Queridos catequistas:
En el “Día del
Catequista”, 21 de agosto, los saludo y bendigo de corazón, y les agradezco lo
que hacen, semana a semana, año tras año, por sus hermanos los catequizandos al
compartir con ellos el testimonio de su fe. Sólo el Señor, que los ha elegido,
sabrá recompensarlos.
Este año en la
Diócesis lo hemos dedicado a ustedes, los laicos; pero ustedes no son unos
laicos cualquiera, sino Catequistas, en los que deben brillar las virtudes
teologales de la Fe, la Esperanza y la Caridad, virtudes que han de hacer crecer
en los niños, adolescentes, jóvenes y adultos que se les confían, a fin de que
también ellos logren un encuentro profundo, creciente y maduro con la Persona
de Jesucristo, camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6).
Cuán
satisfechos se sentirán si, quienes comparten estos años la catequesis con
ustedes, terminan dando un sí, personal, consciente, alegre y libre a Jesús,
como el sí, generoso y confiado que la Virgen María dio a Dios, en la persona
del arcángel Gabriel.
María, Madre
de los Catequistas, ruega por ellos.
Les recuerdo
que el servicio catequístico de ustedes se vería seriamente dañado y privado de
frutos si la experiencia de la fe los dejara encerrados y anclados en un
intimismo enfermizo o en las estructuras y espacios que con los años fueron
creando. Creerle al Señor Jesús conlleva siempre ‘ponerse en camino’, es decir,
estar dispuesto a desinstalarse.
No hay nada
más contrario al obrar del Espíritu Santo que el instalarse, o el encerrarse. Esto,
inexorablemente, lleva a una vida rancia, amarga, aburrida e infecunda.
En nuestros
tiempos es necesario, más que nunca, tomar conciencia que el hecho de creer
debe trasuntar la alegría de haber recibido el don de la Fe, como María y su
prima Isabel, como los apóstoles al encontrarse con el Resucitado, o por haber
sido azotados por dar testimonio de Jesús.
En las
orientaciones pastorales para el trienio 2012-2015, los obispos argentinos les decimos
que “la alegría es la puerta
para el anuncio de la Buena Noticia y también la consecuencia de vivir en la
fe. Es la expresión que abre el camino para recibir el amor de Dios que es
Padre de todos. Así lo notamos en el Anuncio del ángel a la Virgen María que,
antes de decirle lo que en ella va a suceder, la invita a llenarse de alegría.
Y es también el mensaje de Jesús para invitar a la confianza y al encuentro con
Dios Padre: alégrense. Esta alegría cristiana es un don de Dios que surge
naturalmente del encuentro personal con Cristo Resucitado y la fe en él”(n° 16).
Por eso, como
san Pablo, les digo: “Alégrense, alégrense siempre en el Señor” (Flp 4,4-5). Que
la catequesis a la cual sirven con tanto amor esté signada por esa alegría,
fruto de la cercanía del Señor Resucitado. Y no permitan al mal espíritu de la
ira, del desprecio, de la rabia, de la mediocridad, de la envidia, de la
murmuración, de la soberbia y de la vanidad, estropear la obra que llevan a
cabo.
Por último,
les pido que, como Jesús y María, practiquen la cercanía con los catequizandos
y con sus familiares, con los demás catequistas, con los vecinos, con los
sacerdotes y, en especial, con los pobres y excluidos, ya que tal actitud de
vida hará creíble y atractivo lo que dicen y lo que hacen.
Y como
corolario de esta carta les dejo como consigna de vida el siguiente texto: “fuimos condescendientes con ustedes,
como una madre que alimenta y cuida a sus hijos. Sentíamos por ustedes tanto
afecto, que deseábamos entregarles, no sólo la Buena Noticia de Dios, sino
también nuestra propia vida: tan queridos llegaron a sernos” (1Tes 2,7-8).
Por último, les hará mucho bien rezar la
siguiente oración, compuesta por el Beato Manuel González, ‘apóstol de los
sagrarios abandonados’.
¡Madre Inmaculada!
¡Que no nos cansemos!
¡Madre
nuestra! - ¡Una petición! - ¡Que no nos cansemos!
Sí, aunque el desaliento por el poco fruto o
por la ingratitud nos asalte, aunque la flaqueza nos ablande, aunque el furor
del enemigo nos persiga y nos calumnie, aunque nos falten el dinero y los
auxilios humanos, aunque caigan al suelo nuestras obras y tuviéramos que
empezar de nuevo…¡Que no nos cansemos!
Firmes, decididos, alentados, sonrientes
siempre, con los ojos de la cara fijos en el prójimo y en sus necesidades para socorrerlos,
y con los ojos del alma fijos en el Corazón de Jesús que está en el Sagrario, ocupemos
nuestros puestos, el que a cada uno nos ha señalado Dios. ¡Nada de volver la
cara atrás!¡Nada de cruzarse de brazos!¡Nada de estériles lamentos! Mientras
nos quede una gota de sangre que derramar, unas monedas que repartir, un poco
de energía que gastar, una palabra que decir, un aliento de nuestro corazón, un
poco de fuerza en nuestras manos o en nuestros pies, que puedan servir para dar
gloria a Él o a Tiy para hacer un poco de bien a nuestros hermanos. ¡Madre mía,
por última vez!¡Morir antes que cansarnos! Amén.
Mons. Luis Urbanc
8° Obispo de Catamarca