“Ustedes son los que han permanecido
siempre conmigo en medio de mis pruebas”
Lc 22,28
Las imágenes que nos llegan desde
Irak por los medios de comunicación, nos hacen testigos de un drama humano al
que no podemos ser indiferentes. La violenta persecución a las comunidades
cristianas que se desencadenó en estas últimas semanas en el norte de ese país,
presentan el doloroso rostro de un pueblo que padece a raíz de la intolerancia
de un grupo con sus semejantes. Ancianos, niños y mujeres embarazadas son
tratados con un rigor inhumano y ya son numerosos los muertos en ese destierro
forzado.
El Papa Francisco oró por ellos
diciendo: “Nuestros hermanos son perseguidos, son expulsados, deben dejar sus
casas sin tener la posibilidad de llevarse nada consigo. A estas familias y a
estas personas quiero expresarles mi cercanía y mi constante oración. Queridos
hermanos y hermanas perseguidos, yo sé cuánto sufren, yo sé que han sido
despojados de todo. ¡Estoy con ustedes en la fe en Aquel que venció el mal!”
(20 de julio).
La historia nos enseña que la
intolerancia viene de la mano con la más cruel de las violencias, y lo primero
que se pierde es la paz, tan necesaria para la convivencia humana. Las naciones
que no aceptan ni valoran la pluralidad religiosa se aíslan de la comunidad
internacional y se cierran a la cultura del encuentro. Lo que es más grave,
para llevar a cabo su crueldad, invocan el nombre de Dios, que es Padre de
todos los hombres.
Por el contrario, cuando se
respira la libertad religiosa y la tolerancia virtuosa ordena la convivencia
humana entre distintas confesiones, nos permiten aspirar a un mundo más humano,
bello y posible, para que todos podamos profesar libremente nuestros ideales
trascendentes y vivir la dimensión espiritual del amor a Dios y al prójimo.
Nunca la fe en Dios puede justificar la violencia, la discriminación y la muerte.
Los obispos argentinos nos
sumamos a la oración del Papa Francisco e invitamos a todos los hombres de
buena voluntad a sumarse a esta plegaria. Así elevamos las manos al Dios de la
paz y el bien, al Dios clemente y misericordioso: para que cese la persecución
a los cristianos y demás creyentes, reine la paz, vuelva la concordia y la
razonable convivencia entre los iraquíes; que superando la intolerancia se
privilegie el respeto por el derecho de toda persona a profesar libremente sus
creencias.
Por este motivo solicitamos que
el próximo fin de semana en todas las celebraciones eucarísticas se incluya de
manera particular esta intención, y ponemos bajo el manto de Nuestra Señora de
la Paz a nuestros hermanos que sufren violencia y persecución.
168º Reunión de la Comisión
Permanente
Conferencia Episcopal Argentina
Buenos Aires, 13 de agosto de
2014