Mons. Urbanc: “Pidamos
a Dios una Patria
de ciudadanos dignos,
justos y amistosos”
“La celebración de la declaración
de la independencia nos convoca a hacer propias la lúcida clarividencia y la fe
en Dios de los próceres que protagonizaron esta gesta fundacional de nuestra
vida patria”, dijo Mons. Luis Urbanc.
En el marco de los actos
conmemorativos del 199° aniversario de la Independencia, esta mañana, el Obispo
Diocesano, Mons. Luis Urbanc, presidió el Solemne Te Deum en el centenario
templo dedicado al Señor de los Milagros, ubicado en Choya, frente a la plaza
San Juan Pablo II. En la oportunidad estuvo acompañado por el Pbro. Antonio
Bulacio, quien atiende espiritualmente a esa comunidad del sector norte de la
ciudad capital.
La ceremonia religiosa contó con
la presencia de la Señora Gobernadora de Catamarca, Dra. Lucía Corpacci, el
Señor Vicegobernador, Dr. Dalmacio Mera; el Señor Intendente de San Fernando
del Valle de Catamarca, Lic. Raúl Jalil, el Señor Presidente del Concejo
Deliberante, Víctor Rodríguez, miembros del gabinete provincial y municipal,
concejales y pueblo en general.
Los cantos de alabanza a Dios
fueron interpretados por el Coro de Cámara de la Municipalidad de San Fernando
del Valle de Catamarca.
En el inicio de su mensaje, Mons.
Urbanc se refirió a la fecha patria y al antiguo templo de Choya, inaugurado en
1814, indicando que “este acontecimiento, que con razón puede ser reconocido
como el más saliente de nuestra historia, sucedió escasamente dos años después
del comienzo de la acción cultual en este templo que, siendo monumento de la fe
y de la historia, nos ayuda a sentir las palpitaciones de la vida patria de
aquellos memorables momentos en los que los congresistas reunidos en Tucumán
procuraban emanciparse de su rey tomando todas las precauciones para no
emanciparse de su Dios y de su culto, porque querían conciliar la antigua
religión con la nueva patria”.
Asimismo, expresó que “la
celebración de la declaración de la independencia, que no sellaba una realidad
ya lograda, sino que abría audazmente la era jurídica que debía consolidarse
con el paso de los años, nos convoca a hacer propias la lúcida clarividencia y
la fe en Dios de los próceres que protagonizaron esta gesta fundacional de
nuestra vida patria”.
El Pastor Diocesano dedicó parte de
su reflexión a la dignidad de la persona humana, manifestando que “toda persona
humana debe ser comprendida siempre en su irrepetible e insuprimible
singularidad, por lo que una sociedad no puede ser justa sino solamente en el
respeto de la persona humana, que es el fin último hacia el que la sociedad
está ordenada. Eso significa que la persona humana en ningún caso puede ser
instrumentalizada para fines ajenos a su mismo desarrollo y que no puede ser
sometida a proyectos de carácter económico, social o político; como tampoco
puede ser obstaculizada en el ejercicio de su libertad, don eminente que Dios
dio al hombre para que pudiese tender hacia el bien en sumisión a las normas
impuestas por el Sumo Hacedor y en un marco de respeto a las normas cívicas que
regulan el orden económico, social, jurídico, político y cultural”.
Y agregó que “Sólo el
reconocimiento de la dignidad humana hace posible el crecimiento común y
personal de todos, por lo que debe ser custodiada y promovida eficazmente por
la comunidad en marcha hacia la plena independencia”.
Respecto de los derechos humanos afirmó
que “han de ser tutelados y promovidos, en el flujo del poderoso movimiento
hacia la identificación y la proclamación de los derechos del hombre, que es
uno de los esfuerzos más relevantes para responder eficazmente a las exigencias
imprescindibles de la dignidad humana. Derechos cuya raíz se ha de buscar en la
misma dignidad que pertenece a todo ser humano y cuya fuente no se encuentra ni
en la voluntad del hombre ni en la realidad del Estado ni en los poderes
públicos, sino en la naturaleza del hombre y en Dios su Creador”.
También remarcó que “a un
determinado derecho natural de cada persona humana corresponde en los demás el
deber de reconocerlo y respetarlo, por lo que no pueden afirmarse los derechos
sin prever una correlativa responsabilidad. En efecto, derechos y deberes son
dos aspectos complementarios de una misma relación”.
En otro tramo de su mensaje
expresó que “para proseguir adelante en el camino de la plena independencia, se
hace imperioso basar la convivencia en el amor social, porque la convivencia
civil y política adquiere todo su significado si está basada en la amistad
civil y en la fraternidad”.
Resaltó que “en este día de
fiesta, de gratitud y de compromiso, asumamos con decisión el proyecto de los
próceres de ayer para continuar hoy con prudente diligencia la marcha hacia una
plena independencia, una completa soberanía y una gozosa libertad, preparando
con perseverante laboriosidad un mañana cada vez más luminoso hecho de personas
dignas que ejercen sus derechos en el seno amistoso de una comunidad fraterna”.
Todo esto con la confianza en Dios, como lo hacían los padres de la Patria, quienes
“ponían su confianza en Dios, imploraban a la Virgen y se lanzaban con denuedo
y audacia hacia las metas que signaron nuestro destino”. Por eso, “hoy pidámosle
al Señor una Patria de ciudadanos dignos, justos y amistosos”.
Durante la celebración se
elevaron las plegarias comunitarias y se rezó la Oración por la Patria.
TEXTO COMPLETO DEL MENSAJE DEL OBISPO
Nos hemos reunido en este antiguo
y sacro recinto dedicado a Dios y al culto público el año 1814 y puesto bajo el
patrocinio del Señor del Milagro, para recordar y celebrar el acontecimiento
que dio rumbo definido a los seis años de vida libre, representó la total
ruptura con el antiguo régimen e inauguró una nueva forma de soberanía para
nuestro pueblo argentino.
Este acontecimiento, que con
razón puede ser reconocido como el más saliente de nuestra historia, sucedió
escasamente dos años después del comienzo de la acción cultual en este templo
que, siendo monumento de la fe y de la historia, nos ayuda a sentir las
palpitaciones de la vida patria de aquellos memorables momentos en los que los
congresistas reunidos en Tucumán procuraban emanciparse de su rey tomando todas
las precauciones para no emanciparse de su Dios y de su culto, porque querían
conciliar la antigua religión con la nueva patria, según lo refleja la solemne
fórmula de aquella inmortal decisión: “Nos los representantes de las Provincias
Unidas de Sud América, reunidos en Congreso general, invocando al Eterno que
preside el universo, en el nombre y por la autoridad de los pueblos que
representamos, protestando al cielo, a las naciones y hombres todos del globo
la justicia que regla nuestros votos, declaramos solemnemente a la faz de la
tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los
violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los
derechos de que fueron despojados e investirse del alto carácter de nación
libre, e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli...”;
fórmula que fue rubricada al día siguiente con la celebración de la Misa de
Acción de Gracias y la oración patriótica por parte del diputado Castro Barros,
y jurada once días después al proclamar los congresistas que “por Dios Nuestro
Señor y esta señal de cruz, (juraban) promover y defender la libertad de las
Provincias Unidas en Sud América y su independencia del rey de España Fernando
VII, sus sucesores y metrópoli, y toda otra dominación extranjera”, comprometiéndose
a sostener esos derechos “hasta con la vida, haberes y fama”.
La celebración de la declaración
de la independencia, que no sellaba una realidad ya lograda, sino que abría
audazmente la era jurídica que debía consolidarse con el paso de los años, nos
convoca a hacer propias la lúcida clarividencia y la fe en Dios de los próceres
que protagonizaron esta gesta fundacional de nuestra vida patria, para que
sigamos adelante en el camino hacia una completa independencia en la cual se
goce una plena y auténtica libertad, hecha de trabajo generoso y sacrificado
por la dignificación de la persona humana, la tutela y promoción de sus
derechos, y la implantación de una convivencia basada en la amistad civil.
En efecto, la persona humana fue
creada por Dios como unidad de cuerpo y alma para que con su cuerpo unificara
los elementos del mundo material y por su espiritualidad superase la totalidad
de las cosas, penetrase en la estructura más profunda de la realidad y se
abriese a la trascendencia, existiendo como ser único e irrepetible, como un
“yo” capaz de comprender su propio misterio, poseer sus decisiones y labrar su
porvenir. Por eso, toda persona humana debe ser comprendida siempre en su
irrepetible e insuprimible singularidad, por lo que una sociedad no puede ser
justa sino solamente en el respeto de la persona humana, que es el fin último
hacia el que la sociedad está ordenada. Eso significa que la persona humana en
ningún caso puede ser instrumentalizada para fines ajenos a su mismo desarrollo
y que no puede ser sometida a proyectos de carácter económico, social o
político; como tampoco puede ser obstaculizada en el ejercicio de su libertad,
don eminente que Dios dio al hombre para que pudiese tender hacia el bien en
sumisión a las normas impuestas por el Sumo Hacedor y en un marco de respeto a
las normas cívicas que regulan el orden económico, social, jurídico, político y
cultural.
Queridos hermanos, sólo el
reconocimiento de la dignidad humana hace posible el crecimiento común y
personal de todos, por lo que debe ser custodiada y promovida eficazmente por
la comunidad en marcha hacia la plena independencia.
También los derechos humanos han
de ser tutelados y promovidos, en el flujo del poderoso movimiento hacia la
identificación y la proclamación de los derechos del hombre, que es uno de los
esfuerzos más relevantes para responder eficazmente a las exigencias
imprescindibles de la dignidad humana. Derechos cuya raíz se ha de buscar en la
misma dignidad que pertenece a todo ser humano y cuya fuente no se encuentra ni
en la voluntad del hombre ni en la realidad del Estado ni en los poderes
públicos, sino en la naturaleza del hombre y en Dios su Creador. Derechos que
son universales, inviolables e inalienables, y que exigen ser tutelados no sólo
singularmente, sino en su conjunto, y que consisten en el derecho a la vida,
del que forma parte integrante el derecho del hijo a crecer bajo el corazón del
padre y de la madre después de haber sido concebido; el derecho a vivir en una
familia unida y en un ambiente moral, favorable al desarrollo de la propia
personalidad; el derecho a madurar la propia inteligencia y la propia libertad
a través de la búsqueda y el conocimiento de la verdad; el derecho a participar
en el trabajo para valorar los bienes de la tierra y recabar del mismo el
sustento propio y de los seres queridos, el derecho a fundar libremente una
familia, a acoger y educar a los hijos, haciendo uso responsable de la propia
sexualidad; el derecho a la libertad religiosa para vivir en la verdad de la propia
fe y en conformidad con la dignidad trascendente de la propia persona.
Pero, queridos hermanos, en la
sociedad humana, a un determinado derecho natural de cada persona humana
corresponde en los demás el deber de reconocerlo y respetarlo, por lo que no
pueden afirmarse los derechos sin prever una correlativa responsabilidad. En
efecto, derechos y deberes son dos aspectos complementarios de una misma
relación.
Junto a estos derechos de las
personas están los derechos del pueblo a la existencia, a la propia lengua y
cultura, a modelar su vida según las propias tradiciones, a construir el propio
futuro proporcionando a las generaciones más jóvenes una educación adecuada,
todo lo cual expresa y promueve la soberanía espiritual de la Nación.
Y, en fin, para proseguir
adelante en el camino de la plena independencia, se hace imperioso basar la
convivencia en el amor social, porque la convivencia civil y política adquiere
todo su significado si está basada en la amistad civil y en la fraternidad; las
cuales son un amplio campo labrado en el desinterés, la sobriedad, la
generosidad y la atención a las necesidades ajenas; eficaz actitud que hace
tender hacia la promoción integral de la persona y del bien común para dar un
sólido fundamento a la vida comunitaria; gozosa experiencia por la cual la
persona humana encuentra su plena realización al superar la lógica de exigir a
los otros por la de trabajar por los otros, respondiendo de ese modo con mayor
plenitud a su esencia y vocación comunitarias.
Queridos hermanos, en este día de
fiesta, de gratitud y de compromiso, asumamos con decisión el proyecto de los
próceres de ayer para continuar hoy con prudente diligencia la marcha hacia una
plena independencia, una completa soberanía y una gozosa libertad, preparando con
perseverante laboriosidad un mañana cada vez más luminoso hecho de personas
dignas que ejercen sus derechos en el seno amistoso de una comunidad fraterna.
Los padres de la Patria ponían su
confianza en Dios, imploraban a la Virgen y se lanzaban con denuedo y audacia
hacia las metas que signaron nuestro destino. Hoy el Señor nos dijo: “Pidan y
se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”; pidámosle, pues,
una Patria de ciudadanos dignos, justos y amistosos; busquemos a su luz el
camino para avanzar hacia una más plena independencia hecha de soberanía,
libertad, sobriedad y respeto; y llamemos a las puertas de su generosidad, para
que, por el don de su Espíritu, nos dé el amor social hecho de paciencia,
servicio, humildad, decoro, desinterés, paz, perdón, solidaridad, compasión,
justicia y verdad.