Este sábado, los obispos han
comenzado la última jornada de la visita Ad Limina Apostolorum, con la
celebración presidida por Monseñor Carlos Ñañez, Arzobispo de Córdoba, en la
Basílica Santa María Mayor.
Concluida la Eucaristía, los
Obispos visitaron la Secretaría de Estado, donde fueron recibidos por el
Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa Sede.
Homilía proclamada por
Monseñor Ñañez
“Queridos hermanos obispos:
Señalan los biógrafos de San
Ignacio de Loyola que este santo, antes de acometer empresas importantes en su
vida, acudía en peregrinación a algún santuario o algún lugar en donde se
honrara especialmente a la Santísima Virgen María para encomendarse y ponerse
bajo su maternal protección.
El Papa Francisco, fiel a
esa tradición Ignaciana, antes de sus viajes apostólicos a diferentes partes
del mundo, acude a esta Iglesia de Santa María la Mayor para encomendarse a la
Virgen. Y al final, para agradecerle su protección y ayuda en su labor de pastor
universal.
Nosotros, seguramente,
también nos hemos encomendado a nuestra Madre del cielo, en nuestras
respectivas Iglesias locales, antes de emprender esta peregrinación a la tumba
de los apóstoles Pedro y Pablo y nuestra visita al Santo Padre.
Hoy, casi finalizando nuestra
visita Ad Limina acudimos aquí para agradecer a la Virgen su intercesión, su
protección y para suplicarle su ayuda maternal para recapitular y capitalizar
esta experiencia en vistas de nuestra tarea de pastores y para renovarnos en el
fervor apostólico.
La palabra de Dios que
acabamos de proclamar nos ilumina en estas circunstancias. Ante todo,
mostrándonos el entusiasmo, la dedicación y la fortaleza de los santos
apóstoles, Pablo y Bernabé. Ellos, fieles al designo de Dios, se dirigieron
primero a los miembros del pueblo de Israel, habitantes de la diáspora.
Ante el rechazo de los
judíos, sacudiendo el polvo de su calzado, determinaron dirigirse a los
paganos, no sin antes reconocer en esta determinación algo previsto por la Providencia
Divina. Recordemos las palabras de alabanza y de acción de gracias del anciano
Simeón al tener al Niño Jesús en sus brazos: ´gloria del pueblo de Israel y luz
de las naciones´.
El anuncio de Pablo y
Bernabé, a los judíos primero y luego a los paganos, es el del amor
misericordioso de Dios manifestado en Cristo Jesús. Es el kerygma, el primer
anuncio del Evangelio, el que está al comienzo y aquél al cual hay que volver
permanentemente, como recuerda el Papa en ´Evangelli Gaudium´, porque encierra como
concentrada toda la verdad de nuestra fe cristiana.
En Jesús y en su amor por
nosotros nos es dado ver al Padre y experimentar su amor misericordioso por
cada uno, como el Señor le señala a Felipe. Las palabras que Jesús dice, las
obras que realiza, lo pone de manifiesto.
A nosotros, a partir de
nuestro bautismo y confirmación, y especialmente a partir de nuestra misión
apostólica, recibida gratuitamente el día de nuestra consagración episcopal,
nos incumbe la tarea de anunciar a Jesús, su amor misericordioso, con
creatividad, con ´parresía´ y con alegría.
Con creatividad, no ahogando
las inspiraciones del Espíritu Santo, en nosotros, en nuestros colaboradores,
en nuestros hermanos, superando la tentación de aferrarnos, como nos ha
advertido el Papa, en aquello de que ´aquí siempre se hizo así, lo cual termina
frustrando cualquier iniciativa original.
Con ´parresía´, es decir con
aquel coraje que proviene del Espíritu Santo y que anima a proclamar el
Evangelio, aún en medio de dificultades, como las que padecieron los que se
dispersaron después del martirio de Esteban, y que sin embargo iban por todas
partes anunciando la Palabra (CFR. Hech. 8, 4); sin esperar logros inmediatos o
altisonantes, estando dispuestos, más bien, a afrontar fracasos parciales como
el que experimentaron Pablo y Bernabé en Antioquía de Pisidia, o como el que
experimento el mismo Jesús en su pueblo de Nazareth y en otras circunstancias
de su ministerio público.
Con alegría, que es también
un don preciso del Espíritu Santo y que brota del haber acogido en el corazón
la buena noticia del amor misericordioso de Dios manifestado en Jesús. Es esa
alegría la que acompaño a los discpulos de Antioquía aún después de la
expulsión de Pablo y Bernabé, por parte de los judíos. Es la alegría a la cual
hacen diferencia diversos documentos de nuestros episcopado al proponer la
tarea evangelizadora; es la alegría que le Papa Francisco, retomando la
enseñanza de San Pablo VI, nos recuerda que es indispensable para ser atractivo
y creíble el Evangelio.
Nuestra Patria vive hoy una
nueva crisis de esperanza, se asoma incluso la tentación de la tristeza, del
desaliento y aún del desencanto. La dureza de la situación explica, al menos en
parte, esas actitudes. Debemos reconocer, sin embargo, que hay algo en la
cultura de nuestro pueblo que nos inclina a ello, sumado a la experiencia de
sucesivos desencuentros y enfrentamientos que agravan esas disposiciones.
Es necesario, por tanto,
evangelizar o re – evangelizar esa cultura invitando a una conversión que
permita recuperar los sentimientos y las actitudes más nobles de nuestro pueblo
y dando lugar a iniciativas nuevas que posibiliten encuentros verdaderos,
diálogos sinceros y constructivos, acuerdos superadores de todas las
dificultades en todo nuestro país, no solo en algunas regiones más favorecidas.
La reciente beatificación de
Monseñor Enrique Angelelli y de sus compañeros mártires nos ofrece una
inspiración al respecto. El mensaje permanente del pastor riojano fue el de
promover el encuentro, la solidaridad, más aún, la fraternidad que despertara
un auténtica esperanza, que hiciera feliz a La Rioja y, en definitiva a toda la
Patria. Su mensaje estuvo acompañado por su testimonio coherente, constante y
fiel hasta el martirio.
Hemos acudido ante la ´Salus
Papoli Romani´ para agradecer e implorar su protección y ayuda. A Ella, en su
advocación de Nuestra Señora de Luján, Patrona de nuestra Patria, le pedimos
que nos acompañe, que camine con nosotros, que nos inspire e inspire a todo el
pueblo argentino, a fin de que como Nación podamos en verdad cantar y caminar,
caminar cantando. Que así sea.”
† Carlos Ñañez
Arzobispo de Córdoba