Mons. Urbanc: “Démonos el valor de
echar por tierra cuanto
nos impide ser ágiles y eficaces
testigos de Cristo Resucitado”
En
la noche del Sábado Santo se celebró Misa de Vigilia Pascual, presidida por el Obispo
Diocesano, Mons. Luis Urbanc, en la Catedral Basílica de Nuestra Señora del
Valle.
En su homilía expresó:
Queridos
hermanos:
En el Apocalipsis,
Jesús dice que Él está a la puerta y llama (Ap 3,20). A veces, no llama para
entrar, sino que llama desde dentro para salir. Salir hacia las
"periferias existenciales del pecado, del sufrimiento, de la injusticia,
de la ignorancia, de la indiferencia religiosa y de cada forma de
miseria". Sucede como con algunos edificios antiguos. A través de los años,
y para adaptarse a las exigencias del momento, se los ha llenado de tabiques,
escalinatas, de cuartos y cuartitos. Llega un momento en que nos damos cuenta
de que todas estas adaptaciones ya no responden a las exigencias actuales, es
más, éstas son un obstáculo, y entonces se hace necesario tener el valor de
derribarlas y devolver el edificio a la simplicidad y linealidad original.
Démonos el valor de echar por tierra cuanto nos impide ser ágiles y eficaces
testigos de Cristo Resucitado.
En esta luminosa noche, en la que Cristo no
sale por donde ha entrado a la tumba, sino por la pared del fondo, es decir,
habiendo atravesado y destruido el poder de la muerte, sale victorioso para
siempre. No vuelve a la vida perentoria de los crucificados, como cuando
devolvió a la vida a su amigo Lázaro, sino que, habiendo aniquilado
definitivamente el poder de la muerte, inyecta en el mundo su Vida que no
conoce ni principio ni fin. Esta es la verdad que celebramos los cristianos de
todo el mundo en esta santísima noche. Me valdré de un ejemplo para describir
el alcance de la obra de Cristo. Supongamos que nosotros viviéramos de las aguas
del Titicaca que está muy lejos de aquí, en el altiplano boliviano. Y que
alguien envenenara el lago; nosotros padeceríamos las secuelas de muerte al
cabo de unos meses. Para revertir la cuestión alguien debería sanear el agua en
su origen, sin embargo, los efectos no serían inmediatos, sino que tendríamos
que esperar varios meses hasta que el agua que ya salió envenenada termine su
trayecto. No obstante, nosotros ya tenemos esperanza cierta de retomar la
normalidad, mientras nos cuidemos de no beber de las aguas que aún llegan
contaminadas… Esto es lo que hizo Jesucristo con su muerte y resurrección:
saneó de raíz la vida de los hombres, más aún, nos entroncó en la misma vida
divina; sin embargo, todo ese caudal de muerte sigue arribando hasta que se
agote y nosotros hemos de distinguirlo para no ser presa de sus mortales
efectos. Esta es nuestra tarea: advertir a quienes no saben, cuál es la
situación en la que nos encontramos. Es lo que decía lacónicamente el teólogo
Schilibeck: ‘ya, pero todavía no’. Si la muerte ha sido herida de muerte, un
día expirará.
Por tanto, cabe que nos interroguemos si los
años de vida que llevamos no fueron acaso una tumba para Jesús, no dejándolo
salir para llevar vida, amor, luz, verdad y libertad a tantos hermanos que
viven en la marginalidad y la exclusión. Hoy, a la luz de este cirio, debemos
dilucidar ¿quiénes somos, cómo y para qué queremos vivir y a dónde queremos
llegar?
¡Aleluya, aleluya, Cristo nuestra Vida y nuestra Alegría
ha Resucitado, Aleluya, Aleluya!