El sábado 1 de diciembre, durante
la misa de las 11.00, rindieron su homenaje la Vida Consagrada: Comunidad
Franciscana y Orden Franciscana Seglar, Monasterio Inmaculada Concepción,
Hermandad Dominicana, FASTA, Carmelitas Misioneras Teresianas, Fraternidad
Eclesial Franciscana, Hermanas Misioneras Catequistas de Cristo Rey, Hermanas
Nazarenas, Hermanas Franciscanas
Misioneras de la Natividad, Padres Lourdistas, Padres Claretianos y
Hermanas del Huerto.
La Santa Misa fue presidida
por el Padre Enrique Silvano, de la Fraternidad Santo Tomás de Aquino (Fasta) y
concelebrada por Fray Eligio Bazán, de la comunidad franciscana.
En su predicación, el Padre
Silvano invitó a los consagrados a que “nos preguntemos si estoy viviendo el
carisma y la vocación que Dios me dio genuinamente”, indicando que “hay modos
de discernir si estoy bien, y uno de los criterios es preguntarme si soy feliz
de seguir a Cristo, si tengo alegría en mi corazón, si pude asumir esta
vocación de seguirlo con alegría. Y esto implica dejar un montón de cosas para
seguir a Cristo, mostrar ese rostro amoroso en el corazón de los hombres”.
En otra parte de su homilía expresó
que este tiempo “es una oportunidad para renovar mi comunidad, mi corazón, para
volver a descubrir que la Virgen María, quien es Madre, está presente todos los
días en mi corazón y quiere cuidar ese don, ese tesoro maravilloso, ese carisma
que he recibido por gracia de Dios. Tengo que ser fiel a este carisma de evangelización y de consagración, porque
hay dos palabras en el mundo que son muy tramposas y no tienen que meterse en
el corazón de los consagrados ni de los laicos, que son éxito y fracaso”,
agregando que “no tengo que medir mi vida en esos términos”.
“Mi vida consagrada vale por
sí misma en la medida que la inserto en el corazón a Dios, en la medida que
tengo el coraje de ponerla todos los días a los pies de nuestra Madre y
decirle: ‘Soy todo tuyo María” todos los días. En la consagración todo es de
Dios, todo le tengo que entregar a Él, en todo rincón de mi alma tiene que
entrar el Señor”, reflexionó.
Finalmente, afirmó que “este
tiempo de Adviento será una oportunidad para renovar ese espíritu, para volver
a descubrir aquel día en que el Señor pasó a mi lado, me miró con esos ojos de
amor y me dijo: ‘Ven y sígueme’. Y, dejando mis quehaceres, lo seguí y ahí
empezó a nacer mi vocación. Volvamos a renovar esa vocación, a descubrir que nuestro
carisma es un don para la Iglesia y para el mundo, un don enriquecedor, y
entregar ese don a la Iglesia, a nuestros hermanos, siempre en comunión con
Dios”.
Religiosas de las distintas
comunidades que trabajan en el territorio diocesano y otras que llegaron a
misionar durante las fiestas marianas, acercaron al altar las ofrendas. Junto a
toda la asamblea alabaron a la Madre del Valle con el canto y la oración.