Queridos
Catamarqueños:
En el marco de la octava de Pascua les
comparto la siguiente reflexión. La intolerancia frente a los débiles adquirió
con frecuencia a lo largo de la historia una dolorosa forma social e
institucionalizada de legalidad.
Son
muchas las voces que se han atrevido a denunciar con firmeza esos atropellos de
la dignidad humana. Atropellos que llegan a veces a constituir una auténtica
cultura de la muerte que en todas las épocas se ha manifestado en la muerte ‘legal’
de inocentes.
La
historia reciente nos lo muestra con crudeza en diversos genocidios, en las
limpiezas étnicas de tantos conflictos bélicos, o en el más sutil y solapado
quitar la vida a los seres humanos antes de su nacimiento, o antes de que
lleguen a la meta natural de la muerte.
Son
siempre los miembros más débiles de la sociedad quienes corren mayor riesgo
frente a esta peligrosa manifestación de intolerancia: las víctimas suelen ser
los no nacidos (aborto y manipulaciones genéticas), los niños (comercio de
órganos), los enfermos y ancianos (eutanasia), los pobres (abusivas
imposiciones de control demográfico), las minorías, los inmigrantes y
refugiados, dejar sin trabajo a un padre de familia, marginar a personas o
grupos por sus convicciones religiosas, etc.
¿Y
por qué crees que se ha impuesto este error en el mundo en tantas ocasiones?
¿De dónde le viene su atractivo?
El
atractivo del error no proviene del error mismo, sino de la verdad -grande o
pequeña- que en él palpita. Por eso, un
error es tanto más peligroso cuanta más verdad encubre.
Y
la modesta verdad que subyace en la cultura de la muerte –y a la que ésta debe
de prestado su atractivo– es la pequeña ganancia (deshacerse del anciano o del
enfermo incómodo, eliminar una nueva vida que nos parece inoportuna, mejorar la
calidad de vida de los que permanecemos con vida), que satisfaciendo fugaz y
brevemente las pasiones humanas, oscurece la inteligencia hasta incapacitarla
para percatarse del error que comete. Las verdades a medias enferman y
adormecen la conciencia, la que debemos cuidar, educar y sanar pues es la sede
desde donde Dios nos ayuda a vivir en comunión con Él, con el mundo, con las
personas y con uno mismo.
Paradójicamente,
la tolerancia fue muchas veces la bandera que enarbolaron quienes imponían esos
errores. Pero detrás de la defensa que hacen de los derechos y de las libertades,
se esconde siempre el brutal atropello de los derechos y libertades más básicas.
Detrás
de una máscara de tolerancia, se esconde la más cruel y macabra muestra de
intolerancia: la de no dejar vivir al inocente y al más débil. Nadie tiene el
derecho o autoridad para decidir quién debe o no debe vivir, pero sí, que todos
tenemos el deber de ayudar a cada ser humano, sin excepción, a que viva
dignamente y llegue al encuentro con su Creador. Esta es la gran tarea de
cada generación. Ocupándonos en ello caerían por tierra muchos proyectos
deshumanizadores y destructores de la Familia humana de esta aldea llamada Tierra.
Este septenario en honor a la Virgen del Valle,
conmemorando los 122 años de la coronación pontificia de su tierna y venerada
imagen, les ayude a ser testigos auténticos del Señor de la Vida , Cristo Jesús, a quien
sea el honor y la gloria por siempre. El Señor los bendiga.
Mons. Luis
Urbanc
8º Obispo de
Catamarca