La cultura de la muerte y el
descarte
no debe prevalecer en nuestro
país
Al cumplirse un mes de la muerte
del Padre Juan Viroche, la Comisión Nacional de Justicia y Paz considera
oportuno reflexionar sobre el desafío que plantea la lucha contra la expansión
del narcotráfico y la secuela de sufrimiento que la drogodependencia produce en
muchos de nuestros hermanos.
El padre Juan se enfrentó con
valentía a las mafias que manejan el narcotráfico, y que lo habían amenazado a
él y a otras personas de su comunidad. Las circunstancias de su trágica muerte
deben ser esclarecidas por la Justicia, pero en cualquier caso, ella ha puesto
de manifiesto una situación de inusitada e intolerable gravedad. Queremos hacer
llegar nuestra palabra de cercanía y aliento a esa comunidad herida por la
muerte de su pastor y antes de eso, por el daño que causan en ella la droga, el
crimen y la corrupción.
El dinero, que en grandes
cantidades mueve el narcotráfico, está manchado con sangre. Esta sangre es
–mayoritariamente- sangre de los pobres. El narco menudeo cuestiona la cultura
del trabajo y las drogas afectan gravemente la salud de muchos niños y jóvenes.
Por eso ninguna lucha contra el narcotráfico podrá ser exitosa sin inclusión y
desarrollo social.
Las mafias, que lucran con la
muerte al dedicarse al narcotráfico, no dudan en amenazar o incluso matar a
aquellos que consideran un obstáculo a sus mezquinos intereses.
Lamentablemente, ya son muchas las víctimas a lo largo y a lo ancho de nuestro
país.
Constatamos, con alarma y con
dolor, que las bandas criminales están infiltradas en distintos sectores e
instituciones de nuestra sociedad.
Afortunadamente, son muchas las
ONG´s y personas de buena voluntad que están trabajando para ayudar a aquellos
que sufren las consecuencias de este tráfico ilegal. Estas organizaciones
deberían tener un importante apoyo tanto de los diferentes organismos del
Estado como de la sociedad en su conjunto. Nos reconforta ver que las más altas
autoridades de la Nación han asumido públicamente el compromiso de enfrentar el
narcotráfico. Esperamos ahora que se pongan los medios para que esa lucha sea
eficaz. Urge que las fuerzas policiales y de seguridad y los organismos en que
se hayan infiltrado los intereses del narcotráfico, sean depurados.
Mientras aquellos que deben
hacerlo combaten el crimen organizado, que trasciende nuestras fronteras pero
que ha echado raíces en nuestra Patria, es imperioso no perder de vista a las
víctimas. Respecto de ellas hay una tarea importante para el Estado en todos
sus niveles, pero también hay un amplio espacio para el compromiso de la Sociedad
Civil. En la Iglesia son muchos los esfuerzos que se hacen para ayudar a esos
hermanos nuestros.
Las adicciones son una forma de
esclavitud moderna y muchas de las personas y familias que se enfrentan a esta
problemática no saben o no tienen a quién recurrir para solicitar ayuda.
Alentamos a las personas y a las instituciones públicas y privadas
comprometidas en acompañar, ayudar y contener a las víctimas de este grave
problema, especialmente en este tiempo en que celebramos el Año de la
Misericordia, a redoblar sus esfuerzos poniendo en el centro de la tarea a la
persona que sufre.
Todos podemos ser protagonistas
en la prevención, en la educación, en la asistencia o en la denuncia para
terminar con este flagelo.
Pedimos a Jesucristo, Señor de la
historia y a su Santísima Madre, que nos iluminen y nos acompañen en este
camino, que bendigan y hagan fructífero el trabajo de las autoridades y de las
personas dedicadas a enfrentar este problema y que protejan y sostengan en la
esperanza a los hermanos que sufren como consecuencia del narcotráfico.
Buenos Aires, 4 de noviembre de
2016