Esta tarde, el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, presidió
la ceremonia central de conmemoración de la
Pasión y muerte de Jesucristo, en la Catedral Basílica de Nuestra Señora
del Valle, tal como ocurrió en todos los templos del territorio diocesano.
El Viernes Santo es el único día del año en el cual los
católicos no celebran la Eucaristía. Se revive los momentos que padeció el
Señor hasta morir en la cruz, y la Iglesia invita a subir al Calvario para
experimentar la misericordia, el amor y la ternura de Dios, “que nos ha
redimido con su sangre”.
La liturgia de este día comenzó con el ingreso del Obispo y los
sacerdotes, quienes se postraron delante del altar como signo de humildad,
gesto que fue acompañado en silencio por los fieles.
Seguidamente se dio lectura al relato de la Pasión, tras lo
cual Mons. Urbanc se dirigió a los presentes considerando que “es importante
que cada uno tome conciencia que Jesús muere por los pecados que nosotros hemos
cometido. Esos pecados que decimos que
no son nada, como los odios, rencores, envidias, egoísmos, son los que causaron
la muerte de Cristo. Todas esas faltas de caridad, todo ese bien que podríamos
haber hecho pero por comodidad, por indiferencia, por no molestarnos, hemos
dejado de hacerlo. Esos son pecados gravísimos, se llaman las faltas de
omisión. Por todo ese bien que hemos dejado de hacer, Jesús tiene que morir”.
En ese contexto, el Pastor Diocesano invitó a reflexionar que
“hemos hecho mucho mal privando del bien a tantos niños y adolescentes, quienes
no reciben de los adultos el tiempo y la calidad de entrega que ellos necesitan.
Por ellos también muere Jesús, por estos niños y adolescentes que son presa de
sus propios errores, caprichos, egoísmos, porque no están bien formados”. Por ello, llamó a “hacer un profundo mea culpa
por tanto daño que estamos haciendo a nuestros niños, a nuestros adolescentes. Todo
por culpa de ese abandono, de esa dejadez de sus propios padres, porque no dan
ejemplo, porque no enseñan valores, porque no profundizan en el conocimiento,
en el respeto y en el amor a Dios”.
“Este Viernes Santo –dijo- tiene que ser para nosotros un viernes
de mucho dolor, porque por nuestra apatía e indiferencia, por nuestra dejadez
estamos llevando a nuestros niños a que le den la espalda a Jesús, a que no les
importe Jesús. Por tanto, con humildad, dejemos caer la sangre de Jesús para
que nos limpie, nos purifique y también
nos dé la fuerza que necesitamos para poder tomar en serio la vida y ocuparnos
con todo nuestro amor de nuestros niños y adolescentes”.
Luego de la oración universal elevada al Padre para que la
salvación de Jesús llegue a todo el mundo, fue el momento de la adoración de la
Santa Cruz. El Obispo tomó en sus manos la cruz con Jesús pendiendo de ella, y
avanzó por la nave central de la Catedral Basílica hasta el Presbiterio, donde los
fieles se acercaron para adorarla como profesión de fe, que implica para el
cristiano adherir y comprometerse con Cristo.
Finalmente, se distribuyó la Sagrada Eucaristía de la reserva
del Jueves Santo, ya que el Viernes Santo es el único día que no se celebra la
Santa Misa.