Durante la mañana del
miércoles 3 de diciembre, en el marco de las festividades en honor a la Madre
del Valle, se celebró la Santa Misa de acción de gracias por las Bodas de Plata
Sacerdotales de los Pbros. Julio Alberto Quiroga del Pino y Dardo Samuel
Olivera, en el altar mayor de la Catedral Basílica. La misma fue presidida por
el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por más 20 sacerdotes
del clero catamarqueño.
La celebración eucarística
contó con la presencia de fieles, familiares, amigos de los sacerdotes y
peregrinos que arriban a la ciudad para venerar a la Virgen Morena.
“La razón de ser del sacerdote radica en hacer
presente a Dios en medio de sus hermanos”
En su homilía, el
Obispo se refirió al sacerdocio ministerial haciendo presente el pensamiento de
San Juan de Ávila, al considerar que “la razón de ser del sacerdote radica en
ser capaz, por el don gratuito recibido de Dios, de hacer presente al mismo
Dios en medio de sus hermanos. En el Evangelio de San Lucas dice el Señor: ‘Hagan
esto en memoria mía’”, agregando que “acordarse y recordar significan traer al
corazón, actualizar en el corazón; y tiene que ser esta actualización en el
corazón porque éste es el lugar de los sentimientos más nobles y el lugar desde
donde Jesús quiere empezar la transformación del mundo”.
En otro tramo de su
predicación, Mons. Urbanc afirmó que “nunca se debe olvidar la fuente de donde
mana el oficio sacerdotal, y que no es otra que las profundas entrañas de
misericordia de Dios: ‘Tú Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia
con los que te invocan. Señor escucha mi oración, atiende a la voz de mi
suplica’”.
Antes de presentar los dones
en el altar, el Obispo bendijo el copón y la patena que utilizó el P. Olivera
en su ordenación sacerdotal, los cuales fueron restaurados para esta especial
ocasión.
Antes de finalizar la
celebración, el P. Quiroga del Pino, en nombre suyo y del P. Olivera, agradeció
a Dios por el regalo del sacerdocio, a sus hermanos sacerdotes y a todos los
presentes, en especial a sus familias. Y pidió oraciones para cumplir con la
sagrada misión de hacer presente a Jesús en el mundo.
Como cierre de esta emotiva
ceremonia, todos los presentes cantaron a la Virgen del Valle con fe y emoción acercándose
a su trono adornado con flores.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILIA
El
sacerdocio ministerial es, para San Juan de Ávila, la obra de Dios que, en la
Iglesia, tiene “primado de excelencia”.
Y la razón que da que “por él, el pan y
el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesucristo”.
Es esta una gracia recibida de Dios, un don dado por el Señor a algunos que es
necesario conocer, y conociéndolo sepan agradecérselo al Señor y lo pongan
eficazmente al servicio de sus hermanos.
Para
el Maestro de Ávila aquí radica la razón de ser del sacerdote: en ser capaz,
por el don gratuito recibido de Dios, de hacer presente al mismo Dios en medio
de sus hermanos. En el Evangelio de San Lucas dice el Señor: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19).
El
Señor quiere que nos acordemos y que recordemos que la donación de Dios a los
hombres es total, absoluta y sin distinción de personas.
Acordarse
y Recordar significan traer al corazón, “actualizar” en el
corazón; y tiene que
ser esta actualización en el corazón porque éste es el lugar de los sentimientos
más nobles y éste es el lugar desde donde Jesús, el Señor, quiere empezar la transformación
del mundo.
Y
aunque el momento de la consagración es breve, lo dado en él es ilimitado,
infinito, extraordinario, inefable,… Dios está presente en la forma consagrada
“con tanta firmeza que antes consentiría
que se destruyeran cielo y tierra que faltar a su presencia en la forma
consagrada”. Ni podemos ni sabemos comprender tan extraordinario don de
Dios, ante él solo cabe adoptar la postura de aquel publicano que subió al
templo a orar, y permaneciendo al final, inclinada la cabeza, sólo acertaba a
decir: “Oh Dios, ten compasión de mi que
soy un pecador” (Lc 18,13). Esta humildad es la respuesta a tan
extraordinario don de Dios a los sacerdotes: “Alabado sea Dios, Bendito sea Dios, porque ha dado tan grande poder a
los hombres”, dice el santo Maestro.
Y siendo tan alto el
“oficio” sacerdotal, él mismo pide al sacerdote todo un caudal de virtudes, para
asumir y cumplir bien, todas las obligaciones que en él hay. El regalo de Dios
a los sacerdotes es inmerecido, algo absolutamente gratuito y un don que es
para la edificación de la Iglesia de Dios, sacramento universal de salvación (cf.
LG, 9).
Nunca se debe olvidar
la fuente de donde mana el oficio sacerdotal, y que no es otra que las
profundas entrañas de misericordia de Dios: “Tú Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te
invocan. Señor
escucha mi oración, atiende a la voz de mi suplica” (Sal 86,5-6).
Afirma,
el Padre Maestro, que “al sacerdote le
conviene orar”.
En
primer lugar, para evitar el quedar anclado en las “dignidades” que conlleva el “oficio” sacerdotal, porque siguen
teniendo vigencia las palabras de este gran formador y director espiritual de
sacerdotes: “¡cuán poco sentimos la
obligación que nos pide este ministerio!”… Y al defender la autenticidad
sacerdotal dice: “¡cuán poco temor
tenemos de meternos en tal dignidad, cuán poco cuidado de administrarla bien,
después de recibida!”
En
segundo lugar, porque es “mediador entre
Dios y los hombres”, y “cosa
monstruosa es estar en tan alto grado y llevar una vida con bajezas”.
“Es imprescindible
que el sacerdote ore y ore con mucha frecuencia”.