Mons. Urbanc: “La Iglesia quiere contar con las aportaciones de todos los bautizados”
El domingo 24 de octubre, la Iglesia que peregrina en Catamarca dio apertura al proceso sinodal convocado por el Papa Francisco -2021 al 2023-, y que en localmente estará marcado por la Asamblea Diocesana prevista para el 2022, buscando renovar y revitalizar la pastoral.
Minutos antes de
las 18.00, el Obispo, sacerdotes y consagrados del Decanato Capital y fieles de
parroquias, pastorales, movimientos e instituciones, se concentraron en el
Paseo de la Fe para luego desplazarse por el interior de la plaza 25 de Mayo,
emulando este caminar juntos que comienzan a transitar en comunidad. La columna
fue encabezada por una batucada de jóvenes del Hogar de Cristo “Padre Raúl
Contreras”, quienes le pusieron ritmo a la caminata.
De regreso, ingresaron
procesionalmente a la Catedral Basílica y Santuario del Santísimo Sacramento y
Nuestra Señora del Valle, para participar de la Santa Misa, presidida por el
Pastor Diocesano, Mons. Luis Urbanc y concelebrada por los Pbros. Daniel Pavón,
párroco de San Nicolás de Bari; Santiago Granillo, párroco del Espíritu Santo;
Luis Páez y Juan Orquera, capellanes de la Catedral Basílica y Santuario
Mariano; Sebastián Vallejo, de la comunidad Fasta Catamarca, y Oscar Garay,
sacerdote de la Diócesis de Lomas de Zamora, quien llegó a visitar a la
Virgen.
“Bienvenidos a esta celebración con la que, como Diócesis
damos inicio al Proceso
Sinodal al que nos convocó el Papa
Francisco y que viene a enriquecer nuestro camino hacia la Asamblea
Diocesana que nos proponemos realizar, Dios mediante, en la segunda mitad del
año que viene”,
expresó Mons. Urbanc al comenzar su homilía,
Luego de reflexionar sobre la enseñanza de Jesús de que todo bautizado y especialmente quienes ejercen algún tipo de autoridad en la Iglesia no tienen que apegarse a la noción mundana del poder, sino asumir éste como un servicio a los hermanos, el Obispo señaló que “el Papa Francisco ha recordado varias veces que el Pueblo de Dios está constituido por todos los bautizados, llamados a un sacerdocio santo”. Más adelante, Mons. Urbanc consideró que “el Pueblo posee un ‘instinto’ propio (sensus fidei) para discernir los nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia. Por eso, el pasado día 10 de octubre, el Papa
Francisco dio comienzo en Roma al «Sínodo sobre la Sinodalidad», en el que por primera vez en la historia de la Iglesia quiere contar con las aportaciones de todos los bautizados. Y, nosotros, hoy, damos inicio a la «fase diocesana» de este proceso sinodal”. Manifestó entonces un pasaje del documento preparado por la Secretaría del Sínodo: «es una invitación para que cada diócesis se embarque en un camino de profunda renovación, inspirada por la gracia del Espíritu Santo. Se plantea una cuestión principal: ¿Cómo se realiza hoy en la Iglesia nuestro "caminar juntos" en la sinodalidad? ¿Qué pasos nos invita a dar el Espíritu Santo para crecer en nuestro "caminar juntos"? El Sínodo no es un parlamento, ni es un sondeo de las opiniones sino un momento eclesial, y el protagonista del Sínodo es el Espíritu Santo».
Remarcó que el objetivo es
asegurar la participación del mayor número posible, para escuchar la
voz viva de todo el Pueblo de Dios.
“Una
gran oportunidad para una
conversión
pastoral en clave misionera y
ecuménica”
En otro momento de su prédica, el
Obispo consideró que “el Sínodo nos
ofrece una gran oportunidad para una conversión pastoral en clave
misionera y ecuménica, pero no está exento de algunos riesgos”, los que pasó a señalar, tales como el
formalismo, el intelectualismo y el inmovilismo.
En consonancia con el Papa, exhortó a
todos “a que vivamos esta ocasión de
encuentro, escucha y reflexión como un tiempo de gracia”.
“El padre Congar -fraile dominico y
teólogo católico- afirmaba: «No hay
que hacer otra Iglesia, pero, en cierto sentido, hay que hacer una Iglesia
otra, distinta»”, citó luego, para pasar a continuación a
reflexionar sobre el Evangelio proclamado, del ciego que llama a los gritos a
Jesús para que lo cure de su mal.
“El mensaje bíblico de este domingo también nos ayuda a adentrarnos con generosidad y creatividad en este camino sinodal, ya que el ciego que estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna, puede representar nuestro modo consciente o inconsciente de vivir: vemos pasar a los que se la juegan, pero seguimos al borde del camino sin mover un pie. Aplaudimos, reímos, lloramos, protestamos, pero no hacemos nada. Así vivía Bartimeo, hasta que recobró la vista y se puso a caminar con Jesús y los demás. ¡Esa es la verdadera gracia! Tras ver a Cristo, no quiso perderlo de vista. Se puso en movimiento, dejó de pedir para entregarse a Él...”, manifestó.
Después de otras meditaciones sobre el
Evangelio proclamado, expresó: “Para concluir, vuelvo al inicio. La sinodalidad nos
permite recuperar los necesarios vínculos entre laicos y pastores. Se recupera
la circularidad, ya que la sinodalidad pone al pueblo como sujeto principal de
la acción evangelizadora, de la misión. Todos, laicos, consagrados y pastores,
somos el único Pueblo de Dios. Por tanto, lo igual precede a lo particular o
diverso, sin anularlo. La diversidad de carismas está al servicio de la igual
dignidad de hijos e hijas de Dios, recibida en el Bautismo”.
Finalizó dirigiéndose
a la Virgen: “A Ti, Madre bendita del
Valle, que eres experta en procesos, pues lo inicias con cada nuevo bautizado
que te confía tu Hijo Jesús y la Iglesia; te pedimos que nos ayudes a lanzarnos
animosos en esta dirección que nos indica el Espíritu Santo para este tercer
milenio que la humanidad empezó a transitar, bajo el providente amor de nuestro
Buen Padre Dios”.
En el momento de la
preparación de la mesa eucarística, una religiosa y un joven acercaron las
ofrendas del pan y del vino hasta el altar.
Antes de la bendición
final, Mons. Urbanc invitó a realizar la oración propuesta por el Santo Padre
para pedir por los frutos de este sínodo, que en su itinerario incluye tres
etapas: diocesana, continental y universal; y culminará con la asamblea de los
obispos en octubre de 2023.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos Hermanos:
Bienvenidos a esta
celebración con la que, como Diócesis damos inicio al Proceso Sinodal al que nos convocó el Papa Francisco y
que viene a enriquecer nuestro camino hacia la Asamblea Diocesana que nos
proponemos realizar, Dios mediante, en la segunda mitad del año que viene. Les
agradezco a todos, laicos, consagrados y sacerdotes que han venido a
participar. El Señor y la Virgen los bendigan.
Del domingo pasado seguro que
recuerdan el mensaje del Evangelio. Jesús constituyó a los Doce para que
fueran signo de una nueva sociedad, en la que sea abolida toda
pretensión de dominio, y se cultive una
sola ‘ambición’: la de servir a los más
pobres, a los más frágiles. Tarea difícil, verdad?… La mentalidad mundana,
lamentablemente, se infiltró en la Iglesia, con sus criterios de dominio, de
afán de poseer, de enseñorearse sobre los demás, de intentar algunos imponer -incluso
con malas artes- sus criterios y opiniones. Y, así, aparecieron los
títulos y cargos, las vestiduras nobles para indicar el «rango» jerárquico y
distinguirse del resto de los bautizados, los tronos, los pactos de poder, las
influencias políticas, etc.
Tengamos en cuenta que Jesús jamás se
mostró comprensivo o condescendiente (cf. Mc 8,33; 9,33-36) cuando surgían
entre sus discípulos pretensiones de honores, privilegios, y deseos de los
primeros puestos.
Los discípulos sabían cómo ejercían
autoridad los líderes políticos y religiosos, los rabinos, escribas y
sacerdotes del templo: daban órdenes, reclamaban privilegios, exigían ser
venerados según los protocolos; que se arrodillaran ante ellos, les besaran
la mano y se dirigieran a ellos con los títulos y reverencias acordes a la
posición y prestigio de cada uno… He aquí la pregunta del millón: ¿Son estas
autoridades las que deben inspirar a los discípulos? Jesús les da una orden
clara y contundente: “No
será así entre ustedes” (Mc 10,43). Ninguno de esos
liderazgos puede ser tomado como ejemplo. El modelo es: el esclavo, el Siervo.
El Papa Francisco ha recordado varias
veces que el Pueblo de Dios está constituido por todos los bautizados,
llamados a un sacerdocio santo. Y que "todo Bautizado, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado
de instrucción de su fe, es un sujeto activo de evangelización y sería
inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores
cualificados, en el cual el resto del Pueblo fiel sería solamente receptivo de
sus acciones". El Pueblo posee un "instinto"
propio (sensus fidei) para discernir los nuevos caminos que el Señor
abre a la Iglesia. Por eso, el pasado día 10 de octubre, el Papa Francisco dio
comienzo en Roma al «Sínodo
sobre la Sinodalidad», en el que (por primera vez en la
historia de la Iglesia) quiere contar con las aportaciones de todos los
bautizados. Y, nosotros, hoy, damos inicio a la «fase diocesana» de este proceso
sinodal.
Según el documento preparado por la
Secretaría del Sínodo: «es una invitación para que cada diócesis se embarque en
un camino de profunda renovación, inspirada por la gracia del Espíritu Santo.
Se plantea una cuestión principal:
¿Cómo se realiza hoy en la Iglesia nuestro "caminar juntos" en la
sinodalidad? ¿Qué pasos nos invita a dar el Espíritu Santo para crecer en
nuestro "caminar juntos"?
El Sínodo no es un parlamento, ni es
un sondeo de las opiniones sino un momento eclesial, y el protagonista del
Sínodo es el Espíritu Santo».
• «El objetivo es
asegurar la participación del mayor número posible, para
escuchar la voz viva de todo el Pueblo de Dios».
• «Esto no es posible si no
hacemos un esfuerzo especial para llegar activamente a las personas donde se
encuentran, especialmente a los que a menudo son excluidos o no participan en
la vida de la Iglesia. Es necesaria la adecuada participación de los
pobres, marginados vulnerables y excluidos, para escuchar sus voces y
experiencias».
• «Todos deben
percibir que el proceso sinodal es sencillo, accesible y acogedor».
En su discurso inaugural, el Papa profundizó
las tres
palabras clave: comunión, participación y misión. El
Concilio Vaticano II precisó que la comunión expresa la naturaleza misma de la
Iglesia y, al mismo tiempo, afirmó que la Iglesia ha recibido «la misión de anunciar el reino de
Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra
el germen y el principio de ese Reino». En el cuerpo
eclesial, el único punto de partida, y no puede ser otro, es el Bautismo,
nuestro manantial de vida, del que deriva una idéntica dignidad de hijos de
Dios, aun en la diferencia de ministerios y carismas. Por eso, todos
estamos llamados a participar en la vida y misión de la Iglesia.
El Sínodo nos ofrece una gran
oportunidad para una
conversión pastoral en clave misionera y ecuménica, pero no
está exento de algunos riesgos:
• El
formalismo. Necesitamos los instrumentos y las estructuras que favorezcan
el diálogo y la interacción en el Pueblo de Dios, sobre todo entre los
sacerdotes y los laicos. A veces hay cierto elitismo en el orden presbiteral
que lo hace separarse de los laicos; y el sacerdote al final se convierte en el
“dueño del kiosko” y no el pastor de toda una Iglesia que camina hacia
adelante. Esto requiere que transformemos ciertas visiones verticalistas,
distorsionadas y parciales de la Iglesia, del ministerio presbiteral, del papel
de los laicos, de las responsabilidades eclesiales, de los roles de gobierno,
entre otras.
• El
intelectualismo: convertir el Sínodo en una especie de grupo de estudio,
con intervenciones cultas y abstractas sobre los problemas de la Iglesia y los
males del mundo; una suerte de “hablar por hablar”, alejándose de la realidad
del Pueblo santo de Dios y de la vida concreta de las comunidades dispersas por
el mundo.
• Y el inmovilismo.
Es mejor no cambiar, puesto que «siempre se ha hecho así». Quienes se mueven en
este horizonte, aun sin darse cuenta, caen en el error de no tomar en serio el
tiempo en que vivimos. El riesgo es que al final se adopten soluciones viejas
para problemas nuevos.
Y termina invitando a que vivamos esta
ocasión de encuentro, escucha y reflexión como un tiempo de gracia, que nos
permita captar al menos tres
oportunidades: encaminarnos estructuralmente *hacia
una Iglesia sinodal, donde todos se sientan en casa y puedan participar, para
ser *Iglesia que escucha al Espíritu Santo, en la adoración y la oración,
y escuchando también a los hermanos: sus esperanzas y las
crisis de la fe en las diversas partes del mundo, las urgencias de renovación
de la vida pastoral y las señales que provienen de las realidades locales; y
ser *Iglesia de la cercanía. Necesitamos siempre volver al estilo
de Dios: el de la cercanía, compasión y ternura, para que se establezcan
mayores lazos de amistad con la sociedad y con el mundo. Una Iglesia que no se
separa de la vida, sino que se hace cargo de las fragilidades y las pobrezas de
nuestro tiempo, curando las heridas y sanando los corazones quebrantados con el
bálsamo de Dios.
El padre Congar afirmaba: «No hay que hacer otra Iglesia, pero,
en cierto sentido, hay que hacer una Iglesia otra, distinta».
El mensaje bíblico de este domingo
también nos ayuda a adentrarnos con generosidad y creatividad en este camino
sinodal, ya que el ciego que estaba sentado al borde del camino, pidiendo
limosna, puede representar nuestro modo consciente o inconsciente de vivir: vemos
pasar a los que se la juegan, pero seguimos borde del camino sin mover un pie.
Aplaudimos, reímos, lloramos, protestamos, pero no hacemos nada. Así vivía
Bartimeo, hasta que recobró la vista y se puso a caminar con Jesús y los demás.
¡Esa es la verdadera gracia! Tras ver a Cristo, no quiso perderlo de vista. Se
puso en movimiento, dejó de pedir para entregarse a Él. ¿De qué te sirve ver si
no te mueves? Pidámosle al Señor con fe: “Maestro que pueda ver”. Que nuestras
vidas recobren sentido. ¡A quejarse menos y a comprometerse!
Dejemos resonar de nuevo las palabras de
Jeremías: “Háganse oír, alaben y digan: ¡El Señor ha salvado a su pueblo!... hay entre ellos ciegos y lisiados, embarazadas y parturientas: ¡es una
gran asamblea la que vuelve aquí! Habían partido llorando, pero Yo los traigo
llenos de consuelo” (cf. Jer 31,7-9). Y pidamos con
el salmista: “¡Cambia, Señor, nuestra suerte! Ya que los que siembran entre lágrimas
cosechan entre cantares” (Sal 125,5).
El tema dominante del
Evangelio proclamado es ‘camino’ – ‘caminar’ (hodós aparece en Mc 8,27;
9,33.34; 10,17.32.46.52). Directamente vinculado con el tema del camino está el
del 'seguir a Jesús' (el verbo akolouzein referido a Jesús aparece en Mc 8,34;
9,38; 10,21.28.32.52). Este
seguir a Jesús estaba obstaculizado por la
ceguera humana, por la falta de una visión de fe ante el misterio de la cruz.
Esto lo vemos en la falta de comprensión de los apóstoles manifestada en sus
reacciones "desubicadas" ante el triple anuncio de la pasión por parte
de Jesús (cf. Mc 8,32ss; 9,32ss; 10,35-41).
Cabe destacar en este
pasaje del Evangelio la importancia de la escucha. El ciego y
Jesús escuchan por eso se producen cambios. En cambio los discípulos y el resto
sólo oyen, lo cual no compromete. El ciego al escuchar que es Jesús, se pone a
clamar, y Jesús, que escucha, manda a los apóstoles que lo llamen. El ciego
tirando su único haber y protección, el manto, corre al encuentro de Jesús.
Jesús se ocupa de él y por eso le pregunta ¿qué quieres que haga por ti?, a
pesar de que sabe lo que necesita. Es necesario escuchar al otro, no
presuponer. Se obra después de escuchar.
El ciego, una vez
curado, se une a Jesús y lo sigue por el camino (Mc 10,52). Tengamos en cuenta
que Jesús no iba de paseo a Jerusalén, sino a padecer ultrajes y la
crucifixión. Asunto que no querían o no podían aceptar los apóstoles; también a
nosotros nos pasa que no aceptamos un camino de fe con sufrimiento, humillaciones,
contradicciones, fracasos y muerte.
Notemos que, si bien
la fe es luz y sanación de la ceguera causada por el pecado, no obstante no es
que sea como el sol que disipa totalmente la oscuridad, sino una lámpara
que nos permite caminar en medio de las tinieblas de este mundo y la confianza
en la Palabra de Jesús, que se “muestra indulgente con los que pecan por
ignorancia y con los descarriados, porque él mismo está sujeto a la debilidad
humana” (Heb 5,2).
Para concluir, vuelvo
al inicio. La sinodalidad nos permite recuperar los necesarios vínculos entre
laicos y pastores. Se recupera la circularidad, ya que la sinodalidad pone al
pueblo como sujeto principal de la acción evangelizadora, de la misión. Todos,
laicos, consagrados y pastores, somos el único Pueblo de Dios. Por tanto, lo
igual precede a lo particular o diverso, sin anularlo. La diversidad de
carismas está al servicio de la igual dignidad de hijos e hijas de Dios,
recibida en el Bautismo. La Iglesia no es una masa informe, sino un cuerpo con
diversos miembros funcionales.
Los exhorto a que
ninguno, desde el obispo hasta el último bautizado, se constituya en obstáculo
para llevar adelante este proceso sinodal, por apatía, ideología,
pragmatismo, individualismo, intelectualismo o pereza.
“A Ti, Madre bendita
del Valle, que eres experta en procesos, pues lo inicias con cada nuevo
bautizado que te confía tu Hijo Jesús y la Iglesia; te pedimos que nos ayudes a
lanzarnos animosos en esta dirección que nos indica el Espíritu Santo para este
tercer milenio que la humanidad empezó a transitar, bajo el providente amor de
nuestro Buen Padre Dios”. Amén.