Camino a la Beatificación

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22 abril 2016

Mons. Urbanc en la misa del Encuentro de Educadores Católicos

“Las comunidades educativas deben ser casas y escuelas de comunión y participación”

En el cierre de la primera jornada del Encuentro de Educadores Católicos, que continúa desarrollándose hoy, el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, presidió la Santa Misa las 18.30 en la Catedral Basílica y Santuario de Nuestra Señora del Valle.
Durante su homilía, el Pastor Diocesano afirmó que “si para participar en la Misa valoramos muchísimo la acogida cordial, esto mismo hemos de trasladarlo a las comunidades educativas, que deben, día a día, ser más visibles ‘casas y escuelas de comunión y participación’ para abuelos, padres, jóvenes, adolescentes y niños de nuestros pueblos y ciudades”.
Asimismo, afirmó que “la escuela, como comunidad eclesial, está llamada a encarnar el amor de Cristo, que dignifica al hombre desde el centro de su ser. Y es esto lo que celebramos en cada Eucaristía, ‘fuente y cumbre’ de toda vida cristiana”.
Luego enfatizó que “a nadie se le escapa que la educación es uno de los pilares principales para esta reconstrucción del sentido de comunidad, aunque ella no pueda disociarse de otras dimensiones igualmente fundamentales como son la económica y la política. Si es certero el diagnóstico que ubica la crisis no sólo en las falacias de una macroeconomía deshumanizada, sino también en un nivel político, cultural y, sobre todo, moral, la tarea será larga y consistirá más en una ‘siembra’ que en una serie de rápidas o mágicas modificaciones. Por ello, no creo exagerar si afirmo que cualquier proyecto que no ponga la educación en un lugar prioritario será solo ‘más de lo mismo’”.

Además, remarcó que “la Iglesia ha visto desde siempre la importancia, en la educación, de la actividad intelectual además de la educación estrictamente religiosa. El saber no sólo ‘no ocupa lugar’, como decían mis padres, sino que ‘abre espacio’, ‘multiplica lugar’ para el desarrollo humano. La tarea educativa tiene que hacer descubrir y sentir el mundo y la sociedad como hogar. La verdadera educación es lograr que cada educando se configure y considere ciudadano por el hecho de saberse y regocijarse de su condición de hijo de Dios y hermano de todos”.
En otro tramo de su predicación, el Obispo exhortó a los docentes a que “estén convencidos que sus comunidades educativas sean de verdad palestras de sabiduría, como una especie de laboratorio existencial, ético, religioso y social, donde los niños, adolescentes y jóvenes puedan experimentar qué cosas les permiten desarrollarse en plenitud y proporcionan las habilidades necesarias para llevar adelante sus proyectos de vida”.


Segunda jornada
Hoy, la primera disertación de la mañana versó sobre “El proceso educativo en la historia de Catamarca”, a cargo del Prof. Mario Vera, quien destacó la labor de los colegios católicos que “reconocen ampliamente la realidad del hombre actual, razón por la cual despierta la sensibilidad de sus alumnos,  pule sus propios valores para obtener personas de bien, útiles a la sociedad”, expresó, agregando que  “educar en la fe es formar a los alumnos para que tengan incorporados los valores de verdad y justicia, de solidaridad, de paz, amor y libertad”.
La segunda ponencia estuvo a cargo del Dr. Claudio García Pintos, quien abordó el tema “Ser joven hoy”, haciendo “un recorrido sobre tres ejes: Qué es ser joven, qué es ser joven hoy, es decir cómo es el mundo en el que se mueven los chicos hoy. Y finalmente qué necesitan de los educadores de hoy”. Destacó el acento en el hoy, porque “a lo mejor la adolescencia sigue siendo la misma, pero el mundo en el que se mueven los adolescentes cambió totalmente, y ése es el gran riesgo”.

Continuando con el programa, el Pbro. Armengol Acevedo disertó sobre la “Vocación docente”, destacando la tarea de enseñar como una de las obras de Misericordia espirituales mandada por Jesús en el Evangelio y que el Santo Padre invita a vivir más plenamente en este Año de la Misericordia.

Por la tarde
A las 15.00 será el turno del Dr. Alfredo Miroli, quien se referirá a “Los jóvenes y no tan jóvenes ante los riesgos de las adicciones. El rol de la familia y de la escuela”.
El cierre del encuentro está previsto para las 17.00, en el Cine Teatro Catamarca.

TEXTO COMPLETO DE LA HOMILIA
Queridos docentes:
Hoy se han congregado en la Catedral Basílica y Santuario de Nuestra Señora del Valle como una no tan pequeña Iglesia; por cierto, mayor que la familia, iglesia doméstica, y menor que la Iglesia diocesana, en la que vivimos y convivimos, en la que peregrinamos como hijos y hermanos hacia la eternidad. Por ende, la escuela católica, al igual que la familia, debe hacer presente esta realidad definitiva que trasciende a la temporal y que, a su vez, le da su orientación verdadera.
El hecho de celebrar la Eucaristía implica hacer memoria, y va más allá del mero agradecimiento por todo lo recibido. El Misterio eucarístico nos enseña a tener más amor y nos confirma en el camino emprendido. En la celebración eucarística hacemos memoria de la presencia del Señor a lo largo de la vida. Hacemos memoria del pasado, no como una mochila pesada, sino como un hecho interpretado a la luz de la gracia actual. Esto nos enseña que no podemos educar desgajados de la memoria. Pidamos, entonces, la gracia de recuperar la memoria: memoria de nuestro camino personal, memoria del modo como nos buscó el Señor, memoria de la familia religiosa, memoria de la propia comunidad educativa, memoria de pueblo. Si para participar en la Misa valoramos muchísimo la acogida cordial, esto mismo hemos de trasladarlo a las comunidades educativas, que deben, día a día, ser más visibles “casas y escuelas de comunión y participación” para abuelos, padres, jóvenes, adolescentes y niños de nuestros pueblos y ciudades.
La dimensión de hospitalidad, cuidado, ternura y afecto de la escuela no significa, de ningún modo, dejar de lado su dimensión educativa, formativa, capacitadora, socializadora y creativa, que debe ser llevada a cabo con seriedad, eficacia, profesionalismo y excelencia.
 La escuela, como comunidad eclesial, está llamada a encarnar el amor de Cristo, que dignifica al hombre desde el centro de su ser. Y es esto lo que celebramos en cada Eucaristía, ‘fuente y cumbre’ de toda vida cristiana.
En cada Eucaristía celebramos la fiel y fecunda Paternidad de Dios, la cual es una ayuda imprescindible para combatir y revertir la tremenda orfandad contemporánea, en términos de discontinuidad, desarraigo y caída de las certezas principales que dan forma a la vida. Esta debilidad nos desafía a hacer de nuestras escuelas una “casa”, un “hogar” donde los adultos, los adolescentes y los niños, puedan desarrollar su capacidad de vincular sus experiencias y de arraigarse en su suelo y en su historia personal y colectiva, y a su vez encuentren las herramientas y recursos que les permitan desarrollar su inteligencia, su voluntad y todas su capacidades, para poder alcanzar el nivel humano que están llamados a vivir.
 La escuela ocupa un “lugar” geográfico, en medio del barrio, pero también existencial, humano e interpersonal en el cual se anudan raíces que permiten el desarrollo de las personas. Puede ser cobijo y hogar, suelo firme, ventana y horizonte a lo trascendente. Pero sabemos que la escuela no son las paredes, los pizarrones y los libros de registro: son las personas, principalmente docentes y alumnos. Son los educadores quienes tendrán que desarrollar su capacidad de afecto y entrega para crear estos espacios humanos. Ahora bien, algunos desafíos: ¿Cómo desarrollar formas de contención afectiva en tiempos de desconfianza? ¿Cómo recrear las relaciones humanas cuando todos esperan del otro lo peor? Hemos de encontrar, todos nosotros y cada uno, los caminos, gestos y acciones que nos permitan incluir a todos y ayudar al más débil, generar un clima de serena alegría y confianza y cuidar tanto la marcha del conjunto como el detalle de cada persona a nuestro cargo.  ¡Qué más provechoso para lograrlo que la Santa Eucaristía dominical!
No es ninguna novedad decir que vivimos tiempos difíciles. Ustedes lo saben, lo palpan día a día en el aula. Muchas veces habrán sentido que sus fuerzas son pocas para enfrentar las angustias que las familias cargan sobre sus espaldas y las expectativas que sobre ustedes se concentran. El Jubileo de la Misericordia quiere ubicarse en ese lugar y quiere invitarlos a descubrir una vez más la grandeza de la vocación que han recibido. Si miramos a Jesús, Sabiduría y Misericordia de Dios encarnada, podremos darnos cuenta de que las dificultades se tornan oportunidades, y éstas apelan a la esperanza cristiana, que generan la alegría de saberse artífices de algo nuevo. Todo ello, sin duda, nos impulsa a seguir dando lo mejor de nosotros mismos.
Los cristianos tenemos un aporte específico que hacer en nuestra patria y ustedes, apreciados y queridos educadores, deben ser protagonistas de un cambio que no puede tardar. A ello los invito y para ello pongo en ustedes mi confianza y les ofrezco mi servicio de hermano, maestro y pastor.
A nadie se le escapa que la educación es uno de los pilares principales para esta reconstrucción del sentido de comunidad, aunque ella no pueda disociarse de otras dimensiones igualmente fundamentales como son la económica y la política. Si es certero el diagnóstico que ubica la crisis no sólo en las falacias de una macroeconomía deshumanizada, sino también en un nivel político, cultural y, sobre todo, moral, la tarea será larga y consistirá más en una “siembra” que en una serie de rápidas o mágicas modificaciones. Por ello, no creo exagerar si afirmo que cualquier proyecto que no ponga la educación en un lugar prioritario será solo “más de lo mismo”.
Ahora bien, como educadores cristianos ante el desafío de hacer nuestro aporte a la reconstrucción de la comunidad nacional, nos urge discernir lo que debe ser priorizado. La fecundidad de nuestros esfuerzos no depende solamente de las condiciones subjetivas, del grado de entrega, generosidad y compromiso que podamos alcanzar. También depende del acierto “objetivo” de nuestras decisiones y acciones.
La Iglesia ha visto desde siempre la importancia, en la educación, de la actividad intelectual además de la educación estrictamente religiosa. El saber no sólo “no ocupa lugar”, como decían mis padres, sino que “abre espacio”, “multiplica lugar” para el desarrollo humano. La tarea educativa tiene que hacer descubrir y sentir el mundo y la sociedad como hogar. La verdadera educación es lograr que cada educando se configure y considere ciudadano por el hecho de saberse y regocijarse de su condición de hijo de Dios y hermano de todos.
Queridos docentes, estén convencidos que sus comunidades educativas sean de verdad palestras de sabiduría, como una especie de laboratorio existencial, ético, religioso y social, donde los niños, adolescentes y jóvenes puedan experimentar qué cosas les permiten desarrollarse en plenitud y proporcionan las habilidades necesarias para llevar adelante sus proyectos de vida. Un lugar donde maestros “sabios”, es decir, personas, que en el día a día, encarnan un modelo de vida “deseable”, y ofrecen con alegría y generosidad elementos y recursos que puedan ahorrarle, a los que empiezan el camino, algo del sufrimiento de hacerlo “desde cero” experimentando en la propia carne elecciones erróneas y destructivas que amargarán por siempre sus vidas.
Promuevan una sabiduría a ejemplo de Jesús, el Maestro (Mt 7,21),a través del conocimiento, la valoración y la práctica, que es un ideal digno de cualquier empeño educativo.
Quien pueda aportar algo así a su comunidad habrá contribuido a la felicidad colectiva de un modo incalculable. Jamás pierdan de vista que los cristianos poseemos en Jesucristo un principio y una plenitud de sabiduría que no tenemos derecho a retener dentro de nuestros espacios confesionales. La Evangelización consiste en compartir una sabiduría que desde el principio fue destinada a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. Renovemos con audacia el ardor del anuncio, de la propuesta que sabemos colma las búsquedas hondas, silenciadas por tanta vorágine, hagámoslo cada día e intentando llegar a todos. Para eso no está de más volver a hacerse la pregunta fundamental: ¿para qué educamos? ¿Por qué la Iglesia, las comunidades cristianas, invierten tiempo, bienes y energías en una tarea que no es directamente “religiosa”? ¿Por qué tenemos escuelas y no peluquerías, veterinarias o agencias de turismo? ¿Acaso por negocio? Habrá quienes así lo piensen, pero la realidad de muchas de nuestras escuelas desmiente esa afirmación. ¿Será por ejercer una influencia en la sociedad, influencia de la cual luego esperamos algún provecho? Es posible que algunas escuelas ofrezcan ese “producto” a sus “clientes”: contactos, ambiente, “excelencia”. Pero tampoco es ese el sentido por el cual el imperativo ético y evangélico nos lleva a prestar este servicio. El único motivo por el cual tenemos algo que hacer en el campo de la educación es la esperanza en una humanidad nueva, en otro mundo posible. Es la esperanza que brota de la sabiduría cristiana, que en el Resucitado nos revela la estatura divina a la cual estamos llamados. La escuela puede ser simplemente la transmisora de esos “valores” o la cuna de otros nuevos; pero eso supone una comunidad que cree y espera, una comunidad que ama, una comunidad que realmente está reunida en el nombre del Resucitado. Antes que las planificaciones es preciso saber qué es lo que queremos generar. Sé también que para esto debe implicarse el conjunto de la comunidad docente, comulgar con fuerza en un mismo sentir, apasionándose por el proyecto de Jesús y tirando todos para el mismo lado. Muchas instituciones promueven la formación de lobos, más que de hermanos; educan para la competencia y el éxito a costa de los otros, con apenas unas débiles normas de “ética”, sostenidas por paupérrimos comités que pretenden paliar la destructividad corrosiva de ciertas prácticas que “necesariamente” habrá que realizar. En muchas aulas se premia al fuerte y rápido y se desprecia al débil y lento. En muchas se alienta a ser el “número uno” en resultados, y no en compasión. Pues bien, nuestro aporte específicamente cristiano es una educación que testimonie y realice otra forma de ser humanos. Pero eso no será posible si nos limitamos simplemente a “aguantar” las “lluvias”, “torrentes” y “vientos”, si nos quedamos en la mera crítica y nos regodeamos en estar “afuera” de aquellos criterios que denunciamos. Otra humanidad posible... exige una acción positiva; si no, siempre va a ser “otra” meramente invocada, mientras “ésta” sigue vigente y cada vez más instalada.
Preparamos educandos libres y responsables, capaces de interrogarse, decidirse, acertar o equivocarse y seguir en camino, y no meras réplicas de nuestros propios aciertos..., o de nuestros errores. Y justamente para ello, seamos capaces de hacerles ganar la confianza y seguridad que brota de la experiencia de la propia creatividad, de la propia capacidad, de la propia habilidad para llevar a la práctica hasta el final y exitosamente sus propias orientaciones. No nos quedemos en meras palabras y volátiles anhelos, sino construyamos sobre roca; esto significaráque se tomaron en serio el sentido de su vocación y misión: si en nuestras escuelas no se gesta otra forma de ser humanos, otra cultura y otra sociedad, estamos perdiendo el tiempo.

Nuestra Señora del Valle, Madre y Maestra, ruega por nosotros.