Camino a la Beatificación

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06 julio 2018

REFLEXIÓN DEL OBISPO DIOCESANO DE CATAMARCA


Dios, fuente y razón de toda Justicia

“Invocando a Dios, fuente y razón de toda justicia”, es como culmina el preámbulo de la Constitución Nacional; y a Él confía todo el contenido de la misma. También por eso es que deberían jurar fidelidad al mismo Dios aquellos que asumen funciones de gobierno al servicio de la Patria. De lo contrario, como ya suele estar sucediendo, colisiona la subjetividad de los individuos con la objetividad marcada por la Constitución. Si uno quiere ser coherente y servir de verdad y con verdad a la Nación debe acoger toda y cada una de las partes de la Constitución.
En estos días del mundial de fútbol podemos constatar cómo el reglamento se sigue a rajatabla, de lo contrario sería imposible llevar a cabo los distintos encuentros.
Hemos visto cómo, en diversas oportunidades, ante la duda por un error de la subjetividad del árbitro, éste tuvo que recurrir al VAR (Video Assistant Referee), ayuda técnica por medio de videos que permiten rever la jugada cuestionada; es decir, se recurre a lo objetivo. El árbitro, luego de ponderar lo aportado por lo filmado, define lo que primero marcó, o se rectifica y señala lo que considera que, en efecto, sucedió.
Qué curioso y paradójico, que en lo lúdico, que para nada es sustancial para la vida de los seres humanos, ponemos tanto énfasis y respeto por las normas y el correcto arbitraje; en cambio, en aquellos asuntos en los que sí se juega la vida, la realización y la felicidad de cada ser humano, evitamos poner como definitivo árbitro a Dios, si bien lo estamos reconociendo como “fuente y razón de toda justicia”, por medio de sus sencillos Diez Mandamientos, cuya síntesis es el Amor a Él y al prójimo.
Decía, tan atinadamente, el Papa Benedicto XVI que “Dios es el mejor aliado del hombre”, y cuánto lo ninguneamos, más aún, denostamos. ¡Qué difícil es comprender al ser humano! Nos encanta hacer las cosas difíciles, complicadas, a medias, y, no pocas veces, en contra de nosotros mismos.
Cuán triste es constatar que para una inmensa mayoría de seres humanos, Dios sólo aparece cuando están en las últimas, es decir, es un Dios de bolsillo. Lo sacan cuando hace falta, luego lo guardan bien para que no moleste.
¿No les parece que deberíamos ser más agradecidos con Dios que nos ha creado, nos conserva la vida y nos respeta tanto la libertad que nos ha otorgado, a pesar de que la utilizamos para hacernos tanto daño y así ofenderlo a Él, y todavía tenemos el tupé de endilgarle que nos ha abandonado, al permitir tantos males? ¡Cuán ingratos somos!
Los invito a que juntos pidamos a Dios que nos ayude a darle a Él las riendas de nuestras vidas a fin de que podamos cerrar la grieta que cada vez se hace más grande en nuestra sociedad.

Mons. Luis Urbanc