En la noche del miércoles 7
de diciembre, cientos de familias catamarqueñas y peregrinos de todos los
puntos del Noroeste Argentino rindieron su homenaje a la Virgen del Valle, en el
último día de la novena en honor y las vísperas de la Solemnidad de la
Inmaculada Concepción de María.
La celebración fue presidida
por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por el Delegado Episcopal
de la Pastoral Familiar, Pbro. Eduardo López Márquez, el asesor del Movimiento
Familiar Cristiano, Pbro. Ángel Nieva, además
de sacerdotes del clero local y otros llegados de las provincias de Santiago
del Estero y Buenos Aires.
La liturgia estuvo a cargo
de la Pastoral Familiar y los miembros del Movimiento Familiar Cristiano de la
Diócesis de Catamarca.
En su homilía, Mons. Urbanc reflexionó
a partir de la Exhortación Apostólica del Papa
Francisco ‘Amoris Laetitia’ (ver
texto completo a continuación).
Durante la ceremonia los
matrimonios presentes renovaron sus promesas ante la Madre Morena del Valle.
Luego de la Comunión, se
invitó a subir al altar a las mujeres embarazadas presentes junto a sus
familias para recibir una bendición especial del Pastor Diocesano.
Procesión
con antorchas
A continuación, el Rector
del Santuario Mariano, Pbro. José Antonio Díaz, anunció el inicio de la
procesión con antorchas en honor a la Inmaculada Concepción, explicando que
desde el año pasado se retomó esta antigua tradición de devoción a la Virgen
del Valle como inicio de las celebraciones en vísperas de la Solemnidad de la
Pura y Limpia Concepción.
Con cirios bendecidos, miles
de fieles devotos y peregrinos caminaron alrededor de la plaza 25 de Mayo,
meditando las 7 maravillas de la Virgen del Valle, entre las que se relata el
hallazgo de la Imagen y los milagros más reconocidos por la devoción popular.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos devotos y
peregrinos:
En este noveno día de
nuestra novena, en el que rinden su homenaje a la Madre del Valle las Familias,
se nos propuso reflexionar acerca de cómo Dios reconforta y fortalece a los
discípulos-misioneros. Bienvenidos todos a esta celebración vespertina.
Tanto en la primera lectura
del Génesis, como en el texto de Lucas se nos presenta la realidad querida,
creada, redimida y santificada por Dios que es el matrimonio y la familia.
Es por eso que voy a
reflexionar con ustedes y para ustedes a partir de la Exhortación Apostólica
‘Amoris Laetitia’. Como frase motivadora tomo la siguiente: “Cada matrimonio es
una historia de salvación, y esto
supone que se parte de una fragilidad que,
gracias al don de Dios y a una respuesta creativa y generosa, va dando paso a
una realidad cada vez más sólida y preciosa” (AL, 221).
La fragilidad, con que cada
persona afronta la tarea de “vivir su propia familia”, tiene una de sus raíces
en el ambiente, convertido en tóxico por la magnitud de lineamientos y
comportamientos contrarios a la vida familiar y por ideologías que los
justifican y buscan imponerlos. Todo aquello que hace nocivo el hábitat en el
que debe desarrollarse la vida familiar se encuentra denunciado por el Papa
Francisco en diversas partes del documento: desde el aborto, la eutanasia, la
ideología de género, el maltrato infantil y las situaciones laborales injustas.
Pero a los ojos del Papa hay
otro enemigo más letal que amenaza la consecución del proyecto familiar. Éste
empolla en el corazón de cada ser humano y no en la sociedad; es el egoísmo.
“Enseñar y cuidar el amor” conlleva a reconocernos como atrapados por un
egoísmo que se manifiesta en dimensiones tan importantes de la vida familiar
como son el ejercicio de la sexualidad (cf. AL, 153-156), la pretensión de la
paternidad y de la maternidad como un derecho absoluto al hijo “a la carta”
(cf. AL, 170) y de los ancianos como una carga insoportable que hay que
minimizar (cf. AL, 193). Buena parte de la Exhortación ofrece valiosísimos
consejos para vencer este pérfido y resistente enemigo de la felicidad de las
familias.
No obstante, en el camino de
crecimiento de la familia está el Amigo Jesús, ya que Dios no abandona a sus
hijos en su tarea de construir su familia.
El evangelio de la familia
es una buena noticia porque no es un ideal inalcanzable. Hay Alguien, Jesús,
que nos ayuda a conseguirlo, dándonos la posibilidad de superar y sanar
nuestras fragilidades. De ahí que el recurso a la Gracia, por medio de la
oración y los sacramentos, sea el consejo básico que se da a las familias, el
principal tesoro que la Iglesia les ofrece.
La vida familiar, que nace
con el matrimonio y se prolonga hasta el final de la vida en esta tierra, es un
proyecto que conlleva una serie de elementos constitutivos y que es camino de felicidad
y plenitud sólo si dichos elementos se asumen y se viven idóneamente a lo largo
del tiempo. Enseñar a ser feliz, siendo familia,implica ayudar a que se
consideren dichos elementos como caminos de plenitud más que como dificultades.
El primer elemento es la
convivencia. Ayudar a la familia es enseñarle a convivir. El Papa sugiere el
‘himno a la caridad’ (1 Cor 13) como la mejor escuela para esta asignatura
fundamental. Como en cualquier aprendizaje, se encontrarán dificultades y
ayudas, pero el esfuerzo diario en este tema es un requisito indispensable para
una vida familiar plena.
El segundo es la generación
y educación de los hijos, que pertenecen al proyecto familiar desde su origen.
Por ello, es necesario aprender a ser padre y madre (cf. AL, 172-177); y esto
desde la necesidad de ser responsables en la generación de los hijos, donde la
virtud de la generosidad tiene un papel fundamental (cf. AL, 222), hasta el
empeño en una tarea educativa que va desde la formación de la conciencia a la
transmisión de la fe y que exige un uso inteligente de los distintos recursos
pedagógicos que los padres tienen a su disposición, sin excluir la firmeza y el
castigo cuando fuera necesario (cf. todo el capítulo 7).
El tercero es el ejercicio
de la sexualidad como parte fundamental de la vida matrimonial y, para los
cristianos, camino de unión con Dios. Para ello resulta necesario aprender a
valorar y a purificar. Valorar, para no caer en concepciones distorsionadas que
niegue la santidad de la vida conyugal y del placer que lleva unido (cf. AL,
157); purificar, para evitar que la insaciabilidad del deseo de placer lleve a
formas de dominio incompatibles con la dignidad de la persona o ciegue las
fuentes de la vida convirtiéndolo en un acto marcado por el egoísmo.
El cuarto es el paso del
tiempo, con sus consecuencias en el modo de percibir y expresar el amor y en la
situación real de la vida de la familia (sin hijos, con hijos que van
creciendo, otra vez solos). Enseñar a reinventarse en cada etapa es enseñar a
vivir una de las características esenciales del amor auténtico, que ni pasa ni
envejece (cf. AL, 163-165).
El quinto es la presencia
del sufrimiento y la muerte (cf. AL, 253-258), ya anunciadas en la fórmula
misma del consentimiento pero cuya aparición constituye siempre un reto para la
familia, que debe asumirlo como parte integrante de esa “historia de salvación”
que están realizando junto a Dios.
Finalmente, el sexto es el
carácter abierto de la vida familiar, que se expresa en su inserción en la
propia familia en sentido amplio, pero también en su capacidad de tejer
relaciones con otras familias con quienes comparten vecindad o amistad y en su
preocupación concreta y generosa por quienes atraviesan dificultades
materiales. Sólo aprendiendo se evita el riesgo de que el amor, demasiado
cerrado en sí mismo, se estanque; y se logra que las familias cristianas,
viviendo con naturalidad su propio camino, sean testigos del evangelio de la
familia para quienes conviven con ellas (cf. AL, 182-184).
Ahora me quiero referir a la
Pastoral Familiar. El Papa deliberadamente excluye presentar todo un programa
de pastoral familiar (cf. AL, 199), pero en la Exhortación (capítulos 6 y 8)
ofrece indicaciones preciosas tanto sobre el método propio de la pastoral
familiar como sobre sus tiempos privilegiados.
El método de la pastoral
familiar propuesto por Francisco debe ser realista, positivo y progresivo.
El realismo debe impulsar a
quienes se dedican a la pastoral familiar a no quedarse en formulaciones
teóricas, “desvinculadas de los problemas reales de las personas” (AL, 201).
Por ello debe atender también la situación de cada familia, para ofrecer a cada
una la ayuda que necesita. La imagen del “hospital de campaña”, donde los
heridos reciben ayuda para su dolencia específica y no una asistencia genérica.
“Interesa más la calidad que la cantidad; hay que dar prioridad, junto con el
anuncio renovado del kerigma, a aquellos contenidos que, comunicados de manera
atractiva y cordial, les ayuden a comprometerse en un camino de toda la vida”
(AL, 207). El Papa concede una gran importancia a los pequeños gestos, a veces
surgidos de la religiosidad popular (cf. AL, 208) y, sobre todo, al recurso a
la confesión y a la dirección espiritual (cf. AL, 204, 211).
Hay que partir de aquellos
elementos positivos que se encuentren en la situación de cada familia, “a fin
de poner de relieve los elementos de su vida que pueden llevar a una mayor
apertura al Evangelio del matrimonio en su plenitud” (AL, 293). De este manera,
las semillas de bien (cf. AL, 76) que puedan encontrarse incluso en las
situaciones más complicadas, servirán de estímulo para emprender −con el
auxilio de la Gracia− un itinerario de conversión y de crecimiento.
Por último, el método debe
ser progresivo, conduciendo a las personas por un plano inclinado y
discerniendo cuál es el mayor bien posible en cada momento del camino, sabiendo
que pueden darse circunstancias atenuantes, que hay que tener en cuenta a la
hora de juzgar la moralidad de algunos casos (cf. AL, 301-303). Ese discernimiento
permitirá, en quienes plantean situaciones matrimoniales irregulares,
determinar los pasos que deben darse para su mayor integración en la vida de la
comunidad cristiana. Lógicamente, se trata de discernir el grado de coherencia
que las personas van logrando en su empeño por vivir el evangelio de la familia
en su plenitud, no de adaptar éste a las percepciones o condicionamientos
subjetivos (cf. AL, 297).
Respecto a los tiempos, el
Papa privilegia algunos: *preparación al matrimonio (remota o inmediata),
*acompañamiento a las familias (especial atención a los primeros años y ayuda
en la superación de crisis), y *una amorosa solicitud tanto por quienes no han
constituido una familia según el evangelio como por quienes han fracasado en
este camino y han emprendido otro que objetivamente se aleja de las enseñanzas
de Cristo y de la Iglesia.
Dos criterios para la acción
pastoral: 1.-Las crisis no se identifican con el fracaso, sino con una
oportunidad para crecer. Esto exige a la Iglesia una atención particular a la
preparación de quienes se dedican a la pastoral familiar y que se continúen y
favorezcan iniciativas que ya existen para ayudar a los matrimonios a superar
estos momentos tan delicados. 2.- El rol fundamental del sacerdote. La pastoral
familiar se concibe en todos sus tiempos como un acompañamiento, en el que cada
familia encuentra luz y aliento. Corresponde al sacerdote ayudar a que las
inteligencias se abran y los corazones se enciendan con el evangelio de la
familia. De este ‘evangelio’ es servidor y no dueño. Hacia Cristo tiene que
llevar a cada persona; también a quienes viven en situaciones irregulares. El
discernir cuándo cada persona ha decidido volver a hacer vida suya el evangelio
de la familia, es su tarea, su responsabilidad y su gozo.
Para concluir los invito a
elevar la siguiente oración: “Santa Familia de Nazaret, que nuestras familias
sean un lugar de comunión, cenáculo de oración, auténticas escuelas del
Evangelio y pequeñas iglesias domésticas. Que desaparezcan de las familias episodios
de violencia, cerrazón y división; que quien haya sido herido o escandalizado sea
pronto consolado y curado. Santa Familia de Nazaret, hagan que todos
tomemos conciencia del carácter sagrado
e inviolable de la familia, de su belleza en el proyecto de Dios. Jesús, María
y José, escuchen acojan nuestra súplica”. Amén
¡¡¡Madre del Valle, refugio
de las familias; ruega por nosotros!!!