Más de 15 mil jóvenes
reunidos en Rosario en ocasión del II Encuentro Nacional de Juventud, entre
ellos 250 catamarqueños, compartieron en el mediodía del domingo la última
celebración de la Eucaristía antes de regresar a sus hogares. La misa fue presidida
por el arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, cardenal Mario
Aurelio Poli, y concelebrada por Mons. José Domingo Ulloa, Arzobispo de Panamá
y Presidente de la Conferencia Episcopal de Panamá y Mons. Oscar V. Ojea,
Obispo de San Isidro y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina.
Monseñor Oscar Ojea comenzó
su prédica mencionando las “fotos del alma”, esos momentos especiales que
“cuidamos y atesoramos en el corazón”, e invitó a los jóvenes a imaginar lo que
habrán sentido los discípulos cuando se encontraron con Jesús por primera vez:
“¿Qué les habrá dicho su mirada para que lo dejaran todo y los siguieran? ¿Qué
resorte del corazón habrá tocado en ellos para que les cambie la vida tan a
fondo?”, preguntó.
“Él les ofreció su
intimidad. Gratuitamente. Sin condenas ni peros. Experimentaron un amor
incondicional. Es como si les hubiera dicho a cada uno ‘te quiero como sos, no
como pienso que deberías ser, sino como sos’. Entonces se sintieron contenidos
y -al mismo tiempo- comenzaron a formar parte de un mundo nuevo y maravilloso”,
relató.
Haciendo referencia al lema
del encuentro, advirtió: “Nosotros hemos participado de este encuentro
convocados y atraídos por Él. Con Él renovaremos la historia. Hemos venido muy
necesitados de estos espacios de honda intimidad en nuestro corazón”.
“¿Cómo es la intimidad de
Jesús? San Pablo nos dice que su amor es ancho, profundo y alto”, señaló, y
detalló: “Es un amor en tres dimensiones, como la Trinidad: es alto como el
Padre que está en el cielo; profundo como el Hijo que descendió al fondo de la
historia de cada corazón y ancho como el Espíritu que lo penetra todo con su
libertad y que busca ocupar todos los lugares”, afirmó.
Monseñor Ojea recordó que
todos cabemos en el amor de Jesús, que “es ancho”, que “no excluye a nadie”, y
sostuvo que “tenemos que dejar que el Espíritu haga cada día más grande nuestro
corazón para poder cobijar en Él a muchos, no sólo a los de nuestro grupo más
cercano”.
Para esto, indicó,
recordando las palabras que el papa Francisco envió a los jóvenes, necesitamos
vivir la presencia. “Aprender a escuchar y a detener la mirada en cada
hermano”.
“Tenemos la tentación de
refugiarnos sólo en el celular y pensamos que con los whatsapp y con la imagen
nos comunicamos suficientemente, no es así. A veces la imagen sólo sirve para
que nos escapemos de la realidad. Nada reemplaza nuestra presencia, el trabajo
cuerpo a cuerpo es imprescindible para comunicarnos según el lenguaje del
Evangelio”, aseguró.
En segundo lugar, advirtió
que el amor de Jesús “es profundo”, ya que “no hay rincón de nuestra persona en
donde Él no se haya sumergido por amor. Sin rechazar nada, aún aquello que a
nosotros nos da vergüenza, Él toma en sus manos toda tristeza nuestra y la cura
con el amor de su corazón”.
Para ser consecuentes con
este “amor sin límites”, aconsejó el prelado, “debemos vivir la segunda palabra
que nos ha dejado el Papa: comunión. Esto se logra encontrándonos con nuestras
raíces. Somos parte de un pueblo y tenemos que desarrollar el gusto espiritual
de pertenecer a él. Ir a las raíces para vivir la comunión significa entrar en
contacto interior con quienes nos dejaron, con trabajo y sudor, esta patria
como herencia”, sostuvo.
“Hoy hablamos poco de patria
porque respiramos una cultura tremendamente individualista: tengo que preocuparme
sólo de mí y el resto que se arregle. Es la cultura del ‘sálvese quien pueda’,
egoísta y mezquina”, lamentó, y recordó que “la Patria está mucho más allá de
ser sólo un conjunto de individuos que se avienen a cumplir leyes comunes. Ella
es madre, nos ha recibido en nuestra casa común y nos exige el desafío de
transformarla para hacerla más equitativa, más fraterna y más cristiana. Una
Patria que viva la hospitalidad esencial de la persona humana que es recibir
con los brazos abiertos a todos los que están invitados al banquete de la vida
y prepararles una casa digna de ser habitada. Por eso expresamos que VALE TODA
VIDA”, enfatizó, recibiendo un gran aplauso de los presentes.
“La tercera característica
del amor de Jesús es la altura”, continuó el prelado. “Dios está saliendo
continuamente de sí mismo y no se guarda nada. Él nos invita continuamente a
crecer, a volar alto, a imitarlo en su entrega y aquí, la tercera palabra que
nos deja Francisco: la misión”, destacó, recordando la exhortación Evangelii
Gaudium: “La misión no es una parte de mi vida o un adorno que me puedo quitar;
no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo
arrancar de mí ser sino quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra y
para eso estoy en el mundo”.
“Qué bueno ayudarnos a que
cada uno descubra la misión singular que ha venido a traer a nuestra historia y
que sólo Él puede dar, y qué tarea maravillosa la de crear las condiciones para
que tantos hermanos nuestros, que se ven impedidos de desarrollar sus talentos,
puedan aportar a la Iglesia y a la Patria la singularidad de sus dones”,
consideró.
Monseñor Ojea invitó a los
jóvenes a pedirle al Señor, al concluir este Encuentro, “estar muy presentes a
nuestros hermanos resistiendo la tentación de evadirnos y de mirar para otro
lado cuando la realidad nos duela y nos interpele, poniendo el cuerpo a lo que
se presente. Pidámosle también echar raíces en la intimidad de Jesús y de
nuestro pueblo, viviendo en profunda comunión con los hermanos, haciendo frente
a una cultura que no favorece la comunión, sino al aislamiento y al soledad.
"Finalmente pedimos el
coraje de salir de nosotros mismos para asumir la misión que Él nos ha señalado
en la Iglesia y sin la cual nuestra vida no tendría razón de ser”, concluyó,
invocando la intercesión de María: “Que nosotros podamos ser como Ella,
transformadores de la realidad y así renovar la historia”.