En un templo desbordado de fieles y devotos, el sábado 11 de abril en horas de la
tarde, se llevó a cabo la Solemne Bajada de la Sagrada Imagen de la Virgen del Valle desde el
Camarín hasta el Presbiterio, dando inicio a las fiestas en su honor,
enmarcadas en el 124° aniversario de la Coronación Pontificia, ocurrida el 12
de abril de 1891, y en el Año Diocesano de los Laicos.
La
tradicional ceremonia fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc,
quien descendió en sus brazos la Imagen centenaria, acompañado por el Rector
del Santuario Mariano, Pbro. José Antonio Díaz, y sacerdotes del clero
diocesano.
Participaron
las principales autoridades provinciales y municipales, encabezadas por la Señora Gobernadora ,
Dra. Lucía Corpacci, y el Intendente de San Fernando del Valle de
Catamarca,
Lic. Raúl Jalil, y miembros de sus respectivos gabinetes, quienes presentaron
sus saludos a la Patrona de Catamarca en sus paso para encontrarse con su
pueblo.
Ante
la aparición de la Sagrada Imagen, la gran cantidad de fieles y devotos
expresaron su emoción de tener cerca suyo a la Madre de Jesús, en su bendita advocación del
Valle. Pañuelos agitados, vivas, lágrimas en los rostros y aplausos dieron la
bienvenida a la Virgen Morena, que fue colocada en el trono festivo.
Inmediatamente
se rezó el Santo Rosario y las Letanías, y posteriormente se escuchó la
palabra
de Dios.
Seguidamente,
el Señor Obispo dio la bienvenida a “todos, en especial, los fieles laicos y
consagrados, a quienes estamos dedicando en este año una particular mirada y
atención con la oración, la reflexión y la tarea pastoral, a fin de que
respondan con más generosidad y fidelidad a su vocación y sagrada misión. Ustedes,
los laicos, ampliamente siempre los más numerosos, mientras son sal, luz y
fermento en medio de las realidades temporales, las van impregnando de los
valores que brotan de la fe recibida en el bautismo. Ustedes los consagrados,
lamentablemente, cada vez menos, mientras se renueven en la belleza del propio
carisma, serán esas antorchas que brillan en la noche del peregrinar de la
humanidad, ayudándola a descubrir la presencia salvadora y misericordiosa de
Dios, que quiere que todos los hombres lo conozcan, amen y sirvan en este
mundo, para luego hacerlos gozar de su Amor en la eternidad”.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILIA
Queridos devotos y peregrinos:
A 124 años de la coronación pontificia de
esta sagrada imagen de la Inmaculada Concepción, en su tierna advocación del
Valle, damos solemne inicio a este septenario con la tan esperada ceremonia de
lo que llamamos, desde tiempo inmemorial, la ‘Bajada de la Virgen’ a este
presbiterio de su Santuario y Catedral Basílica.
Sean bienvenidos
todos, en especial, los fieles laicos y consagrados, a quienes estamos
dedicando en este año una particular mirada y atención con la oración, la
reflexión y la tarea pastoral, a fin de que respondan con más generosidad y
fidelidad a su vocación y sagrada misión. Ustedes, los laicos, ampliamente
siempre los más numerosos, mientras son sal, luz y fermento en medio de las
realidades temporales, las van impregnando de los valores que brotan de la fe
recibida en el bautismo. Ustedes los consagrados, lamentablemente, cada vez menos,
mientras se renueven en la belleza del propio carisma,
serán esas antorchas que
brillan en la noche del peregrinar de la humanidad, ayudándola a descubrir la
presencia salvadora y misericordiosa de Dios, que quiere que todos los hombres
lo conozcan, amen y sirvan en este mundo, para luego hacerlos gozar de su Amor
en la eternidad.
El texto del
Evangelio que acabamos de escuchar nos propone el cultivo de una serie de
actitudes muy importantes y necesarias para vivir auténticamente nuestra fe.
a)
El discernimiento:
ante el saludo del Ángel «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está
contigo» (Lc 1,28), la Virgen experimenta
desconcierto y se pregunta por el significado y
alcance de tamaño saludo. Palabras parecidas fueron dichas a
Moisés (Ex 3,12), a Jeremías (Jr 1,8), a Gedeón (Jueces 6,12) y a otras
personas con una misión importante en el plan de Dios. María se queda extrañada
ante este saludo, y tratar de saber el significado de aquellas palabras. Es
realista. Quiere entender. No acepta cualquier inspiración. Abre su corazón, por medio de la oración,
para descubrir y hacer la voluntad de Dios en su vida, ante el temor que
produce lo inesperado y lo nuevo, sea de la índole que sea: un embarazo no
deseado, una enfermedad, un fracaso, una muerte, una pérdida de trabajo, una
traición, una violación, una calumnia, el abandono del cónyuge, una adicción,
una sentencia desfavorable, etc… Lo que resulta de este volverse confiadamente
a Dios es «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a
luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (Lc 1,30-31). Ella recibe el don de
la paz interior ante la misión que Dios le quiere confiar y lo acoge con
humildad, teniendo la certeza de que cuanto provenga del
b)
La providencia: la
Virgen, aún adolescente en edad, pero madura en espíritu por el
cultivo asiduo de la fe, en compañía de sus padres
y de la comunidad creyente, razona que lo propuesto por el ángel no es posible
aún, pues no convive con su esposo José, y por eso pregunta, «¿Cómo puede ser
eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?», no para zafar de la responsabilidad y de su
disponibilidad al plan de Dios, sino para adherir mejor a su santa Voluntad...
Y recibe la respuesta, «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra», como en otro tiempo Isaac recibió la
respuesta de su creyente padre Abraham: ‘Dios proveerá el cordero para el
sacrificio’ (Gn 22,8). Y le da un signo: “También tu anciana y otrora estéril
parienta Isabel concibió un hijo… porque
c)
El espíritu de servicio:
quien vive en la presencia de Dios;
quien ha hecho de Dios el
Amor de sus amores; para quien siempre Dios está primero, le es
más fácil descubrir que el único modo más saludable, liberador y humanizador
para vivir es el del servicio. Como dijo Jesús: «no vine para ser servido, sino para servir, y para dar mi vida en rescate de
muchos» (Mc 10,45; Mt 20,28). Al igual la Virgen María, cuando se entera que su
prima Isabel espera un niño, va presurosa a ayudar: “María partió sin demora a
un pueblo de la montaña de Judá” (Lc 1,39). Allí se producirá uno de los
diálogos más hermosos entre dos mujeres. Es el milagro que produce el espíritu
de servicio entre la gente. Isabel queda llena del Espíritu Santo y proclamará
lo que jamás se podrá decir de nadie: «¡Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu
vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?...
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte
del Señor» (Lc 1,42-43.45).
De
esto aprendemos a que no debemos poner excusas para no ayudar, puesto que las
necesidades de los demás son más importantes que las nuestras. Vean que la
Virgen no piensa tanto en su embarazo, cómo arreglar su casa, cómo dejar
tranquilo a José, sino que se ocupa de ir a ayudar a su anciana prima que ya
está con seis meses de gestación. ¡Cuánta fe y amor debemos tener para ponerlo
en práctica siempre, sin quejarnos! Tengamos en cuenta que, entre otros
motivos, los seres humanos somos diferentes para que nos podamos ayudar unos a
otros, para que nos complementemos.
Pues
bien, queridos hermanos, de corazón los invito a que participen en este
septenario para rezar y ahondar la vocación y misión que tienen como fieles
laicos o como consagrados y consagradas, de manera que, con la maternal
intercesión de la Bienaventurada Madre Dios, la Virgen María, dignísima esposa
de san José y augusta morada del Espíritu Santo, reciban aquellas gracias que
necesitan para obrar en coherencia con lo que son tanto en el mundo como en la
Iglesia. De la renovación de ustedes dependen los cambios que soñamos en los hogares,
los matrimonios, la familia, el aprecio y defensa de la vida, la sociedad, la
política, la economía, el trabajo, la salud, la educación, la justicia, los
gobiernos, las leyes, la Iglesia, las vocaciones, las relaciones entre las
naciones, las empresas, los sindicatos, la convivencia humana, la
investigación, la ciencia, la técnica, la cultura, la ecología, la paz en el
mundo, etc.
Consideremos
que ya no es hora de estériles y evasivos lamentos, sino de mirar con renovada
confianza a Cristo, muerto y resucitado, aprender de la Virgen María y de
lanzarnos a la apasionante tarea de ser santos, para la que todos fuimos
convocados desde el bautismo. Sólo así veremos cielos nuevos y tierra nueva
donde Dios será Padre y los hombres hermanos.
¡¡¡Nuestra Madre bendita del Valle!!! ¡¡¡Ruega por nosotros!!!