es la relación entre Justicia y Misericordia.
La “justicia” es la virtud moral
que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que
les es debido. La justicia para con Dios se llama “virtud de la religión”. Para
con los hombres, la justicia dispone respetar los derechos de cada uno y establecer
en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad en relación a las
personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las
Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y
de su conducta con el prójimo (cf. Cat.Igl.Cat. n° 1807).
La “misericordia” es el atributo
de Dios que extiende su compasión a los que pasan por cualquier necesidad.
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento ilustran que Dios desea mostrar su
misericordia al pecador. Uno debe humildemente aceptar la misericordia; no
puede ser ganada. Como Cristo ha sido misericordioso, también nosotros estamos
llamados a ejercer compasión hacia otros, estando dispuestos a perdonar “setenta
veces siete” (Mt 18,22).
Esta Misericordia se ha revelado
en Jesucristo, quien presenta a Dios como “Padre de la misericordia”, cercano
al hombre, sobre todo cuando sufre y cuando está amenazado en el núcleo mismo
de su existencia y de su dignidad. Nuestro Señor Jesucristo no sólo habla de la
misericordia divina con parábolas, sino que Él mismo la encarna y personifica,
puesto que es su misión fundamental como Mesías, como el Ungido por el Espíritu
Santo.
En la parábola del hijo pródigo (Lc
15,11-32)no aparecen los términos «justicia» y «misericordia»; sin embargo, la
relación de la justicia con el amor, que se manifiesta como misericordia está
inscrito con gran precisión en el contenido de la parábola evangélica. Es
evidente que el amor se transforma en misericordia, cuando hay que superar la
norma precisa, y a veces demasiado estrecha, de la justicia. El hijo pródigo, cuando
derrochó todo y quedó en la miseria, merece -a su vuelta- ganarse la vida
trabajando como jornalero en la casa de su padre y eventualmente conseguir poco
a poco una cierta provisión de bienes materiales; pero quizá nunca en tanta
cantidad como había malgastado. Tales serían las exigencias del orden de la
justicia; tanto más cuanto que no sólo había dilapidado la parte de patrimonio
que le correspondía, sino que además había tocado en lo más íntimo y había
ofendido a su padre con su conducta. Ésta, que a su juicio le había desposeído
de la dignidad filial, no podía ser indiferente a su padre; debía hacerle
sufrir y en algún modo incluso implicarlo. Pero en fin de cuentas se trataba
del propio hijo y tal relación no podía ser alienada, ni destruida por ningún
comportamiento. El hijo pródigo era consciente de ello y es precisamente tal
conciencia lo que le muestra con claridad la dignidad perdida y lo que le hace pensar
el puesto que podía corresponderle aún en casa de su padre (cf. Dives in misericordia).
Esta imagen concreta del estado
de ánimo del hijo pródigo nos permite comprender con exactitud en qué consiste
la misericordia divina. El padre del hijo pródigo es fiel a su paternidad, fiel al amor que desde siempre sentía por su hijo.
Tal amor es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo, toda miseria humana y
singularmente hacia toda miseria moral o pecado. Cuando esto ocurre, el que es
objeto de misericordia no se siente humillado, sino como encontrado de nuevo y
«revalorizado». La misericordia se manifiesta en su aspecto verdadero y propio,
cuando revalida, promueve y extrae el bien de todas las formas del mal
existentes en el mundo y en el hombre. (cf.Dives
in misericordia).
Ahora bien, la idea de justicia
que debe servir para ponerla en práctica en la convivencia de los hombres, de
los grupos y de las sociedades humanas, en la práctica sufre muchas
deformaciones. La experiencia demuestra que el rencor, el odio e incluso la
crueldad han tomado la delantera a la justicia. En tal caso el ansia de
aniquilar al enemigo, de limitar su libertad y hasta de imponerle una dependencia
total, se convierte en el motivo fundamental de la acción; esto contrasta con
la esencia de la justicia, la cual tiende por naturaleza a establecer la
igualdad, el equilibrio y la equiparación entre las partes en conflicto. También
la experiencia del pasado y de nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí
sola no es suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al
aniquilamiento de sí misma, si no se le permite a esa forma más profunda que es el amor
misericordioso redimensionar y recrear
cada vida humana y las relaciones humanas (cf. Dives in misericordia).
En las lecturas bíblicas
proclamadas encontramos algunas afirmaciones que ponen en relieve la relación
entre justicia y misericordia en el obrar de Dios con la humanidad.
El profeta Baruc (5,1-9) invita a Jerusalén a
olvidar sus quebrantos y lamentos y a revestirse con vestidos y adornos de
fiesta. Quien tiene esperanza no puede perder de vista el horizonte último de
la historia, que se manifiesta también en los acontecimientos penúltimos: los
que nos indican el sentido de todo lo que vivimos. Es un horizonte de luz y de
gracia, de vida en plenitud, de salvación. En el horizonte no estamos solos, ni
está la oscuridad de la nada. En el horizonte está Dios. Y eso supone sacar lo
mejor de nosotros, apreciar lo mejor de nosotros mismos y de los demás. El
profeta nos convoca a vivir con autoestima, que no es desconocer lo menos
amable que hay en nosotros, sino percibirlo en la perspectiva de la
misericordia divina que hace nuevas todas las cosas y, sobre todo, a nosotros.
El Adviento no es un tiempo que tenga sentido en sí mismo. Es preparación para lo
más grande que nos va ocurrir: ser alcanzados por Dios que nos lleva a vivir a
su plenitud de comunión.
Pero en la vida, según nos enseña la segunda
lectura (Flp 1,4-11), nos topamos con vestidos y adornos festivos que no
siempre revisten y resaltan la verdad profunda del ser humano; fue la tentación
del mundo fariseo que cubría con ostentación su vacío y sus contradicciones.
Sepulcros blanqueados, les decía Jesús.
Las vestiduras que el Señor regala son las de
la autenticidad y la misericordia. Nuestra verdad personal requiere miradas y
actitudes de misericordia para perder sus toques amargos y sus ángulos oscuros.
Lo que Pablo desea a los fieles de Filipo no es mero contento y adulación
recíproca, sino un amor mutuo que sabe discernir y aprecia los valores. El que
no ama, o sólo se ama a sí mismo, permanece ciego ante los valores. El amor manifiesta
lo que hay de valioso en los seres y en los acontecimientos, lo que en último
extremo hace valiosa nuestra vida. Es lo que nos permitirá cargarnos de frutos
de justicia, por medio de Cristo Jesús. No es nuestra justicia, siempre parcial
y a veces gélida, sino la suya: una justicia bañada de comprensión, de
compasión, de misericordia, de amor.
Por último, en el Evangelio (Lc 3,1-6) se nos
recuerda que preparar “el camino del Señor” no fue sólo la vocación de Juan el
Bautista, sino que también nosotros, que creemos y esperamos en Él, realicemos
la misma tarea. El camino del Señor es un camino que conduce a la salvación, un
camino que podemos y debemos hacer juntos y en el que debemos hacer un sitio a
los que se pierden y a los que excluimos. ¿Cómo hacer hoy para preparar ese
camino del Señor? Facilitando el fatigoso peregrinar de los humanos;
confortando a quien se siente deprimido y necesitado de horizontes en la vida; tomando
conciencia que somos hermanos, siendo pacientes con los más lentos y
agradecidos con los más ágiles y despiertos.
Que la Virgen del Valle nos siga ayudando en
el cumplimiento de la misión confiada.