En el marco del Año de la Misericordia, que finalizará el domingo 20 de
noviembre en todo el mundo, el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, instituyó
el viernes 18 de noviembre como Día de la Reconciliación, siguiendo una
ancestral fiesta bíblica judía denominada Yóm Kippur, “día de la expiación”.
Ese día, la Misa de
Reconciliación Diocesana se celebrará a las 11.00 en la Catedral Basílica y
Santuario de Nuestra Señora del Valle.
El sentido de esta jornada
es que al final del Jubileo de la Misericordia pidamos perdón a quienes se lo
debemos y perdonemos también nosotros. Será una oportunidad para acercarnos al Sacramento
de la Reconciliación y participar de la Eucaristía, que es acción de gracias,
unidad en Cristo y con los hermanos.
El Pbro. Lic. Oscar Tapia explicó el origen del día del perdón: “El día
de las expiaciones, el
yóm kippur es actualmente una
de las grandes solemnidades del judaísmo. A principios de nuestra era, el yómhakkippurim, el ‘día de las
expiaciones’, tenía ya tal importancia que se llamaba el ‘día’ entre los días,
que es el nombre que lleva el tratado Yoma que le dedica la Misná (que
es una compilación rabínica de textos sobre La Ley o Torah, primera colección
de la Biblia hebrea).
En el calendario
judío se celebraba, y se celebra todavía, el 10 de tisrí (septiembre-octubre),
o sea, el día 10 del séptimo mes, conforme a lo establecido en Lev 23,27-32;
Núm 29,7-11.
En Lev 16 aparece detallado El ritual de
expiación, es decir, el modo como debe celebrarse. Es un día de descanso
completo, de penitencia y de ayuno, que implica una asamblea en el templo y
sacrificios particulares; en él se hace expiación por el santuario, por los
sacerdotes y por el pueblo.
Lev 16 relata que el
sumo sacerdote ofrece un toro en sacrificio por su pecado y por el de su ‘casa’,
es decir, por los sacerdotes aaronitas, penetra (única vez en el año) detrás
del velo que cierra el santo de los santos, inciensa el propiciatorio, kapporet,
y lo rocía con sangre del toro (Lev 16,11-14; cfr. Ez 45,18-20). Inmola luego
un macho cabrío por el pecado del pueblo, lleva la sangre detrás del velo,
donde rocía el propiciatorio, como había hecho con la sangre del toro, v. 15.
En este ritual se reconocen las ideas de pureza y el valor expiatorio de la
sangre, que son característicos de las reglas del Levítico.
Pero se añade un rito
particular, pues la comunidad ofrece dos machos cabríos, que se echan a
suertes, uno para Yahveh y el otro ‘para Azazel’. Este es el príncipe de los
demonios, relegado al desierto, tal como lo aclaran la versión siríaca y el
Targum, como ya el libro de Henoc. Recordemos las ideas israelitas sobre la
estancia de los demonios en los lugares desolados: Is 13,21; 34,11-14; Tob
8,3; Mt 12,43.
El primero de los
chivos sirve para el sacrificio por los pecados del pueblo. Una vez terminada
esta ceremonia, el macho cabrío que queda en vida se coloca ‘delante de Yahveh’;
el sumo sacerdote pone las manos sobre la cabeza del animal y lo carga con
todas las faltas, voluntarias o no, de los israelitas. Luego un hombre conduce
al desierto el animal, el cual se lleva consigo los pecados del pueblo (Lev
16,8-10.20-22). Este hombre, que ha quedado impuro por tal contacto, no puede
reintegrarse a la comunidad sino después de haber limpiado sus vestidos y de
haberse lavado, v. 26.
De este rito proviene
la denominación popular de “chivo expiatorio” (hoy “perejil”) cuando se hace
pagar a uno la culpa de muchos o de todos.
Se trata de una
fiesta judía bien pautada en sus ritos que intenta remediar los pecados del
pueblo, reconociéndolos y reconciliándose en primer lugar con Dios, mediante la
oblación de un animal como sacrificio; luego, expulsando las faltas y culpas, a
través del “chivo expiatorio, lejos de la comunidad; y, finalmente
restableciendo la reconciliación entre los miembros de la comunidad creyente.
El Nuevo Testamento
enseña que Jesús ha sido enviado por el Padre para “expiar los pecados” (Heb
2,17; 1 Jn 4,10), lo cual realiza dando su vida y derramando su sangre (Mt
26,28; Mc 10,45; Lc 22,20; 1 Pe 2,24; 1 Jn 1,7). De esta forma se lleva a cabo
la reconciliación perfecta de Dios con la humanidad. Por ello, Jesús resucitado
envía a sus discípulos a perdonar los pecados (Jn 20,23).
En la Carta a los
Hebreos, Jesucristo es presentado como el Sumo Sacerdote verdadero que,
mediante el sacrificio sellado con su propia sangre, obtuvo el gran perdón de
Dios, cumpliendo con creces el objetivo y el sentido del Yom Kippur (Heb 5,7;
7,25; 9,1-28)
El creyente para ser
hijo del Padre Celestial misericordioso necesita del perdón de Dios, mediante
Jesucristo, y en consecuencia, debe perdonar siempre (Mt 5,23.43-48; 6,12-15).
Por lo tanto,
finalizando el Año de la Misericordia, tenemos la necesidad de ‘expiar’, es
decir, purificar borrando la falta que nos ha apartado de Dios y con la cual
hemos dañado a los hermanos. La Expiación es una acción necesaria en el proceso
del perdón. Debemos realizarla en Jesucristo, quien por su sangre ha realizado
la expiación de nuestros pecados. Esa reconciliación con Dios, para ser íntegra
y verdadera lleva a la necesaria reconciliación con los hermanos. Allí radica
la eficacia del Día del Perdón que
nuestro Pastor propone vivir de manera concreta perdonándonos mutuamente faltas
precisas el día 18 de noviembre, para terminar el Año de la Misericordia,
verdaderamente reconciliados y sanados.
En definitiva,
queremos hacer eficaz el mandato del Señor Jesús, quien
nos ha enseñado a pedir diariamente al Padre: ‘Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han
ofendido… Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo
también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el
Padre los perdonará a ustedes’ (Mt 6,12.14-15)”.