Mons.
Urbanc: “Que el santo Crisma con el que fuimos ungidos y
configurados con Cristo vuelva a brillar en nuestra vida”
El Martes Santo a las 20.00 se
celebró, en la Catedral Basílica y Santuario de Nuestra Señora del Valle, la
Misa Crismal, presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanč, y
concelebrada por todos los sacerdotes de la diócesis. El templo se encontraba colmado
de fieles.
Durante su homilía, Mons.
Urbanc se digirió a los sacerdotes expresando que cuando fueron ordenados “fuimos
asociados al sacerdocio mismo de Cristo, hechos ‘alter Christus’ porque obramos
en representación de Él… En aquella
ocasión se produjo un cambio radical en nuestro ser y dejamos de ser lo que
éramos, a pesar de que en lo tangible seguimos siendo uno más en medio de la
gente. Separados del mundo fuimos constituidos en “hombres de Dios”, como
servidores de Dios, testigos de su Amor y mediadores entre Él y los hombres”. Y
agregó que “a la luz de esto nos percatamos de la gran responsabilidad que nos
ocupa. No es un ministerio que se lleva fácilmente entre nuestras frágiles
manos y débiles corazones. Supone ponernos a la altura del don recibido”.
El activismo, una grave carencia de vida
interior
Asimismo,
les propuso que “consideremos lo del activismo que pone en grave riesgo nuestra
vida, pues algunos de sus nocivos efectos son la pérdida de horizonte, el
empobrecimiento de nuestro ministerio, el vaciamiento del espíritu por la falta
de esmero en la vida interior, la práctica más bien pobre y rutinaria de la
vida de oración y sacramental. Este activismo no necesariamente supone un
exceso en las cargas de trabajo pastoral y del quehacer apostólico, sino una
grave carencia de vida interior que ha terminado mermando el sentido de toda
actividad al punto de vaciarla de su genuino contenido evangélico”, expresó.
“Alguna
vez escuché decir a un sacerdote del peligro que corremos al irnos
acostumbrando a ingerir las gracias, sin masticarlas, sin saborear siquiera la
mitad de su dulzura; ni les sacamos el jugo nutritivo, ni aprovechamos su
fuerza santificadora. Comenzamos a obrar demasiado rápido y precipitadamente. Y
todo esto nos va jugando en contra, llevándonos al cansancio, la rutina y el
desencanto”, afirmó el Obispo.
También
dedicó parte de su predicación a reflexionar sobre las tres prioridades de este
2015: el Año Diocesano dedicado a los Laicos, el Año Universal de la Vida
Consagrada y el camino hacia el Congreso Eucarístico Nacional, a realizarse en
Tucumán.
Consagración
del Santo Crisma y bendición de óleos
Durante la celebración
eucarística fue consagrado el Santo Crisma y bendecidos los restantes óleos
(aceites) -de los catecúmenos y de los enfermos-, los que al finalizar la
celebración fueron entregados a los presbíteros para la administración de los
sacramentos en sus respectivas parroquias, cuasi-parroquias, capillas y
santuarios. A tal fin fueron llamados, uno por uno, párrocos como también
sacerdotes responsables de
santuarios y capillas, comenzando por el Decanato
Capital, luego el Decano Centro, para continuar con el Este y el Oeste.
La Misa Crismal es una de
las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del Obispo y un signo de la unión estrecha de los
presbíteros con él.
En el Vaticano y en gran
parte del mundo entero se celebra el Jueves Santo, pero en nuestra Diócesis,
por las distancias de algunas parroquias se la oficia el Martes Santo.
Previamente, durante toda la
jornada, los sacerdotes participaron de una asamblea en Emaús y se prepararon
para vivir ésta y las demás celebraciones de la Semana Santa.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILIA
Queridos
hermanos Sacerdotes, Consagrados y Fieles Laicos:
Hoy, Martes Santo, en nuestra Diócesis, desde hace muchos años,
celebramos la Misa Crismal, en la que se bendicen los nuevos óleos que serán
utilizados en la administración de distintos sacramentos y, los sacerdotes, que
hemos recibido el Orden Sagrado al servicio del Pueblo de Dios, renovaremos
nuestras promesas sacerdotales a Aquél, que es la razón de nuestra vida y ministerio.
Dirigiéndome
a ustedes mis amados sacerdotes, quiero hacer unas breves y puntuales
consideraciones acerca del don del sacerdocio que la Iglesia nos ha confiado y
que nos habla del amor de predilección de Dios por nosotros.
Trataré
de responder a algunos interrogantes: ¿Cómo podríamos escudriñar un poco más lo
que somos? ¿Quién aquí en la tierra sopesaría la magnitud y densidad del
sacerdocio? ¿Quién es cada uno de nosotros en cuanto sacerdote de Jesucristo?
San
Gregorio Nacianceno siendo un sacerdote joven se preguntaba lo mismo y se
respondía: El sacerdote “es el defensor de la verdad, comparte el sacerdocio de
Cristo, restaura la criatura, restablece en ella la imagen de Dios, la recrea
para el mundo de lo alto, y, para decir lo más grande que hay en él: es un
hombre divinizado que diviniza”.
¡Ésta
es la grandeza del don que recibimos el día de nuestra ordenación! Fuimos
asociados al sacerdocio mismo de Cristo, hechos ‘alter Christus’ porque obramos
en representación de Él… En aquella ocasión se produjo un cambio radical en nuestro
ser y dejamos de ser lo que éramos, a pesar de que en lo tangible seguimos siendo
uno más en medio de la gente. Separados del mundo fuimos constituidos en
“hombres de Dios”, como servidores de Dios, testigos de su Amor y mediadores
entre Él y los hombres.
A
la luz de esto nos percatamos de la gran responsabilidad que nos ocupa. No es
un ministerio que se lleva fácilmente entre nuestras frágiles manos y débiles
corazones. Supone ponernos a la altura del don recibido.
De
nuevo San Gregorio nos dice: “Es preciso comenzar por purificarse antes de
purificar a los otros; es preciso ser instruido para poder instruir; es preciso
ser luz para iluminar, acercarse a Dios para acercarle a los demás, ser
santificado para santificar, conducir de la mano y aconsejar con inteligencia”.
Esto
nos interpela acerca de nuestra santidad de vida. En efecto, debido al don
recibido el sacerdote no puede menos de reproducir en sí mismo los
sentimientos, las tendencias e intenciones íntimas, así como el espíritu de
oblación al Padre y de servicio a los hermanos que caracterizaron al Sumo y
Eterno Sacerdote. El Código de Derecho Canónico, canon 276 /1 afirma que
“los sacerdotes, en su propia vida y conducta, están obligados a buscar la
santidad por una razón peculiar, ya que consagrados a Dios por un título nuevo
en la recepción del orden, son administradores de los misterios del Señor en
servicio del Pueblo de Dios”.
Es
bueno que nos preguntemos si reflejamos este empeño de santidad en nuestra vida
y si realmente queremos alcanzar en Cristo la unidad de vida, por medio de una
síntesis entre oración y ministerio, entre contemplación y acción, buscando en
todo hacer la voluntad del Padre en la
entrega sincera y generosa de nuestra persona al rebaño que ha sido
congregado por Cristo. En este terreno no son suficientes las buenas
intenciones o propósitos.
Es
por eso que les propongo que consideremos lo del activismo que pone en grave
riesgo nuestra vida, pues algunos de sus nocivos efectos son la pérdida de
horizonte, el empobrecimiento de nuestro ministerio, el vaciamiento del
espíritu por la falta de esmero en la vida interior, la práctica más bien pobre
y rutinaria de la vida de oración y sacramental. Este activismo no
necesariamente supone un exceso en las cargas de trabajo pastoral y del quehacer
apostólico, sino una grave carencia de vida interior que ha terminado mermando
el sentido de toda actividad al punto de vaciarla de su genuino contenido
evangélico.
Alguna
vez escuché decir a un sacerdote del peligro que corremos al irnos
acostumbrando a ingerir las gracias, sin masticarlas, sin saborear siquiera la
mitad de su dulzura; ni les sacamos el jugo nutritivo, ni aprovechamos su
fuerza santificadora. Comenzamos a obrar demasiado rápido y precipitadamente. Y
todo esto nos va jugando en contra, llevándonos al cansancio, la rutina y el
desencanto.
En
otro orden de cosas, en este día es muy importante que reflexionemos también
sobre tres prioridades que tenemos entre manos: el Año Diocesano dedicado a los
Laicos, el Año Universal de la Vida Consagrada y el camino hacia el Congreso
Eucarístico Nacional, a realizarse en Tucumán.
Respecto
a lo primero ya les exhorté en la carta pastoral ‘a reconocer, promover, valorar y agradecer las tareas y las funciones
de los fieles laicos, que tienen su fundamento sacramental en el Bautismo, en
la Confirmación y, para muchos de ellos, también en el Matrimonio’ (cf.
Christifideles laici, n° 23) (n° 9), ya que ‘se comprueba, con bastante frecuencia, que los laicos no son siempre
adecuadamente acompañados por los pastores en el descubrimiento y maduración de
su propia vocación’ (n° 23), descuidando, por ende, que ‘los carismas, los ministerios, los encargos
y los servicios del fiel laico existen en la comunión y para la comunión. Son
riquezas que se complementan entre sí en favor de todos, bajo la guía prudente
de los Pastores” (Christifideles laici, 20)
(n° 41d). Por su parte, el Documento de Aparecida afirma con mucha
fuerza, entre otras cosas, lo que sigue: “La
renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los
sacerdotes que están al servicio de ella. La primera exigencia es que el
párroco sea un auténtico discípulo de Cristo, porque sólo un sacerdote
enamorado del Señor puede renovar una parroquia. Pero al mismo tiempo, debe ser
un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados y
no se contenta con la simple administración” (n° 201). “Pero no basta la entrega generosa del
sacerdote y de las comunidades de religiosos. Se requiere que todos los laicos
se sientan corresponsables en la formación de los discípulos y en la misión.
Esto supone que los párrocos sean promotores y animadores de la diversidad
misionera y que dediquen tiempo generosamente al sacramento de la
reconciliación” (n° 202). Una parroquia,
comunidad de discípulos-misioneros, requiere organismos que superen cualquier
clase de burocracia. Los Consejos Pastorales Parroquiales tendrán que estar
formados por fieles laicos misioneros, siempre preocupados por llegar a todos.
El Consejo de Asuntos Económicos, junto a toda la comunidad parroquial,
trabajará para obtener los recursos necesarios, de modo que la misión avance y
se haga realidad en todos los ambientes. Éstos y todos los organismos han de
estar animados por una espiritualidad de comunión misionera: “Sin este camino espiritual de poco servirían
los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma,
máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento” (n° 203)
(n° 44).
En
cuanto a lo segundo el Concilio Vaticano II pide a los Consagrados que “ante todo busquen y amen a Dios, que nos amó a nosotros
primero, y procuren con afán fomentar en todas las ocasiones la vida escondida
con Cristo en Dios, de donde brota y cobra vigor el amor del prójimo en orden a
la salvación del mundo y a la edificación de la Iglesia. Aun la misma práctica de los consejos
evangélicos está animada y regulada por esta caridad. Por esta razón, los
consagrados, bebiendo en los manantiales auténticos de la espiritualidad cristiana,
han de cultivar con interés constante el espíritu de oración y la oración misma.
Recurran cotidianamente a la Sagrada Escritura para adquirir en la lectura y
meditación de los sagrados Libros "el sublime conocimiento de Cristo
Jesús". Fieles a la mente de la Iglesia, celebren el sacrosanto Misterio
de la Eucaristía no sólo con los labios, sino también con el corazón, y sacien
su vida espiritual en esta fuente inagotable. Alimentados así en la mesa de la
Ley divina y del sagrado Altar, amen fraternalmente a los miembros de Cristo,
reverencien y amen con espíritu filial a sus pastores y vivan y sientan más y
más con la Iglesia y conságrense totalmente a su misión” (Perfectae Caritatis,
n° 6).
“Atañe a los sacerdotes, como
educadores en la fe, procurar que cada uno de los fieles sea conducido en el
Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el Evangelio… Enséñenles a
no vivir sólo para sí, sino que, según las exigencias de la nueva ley de la
caridad, ponga cada uno al servicio del otro el don que recibió… No olviden que todos los consagrados, hombres y mujeres,
por ser la porción selecta en la casa del Señor, merecen un cuidado especial
para su progreso espiritual en bien de toda la Iglesia… Pero el deber del
pastor no se limita sólo al cuidado de los fieles de su comunidad, sino que se
extiende a toda la Iglesia imbuido por el celo misionero” (Presbiterorum
ordinis, n° 6).
Al respecto recordaba en la carta
pastoral que “para la
evangelización del mundo hacen falta, sobre todo, evangelizadores. Por eso,
todos, comenzando desde las familias cristianas, debemos sentir la
responsabilidad de favorecer el surgir y madurar de vocaciones misioneras, ya
sacerdotales y religiosas, ya laicales, recurriendo a todo medio oportuno, sin
abandonar jamás el medio privilegiado de la oración: “La mies es mucha y los obreros pocos. ¡Rueguen al dueño de la mies que
envíe obreros a su mies!” (Mt 9,37-38) (n° 51).
Y,
referido a lo tercero, digo en la carta pastoral, (n° 7), que “me parece
oportuno dirigir el espíritu hacia el “XI Congreso Eucarístico Nacional” que se
celebrará en San Miguel del Tucumán, del 16 al 19 de junio de 2016, en las
vísperas de la celebración de los 200 años de la proclamación de la
Independencia de nuestra Patria, con el fin de exhortar a toda la comunidad
diocesana, especialmente al laicado, a emprender un camino de conveniente
preparación en orden a este acontecimiento eucarístico, para que su
participación sea una sincera asunción del lema “Jesucristo, Señor de la
Historia, te necesitamos”, que rodea el logo del Congreso cuyo fondo es el
histórico solar donde se reunieron los fautores de la Independencia”.
Es por eso, queridos hermanos
sacerdotes, que, siguiendo la enseñanza del Papa Benedicto XVI en su
Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis acerca de la Eucaristía, como ministros
de los sagrados misterios, renueven su ministerio por medio de una sólida vida
de oración y de piedad eucarística. Dense tiempo para el encuentro diario con
Jesús, adorándolo presente en el Sagrario. Alimenten su vida cada jornada con la
oración pausada y serena de la Liturgia de las Horas, así como del Rosario y de
otras manifestaciones de genuina piedad mariana.
Como
los sacerdotes no somos autosuficientes, busquen el apoyo en la fraternidad
sacerdotal y en la dirección espiritual, instrumento indispensable para un
verdadero crecimiento interior.
Posibilitemos
que el santo Crisma con el que fuimos ungidos y configurados con Cristo vuelva
a brillar en nuestra vida y ministerio. Que el Espíritu Santo, quien nos
consagró, encuentre en nosotros una renovada disposición a dejarnos tocar y
transformar por su acción vivificante.
Y
que la ayuda de la Gracia que recibiremos y dispensaremos en estos días nos
renueve para ser cada vez más sacerdotes según el Corazón de Jesús, Buen
Pastor.
Todo
esto lo confiamos al auxilio y a la intercesión de la Santísima Virgen María,
Madre de los Sacerdotes, para seguir sirviendo al santo Pueblo de Dios como
maestros, padres, pastores y testigos de Cristo Resucitado, quien vive y reina
con el Padre y el Espíritu Santo. Amén.