“Oramos por las
Comunicaciones Sociales para que no sólo se las identifique por su poder, sino
sobre todo por el importantísimo servicio que deben prestar a la humanización
del hombre y de toda la humanidad”, destacó el Obispo.
En el día de la Ascensión
del Señor Jesús al Cielo, el domingo 17 de mayo, la Iglesia celebró la 49° Jornada
Mundial de las Comunicaciones Sociales, para rezar de manera particular por
este importante ámbito de la sociedad. En Catamarca, el Obispo Diocesano, Mons.
Luis Urbanc, presidió la Santa Misa en la Catedral Basílica de Nuestra Señora
del Valle, que contó con la participación de trabajadores de los medios de
comunicación locales y comunicadores voluntarios, quienes guiaron la misa,
proclamaron la Palabra de Dios y acercaron las ofrendas al altar.
Antes comenzar la
celebración eucarística, miembros de la Pastoral de las Comunicaciones Sociales
compartieron con los fieles presentes la proyección de un power point con
algunas frases del mensaje del Papa Francisco para esta ocasión, titulado “Comunicar la
familia: ambiente privilegiado
del
encuentro en la gratuidad del amor”.
En el inicio de su homilía,
el Obispo explicó el origen de esta jornada, indicando que “debido a que Jesucristo fue el gran Comunicador del Amor de
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, el Beato Pablo VI, Papa, quiso que, en este
día de la Ascensión de Jesús al Cielo, se reflexionara y orara por las
Comunicaciones Sociales, para que no sólo se las identificara por su poder,
sino sobre todo, por el importantísimo servicio que deben prestar a la
humanización del hombre y la humanidad toda”.
Luego, siguiendo el mensaje del
Papa Francisco, Mons. Urbanc dijo que “la familia es el primer lugar donde
aprendemos a comunicar… El episodio evangélico de la visita de María a
Isabel nos muestra ante todo la comunicación como un
diálogo que se entrelaza con el lenguaje del cuerpo. En efecto, la
primera respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en el
vientre de Isabel”.
En otro tramo de
su predicación, tomó la parte del mensaje del Sumo Pontífice que dice: “Lo que
nos hace entender en la familia lo que es verdaderamente la comunicación como descubrimiento
y construcción de proximidad es
la capacidad de abrazarse, sostenerse, acompañarse, descifrar las miradas y los
silencios, reír y llorar juntos, entre personas que no se han elegido y que,
sin embargo, son tan importantes las unas para las otras. Reducir las
distancias, saliendo los unos al encuentro de los otros y acogiéndose, es
motivo de gratitud y alegría: del saludo de María y del salto del niño brota la
bendición de Isabel”.
También puso de
relieve el concepto de Francisco que dice: “Los padres son los primeros
educadores. Pero no hay que dejarlos solos; la comunidad cristiana está llamada
a
ayudarles para vivir en el mundo de la comunicación según los criterios de la dignidad de la persona humana y del bien común”.
ayudarles para vivir en el mundo de la comunicación según los criterios de la dignidad de la persona humana y del bien común”.
“La familia es una comunidad comunicadora”
Además, resaltó
que “la información es importante, pero no basta, pues a menudo simplifica y
contrapone las diferencias y las visiones distintas, invitando a ponerse de una
u otra parte, en lugar de favorecer una visión de conjunto. La familia, por
tanto, no es un campo en el que se comunican opiniones, o un terreno en el que
se combaten batallas ideológicas, sino un ambiente para aprender a comunicar en la cercanía: es una ‘comunidad comunicadora’ que sabe
acompañar, festejar y fructificar”.
En el momento de
las ofrendas, se acercaron al altar, junto al pan y al vino, folletos con el
mensaje del Santo Padre, que antes de culminar la celebración fueron bendecidos
por el Señor Obispo, y posteriormente entregados a los fieles.
TEXTO COMPLETO DE LA
HOMILIA
Queridos
hermanos:
Hoy nos hemos congregado para celebrar la Ascensión de Nuestro Señor
Jesucristo al Cielo. Es decir que Jesús, después de cumplir con la Misión que
le encomendó su Padre eterno, vuelve a Él, ya no cómo salió, sino llevando a la
Gloria celestial nuestra naturaleza humana, y allí seguir intercediendo por
nosotros hasta que todos nos reunamos con Él para alabanza de Dios y felicidad
nuestra.
Cinco motivos principales podemos individuar por los cuales Jesús
regresa al Padre:
a)
Ése es su lugar connatural. b) Llevar nuestra naturaleza
restaurada a la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. c) Fortalecer
nuestra esperanza de que a esa situación definitiva e irreversible de Gloria
llegaremos si somos fieles a Él. d) Es condición, sine qua non, para que el
Padre y Él envíen al Espíritu Santo que nos acompañará hasta el fin de los
tiempos. e) Darnos la tarea de continuar su obra de anunciar el Evangelio, como
hemos escuchado en el texto de san Marcos: “Vayan por todo el mundo, anuncien
la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El
que no crea, se condenará… Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado
al cielo y está sentado a la derecha de Dios… Ellos fueron a predicar por todas
partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con
milagros que la acompañaban” (Mc 16,15-16.19-20).
milagros que la acompañaban” (Mc 16,15-16.19-20).
Debido
a que Jesucristo fue el gran Comunicador del Amor de Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo, el Beato Pablo VI, Papa, quiso que, en este día de la Ascensión
de Jesús al Cielo, se reflexionara y orara por la Comunicaciones sociales, para
que no sólo se las identificara por su poder, sino sobre todo, por el
importantísimo servicio que deben prestar a la humanización del hombre y la
humanidad toda. De allí que, a continuación, abordaré la49 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, siguiendo el mensaje
del Papa Francisco para esta ocasión, titulado: “Comunicar la familia: ambiente privilegiado del encuentro en
la gratuidad del amor”.
La familia es el primer lugar
donde aprendemos a comunicar. Podemos dejarnos inspirar por el episodio
evangélico de la visita de María a Isabel (cf. Lc 1,39-56). «En cuanto Isabel oyó el
saludo de María, la criatura saltó en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu
Santo, exclamó a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el
fruto de tu vientre!”» (vv. 41-42).
Este episodio nos muestra ante todo la comunicación como un diálogo que se entrelaza con el
lenguaje del cuerpo. En efecto, la primera respuesta al saludo de María la
da el niño saltando gozosamente en el vientre de Isabel. Exultar por la alegría
del encuentro es, en cierto sentido, el arquetipo y el símbolo de cualquier
otra comunicación que aprendemos incluso antes de venir al mundo. El seno
materno que nos acoge es la primera «escuela» de comunicación, hecha de escucha
y de contacto corpóreo, donde comenzamos a familiarizarnos con el mundo externo
en un ambiente protegido y con el sonido tranquilizador del palpitar del
corazón de la mamá. Este encuentro entre dos seres a la vez tan íntimos, aunque
todavía tan extraños uno de otro, es un encuentro lleno de promesas, es nuestra
primera experiencia de comunicación. Y es una experiencia común a todos, porque
todos nosotros hemos nacido de una madre.
Después de llegar al mundo, permanecemos en un «seno», que es la
familia. Un seno hecho de
personas diversas en relación; la familia es el «lugar donde se aprende a
convivir en la diferencia» (Exort. ap. Evangeliigaudium, 66): diferencias de
personas y de generaciones, que comunican antes que nada porque se acogen
mutuamente, porque entre ellos existe un vínculo. Y cuanto más amplio es el
abanico de estas relaciones y más diversas son las edades, más rico es nuestro
ambiente de vida. Es el vínculo el que fundamenta la palabra, que a su vez fortalece
el vínculo. Nosotros no inventamos las palabras: las podemos usar porque las hemos
recibido. En la familia se aprende a hablar la lengua materna, es decir, la
lengua de nuestros antepasados (cf. 2
M7,25.27). En la familia se percibe que otros nos han precedido, y nos han
puesto en condiciones de existir y de poder, también nosotros, generar vida y
hacer algo bueno y hermoso. Podemos dar porque hemos recibido, y este círculo
virtuoso está en el corazón de la capacidad de la familia de comunicarse y de
comunicar; y, más en general, es el paradigma de toda comunicación.
La experiencia del vínculo que nos «precede» hace que la familia
sea también el contexto en el que se transmite esa forma fundamental de comunicación que es la oración. Cuando la mamá y el
papá acuestan para dormir a sus niños recién nacidos, a menudo los confían a
Dios para que vele por ellos; y cuando los niños son un poco más mayores,
recitan junto a ellos oraciones simples, recordando con afecto a otras
personas: a los abuelos y otros familiares, a los enfermos y los que sufren, a
todos aquellos que más necesitan de la ayuda de Dios. Así, la mayor parte de
nosotros ha aprendido en la familia la dimensión
religiosa de la comunicación, que en el cristianismo está impregnada de
amor, el amor de Dios que se nos da y que nosotros ofrecemos a los demás.
Lo que nos hace entender en la familia lo que es verdaderamente la
comunicación como descubrimiento
y construcción de proximidad es
la capacidad de abrazarse, sostenerse, acompañarse, descifrar las miradas y los
silencios, reír y llorar juntos, entre personas que no se han elegido y que,
sin embargo, son tan importantes las unas para las otras. Reducir las
distancias, saliendo los unos al encuentro de los otros y acogiéndose, es
motivo de gratitud y alegría: del saludo de María y del salto del niño brota la
bendición de Isabel, a la que sigue el bellísimo canto del Magnificat, en el que María
alaba el plan de amor de Dios sobre ella y su pueblo. De un «sí» pronunciado
con fe, surgen consecuencias que van mucho más allá de nosotros mismos y se
expanden por el mundo. «Visitar» comporta abrir las puertas, no encerrarse en
uno mismo, salir, ir hacia el otro. También la familia está viva si respira
abriéndose más allá de sí misma, y las familias que hacen esto pueden comunicar
su mensaje de vida y de comunión, pueden dar consuelo y esperanza a las
familias más heridas, y hacer crecer la Iglesia misma, que es familia de
familias.
La familia es, más que ningún otro, el lugar en el que, viviendo
juntos la cotidianidad, se experimentan los límites propios y ajenos, los pequeños y
grandes problemas de la convivencia, del ponerse de acuerdo. No existe la
familia perfecta, pero no hay que tener miedo a la imperfección, a la
fragilidad, ni siquiera a los conflictos; hay que aprender a afrontarlos de
manera constructiva. Por eso, la familia en la que, con los propios límites y
pecados, todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón. El perdón es
una dinámica de comunicación:
una comunicación que se desgasta o se rompe, mediante el perdón, se puede
reanudar y acrecentar. Un niño que aprende en la familia a escuchar a los
demás, a hablar de modo respetuoso, expresando su propio punto de vista sin
negar el de los demás, será un constructor de diálogo y reconciliación en la
sociedad.
A propósito de límites y comunicación, tienen mucho que enseñarnos las familias con hijos afectados
por una o más discapacidades. El déficit en el movimiento, los sentidos o
el intelecto supone siempre una tentación de encerrarse; pero puede
convertirse, gracias al amor de los padres, de los hermanos y de otras personas
amigas, en un estímulo para
abrirse, compartir, comunicar de modo inclusivo; y puede ayudar a la
escuela, la parroquia, las asociaciones, a que sean más acogedoras con todos, a
que no excluyan a nadie.
Además, en un mundo donde tan a menudo se maldice, se habla mal,
se siembra cizaña, se contamina nuestro ambiente humano con las habladurías, la
familia puede ser una escuela de comunicación
como bendición. Esto, incluso, donde parece que prevalece inevitablemente
el odio y la violencia, cuando las familias están separadas entre ellas por
muros de piedra o por los muros no menos impenetrables del prejuicio y del
resentimiento, cuando parece que hay buenas razones para decir «ahora basta»;
el único modo para romper la espiral del mal, para testimoniar que el bien es
siempre posible, para educar a los hijos en la fraternidad, es en realidad
bendecir en lugar de maldecir, visitar en vez de rechazar, acoger en lugar de
combatir.
Hoy, los medios
de comunicación más modernos, que son irrenunciables sobre todo para los
más jóvenes, pueden tanto
obstaculizar como ayudar a la
comunicación en la familia y entre familias. La pueden obstaculizar si se convierten en un modo de
sustraerse a la escucha, de aislarse de la presencia de los otros, de saturar
cualquier momento de silencio y de espera, olvidando que «el silencio es parte
integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de
contenido» (Benedicto XVI,Mensaje para la XLVI Jornada Mundial de las Comunicaciones
Sociales, 24 de enero de 2012). La pueden favorecer si ayudan a contar y compartir, a
permanecer en contacto con quienes están lejos, a agradecer y a pedir perdón, a
hacer posible una y otra vez el encuentro. Redescubriendo cotidianamente este
centro vital que es el encuentro, este «inicio vivo», sabremos orientar nuestra
relación con las tecnologías, en lugar de ser guiados por ellas. También en
este campo, los padres son los primeros educadores. Pero no hay que dejarlos
solos; la comunidad cristiana está llamada a ayudarles para vivir en el mundo
de la comunicación según los criterios de la dignidad de la persona humana y
del bien común.
El desafío que se nos propone es aprender de nuevo a narrar,
y no sólo a producir y consumir información. Narrar significa comprender que
nuestras vidas están entrelazadas en una trama unitaria, que las voces son
múltiples y que cada una es insustituible.
La información es importante, pero no basta, pues a menudo
simplifica y contrapone las diferencias y las visiones distintas, invitando a
ponerse de una u otra parte, en lugar de favorecer una visión de conjunto.
La familia, por tanto, no es un campo en el que se comunican
opiniones, o un terreno en el que se combaten batallas ideológicas, sino un ambiente para aprender a comunicar en la cercanía: es una «comunidad
comunicadora» que sabe acompañar, festejar y fructificar. Así, es posible
restablece que la familia sigue siendo un gran recurso, y no sólo un problema o
una institución en crisis. Los medios de comunicación tienden en ocasiones a
presentar la familia como si fuera un modelo abstracto que hay que defender o
atacar, en lugar de una realidad concreta que se ha de vivir; o como si fuera
una teoría de uno contra la de algún otro, en lugar del espacio donde todos
aprendemos lo que significa comunicar en el amor recibido y entregado. En fin,
la familia más hermosa es la que sabe comunicar, con el testimonio, la belleza
y la riqueza de la relación entre hombre y mujer, y entre padres e hijos. No
luchamos para defender el pasado, sino que trabajamos con paciencia y
confianza, en todos los ambientes en que vivimos cotidianamente, para construir
el futuro.