Camino a la Beatificación

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05 mayo 2019

Homenaje de las familias y bendición de embarazadas


Mons. Urbanc pidió a la Virgen “que ayude a los esposos cristianos a cultivar una sana y fecunda espiritualidad conyugal, que los santifique y capacite en el ejercicio sabio de la paternidad”

Durante la noche del sábado 4 de mayo, Solemnidad de Nuestra Señora del Valle, Patrona de la Diócesis de Catamarca, rindieron su homenaje las familias, Pastoral Familiar, Movimiento Familiar Cristiano (MFC) y grupos eclesiales al servicio de la vida: Grávida, Renacer y Faviatca.
La Misa fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por sacerdotes del clero local, entre ellos el Delegado Episcopal para la Pastoral Familiar, Pbro. Eduardo López Márquez, en la última jornada del septenario en honor a la #VirgendelValle.
La celebración eucarística tuvo lugar en el Paseo de la Fe, con la participación de peregrinos que arribaron al valle para honrar a la Madre Morenita, cuya Imagen presidió los actos en su honor.
En un tramo de su reflexión, Mons. Urbanc se refirió a la espiritualidad matrimonial, afirmando que ésta “no consiste únicamente en que los esposos recen juntos y realicen prácticas de piedad que los unan más a Dios. La vivencia de la espiritualidad en esta vocación particular pasa, de suyo, por la donación total y recíproca del cuerpo. Es más: la unión corporal está en el centro de la vida espiritual del matrimonio. Es la comunión de dos personas”.

“Su espiritualidad es la propia de las parejas casadas, no la importación de una
espiritualidad de religiosos a la vida matrimonial. Lo que la constituye es la donación del propio ser al cónyuge, incluido el don del cuerpo”, manifestó, agregando que “el que elige el ‘celibato por el Reino’ busca encontrar la unión con Dios en una relación directa con Él. En cambio, en el matrimonio, se recibe una llamada interior para encontrar la unión con Dios a través de la donación de uno mismo –incluida la donación corporal– a otra persona. Compartir la intimidad sexual, el afecto, la ternura, la cercanía -lo que san Juan Pablo II llamó el ‘lenguaje del cuerpo’- es constitutivo de la espiritualidad conyugal”, manifestó.
Asimismo, señaló que “es sumamente importante entenderlo bien porque, de lo contrario, se estaría viviendo una espiritualidad propia del célibe en el matrimonio y eso malogrará a los esposos. Entonces, tenemos personas casadas que buscan, pesarosa y erróneamente, a Dios fuera de su matrimonio, cuando su propio matrimonio debería llevarles a buscar a Dios a través de la donación a su cónyuge, en el que necesita y debe ver al mismo Jesús, a quien ama y sirve. La santificación es en y a través del matrimonio, y no a pesar del matrimonio”.
El Obispo rogó “a la Santa Madre de Dios y Esposa del Espíritu Santo que ayude a los esposos cristianos a cultivar una sana y fecunda espiritualidad conyugal, que los santifique y capacite en el ejercicio sabio de la paternidad”.
En el transcurso de la ceremonia religiosa se realizó la renovación de las promesas matrimoniales y la bendición de embarazadas.
Al finalizar los actos litúrgicos se realizó la Serenata a la Santísima Virgen en el Paseo de la Fe, con la presencia de los peregrinos.

Y a las 00.00 doblaron las campanas para saludar a la Patrona de Catamarca, en la antesala de la fiesta que se vivirá este domingo con la Solemne Procesión.

TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos devotos y peregrinos:
 En este día de la solemnidad litúrgica de Ntra. Sra. del Valle, le rinden su homenaje a la Reina del Cielo y de la tierra, nuestras queridas familias. Bienvenidos a esta celebración; que la Virgen Santa derrame abundantes gracias sobre cada uno de los que participan, de una u otra manera, en esta sagrada liturgia. ¡Paz y Bien!
Pensar que cuando una persona toma una decisión para toda la vida, como debiera ser con el matrimonio o con la consagración total a Dios, experimenta lo que acabamos de escuchar en la lectura del Apocalipsis: “ve un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo
y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más” (Ap 21,1). Inmediatamente empieza a haber un antes y un después. Cada cónyuge o consagrado han de ver en el ser amado o en la consagración la Jerusalén que baja del cielo, o sea, la realidad divina, ‘Cristo-Esposo’ (Ap 21,2), al servicio del cual se ponen a través del sacramento del matrimonio, o del orden sagrado, o de los votos.
Y, ¿cuál es el potente oráculo divino? “Esta es la morada de Dios entre los hombres: Él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios estará con ellos. El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó” (Ap 21,3-4).
¡Qué belleza, queridos hermanos, “Jesús Resucitado hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5a), y, sobre todo, lo quiere lograr con nosotros, pero para eso es necesario que colaboremos con el recto uso de nuestra libertad!
Por tanto, “¡Cantemos a nuestro Dios un cántico nuevo, porque es grande, glorioso, invencible y admirable por su poder!” (Jdt 16,13)

Y, cómo no vamos a exclamar jubilosos “¡Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos y sus herederos, puesto que hemos puesto la esperanza en Cristo, para alabanza de su Gloria!” (Ef 1,1-10).
¿¡Quién, sino los cónyuges, los sacerdotes y los consagrados somos los que debemos estar junto a la Cruz de Jesús, a ejemplo de María y el discípulo amado!? (cf. Jn 19,25). ¡Cuánto consuelo le da a Jesús vernos a todos allí! Puesto que es aquí, junto a la Cruz, donde se recibe la Misión que Jesús nos confía a cada uno. Es a los pies de la Cruz donde la sangre redentora de Jesús nos purifica y nos embriaga para llevar a cabo la Vocación recibida con generosidad, fidelidad, eficacia y alegría. Es a los pies de la Cruz donde aprendemos que la obra no es nuestra, sino de Jesucristo; sólo al pie de la Cruz se puede llegar a ser humilde, condición imprescindible para ser fecundos y para alcanzar la Vida Eterna que Jesús donó desde la Cruz. Es al pie de la Cruz donde siempre encontraremos a la Virgen-Madre. Y es allí donde la hemos de recibir para acogerla en nuestro corazón, concediéndole la alegría de ser la Reina de nuestras vidas y familias (cf. Jn 19,26-27).
Gracias a este gesto tan misericordioso de Jesús, agonizante en la Cruz, tenemos una ayuda especialísima para forjar nuestra espiritualidad cristiana, es decir, para poder llevar una vida que esté realmente animada por el Espíritu Santo, fuente y dador de todo bien.

La espiritualidad matrimonial no consiste únicamente en que los esposos recen juntos y realicen prácticas de piedad que los unan más a Dios. La vivencia de la espiritualidad en esta vocación particular pasa, de suyo, por la donación total y recíproca del cuerpo. Es más: la unión corporal está en el centro de la vida espiritual del matrimonio. Es la comunión de dos personas.
Su espiritualidad es la propia de las parejas casadas, no la importación de una espiritualidad de religiosos a la vida matrimonial. Lo que la constituye es la donación del propio ser al cónyuge, incluido el don del cuerpo.
El que elige el “celibato por el Reino” busca encontrar la unión con Dios en una relación directa con Él. En cambio, en el matrimonio, se recibe una llamada interior para encontrar la unión con Dios a través de la donación de uno mismo –incluida la donación corporal– a otra persona. Compartir la intimidad sexual, el afecto, la ternura, la cercanía -lo que san Juan Pablo II llamó el “lenguaje del cuerpo”- es constitutivo de la espiritualidad conyugal.
Es sumamente importante entenderlo bien porque, de lo contrario, se estaría viviendo una espiritualidad propia del célibe en el matrimonio y eso malogrará a los esposos. Entonces, tenemos personas casadas que buscan, pesarosa y erróneamente, a Dios fuera de su matrimonio, cuando su propio matrimonio debería llevarles a buscar a Dios a través de la donación a su cónyuge, en el que necesita y debe ver al mismo Jesús, a quien ama y sirve. La santificación es en y a través del matrimonio, y no a pesar del matrimonio.
Le roguemos a la Santa Madre de Dios y Esposa del Espíritu Santo que ayude a los esposos cristianos a cultivar una sana y fecunda espiritualidad conyugal, que los santifique y capacite en el ejercicio sabio de la paternidad.