El domingo 30 de
noviembre, en horas de la mañana, integrantes de las comunidades religiosas que
sirven en la Diócesis de Catamarca rindieron su homenaje a la Madre del Valle, en
el inicio del año dedicado a la Vida Consagrada, convocado por el Papa
Francisco.
La jornada comenzó con
un encuentro fraterno que las religiosas mantuvieron con el Señor Obispo en el
Salón Vicario Segura, ubicado en el sector anexo al Hospedaje del Peregrino, “en
el que pudimos profundizar un poquito en la rica vida de los
consagrados dentro de la Iglesia y su inapreciable servicio en la implantación
del Reino de Dios en el mundo”, comentó el pastor diocesano.
Posteriormente se
llevó a cabo la Santa Misa, en el altar mayor de la Catedral Basílica,
presidida
por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por el Pbro. Jorge
Puigdengolas, Capellán del Colegio Fasta, y el Pbro. Lucas Segura, Capellán del
Santuario Mariano.
En su homilía, Mons.
Urbanc rogó para que “quiera el Señor, durante
este novenario, las suplicas de su
amada Esposa la Iglesia para suscitar estas preciosas perlas que son las
vocaciones a la vida consagrada”, deseando “que el Señor siembre en el corazón
de muchos chicos y chicas el firme deseo de manifestar con su entrega total en
castidad, pobreza y obediencia las realidades escatológicas, vividas con alegre
y responsable libertad, como testimonio de la realidad definitiva hacia la que
todos caminamos; la que Jesucristo nos consiguió con la entrega de su vida en
la Cruz y con su gloriosa Resurrección”.
MARTES 2 DE DICIEMBRE
La alegría del Evangelio
“…Lleno de la alegría del Espíritu Santo”
05:30 Santo Rosario y Angelus.
06:00 MISA. Diócesis de Concepción y La Rioja.
07:00 Laudes.
07:30 MISA. Poder Judicial de la Provincia, Policía
Judicial, Justicia Federal y Ex Magistrados. Colegio de Abogados, Escribanos,
Tribunal de Cuentas, Procuradores y demás profesiones afines.
08:30 MISA. Ambito Estatal, Municipal y Privado de
Servicios Públicos. (EC Sapem, Aguas de Catamarca Sapem, Ecogas) y demás
entidades afines.
10:00 MISA. Ambito Estatal de Obras Públicas.
Vialidad Provincial y Nacional. CAPE.
11:00 MISA. Ambito Privado de las Obras Públicas
(Empresas y Comercios del rubro, Círculo de Ingenieros, Agrimensores,
Arquitectos y demás profesiones afines)
12:00 Angelus. Letanías.
18:30 Santo Rosario.
19:00 MISA. Ambito del Transporte y Comunicaciones.
Correo Argentino Empresas Privadas de Correos, Taxis y Remises.
20:00 REZO DE LA NOVENA. Parroquia San Nicolás de
Bari.
21:00 MISA. Homenaje de la Señora Gobernadora y su
Gabinete. Ambito del Deporte Estatal (provincial, municipal), Clubes, Círculos,
Federaciones, Asociaciones Automovilísticas, Club Autos de Epoca, Cámara de
Comercio, Sindicato de Comercio, Centro de Empleados de Comercio.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos Consagrados, peregrinos y demás fieles
presentes:
En este segundo día
de la novena, bajo el lema de nuestro blasón mariano, ‘Spes Nostra’, nos hemos
congregado para dar inicio, por pedido del Santo Padre Francisco, al año
dedicado a la Vida Consagrada, que culminará el 2 de Febrero de 2016, fiesta de
la Presentación del Niño Jesús en el Templo y ‘Jornada Mundial de Oración por
la Vida Consagrada’ en la Iglesia Católica.
Acabamos de tener un
encuentro fraterno en el que pudimos profundizar un poquito en la rica vida de
los consagrados dentro de la Iglesia y su inapreciable servicio en la
implantación del Reino de Dios en el mundo. Quiera el Señor escuchar, durante
este novenario, las suplicas de su amada Esposa la Iglesia para suscitar estas
preciosas perlas que son las vocaciones a la vida consagrada. Y que el Señor
siembre en el corazón de muchos chicos y chicas el firme deseo de manifestar con
su entrega total en castidad, pobreza y obediencia las realidades
escatológicas, vividas con alegre y responsable libertad, como testimonio de la
realidad definitiva
hacia la que todos caminamos; la que Jesucristo nos
consiguió con la entrega de su vida en la Cruz y con su gloriosa Resurrección.
En
este sagrado tiempo de Adviento, comenzado litúrgicamente ayer, el Señor Jesús nos
habla de su segunda venida, exhortándonos a la vigilancia, llamándonos a la
conversión e inculcándonos la necesidad de fomentar la vida en gracia por medio
de una vida virtuosa, animada por la caridad.
Los
textos bíblicos proclamados nos iluminan con creces acerca de los misterios que
estamos celebrando. De entre esos misterios hay uno que estrujaba el espíritu
del profeta Isaías y que ha de atraer toda nuestra atención. Es la pregunta que
ha martillado, martilla y martillará a todas las generaciones humanas: ¿por qué
Dios permite el pecado del hombre? Analizando con piedad el texto del profeta,
procuraremos extraer algo de su inagotable riqueza.
“Tú,
Señor, eres nuestro padre y nuestro redentor”, dice el profeta con toda verdad,
porque, a través de Moisés, dijo Dios al faraón egipcio: “Israel es mi hijo, mi
primogénito” (Ex 4,22), y repetía por boca de Oseas: “cuando Israel era niño,
yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo” (11,1), y también a través del profeta
Jeremías: “sí, te tendré como a un hijo y te daré una tierra espléndida”, para
continuar diciéndole: “Padre me llamarás” (3,19).
Esta
conciencia de la filiación adoptiva da fundamento a la esperanza de la
restauración futura cuando llegaron tiempos de adversidad para Israel, como
bellamente lo expresa la oración de Isaías: “Recordaré los favores del Señor,
alabaré sus proezas, por todo el bien que él nos hizo en su gran bondad hacia
la familia de Israel, y por todo el bien que nos hizo en su compasión y en la
abundancia de su misericordia. Él dijo: ‘Realmente son mi Pueblo, son hijos que
no decepcionarán’. Y él fue para ellos un salvador en todas sus angustias. No
intervino ni un emisario ni un mensajero: él mismo, en persona, los salvó; por
su amor y su clemencia, él mismo los redimió; los levantó y los llevó en todos
los tiempos pasados” (Is 63,7-9) Por eso dice el profeta en el texto proclamado
parcialmente hoy: “Tú eres nuestro padre. Abraham no nos conoce ni Israel se
acuerda de nosotros. ¡Tú, Señor, eres nuestro padre, ‘nuestro Redentor’ es tu
Nombre desde siempre!” (Is 63,16).
Esta
conciencia de la filiación adoptiva lleva a Isaías a preguntar a Dios: “¿Por
qué, Señor, nos has permitido alejarnos de tus mandamientos y a endurecer
nuestros corazones hasta el punto de no temerte?” (Is 63,17).
Es
cosa cierta que “Dios detesta igualmente al impío y su impiedad” (Sab 14,9) y
que “a nadie le ordenó ser impío ni dio a nadie autorización para pecar”. (Eclo
15,20) Y es también cierto que los hombres nos alejamos de los mandamientos de
Dios, endurecemos el corazón y no tememos al Señor. El profeta no puede
explicar este misterio, pero sí sabe que no podría ocurrir si Dios no lo permitiese.
En
el curso de la historia de la salvación los hombres han vuelto una y otra vez
sobre lo mismo, tratando de comprender un misterio que escapa a nuestra
intelección y se inscribe en el misterio más extenso del misterio del mal.
Acerca de ello trata todo el Libro de Job, sin encontrar salida para sus
interrogantes, y en sus Confesiones, decía san Agustín que “buscaba el origen
del mal y no encontraba solución” (7,7.11).
Sin
embargo, sobre el punto preciso de por qué Dios permite que pequemos, las
Sagradas Escrituras ya habían dado pistas de solución. En el Génesis se lee que
“Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza” (1,26),
lo que significa que el hombre fue hecho libre, capaz de pensar, elegir y
decidir su destino. Por eso dirige Dios
su palabra al hombre en el Libro del Deuteronomio para decirle: “Yo pongo hoy
delante de ustedes una bendición y una maldición. Bendición, si obedecen los
mandamientos del Señor, su Dios, que hoy les impongo. Maldición, si desobedecen
esos mandamientos y se apartan del camino que yo les señalo, para ir detrás de
dioses extraños, que ustedes no han conocido” (Dt 11,26-28); y también: “Hoy
pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha... Elige la
vida, y vivirás, tú y tus descendientes, con tal que ames al Señor, tu Dios,
escuches su voz y le seas fiel” (Dt 30,15.20)
Reflexionando
acerca de este profundo misterio, el autor del Libro de la Sabiduría, después
de haber confesado que “Dios creó al hombre para que fuera incorruptible y lo
hizo a imagen de su propia naturaleza, pero por la envidia del demonio entró la
muerte en el mundo, y los que pertenecen a él tienen que padecerla” (2,23-24),
habla con Dios diciéndole: “Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y
apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan. Tú
amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho, porque si
hubieras odiado algo, no lo habrías creado. ¿Cómo podría subsistir una cosa si
tú no quisieras? ¿Cómo se conservaría si no la hubieras llamado? Pero tú eres
indulgente con todos, ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida” (11,23-26);
y continúa diciendo un poco más adelante: “como eres dueño absoluto de tu
fuerza, juzgas con serenidad y nos gobiernas con gran indulgencia, porque con
sólo quererlo puedes ejercer tu poder. Al obrar así, tú enseñaste a tu pueblo
que el justo debe ser amigo de los hombres y colmaste a tus hijos de una feliz
esperanza, porque, después del pecado, das lugar al arrepentimiento” (12,18-19).
Dios,
pues, permite que el hombre peque porque respeta la libertad que Él mismo le
concedió; y aunque de hecho los hombres pecamos y nos apartamos de Él, Él no
nos abandona; por el contrario, ilumina al hombre con la esperanza de la gracia
de la conversión. El misterio de la iniquidad del pecado del hombre se explica,
por tanto, por el inmenso misterio de la piedad paterna con que Dios no quiere
alejarse de nosotros aunque nosotros nos alejemos de Él.
Por
esa razón, el profeta Isaías, a pesar de que no comprende por qué Dios nos
permite pecar, sí sabe que sin Dios no hay regreso del pecado. E iluminado por
este pensamiento, eleva su ferviente súplica para decir al Señor: “Vuélvete,
por amor a tus siervos, a las tribus que son tu heredad” (Is 63,17b),
anticipando de este modo lo que después se lee en el Libro de las
Lamentaciones: “¡Vuélvenos hacia ti, Señor, y volveremos: renueva nuestros días
como en los tiempos pasados!” (5,21).
No
contento con esto, pide Isaías a Dios que renueve la Alianza manifestándose
portentosamente, como lo hizo en el monte Sinaí: “Ojalá rasgaras los cielos y
bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia” (Is 63,19b). No le basta
al profeta la gracia de la conversión; anhela hablar cara a cara con Él, como
lo hace un hombre con su amigo, para hacer suya la anterior experiencia de
Moisés (cf. Ex 33,11).
Y
luego de hacer una síntesis de la historia de amor de Dios y de la infidelidad
del pueblo, culmina el profeta con estas palabras: “Sin embargo, Señor, tú eres
nuestro padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero; todos somos hechura de
tus manos” (Is 64,7).
Estas
tiernas expresiones de Isaías, que son indudable manifestación de la verdad,
obtuvieron de Dios una respuesta que colmó desbordantemente la súplica, porque,
como decía San Pablo, Dios “es capaz de hacer infinitamente más de lo que
podemos pedir o pensar” (Ef 3,10). En efecto, pensando en el Sinaí, Isaías le
pidió a Dios: “Ojalá rasgaras los cielos y bajaras” (Is 63,19b). De hecho,
“cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de una
mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y
hacernos hijos adoptivos” (Gál 4,4-5), porque “la Palabra se hizo carne y puso
su morada entre nosotros” (Jn 1,14). El Hijo de Dios rasgó los cielos y bajó
para plantar en medio de la historia de la humanidad una carpa que permanecerá
para siempre; esa carpa es su cuerpo, en el cual podemos entrar por la fe para
ver a Dios y hablar con Él (cf. Jn 14,9-10) mientras vivimos en la tierra y
desde el cual contemplaremos a Dios y nos gozaremos de Él (Ap 21,22-23) en el
cielo… Qué hermosas razones para motivar más y mejor la consagración de la vida
a Dios.
Por
eso, según decía San León Magno, “la gracia inefable de Dios nos ha dado bienes
mejores que los que nos quitó la envidia del demonio” (Sermón 73,4); a lo que
agrega Santo Tomás de Aquino que “nada se opone a que la naturaleza humana haya
sido destinada a un fin más alto después del pecado. Dios, en efecto, permite
que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De ahí las palabras
de San Pablo: ‘Dónde abundó el pecado, sobreabundó la gracia’ (Rm 5,20)”. Y por
eso también canta la Iglesia en la Vigilia de la Pascua: “¡Oh feliz culpa que
nos mereció tal y tan grande Redentor!”.
El
Adviento es, por tanto, queridos hermanos, un tiempo de penitencia por los
pecados que cometemos ofendiendo el amor de Dios, pero es sobre todo un tiempo
de esperanza por el fiel amor que Dios nuestro Padre nos dispensa con
abundancia.
Quiera
la Bienaventurada Virgen María, única creatura favorecida con un corazón
totalmente puro, ayudarnos con tierno amor de Madre para que pongamos los ojos
del alma en Aquél de quien Ella nunca los apartó, Jesucristo, a quien sea la
gloria y el honor por los siglos de los siglos.
¡¡¡Nuestra Señora del Valle!!! ¡¡¡Ruega por nosotros!!!