Mons.
Urbanc: “Si no amamos como Cristo nos ha amado, nuestra fe no
es
sincera sino un puro juego de palabras y de deseos no cumplidos”
En el quinto día del Septenario
en honor a Nuestra Madre del Valle, rindieron su homenaje los Señores
Intendentes de Capital y del Interior de la provincia, y sus respectivos
gabinetes, durante la misa presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis
Urbanc, el jueves 11 a las 21.00 en el Altar Mayor de la Catedral Basílica.
Participaron de este tributo
a la Patrona de Catamarca, el Intendente de San Fernando del Valle de
Catamarca, Lic. Raúl Jalil, acompañado por su Señora Esposa Silvana Ginochio, el
jefe comunal de Fray Mamerto Esquiú, Dn. Humberto Valdez, miembros de gabinetes,
quienes realizaron la entrega de las ofrendas.
Durante su predicación, centrada
en el hecho de que la fe nos conecta a Jesucristo y que debemos obedecerlo a Él
antes que a los hombres, porque es Dios que nos ama, dándonos su Vida, el Señor
Obispo recordó a san Estanislao, obispo y mártir, quien murió asesinado por el
rey Boleslao porque no aceptaba que este pastor le recriminara su mala conducta
para con el pueblo y con la fe que decía profesar.
En esta ocasión exhortó a
que “aprendamos a escuchar la voz de Dios, especialmente de aquellos que viven,
tal vez a su modo y con mucha sencillez, su unión con Cristo. Aprendamos a ser
portadores del Evangelio no como expertos según la ciencia de este mundo, sino
como testigos que han vivido la propia experiencia personal y continua con el
Señor. Entonces nuestro testimonio será creíble, moverá y encaminará hacia la
salvación y no sólo será un discurso que cauce admiración por su brillantez,
pero que, en el fondo, no sería capaz de ayudar a la conversión de las personas”.
Luego dijo que “el Evangelio
se proclama no tanto con discursos eruditos que emboten la mente, sino con el
hacernos camino de amor, de salvación y de misericordia, para que nuestros
hermanos se encuentren con el Autor y Dador de todo bien”.
En otro tramo de su homilía
afirmó que “la Palabra escuchada y el ejemplo de la entrega de Cristo que
estamos viviendo como un memorial en esta Eucaristía, se convierten para
nosotros en un aguijón que no puede dejarnos en paz hasta que, obedientes más a
Dios que a los hombres, proclamemos ante todos las maravillas que Dios ha
obrado en favor de todos por medio de su Hijo Jesús”.
“Si no somos capaces de
levantar la mirada hacia el cielo, y sólo la tenemos clavada en la tierra y en
las cosas de la tierra, nuestras palabras y nuestro testimonio serán conforme a
lo pasajero, que provoca muchas injusticias, desórdenes y avideces. Creer en
Cristo nos ha de llevar a dar testimonio de lo que hemos visto y oído. Si no
amamos como Cristo nos ha amado a nosotros, nuestra fe no es sincera sino un
puro juego de palabras y de deseos no cumplidos”, enfatizó Mons. Urbanc.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILIA
Queridos
devotos y peregrinos:
Hoy
nos propusimos reflexionar sobre el hecho de que la fe nos conecta a Jesucristo
y que debemos obedecerlo a Él antes que a los hombres, porque es Dios que nos
ama, dándonos su Vida.
También
la Iglesia recuerda a san Estanislao, obispo y mártir, quien murió asesinado
por el rey Boleslao porque no aceptaba que este pastor le recriminara su mala
conducta para con el pueblo y con la fe que decía profesar.
En
los textos proclamados aparece muchas veces la palabra testimonio, como verbo o
sustantivo. La vida cristiana es esencialmente testimonio.
Ahora
bien, qué difícil es para quien medita la Palabra de Dios sólo para predicarla
pero no para vivirla, aceptar el testimonio sobre Jesús de la gente sencilla;
de aquellos que han vivido con Él y que tal vez poco han estudiado sobre el
mismo.
En
el discurso de Pedro al pueblo en Pentecostés, en que Dios nos hace a todos
responsables de la muerte de su Hijo, la gente sencilla, que ama a Dios, se
conmueve y pregunta qué hacer; y ante la invitación de convertirse y no seguir
resistiendo al Espíritu Santo, se bautizan unas tres mil personas.
En
el discurso que Pedro (Hch 5,27-33) dirige a los sumos sacerdotes, los hace
conscientes de su responsabilidad en la muerte de Cristo, pero éstos, se
cierran y deciden matarlos. Son como piedras que se resisten al Espíritu Santo.
La
salvación no se hace llegar a los demás por meros discursos armados a partir
del estudio de las Escrituras, sino a partir de nuestra experiencia personal de
Él.
Muchas
veces quien se ha adentrado en la Escritura con método científico y no bajo la
guía del Espíritu Santo, Autor de la misma, es el primero en resistir al
Espíritu de Dios y en perder la fe en Cristo. Esto nos puede pasar y pasa a los
sacerdotes.
Aprendamos
a escuchar la voz de Dios, especialmente de aquellos que viven, tal vez a su
modo y con mucha sencillez, su unión con Cristo. Aprendamos a ser portadores
del Evangelio no como expertos según la ciencia de este mundo, sino como
testigos que han vivido la propia experiencia personal y continua con el Señor.
Entonces nuestro testimonio será creíble, moverá y encaminará hacia la
salvación y no sólo será un discurso que cauce admiración por su brillantez,
pero que, en el fondo, no sería capaz de ayudar a la conversión de las
personas.
El
Evangelio se proclama no tanto con discursos eruditos que emboten la mente,
sino con el hacernos camino de amor, de salvación y de misericordia, para que
nuestros hermanos se encuentren con el Autor y Dador de todo bien.
En
el evangelio (Jn 3,31-36) Jesús habla de lo que ha visto junto a su Padre.
Quien
ha sido enviado por Dios recibe su Espíritu para hablar las cosas de Dios.
Quien no tiene el Espíritu sólo hablará de las cosas de la tierra. Quien acepta
el testimonio de Jesús certifica que Dios es veraz. Y aceptar el testimonio de
Jesús es aceptarlo e Él en la propia vida para dejarse conducir por su
Espíritu.
Puesto
que el Padre Dios puso todo en las manos de Jesús, no tenemos otro nombre en el
cual podamos salvarnos; rechazar a Jesús, por tanto, es haber perdido la Vida,
es continuar dentro de la cólera divina, es saberse rechazado por Dios, no
porque Él nos rechace, sino porque no hemos aceptado el Testimonio de amor, de
salvación y de perdón que nos ha manifestado en su Hijo único hecho uno de
nosotros.
Los
que depositamos nuestra fe en Jesús y hemos sido bautizados para ser hijos de
Dios, tenemos la misión de dar testimonio de nuestra fe, no sólo con las
palabras sino con toda nuestra vida. Nuestro lenguaje será un hablar de Dios, o
hablar con Dios, con quien hemos entrado en comunión de vida por nuestra unión
con su Hijo unigénito.
Quien
continúe obrando el mal estará dando testimonio de que, aunque se arrodille
diariamente ante Dios, sigue siendo esclavo del pecado.
En
la Eucaristía Dios nos hace partícipes de la Vida eterna. Su Palabra viva y
eficaz y más cortante que una espada de dos filos, ha penetrado en nosotros
hasta la división del alma y del espíritu, hasta lo más profundo de nuestro
ser.
La
Palabra escuchada y el ejemplo de la entrega de Cristo que estamos viviendo
como un memorial en esta Eucaristía, se convierten para nosotros en un aguijón
que no puede dejarnos en paz hasta que, obedientes más a Dios que a los
hombres, proclamemos ante todos las maravillas que Dios ha obrado en favor de todos
por medio de su Hijo Jesús.
Si
no somos capaces de levantar la mirada hacia el cielo, y sólo la tenemos
clavada en la tierra y en las cosas de la tierra, nuestras palabras y nuestro
testimonio serán conforme a lo pasajero, que provoca muchas injusticias,
desórdenes y avideces.
Creer
en Cristo nos ha de llevar a dar testimonio de lo que hemos visto y oído. Si no
amamos como Cristo nos ha amado a nosotros, nuestra fe no es sincera sino un
puro juego de palabras y de deseos no cumplidos.
Roguémosle
al Señor que nos conceda, por intercesión de la Madre del Valle, la gracia de
que al depositar nuestra fe en Él tengamos vida eterna, vida que se manifieste
no sólo por lo que hablemos sino por lo que hagamos bajo la guía del Espíritu
Santo, Espíritu que el Señor ha concedido sin medida a quienes le aman y le son
fieles. Así sea.