“Las
comunidades educativas deben ser casas
y escuelas de comunión y participación”
En el cierre de la primera
jornada del Encuentro de Educadores Católicos, que continúa desarrollándose
hoy, el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, presidió la Santa Misa las 18.30 en
la Catedral Basílica y Santuario de Nuestra Señora del Valle.
Durante su homilía, el
Pastor Diocesano afirmó que “si para participar en la Misa valoramos muchísimo
la acogida cordial, esto mismo hemos de trasladarlo a las comunidades
educativas, que deben, día a día, ser más visibles ‘casas y escuelas de
comunión y participación’ para abuelos, padres, jóvenes, adolescentes y niños
de nuestros pueblos y ciudades”.
Asimismo, afirmó que “la
escuela, como comunidad eclesial, está llamada a encarnar el amor de Cristo,
que dignifica al hombre desde el centro de su ser. Y es esto lo que celebramos
en cada Eucaristía, ‘fuente y cumbre’ de toda vida cristiana”.
Luego enfatizó que “a nadie
se le escapa que la educación es uno de los pilares principales para esta
reconstrucción del sentido de comunidad, aunque ella no pueda disociarse de
otras dimensiones igualmente fundamentales como son la económica y la política.
Si es certero el diagnóstico que ubica la crisis no sólo en las falacias de una
macroeconomía deshumanizada, sino también en un nivel político, cultural y,
sobre todo, moral, la tarea será larga y consistirá más en una ‘siembra’ que en
una serie de rápidas o mágicas modificaciones. Por ello, no creo exagerar si
afirmo que cualquier proyecto que no ponga la educación en un lugar prioritario
será solo ‘más de lo mismo’”.
Además, remarcó que “la Iglesia
ha visto desde siempre la importancia, en la educación, de la actividad
intelectual además de la educación estrictamente religiosa. El saber no sólo ‘no
ocupa lugar’, como decían mis padres, sino que ‘abre espacio’, ‘multiplica
lugar’ para el desarrollo humano. La tarea educativa tiene que hacer descubrir
y sentir el mundo y la sociedad como hogar. La verdadera educación es lograr
que cada educando se configure y considere ciudadano por el hecho de saberse y
regocijarse de su condición de hijo de Dios y hermano de todos”.
En otro tramo de su
predicación, el Obispo exhortó a los docentes a que “estén convencidos que sus
comunidades educativas sean de verdad palestras de sabiduría, como una especie
de laboratorio existencial, ético, religioso y social, donde los niños,
adolescentes y jóvenes puedan experimentar qué cosas les permiten desarrollarse
en plenitud y proporcionan las habilidades necesarias para llevar adelante sus
proyectos de vida”.
Segunda
jornada
Hoy, la primera disertación
de la mañana versó sobre “El proceso educativo en la historia de Catamarca”, a cargo
del Prof. Mario Vera, quien destacó la labor de los colegios católicos que
“reconocen ampliamente la realidad del hombre actual, razón por la cual
despierta la sensibilidad de sus alumnos,
pule sus propios valores para obtener personas de bien, útiles a la
sociedad”, expresó, agregando que “educar
en la fe es formar a los alumnos para que tengan incorporados los valores de
verdad y justicia, de solidaridad, de paz, amor y libertad”.
La segunda ponencia estuvo a
cargo del Dr. Claudio García Pintos, quien abordó el tema “Ser joven hoy”, haciendo
“un recorrido sobre tres ejes: Qué es ser joven, qué es ser joven hoy, es decir
cómo es el mundo en el que se mueven los chicos hoy. Y finalmente qué necesitan
de los educadores de hoy”. Destacó el acento en el hoy, porque “a lo mejor la
adolescencia sigue siendo la misma, pero el mundo en el que se mueven los adolescentes
cambió totalmente, y ése es el gran riesgo”.
Continuando con el programa,
el Pbro. Armengol Acevedo disertó sobre la “Vocación docente”, destacando la
tarea de enseñar como una de las obras de Misericordia espirituales mandada por
Jesús en el Evangelio y que el Santo Padre invita a vivir más plenamente en este
Año de la Misericordia.
Por
la tarde
A las 15.00 será el turno del
Dr. Alfredo Miroli, quien se referirá a “Los jóvenes y no tan jóvenes ante los
riesgos de las adicciones. El rol de la familia y de la escuela”.
El cierre del encuentro está
previsto para las 17.00, en el Cine Teatro Catamarca.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILIA
Queridos docentes:
Hoy se han congregado en la
Catedral Basílica y Santuario de Nuestra Señora del Valle como una no tan
pequeña Iglesia; por cierto, mayor que la familia, iglesia doméstica, y menor
que la Iglesia diocesana, en la que vivimos y convivimos, en la que
peregrinamos como hijos y hermanos hacia la eternidad. Por ende, la escuela
católica, al igual que la familia, debe hacer presente esta realidad definitiva
que trasciende a la temporal y que, a su vez, le da su orientación verdadera.
El hecho de celebrar la
Eucaristía implica hacer memoria, y va más allá del mero agradecimiento por
todo lo recibido. El Misterio eucarístico nos enseña a tener más amor y nos
confirma en el camino emprendido. En la celebración eucarística hacemos memoria
de la presencia del Señor a lo largo de la vida. Hacemos memoria del pasado, no
como una mochila pesada, sino como un hecho interpretado a la luz de la gracia
actual. Esto nos enseña que no podemos educar desgajados de la memoria.
Pidamos, entonces, la gracia de recuperar la memoria: memoria de nuestro camino
personal, memoria del modo como nos buscó el Señor, memoria de la familia
religiosa, memoria de la propia comunidad educativa, memoria de pueblo. Si para
participar en la Misa valoramos muchísimo la acogida cordial, esto mismo hemos
de trasladarlo a las comunidades educativas, que deben, día a día, ser más
visibles “casas y escuelas de comunión y participación” para abuelos, padres,
jóvenes, adolescentes y niños de nuestros pueblos y ciudades.
La dimensión de
hospitalidad, cuidado, ternura y afecto de la escuela no significa, de ningún
modo, dejar de lado su dimensión educativa, formativa, capacitadora,
socializadora y creativa, que debe ser llevada a cabo con seriedad, eficacia,
profesionalismo y excelencia.
La escuela, como comunidad eclesial, está
llamada a encarnar el amor de Cristo, que dignifica al hombre desde el centro
de su ser. Y es esto lo que celebramos en cada Eucaristía, ‘fuente y cumbre’ de
toda vida cristiana.
En cada Eucaristía
celebramos la fiel y fecunda Paternidad de Dios, la cual es una ayuda
imprescindible para combatir y revertir la tremenda orfandad contemporánea, en
términos de discontinuidad, desarraigo y caída de las certezas principales que
dan forma a la vida. Esta debilidad nos desafía a hacer de nuestras escuelas
una “casa”, un “hogar” donde los adultos, los adolescentes y los niños, puedan
desarrollar su capacidad de vincular sus experiencias y de arraigarse en su
suelo y en su historia personal y colectiva, y a su vez encuentren las
herramientas y recursos que les permitan desarrollar su inteligencia, su
voluntad y todas su capacidades, para poder alcanzar el nivel humano que están
llamados a vivir.
La escuela ocupa un “lugar” geográfico, en
medio del barrio, pero también existencial, humano e interpersonal en el cual
se anudan raíces que permiten el desarrollo de las personas. Puede ser cobijo y
hogar, suelo firme, ventana y horizonte a lo trascendente. Pero sabemos que la
escuela no son las paredes, los pizarrones y los libros de registro: son las
personas, principalmente docentes y alumnos. Son los educadores quienes tendrán
que desarrollar su capacidad de afecto y entrega para crear estos espacios
humanos. Ahora bien, algunos desafíos: ¿Cómo desarrollar formas de contención
afectiva en tiempos de desconfianza? ¿Cómo recrear las relaciones humanas
cuando todos esperan del otro lo peor? Hemos de encontrar, todos nosotros y
cada uno, los caminos, gestos y acciones que nos permitan incluir a todos y
ayudar al más débil, generar un clima de serena alegría y confianza y cuidar
tanto la marcha del conjunto como el detalle de cada persona a nuestro
cargo. ¡Qué más provechoso para lograrlo
que la Santa Eucaristía dominical!
No es ninguna novedad decir
que vivimos tiempos difíciles. Ustedes lo saben, lo palpan día a día en el
aula. Muchas veces habrán sentido que sus fuerzas son pocas para enfrentar las
angustias que las familias cargan sobre sus espaldas y las expectativas que
sobre ustedes se concentran. El Jubileo de la Misericordia quiere ubicarse en
ese lugar y quiere invitarlos a descubrir una vez más la grandeza de la
vocación que han recibido. Si miramos a Jesús, Sabiduría y Misericordia de Dios
encarnada, podremos darnos cuenta de que las dificultades se tornan
oportunidades, y éstas apelan a la esperanza cristiana, que generan la alegría
de saberse artífices de algo nuevo. Todo ello, sin duda, nos impulsa a seguir
dando lo mejor de nosotros mismos.
Los cristianos tenemos un
aporte específico que hacer en nuestra patria y ustedes, apreciados y queridos
educadores, deben ser protagonistas de un cambio que no puede tardar. A ello
los invito y para ello pongo en ustedes mi confianza y les ofrezco mi servicio
de hermano, maestro y pastor.
A nadie se le escapa que la
educación es uno de los pilares principales para esta reconstrucción del
sentido de comunidad, aunque ella no pueda disociarse de otras dimensiones
igualmente fundamentales como son la económica y la política. Si es certero el
diagnóstico que ubica la crisis no sólo en las falacias de una macroeconomía
deshumanizada, sino también en un nivel político, cultural y, sobre todo,
moral, la tarea será larga y consistirá más en una “siembra” que en una serie
de rápidas o mágicas modificaciones. Por ello, no creo exagerar si afirmo que
cualquier proyecto que no ponga la educación en un lugar prioritario será solo
“más de lo mismo”.
Ahora bien, como educadores
cristianos ante el desafío de hacer nuestro aporte a la reconstrucción de la
comunidad nacional, nos urge discernir lo que debe ser priorizado. La
fecundidad de nuestros esfuerzos no depende solamente de las condiciones
subjetivas, del grado de entrega, generosidad y compromiso que podamos
alcanzar. También depende del acierto “objetivo” de nuestras decisiones y
acciones.
La Iglesia ha visto desde
siempre la importancia, en la educación, de la actividad intelectual además de
la educación estrictamente religiosa. El saber no sólo “no ocupa lugar”, como
decían mis padres, sino que “abre espacio”, “multiplica lugar” para el desarrollo
humano. La tarea educativa tiene que hacer descubrir y sentir el mundo y la
sociedad como hogar. La verdadera educación es lograr que cada educando se
configure y considere ciudadano por el hecho de saberse y regocijarse de su
condición de hijo de Dios y hermano de todos.
Queridos docentes, estén
convencidos que sus comunidades educativas sean de verdad palestras de
sabiduría, como una especie de laboratorio existencial, ético, religioso y
social, donde los niños, adolescentes y jóvenes puedan experimentar qué cosas
les permiten desarrollarse en plenitud y proporcionan las habilidades
necesarias para llevar adelante sus proyectos de vida. Un lugar donde maestros
“sabios”, es decir, personas, que en el día a día, encarnan un modelo de vida
“deseable”, y ofrecen con alegría y generosidad elementos y recursos que puedan
ahorrarle, a los que empiezan el camino, algo del sufrimiento de hacerlo “desde
cero” experimentando en la propia carne elecciones erróneas y destructivas que
amargarán por siempre sus vidas.
Promuevan una sabiduría a
ejemplo de Jesús, el Maestro (Mt 7,21),a través del conocimiento, la valoración
y la práctica, que es un ideal digno de cualquier empeño educativo.
Quien pueda aportar algo así
a su comunidad habrá contribuido a la felicidad colectiva de un modo
incalculable. Jamás pierdan de vista que los cristianos poseemos en Jesucristo
un principio y una plenitud de sabiduría que no tenemos derecho a retener
dentro de nuestros espacios confesionales. La Evangelización consiste en
compartir una sabiduría que desde el principio fue destinada a todos los
hombres y mujeres de todos los tiempos. Renovemos con audacia el ardor del
anuncio, de la propuesta que sabemos colma las búsquedas hondas, silenciadas
por tanta vorágine, hagámoslo cada día e intentando llegar a todos. Para eso no
está de más volver a hacerse la pregunta fundamental: ¿para qué educamos? ¿Por
qué la Iglesia, las comunidades cristianas, invierten tiempo, bienes y energías
en una tarea que no es directamente “religiosa”? ¿Por qué tenemos escuelas y no
peluquerías, veterinarias o agencias de turismo? ¿Acaso por negocio? Habrá
quienes así lo piensen, pero la realidad de muchas de nuestras escuelas
desmiente esa afirmación. ¿Será por ejercer una influencia en la sociedad,
influencia de la cual luego esperamos algún provecho? Es posible que algunas
escuelas ofrezcan ese “producto” a sus “clientes”: contactos, ambiente,
“excelencia”. Pero tampoco es ese el sentido por el cual el imperativo ético y
evangélico nos lleva a prestar este servicio. El único motivo por el cual
tenemos algo que hacer en el campo de la educación es la esperanza en una
humanidad nueva, en otro mundo posible. Es la esperanza que brota de la
sabiduría cristiana, que en el Resucitado nos revela la estatura divina a la cual
estamos llamados. La escuela puede ser simplemente la transmisora de esos
“valores” o la cuna de otros nuevos; pero eso supone una comunidad que cree y
espera, una comunidad que ama, una comunidad que realmente está reunida en el
nombre del Resucitado. Antes que las planificaciones es preciso saber qué es lo
que queremos generar. Sé también que para esto debe implicarse el conjunto de
la comunidad docente, comulgar con fuerza en un mismo sentir, apasionándose por
el proyecto de Jesús y tirando todos para el mismo lado. Muchas instituciones
promueven la formación de lobos, más que de hermanos; educan para la
competencia y el éxito a costa de los otros, con apenas unas débiles normas de
“ética”, sostenidas por paupérrimos comités que pretenden paliar la destructividad
corrosiva de ciertas prácticas que “necesariamente” habrá que realizar. En
muchas aulas se premia al fuerte y rápido y se desprecia al débil y lento. En
muchas se alienta a ser el “número uno” en resultados, y no en compasión. Pues
bien, nuestro aporte específicamente cristiano es una educación que testimonie
y realice otra forma de ser humanos. Pero eso no será posible si nos limitamos
simplemente a “aguantar” las “lluvias”, “torrentes” y “vientos”, si nos
quedamos en la mera crítica y nos regodeamos en estar “afuera” de aquellos
criterios que denunciamos. Otra humanidad posible... exige una acción positiva;
si no, siempre va a ser “otra” meramente invocada, mientras “ésta” sigue
vigente y cada vez más instalada.
Preparamos educandos libres
y responsables, capaces de interrogarse, decidirse, acertar o equivocarse y
seguir en camino, y no meras réplicas de nuestros propios aciertos..., o de
nuestros errores. Y justamente para ello, seamos capaces de hacerles ganar la
confianza y seguridad que brota de la experiencia de la propia creatividad, de
la propia capacidad, de la propia habilidad para llevar a la práctica hasta el
final y exitosamente sus propias orientaciones. No nos quedemos en meras
palabras y volátiles anhelos, sino construyamos sobre roca; esto significaráque
se tomaron en serio el sentido de su vocación y misión: si en nuestras escuelas
no se gesta otra forma de ser humanos, otra cultura y otra sociedad, estamos
perdiendo el tiempo.
Nuestra Señora del Valle,
Madre y Maestra, ruega por nosotros.