En
el día del Septenario, durante la noche del sábado 18 de abril, rindieron su
homenaje a la Virgen del Valle las familias cristianas, miembros de la Pastoral
Familiar Diocesana, el Movimiento Familiar Cristiano, grupos eclesiales al
servicio de la Vida: Grávida, Renacer, Faviatca (Familiares de Víctimas de Accidentes
de Tránsito), embarazadas y adictos recuperados.
La
misa fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada
por sacerdotes del clero local, en el altar mayor de la Catedral Basílica.
Luego de la proclamación de
la Palabra de Dios, Mons. Urbanc dijo a las familias: “En la medida en que se
remonten al gesto creador de Dios y edifiquen lo cotidiano de su vida y misión
desde la Luz que brota del Resucitado, descubrirán la verdad interior no sólo de su ser, sino también de su
actuación histórica… Y dado que, según el designio divino, la
familia ha sido
constituida como «comunidad de vida y de amor», tiene la misión de ser cada vez
más explícitamente lo que es, ‘comunidad de vida y amor’, en una tensión que,
al igual que para toda realidad creada y redimida, hallará su cumplimiento en
el Reino de Dios”. Y agregó que “en una perspectiva que llega a las raíces
mismas de la realidad, hay que decir que la esencia y el cometido de la familia
son definidos en última instancia por el amor. Por eso, la familia recibe la
misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y
participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor
por la Iglesia su esposa”.
Continuando con su predicación, el
Pastor Diocesano afirmó que “los sufrimientos diarios en cada familia son
participación en los dolores redentores del Hijo de Dios encarnado. Pero a su
vez se convierten, si no se los rehúye, en prenda de salvación y participación
en la Resurrección y Glorificación de Jesús”.
Finalizada la reflexión se procedió a la bendición de embarazadas y a la
renovación de los votos matrimoniales por parte de los matrimonios presentes.
Mensaje de esperanza de adictos
recuperados
Al concluir la celebración
eucarística, jóvenes recuperados de las adicciones en la Comunidad Cenáculo
brindaron su testimonio sobre cómo por medio de la oración y el trabajo
lograron superar su dependencia de las drogas. Un mensaje de esperanza para los
chicos que se encuentran presos de este flagelo, como también para sus familias.
Recordamos que desde el lunes 13 y
hasta el lunes 20, diez jóvenes acompañados por un sacerdote y un
responsable del grupo, ambos ex adictos, visitan las escuelas de Capital, Valle
Viejo, como también de Este provincial, para compartir su experiencia en la Comunidad Cenáculo. También
participaron de un encuentro abierto en el Aula Magna de la Universidad
Nacional de Catamarca y en la cárcel.
Mañana, estarán a las 8.30 en la Escuela Municipal y Colegio del Carmen y San José; a las 10.30
en la Escuela Municipal y Gobernador José Cubas de Valle Viejo, y a las 14.40 en la ENET N° 1.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILIA
Queridos
devotos y peregrinos:
En este último día de nuestro septenario
rinden su homenaje a la Virgen del Valle nuestras familias cristianas, y se
unen a ellas miembros de la pastoral familiar diocesana, el movimiento familiar
cristiano, grupos eclesiales al servicio de la vida: Grávida, Renacer, Faviatca
(familiares de víctimas de accidentes automovilísticos), pastoral con las
embarazadas y con adictos. Sean todos muy bienvenidos. Que la Madre del Cielo
los fortalezca en su servicio pastoral en el ámbito familiar.
La temática desarrollada a lo largo
de la jornada se centró en la tarea que tienen ustedes los laicos en ir
debilitando las incertidumbres del mundo contemporáneo, por medio de la certeza
que les da el conocer y amar a Dios.
En la oración colecta de este tercer
domingo de pascua, Jesús, cabeza de la Iglesia, pide a su Padre celestial que
nosotros nos alegremos cada vez más con la nueva vida que Él nos dio, a fin de
que aguardemos con firme esperanza el día de la resurrección final.
Los textos bíblicos que acabamos de
escuchar nos motivan a lo mismo. El apóstol Pedro en su exhortación a sus
hermanos judíos, partiendo de la fe común basada en el Dios de Abrahán, de
Isaac y de Jacob, les hace ver la continuidad y el cumplimiento de las promesas
hechas en el Antiguo Testamento en favor de Jesús de Nazaret… Sobre todo, es
paradójica su postura ya que, del Pedro temerario que no permitiría que el
Mesías sufriera, ahora dirá con toda contundencia que el Mesías debía sufrir
para poder entrar en la Gloria de su Padre, pero no solo, sino llevando consigo
a cuantos creyeran en Él. En consecuencia, la reacción lógica es hacer
penitencia y convertirse para que se nos perdonen los pecados y así también
nosotros participemos de su Gloria (cf. Hch 3,13-19).
¡Qué importante este mensaje para ustedes,
queridas familias, que deben ser sacramento de la Comunión Trinitaria!... Sepan
aceptar tantos pesares que ustedes mismas se originan para sacar de ello
provecho, a fin de poder llevar una vida penitencial que las conduzca a una
conversión profunda y duradera, si quieren compartir ya ahora, y luego en
plenitud, los gozos, la paz y la Vida del Cristo Resucitado.
En la medida en que se remonten al
gesto creador de Dios y edifiquen lo cotidiano de su vida y misión desde la Luz
que brota del Resucitado, descubrirán la verdad interior no sólo de su ser, sino también de su actuación
histórica… Y dado que, según el designio divino, la familia ha sido constituida
como «comunidad de vida y de amor», tiene la misión de ser cada vez más
explícitamente lo que es, ‘comunidad de vida y amor’, en una tensión que, al
igual que para toda realidad creada y redimida, hallará su cumplimiento en el
Reino de Dios. Además, en una perspectiva que llega a las raíces mismas de la
realidad, hay que decir que la esencia y el cometido de la familia son
definidos en última instancia por el amor. Por eso, la familia recibe la misión
de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación
real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia
su esposa.
Es
así como resuena con fuerza para ustedes lo que nos recordaba la segunda
lectura, que al saber esto que acabo de decirles, no pequen más. Pero si pecan,
acudan de buena gana al defensor que tenemos ante el Padre: a Jesucristo, el
Justo, Víctima propiciatoria no sólo por sus pecados, sino por los del mundo
entero (cf. 1 Jn 2,1-5).
Ahora
bien, si se precian de conocer a Jesús, les recuerdo que deben cumplir los
mandamientos de Dios, de lo contrario la verdad no estará en ustedes. En
cambio, si los cumplen, con prontitud y alegría, el amor de Dios habitará en
ustedes y los pacificará.
Hay
un elemento importante que deben aprender del pasaje del evangelio que
escuchamos: no tener miedo, ni ser presa de fantasías, excusándose de que Dios
los ha abandonado y que todo es una mera quimera… Jesús hoy viene a decirles:
“La paz esté con ustedes… ¡No se turben sus corazones, ni duden!... Miren mis
manos y mis pies, soy Yo mismo. ¡Tóquenme y vean!... Sepan bien, y para siempre
que el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día… y
esto lo anunciarán a todas las naciones para que se conviertan y se les
perdonen los pecados… Ustedes serán testigos de todo esto” (cf. Lc 24,35-48).
En
efecto, los sufrimientos diarios en cada familia, son participación en los
dolores redentores del Hijo de Dios encarnado. Pero a su vez se convierten, si
no se los rehúye, en prenda de salvación y participación en la Resurrección y
Glorificación de Jesús.
En
la carta pastoral digo que ‘a los fieles laicos corresponde
testificar cómo la fe cristiana constituye la única respuesta plenamente válida
a los problemas y a las expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada
sociedad. Esto será posible si los fieles laicos saben superar en ellos mismos
la fractura entre el Evangelio y la vida, recomponiendo en su vida familiar
cotidiana, en el trabajo y en la sociedad, esa unidad de vida que en el Evangelio
encuentra inspiración y fuerza para realizarse en plenitud’ (n° 48)… Y más
adelante afirmo: ‘Aunque es importante que la Iglesia particular responda a las
necesidades de la gente en situaciones problemáticas, la planificación pastoral
también debería prestar una atención adecuada a las necesidades de las familias
normales, que se esfuerzan por vivir su vocación. Estas familias son la columna
vertebral de la sociedad y la esperanza de la Iglesia: los principales
promotores de la vida familiar cristiana son los matrimonios y las familias
mismas, que tienen la responsabilidad particular de servir a los demás
matrimonios y familias. ¡Qué triste es comprobar que matrimonio y familia
tengan ‘mala prensa’! (n° 54).
Por tanto, queridas familias, ¡no
tengan miedo, abran sus hogares a Cristo Resucitado!, con la certeza de que
siempre estará su Madre para cobijarlas, alentarlas, sanarlas y recrearlas para
que cumplan con su misión purificadora del amor y de testigos del Amor.