El viernes 22 de marzo,
serán ordenados diáconos los jóvenes Facundo Ariel Brizuela y Eduardo Navarro, pertenecientes
a las parroquias Santa Rosa de Lima (Capital) y San Juan Bautista (Tinogasta).
La ceremonia se llevará a
cabo a las 20.00, en el Altar Mayor de la Catedral Basílica de Nuestra Madre
del Valle, y será presidida por el
Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por sacerdotes del clero
local, que llegarán de todo el
territorio diocesano.
Facundo Ariel Brizuela nació
el 14 de mayo de 1986 en San Fernando del Valle de Catamarca, y tiene cuatro
hermanos. Estudió en las escuelas Rivadavia, Elvira Grellet de Caro, N° 198 del
barrio Huayra Punco; el Polimodal lo hizo en el Colegio Nuestra Señora del
Valle.
Eduardo Navarro nació el 24
de noviembre de 1981, en el departamento Tinogasta. Es el menor de cinco
hermanos. Cursó los estudios primarios en la escuela Adolfo P. Carranza, y los
secundarios en la escuela Gral. José de San Martín.
¿Qué
es un diácono?
Un diácono (del griego
διακονος, diakonos, «servidor» vía latín diaconus) es un hombre que ha recibido
el primer grado del sacramento del Orden Sagrado por la imposición de las manos
del obispo.
Según el Catecismo de la
Iglesia Católica, los diáconos no son sacerdotes, a pesar de sí pertenecer al
orden sagrado: en el momento de recibir el sacramento del orden sacerdotal en
el grado de diaconado, el fiel pasa a ser clérigo.
Los primeros diáconos fueron
ordenados por los Apóstoles: Hechos 6, 1-6. y fueron 7, el más destacado de
ellos fue el protomártir San Esteban.
Funciones
del diácono
El diácono proclama el
Evangelio y asiste en el Altar, administra los sacramentos del bautismo, del
matrimonio y bendice, lleva el Viático a los enfermos (no pueden administrar la
Unción de los Enfermos, antes llamada Extremaunción). Además, pueden dirigir la
administración de alguna parroquia, se le puede designar una Diaconía y otros
servicios según la necesidad de la Diócesis. En fin, todo lo relacionado con la
misericordia y caridad además de animar a las comunidades que se le
responsabilicen.
Vestiduras
propias del Diácono
Las vestiduras propias del
diácono son la estola puesta al modo diaconal, es decir, cruzada en el cuerpo
desde el hombro izquierdo y unida en el lado derecho, a la altura de la cintura
y sobre ésta la dalmática, vestidura cerrada con amplias mangas, utilizada
sobre todo en las grandes celebraciones y solemnidades.
Testimonios
Facundo
Brizuela
“Cuando hablo de mi vocación, sostengo que me
di cuenta de ella en mi adolescencia, pero también reconozco que el llamado fue
desde siempre; es decir, que a medida que pasaban los años, veía que todo lo
que me pasaba en mi vida estaba en orden a recibir la propuesta del Señor de
seguirlo en el ministerio sacerdotal.
La pregunta sobre querer ser
sacerdote estuvo presente casi siempre, y mi respuesta también siempre fue
negativa. A pesar de admirar siempre a sacerdotes concretos, negaba cualquier
posibilidad. Sin embargo, a medida que iba creciendo, una inquietud me
asediaba: ¿por qué no? Esta pregunta también fue respondida con un no
instantáneo, pero la pregunta volvía.
Cuando empecé el Polimodal,
me llamaba mucho la atención la vida del seminarista (menor) y haciéndome amigo
de ellos y del rector (en aquellos tiempos el P. Reinaldo Oviedo) participaba
de las actividades del Seminario Menor hasta que empecé un proceso de
discernimiento. Llegué a la conclusión de que no quería entrar al Seminario
porque no quería dejar a mi familia; entonces, la posibilidad de ser sacerdote
la había descartado en mi vida, pero esto no era la última palabra.
En el momento de elegir una
carrera universitaria, la inquietud volvió, ya en otro contexto: con el firme
deseo de querer formar mi familia y de ser profesor. Fue en ese momento que
Jesucristo entró en mi vida con más claridad. Participé de un retiro del
movimiento Palestra, en ese escenario decidí seguir al Señor de manera rotunda,
y en ese camino volví a preguntarme lo que venía preguntándome, pero de otro
modo: ¿por qué no seguir al Señor en el sacerdocio? Y con esa pregunta decidí entrar
al Seminario Mayor para sacarme la duda de una vez por todas.
Estuve ocho años en el Seminario
y en todo ese tiempo estuve discerniendo si es voluntad divina que yo sea
sacerdote. Entonces, en el transcurso de estos años cambié yo la pregunta:
¿Señor quieres que te siga en el sacerdocio? Por supuesto que la respuesta no
es fácil de encontrarla, pero estos años cambiaron mi vida para bien y, por
acontecimientos concretos, creo que Cristo me llama para servirlo en el
sacerdocio”.
Eduardo
Navarro
“A la hora de presentarse uno, cómo no
recordar aquellas palabras que se encuentran en el libro del profeta Jeremías: ‘Antes
que te formara en el seno materno, te conocí, y antes que nacieras, te
consagré...", ya que tomando como horizontes dichas palabras es capaz de
iluminar de un modo más pleno, la vida y los seres queridos que acogieron la
vida de uno como un don y una tarea.
En el año 2001, comencé el
discernimiento con el P. Domingo Martín Chaves, e ingresé al Seminario Mayor de
Tucumán al año siguiente.
En el año 2008 interrumpí la
formación en agosto, volviendo a Tinogasta. Me reincorporé a la formación en la
segunda mitad de año 2010, haciendo una experiencia en la Parroquia San Isidro,
Valle Viejo, acompañado por el P. Juan Néstor Olmos. Luego cursé un año
completo en el Seminario Mayor. Volví a la Diócesis la primera mitad del año
2012, para realizar una experiencia en la Parroquia Nuestra Señora de Luján,
con sede en Chumbicha, siendo acompañado por el P. Moisés Pachado.
Dos cosas resaltaría, de
todas las riquezas de la formación: primero, la experiencia de la pérdida de mi
padre en el año 2004, que fue seguida de mi enfermedad, y el hecho de haber
interrumpido la formación. Ambas experiencias colmaron de una gran riqueza la
experiencia de fe, de oración, me ayudaron a crecer como persona, como creyente
y como un llamado a seguir más de cerca al Buen Pastor.
Fueron en esos momentos, en
el desierto, cuando la vida de uno transcurre en medio de una ‘soledad poblada
de aullidos’ (Dt. 32, 10). En ese desierto pude escuchar la voz del Buen
Pastor, en medio de las otras voces; y experimentar su misericordia, y cómo su
corazón hablaba a mi corazón, para consolarlo, apacentarlo, a pesar de mi
debilidad, de mi miseria”.